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9/12/22

Michael Roberts: “Los beneficios empresariales son la principal contribución a la inflación... los trabajadores no tienen que disculparse si piden una subida de sueldo” porque “la espiral de precios y salarios es un mito”

 "Michael Roberts, cabeza de cartel del cuarto congreso “Trabajo, Economía y Sociedad” de CCOO, es un reconocido economista marxista que ha batallado durante décadas en la City de Londres. El británico advierte de una pérdida “sin precedentes” del poder adquisitivo de las familias europeas en esta crisis de inflación. Y recuerda que solo unos sindicatos más fuertes pueden hacerla frente.

“Ha habido una reducción drástica del empleo en la industria manufacturera, en el Reino Unido, en los EEUU y en España. Y las nuevas industrias no están sindicalizadas. Ni las industrias tecnológicas, ni el sector de los medios de comunicación, ni los nuevos sectores minoristas tampoco”, lamenta. Aunque saca optimismo: “Esto está empezando a cambiar. Estamos empezando a ver organización en Amazon, en Starbucks, incluso en Google”. 

 “También estamos viendo luchas serias en Asia, América Latina y África. Vamos a ver muchas más. Y posiblemente también organizaciones independientes no solo en el Sur Global, sino también en el Norte Global en las nuevas industrias”, reflexiona Michael Roberts.

En la crisis de inflación de los 70, se daban por hecho las subidas salariales para recuperar el poder adquisitivo. Hoy, instituciones y empresas ni se plantean aumentos de sueldo con el IPC con el argumento de evitar un espiral de precios y salarios, ¿tienen realmente que conformarse los trabajadores y sufrir una grave pérdida de poder adquisitivo?

En los años 70, muy a menudo había lo que llamaban indexación de salarios para que hubiera un aumento automático de sueldos a la par con el aumento de precios. Por supuesto, esto era extremadamente costoso para los empleadores si no estaban realmente en la posición de aumentar aún más los precios. Pero es un mito que entonces hubiera una espiral de los salarios. No es verdad. Si se observan los datos, se puede ver que los salarios reales también cayeron durante ese período, a pesar de que en algunas industrias y algunos sectores hubo esa indexación, particularmente en el sector público pero también en algunos de los sectores industriales.

¿Cuándo se perdió esa indexación?

Todo eso se eliminó durante las décadas de 1980 y 1990. Durante todo ese tiempo llamado período neoliberal, se redujo el poder sindical de los trabajadores y se introdujo una legislación para impedir que pudieran mantener sus salarios altos, hemos visto una caída muy pronunciada en la participación de los salarios como porcentaje del PIB en todos los países de Europa. En la OCDE en general, mientras que en promedio los salarios representaban alrededor del 75% del PIB en la década de 1970, ahora está sobre el 65%. Esa es una caída bastante grande. ¿Dónde está eso? ¿Ha desaparecido? Obviamente se ha ido al incremento de la participación de los beneficios (empresariales) en el PIB. Así que tenemos una transferencia de salarios a beneficios. Y lo que estamos viendo en la espiral inflacionaria actual se debe a que no hay indexación y a que la legislación es muy dura contra los trabajadores. Y también porque las organizaciones sindicales son mucho más débiles y es mucho más difícil para los trabajadores aumentar sus salarios para igualar los aumentos de precios. Y la evidencia es clara de que los salarios reales han caído a un ritmo en la mayoría de los países europeos que no tienen precedentes. Estamos hablando de una caída del 6%, 7% u 8% en los ingresos reales en un año. Si solo estamos midiendo los salarios contra los precios, eso es una gran caída, que no se debería de dar. No va a ser compensado.

Los trabajadores de algunos sectores están consiguiendo más subidas que otros...

Recientemente IG Metall, la Unión Industrial Alemana llegó a un acuerdo, que suena bien, pero si lo miras, puedes ver que está muy por debajo de la tasa de inflación que está experimentando Alemania este año y el próximo, por lo que los trabajadores están sufriendo una pérdida salarial real. Entonces, la idea de que los aumentos de salarios provocan aumentos de precios no tiene sentido. Empíricamente, podemos ver que no es así, de hecho, y también podemos ver particularmente en este período que la principal contribución al aumento de precios ha sido, en primer lugar, el aumento de los precios de las materias primas energía, alimentos y otras materias primas subiendo. Y, en segundo lugar, los enormes aumentos de precios por parte de los empleadores. Los beneficios (empresariales) han sido la principal contribución a los aumentos de precios, no los aumentos de salarios, en esta espiral inflacionaria. Entonces, los trabajadores no tienen que disculparse si piden un aumento salarial, ni preocuparse de que de alguna manera provocarán una espiral de precios. Esto es un mito y una propaganda que nos cuentan los empresarios y sus representantes.

Las economías europeas se han transformado: oligopolios, multinacionales, más servicios y menos industria... ¿los sindicatos se han sabido adaptar?

Bueno, lo que hemos visto es una transformación de los sectores en los últimos 30 o 40 años, particularmente con la gran caída en la rentabilidad de la fabricación en la década de 1970 en la mayoría de las grandes economías, y una gran depresión a principios de la década de 1980. La actitud de los empleadores en las grandes multinacionales de tratar de trasladar sus industrias, el empleo y la tecnología fuera de Europa y América del Norte hacia lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo y que ahora llamamos el Sur Global. 

 Hacia todos los países donde había mano de obra barata y la oportunidad de construir fábricas con salarios bajos. Esa fue la transformación.

¿También en España?

Si observamos lugares como España fue ligeramente diferente porque recibió inversiones de Alemania y Francia cuando se unió a la Unión Europea, y vimos la expansión de la industria. Pero en general, ha habido un éxodo de empleo manufacturero en todos los ámbitos al mismo tiempo que crecía el sector servicios, lo que significa que, particularmente en países como el Reino Unido donde estoy, estas economías ahora están dirigidas a economías en las que viven de los beneficios obtenidos por las multinacionales, donde el Reino Unido opera como un centro financiero para redistribuir y generar ganancias para estas empresas en varias partes del mundo. Así que no ha habido adaptación de los sindicatos. Ha habido una reducción drástica del empleo en la industria manufacturera, en el Reino Unido, en los EEUU e incluso en España. Y las nuevas industrias no están sindicalizadas. Ni las industrias tecnológicas. El sector de los medios de comunicación tampoco. Y, por supuesto, los nuevos sectores minoristas tampoco. Esto está empezando a cambiar desde el final de la gran recesión. Estamos empezando a ver organización en Amazon, en Starbucks, en otros sectores nuevos que no existían antes, incluso en Google. Así que esto es quizás una indicación de una nueva tendencia en los trabajadores de la próxima generación que va a transformar el movimiento sindical.

¿Cómo podría crecer la densidad sindical y la fuerza de los sindicatos en este contexto?

Hemos visto una reducción masiva en la participación de la sindicalización de alrededor de dos tercios, es enorme. En los últimos 30 o 40 años, ha habido una disminución dramática en la proporción de personas en los sindicatos en comparación con la fuerza laboral total. Esto se ha dado, como decía antes, por el gran cambio desde el sector manufacturero a los servicios, particularmente en el Norte Global, y hacia nuevas industrias que no están sindicalizadas. Creo que existe una posibilidad cada vez mayor de que las nuevas industrias tengan un papel determinante, como ya ocurrió en el siglo XIX cuando la gran transformación en el movimiento sindical se dio por el cambio desde las industrias artesanales como la carpintería, la plomería.... a los sindicatos de masas en las grandes fábricas, en los muelles, en el transporte, etc. Y vimos el desarrollo de los sindicatos de masas a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. Luego hemos visto esta aniquilación en la segunda mitad del siglo XX. Pero creo que ahora tenemos toda una capa de nuevas industrias, donde los trabajadores apenas comienzan a organizarse. Y la gente no debe olvidar que la mayor proporción de trabajadores en todo el mundo no se encuentra en el Norte Global. Están en Asia, están en América Latina. Están en África. Aquí es donde el proletariado, usando la antigua frase, es de largo mayor. La clase trabajadora del mundo nunca ha sido mayor y nunca ha sido mayor como porcentaje de la población adulta total y la población activa. Y se basa principalmente en el Sur Global ahora, donde hay mucha actividad. Esta semana vemos lo que pasa en Foxconn, que es una gran empresa taiwanesa que opera en China, donde los trabajadores están luchando contra sus empleadores porque no les están pagando lo que acordaron pagar. Así que ha habido luchas serias como esa, vamos a ver muchas más. Y posiblemente también organizaciones independientes no solo en el Sur Global, sino también en el Norte Global en las nuevas industrias. Soy optimista.

¿Qué herramientas tienen los sindicatos para luchar a día de hoy?

Siempre existe la herramienta básica, que es que los empleadores no pueden conseguir las cosas ni los servicios que quieren vender a menos que los trabajadores trabajen. Es algo muy básico. Karl Marx dijo una vez, todo niño sabe que si la gente deja de trabajar, entonces no se hace nada. Ese es el poder básico que tienen los trabajadores, porque los empleadores no tienen poder, en realidad, dependen completamente de su fuerza laboral para entregar lo que se requiere. Los empleadores usan lo que pueden usar para evitarlo y eso lo puede hacer más difícil, pero el poder básico que tienen los trabajadores de retirar su trabajo todavía está ahí. Pero no solo eso. También hay muchas otras formas en que los trabajadores pueden mejorar sus condiciones. Los sindicatos brindan un nivel de apoyo en seguridad, y también en horas y condiciones de trabajo. Una cosa es decir que te pagan mejor, pero si estoy trabajando en pésimas condiciones, si estoy trabajando por turnos o trabajando muchas horas, entonces las condiciones de trabajo no son seguras. Los sindicatos tiene el poder de organizarse contra eso también. Todas estas son áreas importantes en las que los sindicatos juegan un papel y tienen que jugar un papel cada vez mayor en el futuro. Entonces, podrías decir, bueno, eso no es nada nuevo. Lo que quiero decir es que hay nuevas áreas en las que vamos a ver ese desarrollo y los sindicatos tienen que estar familiarizados con la tecnología, deben ser inteligentes acerca de los nuevos desarrollos que están ocurriendo en las industrias para construir la organización que necesitan los trabajadores.

¿Las huelgas han perdido efectividad en un mundo globalizado?

