31/5/16

Una mirada al socialismo autogestionario yugoslavo

"Para el asentamiento del modelo y su posterior desarrollo, era imprescindible que la sociedad adquiriera conciencia comunitaria, fuera cada vez más capaz de tomar decisiones que no obedecieran al mero acto voluntarioso, y se naturalizase el proceso. 

La descentralización jugaba un papel fundamental en un sistema autogestionario que tenía que configurarse, por definición, a partir de la democracia directa, más que de la representativa. Debía conciliar los intereses divergentes que componían los procesos de toma de decisiones Así, los problemas se resolverían cada vez más a nivel local, pero esto trajo consigo, por citar algunos de los efectos indeseados más relevantes, la atomización de los trabajadores y el dominio nacionalista de los años setenta.

En Yugoslavia, la autogestión en una organización de trabajo se creaba de dos maneras: "directa" e "indirectamente". En la Constitución (a partir de los años cincuenta) se concretó un principio de obligatoriedad para organizar el trabajo por parte de los trabajadores en todos los escalones y etapas del proceso productivo. 

Esto debía ser así en todas aquellas organizaciones que constituyesen una unidad económica [1], en todos los problemas relativos al trabajo, a las relaciones dentro de la empresa, a la distribución de los ingresos y a todas las cuestiones relacionadas con su situación económica. 

Sin embargo, la naturaleza del trabajo, en ocasiones, según Branko Bruckner, imposibilitaba la intervención de los trabajadores en las decisiones, por lo que nos encontraríamos ante una autogestión "indirecta". Este modo de autogestión se fundamentó en una delegación, por parte de los trabajadores, de las funciones directivas, a los órganos elegidos por ellos.

Dos formas de intervención directa de los trabajadores, en la gestión de la empresa, eran las asambleas de trabajadores y los referéndums. Bajo estos procedimientos, los trabajadores podían intervenir expresando sus opiniones y propuestas para la resolución de cuestiones relacionadas con la marcha de la empresa.

En los distintos sectores, las empresas eran dirigidas por los consejos de trabajadores, compuestos de 15 o 20 personas electas cada dos años por los colectivos de trabajadores. Se celebraban reuniones mensuales de estos consejos, abiertas a todos los miembros de la colectividad y “se discutía y tomaba decisiones concernientes a los precios, productos, publicidad, organización en el lugar de trabajo, aumento de la fuerza laboral, condiciones de trabajo, y los salarios relativos a los distintos grupos de trabajadores de la empresa. Una de las decisiones más significativas fue cómo invertir los ingresos de la firma y cuánto sería distribuido como ingreso personal”. [2]

 Los cambios acaecidos en las relaciones de producción (sobre todo a partir de las reformas de 1964-65) fueron seguidos por alteraciones en la estructura social de la sociedad yugoslava. 

Desde la segunda mitad de los años sesenta y a comienzos de los setenta, comenzó a observarse que estas transformaciones en las relaciones de producción erigían, de facto, a una capa social privilegiada por su condición y posición económica. Se pusieron en marcha una serie de reformas que orientaron el sistema económico hacia una pérdida de poder por parte de los trabajadores

 Estas beneficiaron al capital financiero en detrimento del productivo, se dio un ensanche de los límites del mercado y se propagó la tecnocratización creciente del sistema. Sin embargo, desde la introducción del sistema autogestionario en 1954, ya se puede encontrar, en el diseño del mismo, contradicciones que favorecieron y estimularon los problemas sistémicos posteriores.

 Fueron, fundamentalmente, la limitación de la autogestión exclusivamente al ámbito de la empresa, y la reducción de la misma a la distribución del ingreso [3]. Las contradicciones generadas por el diseño del sistema autogestionario se originaron en esta fase (1954-1965), aquí comenzó a advertirse la ideología típicamente tecnocrática que definió la etapa posterior. Pese a todo, la mejora de la situación de Yugoslavia en el comercio internacional, fue uno de los factores fundamentales de este periodo, de cara al aumento significativo de las fuentes de inversión y la apertura de nuevos mercados que dio una salida a su volumen creciente de exportaciones.

 Hasta 1965 se creó una base real, aunque partiera de niveles de desarrollo bajos, para que se establecieran los objetivos de los planes. Sin embargo, tras las reformas de mediados de los sesenta, se desmantelaron los fondos de inversión y se fue abandonando toda vocación planificadora por parte del Estado federal; hubo una ampliación de los mecanismos de formación de los precios a partir del mercado y el sistema bancario se transformó, orientado, cada vez más, hacia un criterio de asignación de recursos fundamentado en el principio de la rentabilidad monetaria.

Los obreros comenzaron a ser considerados como un mero instrumento de la restauración de las relaciones capitalistas, ya que la autogestión se convertía en un asunto para un futuro a largo plazo. La gerencia democrática fue aprovechada para promover la atomización nacionalista, el elitismo y la libertad de mercado.

 Los bancos y los grandes productores se convirtieron en los agentes clave dentro del sistema económico, y a los trabajadores se les instó a realizar sacrificios en pos del éxito de estas formaciones. La propiedad social (el modelo de propiedad yugoslavo pretendidamente diferenciado de la estatal), fue interpretada en este periodo como una propiedad de los colectivos de empresas coordinados por los bancos.

En los consejos obreros bajó la participación de los trabajadores del 76% en 1960 a 73,8% en 1965 (primer año de reformas), mientras que en los comités de gestión del 67,2% a 61,9% en el mismo periodo. El número de obreros presidentes de los consejos obreros disminuyó del 74,1% en 1962 al 65,8% en el año 1965 [4]

Este proceso desembocó en el surgimiento de un poder financiero y comercial cada vez más independiente y mucho más poderoso que el capital productivo, que incurría, a su vez, en una contradicción evidente con las relaciones autogestoras.

A partir de 1964-1965, las organizaciones de trabajo pasaron a ser fundadoras de bancos junto con las comunidades sociopolíticas pero ante un déficit cada vez mayor de medios en las actividades bancarias, comenzó a iniciarse un ciclo de encarecimiento constante del capital. El acceso al crédito se redujo a aquel que podía permitirse afrontar una tasa de interés cada vez más alta. 

Esto provocó que las organizaciones de trabajo agravaran su dependencia de los bancos a partir de la fase de endeudamiento que se inició. Los bancos comenzaron a comportarse cada vez más como rentistas sin soportar riesgos en las inversiones, sin asumir responsabilidad alguna por el desarrollo y el trabajo asociado.

Desde 1971 se establecieron una serie de enmiendas constitucionales que abolieron el derecho a invertir de la Federación. Esto tuvo una gran trascendencia, ya que, hasta el momento, el monopolio financiero de las inversiones lo ejerció el poder del Estado federal. Estas reformas venían dadas, en parte, por las presiones de las repúblicas más desarrolladas (Croacia y Eslovenia), que pusieron en tela de juicio las políticas de redistribución desde las regiones más ricas a las menos desarrolladas.

Por otra parte, se originó una descentralización mercantil que respondía a una demanda creciente de derechos de autogestión reconocidos a los trabajadores (como derechos de empleo y de despido, derecho de gestión de diversos fondos, etc.) que, en realidad, estaba cuestionando cualquier intromisión estatal. A partir de aquí, ya no se logró revertir una tendencia capitalista y nacionalista que se vio favorecida por el contexto de crisis global que se advenía [5].."                   (Manuel Guerrero Boldó, El salmón contracorriente, 29/03/16)

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