"(...) El desgraciado procés catalán ha sido la tormenta que ha desenterrado los cadáveres nada exquisitos de una hispanofobia demasiado buena para que vayan a dejarla pasar ahora
quienes tanto provecho le sacaron históricamente.
El camino había sido
allanado en buena parte por unos diputados nacionalistas vascos y catalanes que habían trabajado con insistencia cultivando esta leyenda negra.
Propagaron el mito de que la cultura democrática de los catalanes o de
los vascos era muy superior a la española y tuvo buena acogida, una
falsedad que ha sabido aprovechar los complejos generados por una
leyenda negra tristemente asumida y que funciona. Pero el mito del
talante democrático vasco o catalán enfrentado al supuesto caciquismo
católico castellano no tiene más base que el voluntarismo de los propios
nacionalistas y de quienes han decidido creerles.
ERC cuenta en su haber con dos golpes de Estado, ambos ejecutados en democracia
(1934 y 2017), y ha trabajado últimamente junto con Convergencia para
que su versión se conociera en las instituciones europeas. Que el
independentismo catalán jugase sus cartas en Bruselas y finalizara con el inventado exilio del fugado Puigdemont es un acierto estratégico.
Oficialmente insistieron en que la elección de la jurisdicción belga
vino dada por su garantismo. Pero hubo sólo una estelada esos días en el
Parlamento: en la bancada de la extrema derecha flamenca.
Hay dos partidos nacionalistas flamencos: N-VA y Vlams Belaang, uno moderado y otro radical. Sólo este último expresó abiertamente su apoyo a Puigdemont,
aunque dos miembros de N-VA (Francken y Jambon) manifestaron más o
menos lo mismo y provocaron una crisis en el Gobierno belga.
Jambon
cuestionó el comportamiento del Gobierno español y dijo que España
podría haber colocado las leyes nacionales por delante de la convención
de los Derechos Humanos y otras leyes “que están por encima” de la
española en su gestión del proceso separatista. El caso más reciente de
las solicitudes de información sobre las prisiones españolas ha caído,
incluso, en el esperpento.
Pero lo cierto es que no había mejor lugar para
buscar apoyo que en uno de los corazones de la hispanofobia tradicional.
El otro es Reino Unido, país cuya derecha más extrema también ha sido
particularmente hostil durante estas semanas de campaña de desprestigio
contra España.
Ha sido así sin disimulo en el Parlamento, con
intervenciones furibundas como la del diputado James Carver, y lo ha
sido en los medios de comunicación. No es de extrañar que las
alegaciones de Puigdemont fueran apoyadas con un dossier de prensa con
recortes de Le Soir belga y el británico The Guardian.
La pervivencia de los estereotipos antiespañoles depende mucho más de ellos que de nosotros. Podemos haber asumido acríticamente los tópicos hispanófobos,
creados en la lucha secular contra la hegemonía española, pero lo
realmente determinante ahora es la enorme dependencia que algunas
autoestimas europeas tienen de la denigración del demonio español,
notablemente la comunidad flamenca.
Alguien tendrá que decirles que
muchos de los famosos Tercios de Flandes estaban formados mayormente por
flamencos y que españoles había más bien pocos. Alguien debería
contarles que lo que ellos estudian de forma contumaz en las escuelas
como una lucha épica por la libertad contra el español, fue una guerra
civil que convirtió a los perdedores en ciudadanos de segunda por
siglos. Sólo tienen que mirar a su alrededor para verlos.
Bélgica es hoy una democracia difícil, en la que a duras penas cohabitan en régimen de mutuo apartheid dos comunidades que se odian entre sí.
No han acertado a hacer de sus diferencias algo beneficioso. Exclusión,
odio, incapacidad para relacionarse y hasta para procrear con el otro.
Familias rotas.
Exactamente lo mismo que ha producido el secesionismo catalán,
como hizo el vasco de forma tan cruenta. La lucha contra la lengua del
otro, la búsqueda consciente de su aniquilación. El rechazo a la
diversidad. Es aproximadamente lo contrario de lo que España significa,
siempre orgullosa de su diversidad, de sus lenguas, de sus razas, de su
mestizaje. Lo que quiere significar Europa, precisamente.
Esto es lo que tenemos enfrente nos guste o no. No lo
hemos elegido, pero está ahí. Si permitimos que los prejuicios que
existen sobre nosotros nos afecten, se debilitarán nuestras convicciones
democráticas y nuestra defensa de la legalidad.
Así, la caja de truenos
que ha estallado en Cataluña en forma de nacionalismo excluyente se
extenderá no sólo al resto de España, sino también al resto de Europa,
donde en cada casa hay al menos un fantasma tribal.
Lo que hay que
defender aquí afecta a España y a Europa entera, a saber, que la
democracia es el imperio de la ley y que la nuestra —la española y las
otras— es lo suficientemente fuerte como para resistir los envites de
los populismos nacionalistas. Y tenemos que hacerlo, por nosotros y por
todos los europeos, tanto si nos ayudan como si no.
Hace cinco siglos España propuso a Europa el
proyecto erasmista de la Universitas Christiana. Ahora, pararle los pies
al nacionalismo es la mejor ofrenda que podemos hacer los españoles al
proyecto europeo más importante de los últimos 100 años."
(María Elvira Roca Barea, eurodiputada integrada en el grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa, M Teresa Gimenez Barbat, autora de ‘Imperiofobia’ (Siruela). El País, 05/12/17)
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