Si el argumento es que si se declara una huelga, la empresa trasladará su ubicación a otro lugar donde la gente no hace huelgas y donde es mas barato, en realidad no es tan fácil para las empresas hacer eso inmediatamente. Y también, los sindicatos deben luchar no solo en el frente económico, sino también políticamente para garantizar que los gobiernos no permitan que las multinacionales simplemente saqueen la infraestructura y la tecnología y se la lleven a otra parte. Si los trabajadores están luchando por mejores condiciones, las dos cosas deben ir juntas. Sí, todo es más difícil por ser internacional, pero tampoco es imposible para los sindicatos organizarse internacionalmente. Lo hemos visto en muchas ocasiones en los últimos años en varias industrias, particularmente en la industria del transporte, donde el comercio tiene lugar entre buques portacontenedores, conductores de camiones portuarios. O incluso desde el conflicto de Ucrania, hemos visto esfuerzos de los trabajadores para combinar todos estos temas. Entonces sí, es difícil. No es fácil para los sindicatos organizarse, ni para los trabajadores porque se enfrentan a las fuerzas de los medios, los gobiernos, las leyes, y, por supuesto, a los intentos de los empleadores de debilitar su capacidad de funcionar. Pero no es imposible. Históricamente podemos ver que a veces tuvo un gran éxito en la transformación de la realidad.

¿Están sabiendo incorporar los sindicatos el papel transformador del feminismo?

Cuando observamos la situación económica general, podemos ver que todavía hay una marcada diferencia entre el salario promedio de los hombres en industrias y servicios, y el de las mujeres. Y, sin embargo, las mujeres ahora constituyen en muchos países, la mayoría de la fuerza laboral, no solo una pequeña minoría. Y ha habido una transformación en los últimos 50 años en los que las mujeres han llegado al sector laboral en grandes masas, particularmente en industrias clave como la salud, la educación y los servicios públicos, los servicios sociales, donde las mujeres son dominantes. Si miramos el liderazgo de los sindicatos, es cierto que esto no siempre se ha visto reflejado, pero es algo que está comenzando a cambiar. El sindicato industrial más grande del Reino Unido ahora tiene a una mujer como secretaria general, y eso también se aplica en otros sindicatos. Entonces hay una transformación en ese sentido pero todavía hay una brecha enorme entre el nivel de los salarios medios de los trabajadores masculinos y femeninos. Eso se debe en parte a que las trabajadoras tienen trabajos peor pagados y no consiguen los mejores trabajos que pagan mejor. También aunque existe una legislación en contra de la igualdad salarial no siempre se aplica.

 Pero lo que creo es que la organización sindical y la expansión de los sindicatos ayudará a reducir esa brecha entre el empleo masculino y femenino.

¿Y cómo deben sumarse los sindicatos a la transición verde?

Creo que esta pregunta es muy importante porque este es uno de los problemas clave al que nos enfrentamos en el siglo XXI. Tenemos que hacer algo para detener el calentamiento global, las emisiones de carbono y el impacto que está teniendo lo vamos a sufrir todos, no solo en el Sur Global donde ya lo están sufriendo, sino también en Europa, donde vamos a ver condiciones climáticas extremas, etc., que van a afectar a la vida y las condiciones de las personas. Y tenemos que hacer algo al respecto. Cualquier sindicato que se precie tiene que mirar no sólo el tema de los salarios y las condiciones de sus miembros, sino también al panorama más amplio de lo que está sucediendo en la economía, particularmente lo que están haciendo las empresas y lo que están haciendo los gobiernos. Solo así podemos hacer frente a esta peligrosa crisis que se avecina. Entonces, me parece que la formación tiene un papel clave en la lucha para que sus empleadores adopten políticas ambientalmente mejores, para que los gobiernos comiencen a hacer algo con respecto a las emisiones de combustibles fósiles.

Y ahora, ¿qué pasa con todos esos trabajadores que trabajan en la industria de los combustibles fósiles? ¿Cómo va a lidiar el sindicalismo con eso? Eso plantea un problema político, pero los trabajadores de la industria del petróleo o de la industria del gas, que en realidad es una fuerza laboral bastante pequeña, ¿cómo van a mantener sus trabajos si queremos eliminar este tipo de energías? Bueno, requiere un plan nacional, un plan internacional, a través de la eliminación gradual de las industrias de combustibles fósiles. Y volver a capacitar y cambiar a los trabajadores a nuevas industrias renovables, donde también tienen habilidades o se puede redirigir, para asumir la expansión de las industrias renovables y de otras industrias ambientales que generarán una gran cantidad de puestos de trabajo disponibles para los trabajadores que en este momento están trabajando en industrias que quizás se están sumando a la crisis de emisiones de carbono. Puedes verlo con otra analogía, ¿qué pasa con los trabajadores que trabajan en la industria armamentística? No queremos más armas. Queremos eliminarlas gradualmente pero los trabajadores perderán sus empleos, y es un argumento que a menudo dan los sindicatos. Bueno, hay muchas otras construcciones civiles que debemos hacer en las que las habilidades de los trabajadores que tienen las habilidades de la industria de armas se pueden usar, como en todo tipo de áreas de transporte, medio ambiente, etc. Necesitamos un plan. Y eso significa que los sindicatos no solo pueden mirar lo que está sucediendo en su lugar de trabajo, sino que también deben analizar cuestiones políticas más amplias y involucrarse en ese plan que logre esa transformación del desequilibrio que tenemos en este momento en el empleo, con los objetivos equivocados y los trabajos equivocados. Necesitamos los objetivos correctos y los trabajos correctos."               (Entrevista a Michael Roberts, Daniel Yebra, eldiario.es, 08/12/22)

24/6/21

Michael Roberts: Los beneficios marcan el ritmo' en la acumulación capitalista. El crecimiento de las ganancias comenzó a desacelerarse ya en 2005, lo que provocó una disminución de la inversión y, finalmente, la Gran Recesión... la inversión global anual es ahora menor que la necesaria para reemplazar los activos fijos obsoletos... así que...

 "En muchas notas anteriores he argumentado que 'los beneficios marcan el ritmo' en la acumulación capitalista. Lo que quiero decir con eso es que cualquier cambio en las ganancias (y la rentabilidad) de las empresas capitalistas conducirá con el tiempo a cambios en la inversión privada, y no al revés. 

Los beneficios son la clave para la inversión capitalista, no la "demanda efectiva" como sostienen los keynesianos, o los cambios en las tasas de interés o la oferta monetaria como sostienen los monetaristas y la escuela austriaca. Difiero fuertemente de la visión poskeynesiana de que los beneficios son un "residuo" generado por la inversión; o como dijo el keynesiano-marxista Michal Kalecki: "los capitalistas ganan lo que invierten, mientras que los trabajadores gastan lo que ganan". 

Sí, los trabajadores gastan lo que ganan como trabajo asalariado, es decir (consumen y ahorran poco); pero los capitalistas no "ganan" beneficios de su inversión en capital (medios de producción y trabajo). Esta teoría niega la ley del valor de Marx de que solo el trabajo produce valor y plusvalía (ganancia) para el capitalista.  Convierte las ganancias en el "regalo del capital"; es decir, no hay beneficio sin que los capitalistas inviertan. Sin embargo, se pueden generar ganancias a partir de la explotación de la fuerza de trabajo y que los capitalistas no inviertan. De hecho, eso es lo que podemos ver ahora con la expansión del "capital ficticio" a expensas de la inversión productiva.

Y no es solo la teoría; la evidencia empírica  de que las ganancias conducen a la inversión es abrumadora. En varias publicaciones y artículos, he citado trabajos empíricos realizados por economistas marxistas como Alan Freeman, Andrew Kliman, Peter Jones, José Tapia, Guglielmo Carchedi y otros, incluido yo mismo, que demuestran esto. Además, también hay muchos estudios económicos convencionales de fuentes prestigiosas que concluyen lo mismo.

Recientemente, en un artículo en el Financial Times, se han presentado más evidencias de que los beneficios marcan el ritmo. Ian Harnett, cofundador y estratega jefe de inversiones de Absolute Strategy Research, una empresa de investigación macrofinanciera, concluye que la inversión empresarial global en los 'medios de producción' tiende a seguir el crecimiento de las ganancias globales. El estudio de Harnett es global y no solo de EEUU, donde se han realizado la mayor parte de los trabajos empíricos hasta ahora. 

El gráfico a continuación mide el cambio interanual en la inversión global del sector no financiero después de la depreciación. En efecto, esto significa una nueva inversión además de la necesaria para reemplazar equipos y estructuras obsoletos. El gráfico muestra que el crecimiento de las ganancias (beneficios) en el sector no financiero desde la década de 1990 conduce a cambios en las nuevas inversiones no financieras: las ganancias marcan el ritmo. Cuando el crecimiento de las ganancias aumenta como en la década de 1990, la inversión  sigue hacia arriba y luego hacia abajo a fines de la década de 1990. El crecimiento de las ganancias comenzó a desacelerarse ya en 2005, lo que provocó una disminución de la inversión y, finalmente, la Gran Recesión.

 Varios estudios (incluido el mío) muestran que la tasa global de beneficios (rentabilidad, no ganancias) ha tenido una tendencia descendente durante los últimos 70 años y, en particular, desde finales de la década de 1990.

 Si la teoría es correcta, la caída de la rentabilidad a largo plazo debería conducir a una caída sostenida de la inversión empresarial; y los datos globales de Harnett lo confirman. Los datos de Harnett muestran que la nueva inversión ha disminuido en relación con la depreciación a nivel mundial de un múltiplo de 2 en la década de 1990 a menos de uno en la actualidad. En otras palabras, la inversión global anual es ahora menor que la necesaria para reemplazar los activos fijos obsoletos.

 La 'inversión no financiera' incluye la inversión del sector público, por lo que podría ser que la caída se deba en parte a la caída de la inversión pública como porcentaje del PIB en los últimos 30 años y no a una caída en la inversión empresarial. Pero si bien la reducción del gasto público en infraestructura, etc. es un factor, en el primer gráfico se desprende claramente que la inversión ha ido cayendo en línea con la rentabilidad y no principalmente debido a la 'austeridad'.

Si miramos las tasas de inversión (medidas por la inversión total en relación al PIB en una economía), encontramos que en los últimos diez años la inversión total al PIB en las principales economías ha sido débil. De hecho, en 2019, la inversión total (gobierno, hogares y empresas) en el PIB sigue siendo menor que en 2007. En otras palabras, incluso la baja tasa de crecimiento del PIB real en las principales economías en los últimos diez años no se ha correspondido con el crecimiento de la inversión total. Y si se elimina la vivienda, la inversión empresarial se ha comportado aún peor.

 En su artículo de FT, Harnett quiere argumentar que tras el COVID la situación económica está a punto de cambiar. Que las empresas adoptarán un enfoque de inversión productiva 'con mucho capital' a través de la 'reubicación' (recuperación de plantas deslocalizadas); gasto en infraestructura, especialmente en objetivos ambientales; y medidas proteccionistas globales para evitar la dependencia de la producción de China, etc. Harnett reconoce que este aumento de la inversión será impulsado por una nueva voluntad política de mantener bajas las tasas de interés y revertir la austeridad neoliberal a través del gasto público adicional. Pero esta conclusión va en contra de su propia evidencia de que la inversión está impulsada por las ganancias, no por el gasto público o la "demanda efectiva".                (Michael Roberts , Sin Permiso, 19/06/2021)

1/2/21

¿Quiere esto decir que Amazon y Wal Mart son buenos? No, claro que no. (Aunque no deberíamos negar que sus sistemas logísticos son verdaderos logros tecnológicos sobre los que se podría construir una sociedad socialista).

 "(En la gran conferencia de economía de principios de enero, hablé en un panel virtual en respuesta a la exposición de Michael Hudson. El trabajo que expuso no está todavía disponible, pero ha argumentado de manera parecida aquí y aquí. Mis comentarios estaban dirigidos al trabajo que presentaba, pero son también una respuesta a una discusión más general sobre la financiarización. Una versión de este post será publicada en el siguiente número de la Review of Radical Polical Econoimcs)

Michael Hudson argumenta que la anterior era del capitalismo industrial ha dado paso a una nueva forma de capitalismo financiero. A diferencia de los capitalistas de la época de Marx, explica, el capitalismo financiero reclama su parte de la plusvalía extrayendo pago de intereses o rentas económicas en general. Estos nuevos capitalistas financieros se parecen a los terratenientes y otras élites no capitalistas cuya búsqueda de la riqueza privada no hace nada por el desarrollo de las fuerzas de producción, la extensión de la división social del trabajo o el allanamiento del camino hacia el socialismo.

Desde una perspectiva histórica, el carácter progresivo del capitalismo proviene de tres dimensiones en las cuales los capitalistas se diferencian de otras élites sociales. Primero, los capitalistas no reclaman simplemente la plusvalía de la producción, sino que también controlan el proceso mismo de producción; segundo, no utilizan la plusvalía directamente sino que tienen que realizarla vendiéndola en un mercado; y tercero, a diferencia de la mayoría de elites que adquieren su estatus de manera hereditaria o por algún proceso político similar, la perenne existencia de los capitalistas como capitalistas depende de su habilidad para generar una suma de ingreso monetario suficientemente grande que permita adquirir nuevos medios de producción. Es decir, los capitalistas están bajo constante presión para reducir costes a través del progreso tecnológico del proceso de producción. En algunos casos la presión de reducir los costes de producción puede llevar a los capitalistas a apoyar medidas para la socialización de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo mediante políticas de apoyo a la educación pública o la provisión de infraestructuras y otros servicios públicos.

En la historia que cuenta Hudson, la parte de la plusvalía que el capital financiero reclama son esencialmente extractivas; la búsqueda del beneficio por parte de las finanzas elimina la presión por el progreso tecnológico en el proceso productivo y por la inversión pública que ayuda a reducir los costes de producción vía socialización de los costes de reproducción e infraestructuras. La transición del capitalismo industrial al financiero como forma dominante de extracción de la plusvalía se asocia a un gran número de cambios sociales y políticos negativos –represión salarial, privatización de bienes públicos, reformas políticas antidemocráticas, favoritismos impositivos, etc. (El tiempo exacto en el que se produce esta transición no está claro del todo).

Otros autores han contado diferentes versiones de esta historia, pero Hudson es uno de los autores más convincentes. Me impresiona la profundidad de su análisis y convengo con él en casi todo lo que él encuentra censurable en el capitalismo contemporáneo.

 Sin embargo, no estoy del todo convencido. No creo que el capitalismo “financiero” e “industrial” puedan ser separados tal y como él propone. Creo que es mejor considerarlos como dos momentos del mismo proceso. Además, soy escéptico de la simple periodización del antes y después que él propone. Mirando a la relación entre finanzas y producción de manera histórica podemos ver movimientos en ambas direcciones, con diferentes ritmos en diferentes lugares y sectores. A menudo el crecimiento del capitalismo industrial en un sector o área ha ido de la mano de un desarrollo hacía las finanzas o del capitalismo extractivo en algún otro lugar. Creo que su artículo da una visión algo sesgada del desarrollo contemporáneo de los Estados Unidos. Por último, me preocupa el programa político que se desprende de su análisis.

1.

Empecemos por la idea de que el capitalismo industrial apoya programas de inversión pública en educación, sanidad o transporte público, ya que reduce los costes de reproducción de la fuerza de trabajo. Esto tiene menos importancia para los propietarios de la tierra, recursos naturales o dinero, cuya extracción de parte de la plusvalía de la sociedad no viene a través de la explotación de la fuerza de trabajo.

Tampoco diría que este argumento es, exactamente, incorrecto, pero me sorprendió la falta de discusión sobre los modos en los que el capitalismo industrial puede reducir los costes laborales –reduciendo el nivel de subsistencia de los trabajadores o reduciendo su poder de negociación o extrayendo mayor esfuerzo de la fuerza de trabajo o recolocando la producción en regiones con menores salarios. Parece más bien optimista pensar que la inversión pública es el resultado normal de capitalismo industrial.

Al contrario, el gasto público en reproducción social solo reduce los costes para la clase capitalista si el nivel de subsistencia queda fijado. Tan pronto como se permita algún grado de conflictividad o negociación sobre la participación de los trabajadores en el producto social, se introduce así la posibilidad de que socializar los costes reproductivos no reduzca el coste laboral, sino que incluso aumenta los estándares de vida de los trabajadores. ¡De hecho, ese es el motivo por el que mucha gente apoya el gasto público!

Por otro lado, no está nada claro, como su artículo sugiere, que los terratenientes rentistas sean un obstáculo para el progreso capitalista.

Ellen Meiksins Wood argumenta, convincentemente, que los orígenes de los que Hudson llama capitalismo industrial deben ser encontrados en el campo británico, donde la competencia entre los arrendatarios motivó mejoras productivas en la producción agrícola. Puede que sea cierto que la mayor parte de las ganancias fueran capturadas por los arrendadores en forma de mayores precios por el alquiler de la tierra, pero eso no quiere decir que esas ganancias no fueran producidas. De manera similar, Gavin Wright argumenta que una de las razones fundamentales del aumento de la inversión productiva en el norte americano antes de la guerra en comparación con el sur fue precisamente que la mayor parte de la riqueza del norte era terreno urbano. Los especuladores de la tierra tenían un fuerte interés en promover la construcción de canales, carreteras u otras formas de inversión pública porque esperaban poder capturar las ganancias del incremento del valor de la tierra.

En la ciudad de Nueva York, la primera línea de metro fue construida por una empresa controlada por August Belmont que fue un gran especulador de la propiedad. En no pocos casos, Belmont –y más tarde la constructora competidora BMT– extendería el servicio de transporte a zonas donde ellos o sus socios amasaban grandes propiedades urbanas, para así vender esa misma propiedad a un mayor precio una vez los servicios desarrollados en la zona aumentasen su valor. La posibilidad de adquirir estas ganancias muy probablemente alentó la inversión privada en el servicio de transporte a comienzos del siglo XX.

Belmont puede parecer una sinécdoque en la más amplia relación entre capitalismo industrial y financiero. Como el planificador de la fuerza de trabajo ocupada en la construcción del metro, como el capataz que infringía su autoridad sobre el control del dinero direccionando los recursos sociales a la creación de nuevos medios de transporte, él se erige como un capitalista industrial –contribuyendo al desarrollo de las fuerzas productivas, así como a la reducción de costes de vida dando a los trabajadores un mejor acceso a zonas residenciales más alejadas y baratas. Como especulador de bienes inmuebles que se aprovecha de la venta de propiedad urbana en esas áreas alejadas a hinchados precios, él se erige en cambio como un parásito financiero. Pero es la misma persona en dos sillas diferentes y solo se preocupa de la primera actividad esperando beneficiarse de la segunda.

Nada de esto es para defender a los propietarios de la tierra. Pero quiero enfatizar que la apropiación privada de ganancias gracias al desarrollo de las fuerzas productivas es, bajo el capitalismo, condición para que ese mismo desarrollo ocurra. De igual modo es condición de ese desarrollo el control coercitivo sobre la fuerza de trabajo en el proceso de producción. Si podemos reconocer la contribución al desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad de un representante de un capitalista industrial como Henry Frick, autor de la masacare de Homestead, creo que también podemos hacer lo mismo con un estafador como August Belmont.

En términos generales, me parece que los dos modelos de búsqueda de beneficios que Hudson llama industrial y financiero no son actividades tan disociadas y distintas como parecen a simple vista.

Puede parecer obvio que sacar beneficios de un nuevo y más eficiente modo de producción es muy diferente a beneficiarse usando el poder del Estado para obtener legalmente algún monopolio o para obligar a la gente a pagarte. Es cierto que la primera incluye ganancias reales para la sociedad mientras la segunda no. Pero, ¿de qué manera esas ganancias de la sociedad en su conjunto son reclamados como beneficios de los capitalistas? Primero, gracias al acceso exclusivo que los capitalistas tienen a los medios de producción que les permite reclamar su producto, excluyendo a todos los demás que hayan ayudado a producirlo. Y segundo, por su habilidad de vender a un precio por encima de su coste de producción que les permita obtener beneficios, en vez permitir a todos consumir su producto. En este sentido, las características que Hudson señala como definitorias del capitalismo financiero son igual de fundamentales para el capitalismo industrial. Bajo el capitalismo, crear un producto no tiene un objetivo diferente que el extraer una renta. Capturar rentas es precisamente el objetivo.

El desarrollo industrial puede ser progresista socialmente en un modo que el desarrollo de las finanzas no lo es. Pero eso no significa que el ingreso y la autoridad de un capitalista industrial sea diferente de los de un capitalista financiero, o incluso que sean personas diferentes.

Hudson es consciente de todo esto, por supuesto, y menciona que desde un punto de vista marxista el capitalista también es un rentista. Si llevase esa idea un poco más lejos creo que encontraría problemas en la dicotomía que él mismo presenta.

Demos un paso atrás.

El capital es un proceso, un circuito: M – C – P – C’ – M’. El dinero se avanza para obtener control sobre materias primas y fuerza de trabajo que son combinadas en el proceso de producción. El resultado de ese proceso es convertido de nuevo en dinero a través de su venta en el mercado.

En algún momento en este circuito el capital se expresa en dinero, en otros momentos en fuerza de trabajo y medios de producción. A menudo pensamos en este circuito como algo que ocurre al nivel de una mercancía individual, pero ocurre igual a gran escala. Podemos pensar sobre el crecimiento de la empresa industrial como el comienzo del circuito donde el valor es representado en un proceso productivo especifico y del pago a los accionistas como la ultima parte del circuito, cuando el valor vuelve a su representación en forma de dinero.

Esta vuelta a la forma dinero es tan esencial en el circuito del capital como lo es la producción en sí misma. Es cierto que los pagos a los accionistas absorben una gran porción de los beneficios mucho mayor de lo que han invertido. Podríamos ver esto como un signo de que las finanzas son una especie de parásito. Pero también podemos ver el pago a los accionistas como el momento en el que ocurre el movimiento de M. La producción industrial no requiere que su resultado se transforme en dinero. Pero el capitalismo industrial sí lo requiere. Desde ese punto de vista los ingenieros financieros que optimizan la extracción de beneficios de las empresas industriales son tan fundamentales para capitalismo industrial como los ingenieros que optimizan el proceso productivo.

 2.

Mi segunda preocupación es con la dimensión histórica del relato de Hudson. La impresión que uno obtiene de su trabajo es que antes había un capitalismo industrial y ahora lo que tenemos es un capitalismo financiero. Pero no creo que la historia funcione así.

Es cierto que la forma en la que la plusvalía se realiza en forma de dinero ha cambiado en el curso del tiempo. Y también es cierto que mientras que el capital transcurre en un solo proceso, a menudo son diferentes humanos e instituciones los que lo representan en diferentes puntos de su circuito.

En un pequeño negocio, la misma persona puede tener la propiedad legal de la empresa, gestionar directamente el proceso de producción y recibir los beneficios que genera. Hudson acierta totalmente en apuntar que esta forma de empresa era más común en el siglo XIX en el que, entre otras cosas, Marx escribió el primer volumen sobre “el capitalista” sin tener que preocuparse demasiado por donde se encontraba esa persona dentro del circuito del capital. Por el contrario, en una corporación moderna la producción está normalmente en manos de gestores profesionales, mientras que los flujos de la plusvalía fluyen hacia los accionistas o en otras formas de renta financiera. Esto crea la posibilidad de una contradicción entre las condiciones en que se genera la plusvalía en forma de beneficios y la forma en la que se realizan, contradicciones que siempre existen bajo el capitalismo, pero que ahora aparece como un conflicto entre distintas clases sociales.

La conversión de grandes empresas en corporaciones que cotizan en bolsa tuvo lugar en los EEUU en un relativamente corto periodo de tiempo, en los años 90 del siglo XIX. La fecha es por supuesto diferente en otras partes del mundo, pero esta separación entre la propiedad y el control es un fenómeno bastante universal. Ya en aquel momento esto fue percibido como un gran punto de inflexión, y si buscamos una fecha de rotura histórica creo que es ahí donde debemos colocarla. A principios del siglo XX, la mayoría de grandes fortunas ya tenían la forma de activos financieros, y no tanto la forma de posesión directa del negocio. Podemos encontrar testigos contemporáneos como Veblen, que lo describen como un “sabotaje” a las empresas productivas por parte de las finanzas (en The Price System and the Engineers) en términos muy similares a los que alguien como Michael Hudson usa hoy en día.  

No es descabellado describir este proceso como financiarización. Pero es importante reconocer que no es un proceso unidireccional o una transición uniforme.

En los años 30 del siglo XX Keynes famosamente describió el desarrollo del capital estadounidense como el subproducto de un casino, de nuevo en términos muy similares a los de Hudson. En la Teoría General una parte importante del argumento es que la bolsa tiene un impacto decisivo en las decisiones de inversión real. Lo curioso es que en aquel momento la tendencia era en dirección contraria. La influencia de los mercados financieros en los gerentes de las corporaciones disminuyó tras los años 20 y alcanzó su punto más bajo más o menos una generación después de que Keynes lo escribiera.

Si pensamos en la financiarización como la influencia de los mercados financieros sobre la organización de la producción, lo que vemos históricamente es una oscilación, una ida y vuelta, un tira y afloja, más que un antes y después bien definido. De nuevo, la fecha varía en el tiempo, pero el constante movimiento de ida y vuelta entre un capitalismo más o menos financiarizado parece ser un fenómeno general. El Japón posguerra es a menudo señalado, con razón, como un ejemplo de economía capitalista con un muy reducido rol de los mercados financieros. Pero esto no fue el vestigio de una forma pasada de capitalismo industrial, sino el resultado de la gestión de la economía durante la guerra, que desplazó a los mercados financieros de su rol central anterior.

 Históricamente, también encontramos que esos movimientos hacia mayor o menor financiarización coexisten o incluso refuerzan movimientos en la dirección contraria en otros lugares. Por ejemplo, el trabajo de Hudson habla de la alianza en el siglo XIX entre los banqueros ingleses y los capitalistas protoindustriales contra los terratenientes en lucha para revocar las Corn Laws. Por supuesto, Marx estaba de acuerdo que esto era un ejemplo del lado progresista del desarrollo capitalista. Pero debemos añadir que la otra cara de la especialización británica en la industria dentro de la división mundial del trabajo fue que otros lugares se especializaran en la producción de materias primas, con un incremento concomitante del poder de los terratenientes y la dependencia del trabajo forzado. Algo que todos deberíamos haber aprendido de los nuevos historiadores del capitalismo como Sven Beckert es cómo de íntimamente ligados estaban el desarrollo del trabajo asalariado en la industria en el Reino Unido y el norte estadounidense con el desarrollo de la esclavitud y la producción de algodón en el sur de los EEUU –son de hecho dos caras del mismo proceso. Argumentos similares se han hecho ligando el desarrollo de la industria inglesa y la producción esclavista de azúcar (Williams) y sobre la segunda servidumbre y desurbanización en Europa del este (Braudel).

Entre tanto, tal y como los teóricos del subdesarrollo como Raul Prebisch han explicado, es precisamente el mayor poder de mercado del que disfruta la industria en relación con la producción primaria que permite que las ganancias de productividad en la industria sean capturadas por los capitalistas industriales, mientras que las ganancias de productividad en la producción primaria son capturadas por los consumidores. Podemos identificar lo mismo en los EEUU, donde los tremendos avances de la productividad en la agricultura han traído una comida más barata, no agricultores más ricos. De nuevo aquí, la relación binaria entre terratenientes e industria y la también binaria relación entre monopolio y competencia es justamente la opuesta a la que describe Hudson. Esto no significa que siempre se alineen de la misma forma, sino que sugiere que esa relación es al menos contingentemente histórica.

3.

Volvamos ahora al presente. Como todos sabemos, desde los 80 los tenedores de activos financieros han reafirmado sus posiciones contra las empresas productivas en los EEUU y en gran parte del resto del mundo. Pero no creo que ello implique, como sugiere Hudson, que los grandes capitalistas de hoy en día sean equivalentes a los señores feudales terratenientes. Existen rentistas puros, pero la gran acumulación de riqueza sigue ligada al control sobre el proceso productivo.

Incluso dentro del sector financiero, la extracción de renta es solo una parte de la historia. Uno de los desarrollos más importantes en la esfera de las finanzas durante la pasada generación ha sido el crecimiento de los fondos de capital de riesgo (venture capital) y los fondos de capital privado (equity funds). Aunque diferentes en muchos sentidos –los fondos de capital privado se especializan en la adquisición de empresas ya existentes mientras que el capital de riesgo financia nuevas empresas– ambos pueden ser entendidos como una especie de desfinanciarización, en el sentido de que ambos reunifican la gerencia con el control de la propiedad. Es cierto que la propiedad privada del capital es a menudo destructiva de las actividades de producción concretas y la existencia social de las empresas. Pero el saqueo por parte del capital privado ocurre no a través de la plena capacidad extractiva del terrateniente sino a través del control directo sobre la actividad de la empresa. Por otro lado, la necesidad del capital de riesgo por invertir en startups deficitarias es ciertamente consistente con la visión de que la imposición estricta de un criterio financiero es inconsistente con el desarrollo de la producción. Pero va en contra del simple relato según el cual la industria ha sido reemplazada por las finanzas. (En cambio, el crecimiento de estos sectores parece un ejemplo de como el capital se representa de maneras distintas en diferentes momentos de su circuito. Los capitalistas de riesgo dispuestos a tirar dinero en empresas claramente perdedoras son especialistas en el momento M-C del circuito, mientras que los vampiros de los fondos de capital privado son especialistas del momento C-M).

Es cierto, claro, que las finanzas como industria han crecido de manera relativa dentro de la economía en los últimos 50 años así como los pago de las corporaciones a los accionistas. Hudson describe esta tendencia como “una recaída hacia el feudalismo y la esclavitud por deuda”, pero no creo que sea correcto. El acreedor y el terrateniente están fuera del proceso de producción. Alguien endeudado tiene acceso a los medios de producción, pero está forzado a dar parte del producto al acreedor o al terrateniente. Los capitalistas, por el contrario, ganan su autoridad y reclaman parte de la plusvalía gracias a su control sobre el proceso productivo. Esto es tan cierto hoy como cuando lo escribió Marx.

Hay una opinión extendida de que las ganancias provenientes de la tenencia de activos financieros desplazan los beneficios de la producción de las empresas productivas (no financieras) y que la deuda de los hogares es una forma de explotación que compite con el lugar de trabajo como forma de extracción de la plusvalía –ya que los hogares están forzados a tomar prestado mayores cantidades de dinero para cubrir sus necesidades de subsistencia–. Pero esto es erróneo, confunden el aumento de los tipos de interés en los 80 con un cambio estructural significativo.

 Tal y como explica convincentemente Joel Rabinovich, el incremento de la tenencia de activos financieros por parte de las empresas productivas (no financieras) es simplemente el aumento del fondo de comercio de la empresas (o goodwill en inglés) que resulta de la actividad de fusiones y adquisiciones y de las participaciones en empresas subsidiarias, no es el resultado de la acumulación de activos financieros en el sentido usual de la palabra. Mientras, el aparente incremento de los ingresos financieros de las empresas productivas (no financieras) desde los 80 es explicado gracias a los mayores intereses pagados a sus tenencias de efectivo. Respecto a la deuda de los hogares, continúa siendo de manera abrumadora fuente de financiación para la adquisición de vivienda, y no para financiar el consumo; está concentrado en la parte alta de la distribución del ingreso; e incrementó como resultado de las altas tasas de intereses después de los años 80, no por el incremento de la cantidad de préstamos (ver mi discusión sobre el tema aquí). Con la reciente caída de las tasas de interés, gran parte de esta supuesta financiarización se ha revertido. En contra de la argumentación de Hudson en la que una parte cada vez mayor va a parar al pago de la deuda, los pagos de intereses de la deuda en los EEUU suponen ahora un 17% del PIB, igual que en 1975.

En el otro lado de la historia, la transformación del proceso productivo permanece la fuente de las mayores concentraciones de capital. Mirando a la lista Forbes 400 de las personas más ricas de los EEUU, es sorprendente como de raro es la gran concentración de riqueza proveniente de las finanzas, en contraposición con participaciones en empresas particulares. Jeff Bezos (#1), Bill Gates (#2) y Mark Zuckerberg (#3), todos ellos ganan su riqueza gracias al control sobre nuevos procesos productivos, no gracias a sus beneficios financieros en empresas ya existentes. De hecho, de los 20 primeros nombres de la lista, todos menos uno son fundadores y gerentes activos de corporaciones o lo son sus familiares cercanos. (Siendo la única excepción Warren Buffet). Las finanzas y la propiedad inmueble representan una parte algo mayor de las fortunas más abajo en la lista, pero ni mucho menos la principal.

Compañías como Wal Mart o Google y Amazon son claros ejemplos de capitalismo industrial. Venden productos, rebajan precios e imponen una presión a la baja sobre los costes. Los productos baratos vendidos en Wal Mart reducen los costes de subsistencia de los trabajadores de hoy tal y como la importación de productos alimenticios baratos lo hacía para los trabajadores británicos del siglo XIX.

 ¿Quiere esto decir que Amazon y Wal Mart son buenos? No, claro que no. (Aunque no deberíamos negar que sus sistemas logísticos son verdaderos logros tecnológicos sobre los que se podría construir una sociedad socialista). Lo que vengo a decir es que las grandes concentraciones de riqueza de hoy en día todavía provienen de la competición para vender productos demandados a un menor precio. Esto va contra la idea de la dominación de los rentistas o extractores pasivos de rentas.

Por último, tengo ciertas reservas sobre las implicaciones políticas del análisis de Hudson. Si tomamos su historia hasta sus últimas consecuencias, puede que veamos una división política entre el capital industrial y el financiero, y que demos opción a un movimiento popular que busque una alianza con el capital industrial. No estoy nada convencido de ello. Aunque las finanzas sean un actor social distinto, no creo que sea útil pensar sobre ello como un tipo de capital distinto, uno antagonista al capital productivo. Tal y como he escrito en otro sitio, es mejor ver a las finanzas como un arma por la cual los acaparadores de riqueza imponen la extracción de mayor riqueza al resto de la sociedad.

Ciertamente no creo que los representantes humanos del capital industrial se vean a sí mismos como víctimas de las finanzas. Muchas de las características del capitalismo contemporáneo criticadas por Hudson serían para ellos efectos positivos. Menores salarios, una débil fuerza de trabajo y menores impuestos son deseos de los capitalistas industriales igual que de los terratenientes y los banqueros. Los ejemplos que Hudson da de capitalistas industriales y sus representantes políticos apoyando políticas por la socialización de los costes de reproducción son reales y merece la pena aprender de ellos, pero como productos de unas circunstancias históricas concretas, no como características generales del capitalismo industrial. Necesitaríamos una mejor explicación de las condiciones específicas bajo las cuales el capital apoya medidas de reducción de los costes laborales a través de la inversión pública –en vez de simplemente reprimiendo los salarios– para valorar en qué medida, y en qué áreas, existen hoy en día.

Incluso si fuera posible, no estoy seguro de que este tipo de programa político ayude demasiado a una agenda política transformadora. Hudson cita la descripción de final de siglo de Simon Patten: los servicios públicos como la educación representan “el cuarto factor de producción”, el cual es necesario para mejorar la competitividad industrial –dando a entender que argumentos similares pueden ser exitosos hoy en día–. Francamente, este tipo de lenguaje me sorprende ya que me parecen más características fundamentales de nuestro neoliberalismo que base para una alternativa al mismo. Como profesor de una universidad pública, rechazo la idea de que mi trabajo sea incrementar la capacidad productiva de los trabajadores o reducir los costes de producción del capital estadounidense. Ni tampoco creo que tengamos éxito defendiendo la educación y otros servicios públicos de ser desmantelados usando ese lenguaje. Y por supuesto, ese no es el único lenguaje del que podemos echar mano. Como Mike Konczal expone en su libro Freedom from the Market, históricamente la lucha por la provisión pública de servicios se ha hecho a menudo en términos de retirar de las influencias del mercado ciertas áreas de la vida, así como de los argumentos que Hudson describe.

Aún de modo más fundamental, encuadrar el mensaje aquí sugiere que las características despreciables del capitalismo emanan de que el capitalismo no es suficientemente capitalista. El foco en los monopolios y las rentas sugiere que lo que es deseado es una economía de mercado más competitiva. Decir que la injusticia y el despilfarro del capitalismo existente emana de impedir que los precios sigan los costes de producción Es una posición sorprendentemente proudhoniana. Es desde una perspectiva marxista desde la que entendemos que la fuente de la injusticia y el despilfarro es precisamente la presión por competir en base a menores costes de producción.

Hay muchas cosas interesantes y perspicaces en el trabajo de Hudson –como siempre, por otra parte–. Pero no quedo muy convencido de que el capitalismo industrial y financiero deban ser pensados como dos sistemas opuestos, o que podemos contar con una explicación históricamente seria sobre una transición del uno y al otro. La industria y las finanzas deben ser entendidas, en mi opinión, como dos lados del mismo sistema, o como dos momentos del mismo circuito del capital. El capitalismo es un sistema en el que la actividad creativa humana es subordinada a la acumulación de dinero sin fin. En este sentido, las finanzas son fundamentales para la producción. Si nos empecinamos en la división entre industria y finanzas corremos el riesgo de atribuir efectos objetables de la acumulación a algún otro factor –a un rentista o a un terrateniente– dejando una sesgada e idealizada visión del capitalismo productivo como resultado.

Siendo esto la URPE (Unión de Economía Política Radical), muchos habremos cantado en algún momento u otro aquello de “nada es lo que tenemos en común con los codiciosos parásitos”. ¿Creemos que esas palabras se refieren solo a los banqueros, o también a los jefes de industria?

Nota: mi colega Julio Huato ha realizado aquí una argumentación similar como respuesta a una versión anterior del trabajo de Hudson hace algunos años."         

(J. W. Mason  . Es profesor de economía en el John Jay College, en Nueva York y en el Instituto Roosevelt, Sin Permiso, 31/01/21)

12/1/21

Engels se adelantó a Marx...

 "Se cumplen doscientos años del nacimiento de Friedrich Engels, un gigante del movimiento socialista del siglo XIX, y durante cuatro décadas, el colaborador más cercano de Karl Marx. Después de la muerte de su amigo en 1883, Engels dedicó gran parte de sus últimos años a editar y popularizar la obra de Marx.

Pero como insiste el economista marxista Michael Roberts en su nuevo libro, Engels 200: su contribución a la economía política, Engels también fue un pensador innovador por derecho propio. Desde su trabajo sobre la relación de la humanidad con la naturaleza hasta sus escritos sobre finanzas, Engels ofreció una visión clara de muchos problemas a los que los socialistas tienen que enfrentarse hoy.

Roberts habló con David Broder de Jacobin sobre el papel de Engels en la configuración del pensamiento del joven Marx, la relevancia de sus ideas sobre el desempleo y la cuestión de la vivienda, y por qué debería ser defendido de los intentos de pintarlo como una figura puramente dogmática.

-Enviado a trabajar en la empresa de su padre en Manchester desde 1842, Engels comenzó a trabajar en La situación de la clase obrera en Inglaterra. Basó este estudio en conversaciones con los trabajadores, su red de "informantes" y su estudio de las estadísticas oficiales. Destaca que esto no solo produjo una imagen de privación, sino que ayudó a explicar cómo se determinan los salarios en una economía capitalista, de una manera diferente a los economistas políticos clásicos.

Sí, a la madura edad de veinticuatro años, Engels publicó su detallado estudio sobre la condición de los trabajadores en Manchester, en el apogeo de la Revolución Industrial. Esto le llevó a concluir que el trabajo asalariado era una nueva forma de explotación propia del capitalismo, diferente de la esclavitud o la servidumbre.

Al introducir tecnología y máquinas para reemplazar el trabajo, el capitalismo genera un "ejército de mano de obra de reserva" permanente. El tamaño de ese ejército de reserva fluctúa con los caprichos del ciclo de auge y recesión bajo el capitalismo. Pero el capital siempre ejerce una presión general a la baja sobre los salarios de los trabajadores y, por lo tanto, sobre la parte del ingreso que se destina al trabajo.

Engels apoya empíricamente su tesis: “De este excedente de población hay, según los informes de los comisionados de las Leyes de Pobres, en promedio, un millón y medio en Inglaterra y Gales. . . " Pero Engels señala que estas cifras “oficiales” de desempleo son una subestimación: “Este millón y medio incluye solo a aquellos que realmente solicitan ayuda a la parroquia; la gran multitud que sigue luchando sin recurrir a este recurso tan odiado, no lo tiene en cuenta”. Podríamos repetir esta crítica a los datos oficiales modernos de desempleo, que a menudo no tienen en cuenta a los trabajadores que no reclaman prestaciones pero que sí quieren empleo.

La competencia entre capitalistas los lleva a pagar a sus trabajadores lo menos posible, mientras intentan exprimirles cada vez más trabajo: la sindicalización era fundamental. El hecho de que la sindicalización ayuda a mantener los niveles de salario real y la participación del trabajo en la producción ha sido confirmado desde entonces por muchos estudios.

La teoría de Engels tiene relevancia en la actualidad. Durante la mayor parte de los últimos cuarenta años, el salario en los Estados Unidos se ha estancado para todos menos para los trabajadores mejor pagados, y la desigualdad ha aumentado dramáticamente. La proporción de trabajadores cubiertos por un convenio colectivo se redujo del 27 por ciento al 11,6 por ciento entre 1979 y 2019, lo que significa que la tasa de cobertura sindical ahora es menor de la mitad de lo que era hace cuarenta años. La investigación muestra que la desindicalización es una parte considerable de las causas del crecimiento de la desigualdad durante ese período: alrededor del 13% al 20% para las mujeres y del 33% al 37% para los hombres. La aplicación de estos indices a los datos de ingresos anuales revela que los trabajadores están perdiendo ahora alrededor de $ 200 mil millones anualmente como resultado de la erosión de la cobertura sindical durante las últimas cuatro décadas, y ese dinero se redistribuye hacia arriba, a los ricos.

-Presenta a Engels como un precursor, comunista antes que Karl Marx, responsable de conceptos y categorías que se asociaron a su amigo y colaborador. En particular, destaca Umriss de Engels, que escribió con tan solo veintidós años. ¿Qué inspiró este texto y qué efecto tuvo este "primer marxista" en el desarrollo de los estudios del propio Marx?

Marx escribió una vez a Engels: "Como sabes, siempre llego tarde a todo, e invariablemente sigo tus pasos". En el caso de la economía política, esto era cierto. La experiencia de Engels a principios de la década de 1840, trabajando en la fábrica de algodón de su padre en Manchester, le abrió los ojos a la naturaleza directamente material de la "alienación" bajo el capitalismo. Una alienación que tomaba la forma de explotación y pobreza de cientos de miles de trabajadores rurales que inundaron las ciudades en la llamada Revolución Industrial de Inglaterra.

En sus primeras reuniones, Engels instó a Marx a leer las obras de los economistas contemporáneos, a comprender las contradicciones del capitalismo. Una crítica filosófica del capitalismo era importante, pero una crítica científica del capital y los economistas era vital. Engels fue el primero en hacerlo. En Manchester, entre octubre y noviembre de 1843, Engels escribió su primera obra económica, titulada Apuntes para una crítica de la economía política (Umrisse). Fue escrita para alentar a Marx a concentrarse en su propia crítica de la economía política y del capitalismo.

La crítica de Engels es un brillante análisis de las ideas de los economistas contemporáneos, exponiendo sus contradicciones. También comienza a desarrollar algunas de las que se convirtieron en las categorías básicas de las teorías marxistas del valor y la crisis, mucho antes que Marx. Enfatiza la propiedad privada como la base de la producción capitalista moderna; expone la naturaleza del valor bajo el capitalismo (incluida una teoría de la renta); destaca la continua tensión entre competencia y monopolio, libre comercio y proteccionismo; y ofrece una explicación de los ciclos regulares y recurrentes de auge y recesión del capitalismo moderno. Todos estos son gérmenes (a veces más que gérmenes) de la crítica posterior de Marx en El Capital.

Hay limitaciones en Umrisse que Marx superó más tarde. Lo que falta en la explicación de Engels es la teoría de la plusvalía de Marx: que solo el trabajo crea valor, que al tener el monopolio de los medios de producción, los capitalistas pueden apropiarse del valor creado por el trabajo. Convierten el trabajo mismo en una mercancía, la fuerza de trabajo, y así obtienen un excedente mediante la venta de la mercancía por más valor que el salario del trabajo. Este descubrimiento, como siempre apuntaba Engels, fue uno de los mayores logros científicos de Marx.

En mi opinión, a pesar de sus limitaciones, la contribución del joven Engels a la economía política sigue siendo refrescantemente moderna y relevante, incluso si es olvidada por la mayoría, incluidos los economistas marxistas.

-¿En qué sentido desarrolló Engels el concepto de “financiarización”?

La financiarización es una palabra de moda entre los economistas heterodoxos y marxistas en este momento. El término implica que el sector financiero se ha vuelto dominante en la acumulación capitalista moderna y, de hecho, la mayoría de las grandes empresas y actividades no financieras se han transformado en operaciones financieras que ya no son productivas para la sociedad en su conjunto. Vivimos en un mundo de capital financiero, no en el capitalismo.

Lo que encontré al preparar este breve libro fue que Engels iba nuevamente por delante de Marx a la hora de discernir el papel creciente del capital financiero en el capitalismo moderno. En particular, fue el primero en utilizar el término marxista de "capital ficticio", cuando los capitalistas invierten en activos financieros como acciones y bonos en lugar de activos materiales como fábricas y trabajadores.

Los capitales ficticios son reclamos sobre el valor futuro creado por los trabajadores en los sectores productivos; son "ficticios" porque es posible que ese nuevo valor nunca se materialice, lo que eventualmente conducirá a una crisis financiera. Ya en 1844, Engels escribió:

“Además están los audaces especuladores que trabajan con capital ficticio, que viven del crédito, que se arruinan si no pueden vender rápidamente; que se lanzan a esta carrera universal y desordenada por las ganancias, multiplican el desorden y empujados por su pasión desenfrenada, hacen enloquecer los precios y la producción”.

Posteriormente, tras la muerte de Marx, Engels desarrolló aún más su concepto de capital ficticio, teniendo en cuenta la evolución del capital financiero en Gran Bretaña y Estados Unidos. Refiriéndose a El Capital de Marx, Engels comentó: “En ese momento [1865], la bolsa de valores era todavía un lugar donde los capitalistas se llevaban el capital acumulado por unos y otros”. Ahora las cosas habían cambiado. Se había producido un “cambio que hoy asigna un papel considerablemente mayor y en constante crecimiento a la bolsa de valores y que, a medida que se desarrolla, tiende a concentrar toda la producción, industrial y agrícola, y todo el comercio, los medios de comunicación así como como los instrumentos de intercambio, en manos de los operadores bursátiles, de manera que la bolsa se convierte en el representante más destacado de la propia producción capitalista”.

Pero no creo que Engels hubiera estado de acuerdo con la teoría moderna de la financiarización. Esta teoría moderna sugiere que 1) la actividad financiera es ahora la principal fuente de plusvalía y que 2) el exceso financiero es ahora la principal causa de las crisis, y no el exceso de capital productivo en relación con la rentabilidad que causa la sobreproducción. La opinión de Engels era que sí, que el crédito puede "separarse del comercio de productos básicos y tener un desarrollo de sus propias leyes especiales y fases separadas determinadas por su propia naturaleza", pero sólo "bajo ciertas condiciones impuestas por la producción y el comercio de productos básicos y dentro de estos límites ". Las crisis son el resultado de la sobreproducción de capital, no de un exceso financiero.

-Un conjunto importante de escritos de Engels se refieren a la "cuestión de la vivienda". Si bien insistió en que este problema solo podría resolverse si se entendía como parte de una "cuestión social" más amplia, también refutó la analogía hecha por Pierre-Joseph Proudhon al comparar directamente las relaciones de propietario e inquilino con las relaciones entre capitalista y trabajador. ¿Por qué esta analogía es engañosa y qué tipo de enfoque de la escasez de viviendas y los altos alquileres implica esta crítica?

Los reformadores sociales de mediados del siglo XIX eran muy conscientes de las espantosas condiciones de vivienda de los trabajadores, obligados a pagar rentas exorbitantes a los terratenientes que exprimían sus salarios al límite, para vivir en la miseria. Nada ha cambiado en eso hoy para millones. Entonces, socialistas prominentes, como Proudhon, vieron la solución para acabar con el latifundismo habitacional privado mediante la conversión de los alquileres de los inquilinos en pagos de hipotecas sobre sus viviendas, de las que llegarían a ser propietarios. El reformador social Sax sostuvo la opinión de que la propiedad de la "casa y el jardín" transformaría a los trabajadores en capitalistas al permitirles generar ingresos o crédito de sus bienes raíces en tiempos difíciles y también mejorar su sentido de "autoestima".

En una serie de ensayos, Engels rechazó esta solución a la crisis de la vivienda. Calculó que cualquier política dirigida a controlar los alquileres o limitar el enorme interés de los banqueros en las hipotecas se quedaría muy corta a la hora de resolver la "cuestión de la vivienda". Como dijo:

“Nuestro proudhoniano llega y cree que si prohibiéramos que una sola subespecie de capitalistas -y entre ellos esos capitalistas que no compran directamente fuerza de trabajo y, por lo tanto, tampoco causan que se produzca plusvalía-, recibiese ganancias o intereses, sería un paso adelante. Pero la masa de trabajo no remunerado de la clase trabajadora seguiría siendo exactamente la misma incluso si los terratenientes y los banqueros fueran privados mañana de la posibilidad de recibir la renta del suelo e intereses”.

Lo que se necesitaba para resolver la crisis de la vivienda era acabar con la propiedad privada de tierras y viviendas. Para Engels, no existía una crisis de la vivienda per se, solo una crisis del capitalismo en la que las condiciones de la vivienda constituían simplemente “uno de los innumerables males secundarios menores causados ​​por la explotación de los trabajadores por el capital”.

La crítica de Engels tiene relevancia moderna. Tomemos la medida muy popular de Margaret Thatcher en el Reino Unido en la década de 1980 de fomentar las ventas directas de viviendas municipales con grandes descuentos a los inquilinos, para expandir la propiedad de vivienda a expensas del parque de viviendas públicas. Esta política de derecho a la compra es ahora la causa directa y principal de la falta de viviendas asequibles en el Reino Unido en la actualidad (durante los últimos treinta y cinco años, casi tres millones de viviendas de propiedad pública se han vendido bajo este esquema). El derecho a comprar incluso fracasó en sus propios términos privatizadores, ya que muchos de los que ejercieron su derecho de compra de la vivienda se lo vendieron a propietarios privados, quienes luego la alquilaron a inquilinos al doble o al triple de los niveles de los alquileres públicos anteriores.

-Después de haber dado un paso atrás para apoyar económicamente la obra de Marx, tras la muerte de su amigo, Engels hizo mucho por editar y difundir su obra, además de ser una figura venerada en el movimiento socialista. Pero muchos teóricos lo han condenado por estos esfuerzos, acusándolo de producir un marxismo vulgarizado que le otorgó un carácter falsamente “sistémico”. Este enfoque ha sido descrito como mecanicista o incluso proto-estalinista. ¿En qué cree que se sostienen tales argumentos y resisten la critica?

Sí, parece que Engels atrae muchas críticas de algunos marxistas. La razón, parece ser, es que convirtió el marxismo en un sistema teórico para transformar un movimiento político de masas. A muchos "académicos" marxistas no les gusta eso. Por esa razón, prefieren retratar a Marx como un “pensador liberal” en contraposición al “astuto” comunista Engels. Es cierto que Engels se hizo comunista antes que Marx. Y es cierto que los pensadores soviéticos de Stalin utilizaron las obras de Engels para sugerir que la transición del capitalismo al socialismo era inexorable y determinada, como lo demostraba el ejemplo de la Unión Soviética. Pero eso era una distorsión de Engels, como la de los "marxistas liberales" del Occidente postsoviético.

En mi opinión, no hay una sola frase que pueda separar a Marx y Engels en su concepción materialista de la historia y del socialismo científico. Trabajaron estrechamente y colaboraron en todos sus estudios durante más de cuarenta años, y cada uno conocía íntimamente los puntos de vista del otro. Por supuesto, no estaban de acuerdo en todos los puntos y comas, ya que eran pensadores independientes, pero en los temas clave y en el enfoque, estaban de acuerdo. Si no, ¡lo habríamos sabido!

Como dijo Marx a Engels al finalizar su obra maestra, El Capital : “Sin ti, nunca hubiera podido concluir la obra, y te puedo asegurar que siempre pesó como una pesadilla en mi conciencia que estuvieras permitiendo que se malgastasen y oxidasen tus energías en el comercio, principalmente por mi bien, y, además, que tuvieras que compartir todos mis petites miseres".

-A Engels se le acusa de una visión que exalta el máximo desarrollo de las fuerzas productivas a través del dominio humano desenfrenado de la naturaleza. Pero su interpretación (como la de John Bellamy Foster) ve a Engels como un precursor del pensamiento ecológico. ¿Qué se puede encontrar en la obra de Engels contra el extendido prejuicio anterior?, y ¿su crítica ecológica va más allá de un rechazo moral o sentimental de los efectos de la industrialización?

Marx y Engels a menudo son acusados ​​de una visión "prometeica" de la organización social humana, es decir, que los seres humanos, utilizando el conocimiento y la destreza técnica, pueden y deben imponer su voluntad sobre el planeta y lo que se llama "naturaleza", para bien o para mal.

Esta acusación está especialmente dirigida a Engels, quien, según se afirma, adoptó una visión burguesa “positivista” de la ciencia: el conocimiento científico era progresista y neutral ideologicamente, al igual que la relación entre el hombre y la naturaleza. De hecho, la crítica moderna "verde" de Marx y Engels es que no sabían que el homo sapiens estaba destruyendo el planeta y, por tanto, a ellos mismos. En cambio, Marx y Engels tenían una fe prometeica conmovedora en la capacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas y la tecnología para superar cualquier riesgo para el planeta y la naturaleza.

Pero, en verdad, Engels se adelantó (una vez más) a Marx al conectar la destrucción y el daño al medio ambiente que estaba provocando con la industrialización. Mientras aún vivía en su ciudad natal de Barmen (ahora Wuppertal), a la edad de dieciocho años, escribió varias notas en su diario sobre la desigualdad entre ricos y pobres, la piadosa hipocresía de los predicadores de la iglesia y también la contaminación de los ríos.

En Umrisse, Engels señaló cómo la propiedad privada de la tierra, el afán de lucro y la degradación de la naturaleza van de la mano. Una vez que la tierra se vuelve mercancía por el capital, está sujeta a tanta degradación como el trabajo. Ahora sabemos que el COVID-19 y otras pandemias de patógenos se deben al impulso del capitalismo de industrializar la agricultura y someter el mundo salvaje restante que ha llevado a la naturaleza a "contraatacar", ya que los seres humanos entran en contacto con patógenos contra los que no tienen inmunidad.

En este momento de la pandemia de COVID-19, vale la pena volver a una de las grandes obras de Engels: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En esta obra inconclusa, Engels muestra la íntima conexión entre el trabajo humano y la naturaleza, una conexión que si se rompe es devastadora para la humanidad y para las otras especies del planeta. Para él:

“a cada paso se nos recuerda que de ninguna manera dominamos la naturaleza como un conquistador a un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que nosotros, con carne, sangre y cerebro, pertenecemos a la naturaleza y existimos en ella, y que todo nuestro dominio sobre ella consiste en el hecho de que tenemos la ventaja sobre todas las demás criaturas de poder aprender sus leyes y aplicarlas correctamente”.

Engels atacó la opinión de que la "naturaleza humana" es intrínsecamente egoísta y simplemente destruiría la naturaleza. Describió ese argumento como una "blasfemia repulsiva contra el hombre y la naturaleza". Los seres humanos pueden trabajar en armonía con la naturaleza y como parte de ella. Requiere un mayor conocimiento de las consecuencias de la acción humana. Pero como dijo Engels: “Para llevar a cabo este control se requiere algo más que mero conocimiento”. La ciencia no es suficiente. "Requiere una revolución completa en nuestro modo de producción hasta ahora existente, y con él de todo nuestro orden social contemporáneo". El “positivista” Engels, al parecer, todavía apoyaba la concepción materialista de la historia de Marx."                        (Entrevista a Michael Roberts, Sin Permiso, 05/12/20; fuente: JACOBINMAG)

18/8/20

La economía marxista de Ernest Mandel, ayer y hoy

"Un cuarto de siglo después de la muerte de Ernest Mandel (1923-1995), este artículo no está concebido como un homenaje. Manteniéndome fiel al marxismo vivo, que fue el suyo, me limitaré más bien a mostrar como sus escritos económicos siguen estando de actualidad, a la vez que esbozar cuestiones, antiguas o nuevas, que los mismos sugieren[1].

La difusión del marxismo

Mandel desempeñó un papel clave en la difusión de un marxismo desembarazado de sus oropeles estalinistas, siempre preocupado por establecer un vínculo entre el análisis económico y la acción militante. Su primera contribución importante fue el Tratado de economía marxista[2] publicado en 1962. Esta síntesis se benefició de una amplia difusión internacional y contribuyó a la renovación de un marxismo vivo, libre de dogmatismo y preocupado por integrar los desarrollos más recientes. 

El capítulo XI, dedicado a las crisis periódicas, es un buen ejemplo de ello: Mandel ya esbozó en él una síntesis entre las teorías basadas en el subconsumo y en la desproporcionalidad, refiriéndose a las contribuciones de economistas tales como Harrod, Kuznets, Samuelson, Goodwin, Kalecki o Joan Robinson. Consideraba que las mismas están “excesivamente simplificadas” pero que “aportan sin embargo un material importante”.

En 1963, Mandel impartió una serie de conferencias durante un fin de semana de formación organizado por la Federación de París del Parti socialiste unifié (PSU). Estas conferencias dieron lugar a un folleto Iniciación a la economía marxista[3], de la que se publicaron varias reediciones. Aunque evidentemente merecería ser actualizado, se trata de un texto notable, muy pedagógico y muy revelador de la constante preocupación de Mandel por construir puentes entre la teoría más exigente y la formación de las y los militantes.

En 1967, Mandel publicó La formación del pensamiento económico de Karl Marx[4]. Este libro tenía el interés especial de dar a conocer una obra fundamental de Marx –los Gründrisse – incluso antes de que estuviera disponible la primera traducción francesa de Roger Dangeville. Conviene leer, especialmente, el capítulo dedicado a la “dialéctica del tiempo de trabajo y del tiempo libre”, que es una introducción perfecta al tema de la reducción del tiempo de trabajo.

Está claro que Mandel se dedicaba a difundir el pensamiento económico de Marx, siempre con la preocupación de ofrecer una versión no dogmática del mismo. No es pues una casualidad que se le pidiese de escribir el prefacio de la edición inglesa de El Capital (Penguin), lo que de paso muestra la notoriedad de Mandel en el mundo anglo-sajón[5]. Desgraciadamente estas introducciones a los tres libros del Capital no se encuentran disponibles en francés, mientras que si han sido traducidas al español, reunidas en el libro El Capital. Cien Años de controversias en torno a la Obra de Karl Marx[6]. Constituyen una introducción importante a la principal obra de Marx.

El problema de la transformación

De él podemos extraer un pasaje dedicado al llamado problema de las transformación de los valores en precios. Esta cuestión teórica tiene su importancia, ya que ha dado lugar a la crítica de la teoría del valor de Marx: existiría una contradicción irresoluble entre el Libro I (los valores son proporcionales a los gastos de trabajo) y el Libro III (los precios son proporcionales a los capitales avanzados) de El Capital.

La respuesta de Mandel consiste en rechazar la hipótesis fundamental de los críticos de Marx según la cual los precios de producción de los inputs (lo que entra en la producción) sont idénticos a los precios de los outputs (lo que se produce): en los ciclos de producción presentes los insumas son datos, que se dan al comienzo de ese ciclo, y no tienen efecto de retroalimentación sobre la nivelación de las tasas de ganancia en distintos ramos de producción durante ese ciclo.

 Basta con suponer que son calculados, del mismo modo, en precios de producción y no en valores, pero que esos precios de producción resultan de la nivelación de las tasas de ganancia durante el previo ciclo de producción, para que desaparezca toda incongruencia (…)los precios de producción de materias primas, como todos los demás insumos comprados por capitalistas dedicados actualmente a la producción (…) son resultados

de la nivelación de la tasa de ganancia ocurrida durante el período anterior»[7].Unas pocas palabras son suficientes para resolver el problema.. Pero, curiosamente, este punto de vista de Mandel no se desarrollará: en la obra colectiva titulada Ricardo, Marx, Sraffa[8], solo tratará el problema de la transformación desde el punto de vista del papel del oro y de la moneda.

 La trayectoria del capitalismo

Los rendimientos del capitalismo de la post-guerra (débil desempleo, crecimiento del poder adquisitivo) iban contra las tesis de su hundimiento ineluctable o de la pauperización del proletariado defendidas por los economistas estalinistas. Para analizar esa nueva configuración, Mandel habla de neo-capitalismo (un término que rechazó después) y comienza desarrollar la idea de la onda larga.

Desde 1963, Mandelc–en la ya citada Iniciación a la economía marxista– se refiere a Kondratieff y despúes señala que “la onda a largo plazo que empezó con la segunda guerra mundial y en la que todavía estamos –digamos la onda 1940-1965 o 1940-1970– ha estado, al contrario, se caracterizó por la expansión”. Ella permite “una elevación tendencial del nivel de vida de los trabajadores”. 

Hay pues una clarividente anticipación el giro que vendrá después, que será precisado en un notable artículo publicado en 1964 en Les Temps Modernes, titulado “L’apogée du néo-capitalisme et ses lendemains”[9] en el que Mandel predecía el próximo fin de la expansión de post-guerra, que todavía no se llamaba los Treinta Gloriosos.

Con la teoría de las ondas largas, Mandel retoma las elaboraciones de inicios del siglo XX, especialmente las de Parvus y Trotsky. Reproducimos la curva original que figura en el artículo de Trotsky de 1923[10] y su transcripción francesa. Ella esboza ya la idea clave de la teoría de las ondas largas, es decir que el capitalismo recorre períodos históricos: “20 años de desarrollo capitalista muy gradual (A-B) ; 40 años de auge impetuoso (B-C); 30 años de crisis prolongada y de declive (C-D)” y Trotsky precisa que no se trata de ciclos, como piensa equivocadamente Kondratieff, ya que “su carácter y su duración están determinados no por el juego interno de las fuerzas capitalistas, sino por las condiciones externas que forman el lecho de su desarrollo”.

La tasa de beneficio

 Mandel se ha referido siempre a la formulación clásica de la ley de la baja tendencial de la tasa de beneficio. Lo atestigua por ejemplo la exposición que hizo de la misma en su text:o “Variables parcialmente independientes y lógica interna en el análisis marxista clásico”: “el aumento de la composición orgánica del capital conduce al aumento tendencial de la tasa media de beneficio (…) 

A largo plazo, la tasa de plusvalía no puede aumentar proporcionalmente a la tasa de crecimiento de la composición orgánica del capital, y la mayor parte de las contra-tendencias tienden, al menos periódicamente (y también a muy largo plazo), a ser suplantadas a su vez”[11].

Esta formulación tradicional es controvertida, ya que el aumento incuestionable de la composición física del capital (el número de máquinas por persona asalariada) no entraña forzosamente el de la composición orgánica (en valor) ya que, entre los dos se encuentra la productividad del trabajo. No es menos cierto que el desarrollo de las ondas largas tiene algo que ver con la tasa de beneficio. Pero ello no quiere decir que la fase expansiva se desencadene automáticamente una vez que la tasa de beneficio supera cierto umbral. Esta es una condición necesaria pero no suficiente.

 Es necesario que la forma en que se restablece la tasa de beneficio aporte al mismo tiempo una respuesta adecuada a otras cuestiones relativas, en especial, a la realización del producto. Sin embargo, como insistía Mandel, la tasa de beneficio es un buen indicador sintético de la doble temporalidad del capitalismo. La implementación de un orden productivo coherente exige que se mantenga a un nivel elevado y más o menos garantizado. Al cabo de un cierto tiempo, el juego de las contradicciones fundamentales del sistema degrada esa situación y la crisis se encuentra siempre marcada por una caída significativa de la tasa de beneficio.

 Caída que refleja refleja la doble incapacidad del capitalismo, tanto para reproducir el grado de explotación de los trabajadores y trabajadoras como para asegurar la realización de las mercancías, más que una tendencia al aumento de la composición orgánica del capital. Por ello nos parece útil reformular la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio: , 1980,ecta unaate,beneficio «n·tes para presentaciésta no baja de forma continua, pero los mecanismos que la empujan a la baja acaban siempre por vencer a lo que Marx llamaba las contra tendencias. La inflexión es endógena y, por consiguiente, la exigencia de una refundición del orden productivo reaparece periódicamente.

En todo caso, Mandel nunca hizo de esta ley el alfa y omega de la explicación de las crisis. En el capítulo de su libro La Crisis: 1974-1980[12], en la que aborda esta cuestión, Mandel enumera las causas invocadas por diversas escuelas marxistas : “¿La sobreacumulación de los capitales? Sin ninguna duda (…) ¿El sub-consumo de las masas ? Sin ninguna duda (…) ¿La anarquía de la producción y la desproporcionalidad entre las diferentes ramas? Sin ninguna duda (…) ¿La caída de la tasa de beneficio? Sin ninguna duda”. 

En lo que respecta a esta última aproximación, precisa: “pero tampoco en el sentido mecanicista del término que sugiere una cadena causal rectilínea”. De esa forma, Mandel rechaza de forma clara las explicaciones monocausales de la crisis y especialmente la caída tendencial de la tasa de beneficio, que para algunos marxistas es una prueba de ortodoxia.

¿En qué onda estamos?

Lógicamente, la cuestión que se plantea es la de saber donde nos encontramos. Nuestra respuesta es que seguimos estando en la onda larga recesiva iniciada con la recesión generalizada de 1974-75, encadenada con la de 1981-82. Esto exige varias precisiones.

La primera es que la teoría de Mandel nunca definió que cada onda larga debiera durar entre 25 y 30 años. Es cierto que fue eso lo que aproximadamente ocurrió en el pasado, pero esa constatación no supone que se trate de una regla; simplemente, porque las ondas largas no son ciclos. Es absolutamente necesario rechazar esa incorrecta asimilación, que se encuentra por ejemplo en la pluma de Robert Boyer, uno de los fundadores de la llamada escuela de la regulación: “no podemos contentarnos con la interpretación, bastante mecánica propuesta por N.D. 

Kondratief, recientemente retomada por E. Mandel, que representa la historia del capitalismo como la sucesión de ondas de fuerte y después débil acumulación, de duración aproximada de un cuarto de siglo (…) Ningún principio teleológico garantiza ni la sucesión mecánica de fases ascendentes, después descendentes, ni el paso automático de un régimen de acumulación principalmente extensivo a un régimen de predominio intensivo”[13].

Se trata de un burdo error de lectura, si se compara con lo que explicaba Mandel en la primera versión de su libro, 1980, sobre las ondas largas : “La aparición de una nueva onda larga expansiva no puede considerarse como un resultado endógeno –más o menos espontáneo, mecánico, autónomo- de la precedente onda larga depresiva, cualesquiera que sea la duración y la gravedad de ésta. Lo que determina este punto de inflexión no son las leyes de movimiento del capitalismo, sino los resultados de la lucha de clases d todo un período histórico. 

Por tanto, lo que estamos planteando aquí es una dialéctica de los factores objetivos y los subjetivos del desarrollo histórico, en el cual los factores subjetivos se caracterizan por su relativa autonomía; es decir, no están directa e idefectiblmente predeterminados por lo ocurrido previamente a las tendencias básicas de la acumulación de capital, a las tendencias de la transformación tecnológica o al impacto de esas tendencias en el mismo proceso de organización del trabajo”[14].

O para resumir: “las ondas largas son más que simples altibajos rítmicos de la tasa de crecimiento de las economías capitalistas. Vienen a ser, períodos históricos específicos precisos en un sentido real” (op.cit, 92).

Es desde este punto de vista como hay que analizar la trayectoria del capitalismo desde el giro de los años 1980. Ciertamente se ha restablecido la tasa de beneficio, al menos hasta la crisis de 2008, pero ello no basta. En efecto, nada es más extraño a la teoría que postular que basta con alcanzar un cierto umbral de rentabilidad para encadenar una nueva fase expansiva. 

Lo que es nuevo, es que el restablecimiento de la tasa de beneficio (que cuestionan algunos autores marxistas) no ha vemido acompañado de una recuperación de la acumulación, del crecimiento o de incremento de la productividad. A nuestro entender este último punto es primordial: la desaceleración, incluso el agotamiento, de los incrementos de productividad es el indicador más significativo de una pérdida de dinamismo del capital.

Sin embargo, estas aumentos de productividad podrían darse por las importantes innovaciones tecnológicas. En la teoría de las ondas largas existe un vínculo orgánico entre la sucesión de ondas largas y la de las revoluciones científicas y técnicas, sin que la misma pueda atribuirse a una visión inspirada por Schumpeter, para quien la innovación sería en si misma la llave de la apertura de una nueva onda larga. 

Desde este punto de vista, los cambios asociados a las nuevas tecnologías constituyen sin duda un nuevo “paradigma técnico-económico” pero ello no basta para originar una nueva fase expansiva. Este es todo el debate sobre el estancamiento secular, que parte de la constatación de que las considerables innovaciones en todos los terrenos no engendran aumentos de productividad.

La automatización

Algunos imaginan que las nuevas tecnologías conllevan un potencial incremento de la productividad, que por otra parte implicarían fuertes reducciones de empleos. Si se admite que este pronóstico puede cumplirse, habría que preguntarse sobre el modelo social asociado a estas transformaciones. Sobre este tema es útil referirse a un texto fundamental de Mandel, que data de 1986: “Marx, la crisis actual y el porvenir del trabajo humano”[15]

Esboza un cuadro muy pesimista –pero bastante premonitorio- de los efectos de la automatización capitalista, evocando la perspectiva de una “ sociedad dual que dividiría al proletariado actual en dos grupos antagónicos : los que continúan participando en el proceso de producción de la plusvalía, es decir en el proceso de producción capitalista (con una tendencia a la reducción de salarios) y los que quedan excluidos de ese proceso y que sobreviven por cualquier medio diferente al de la venta de su fuerza de trabajo a los capitalistas o al Estado burgués: asistencia social; aumento de las actividades independientes, campesinos parcelarios o artesanos, vuelta al trabajo doméstico, comunidades lúdicas, etc., y que compran las mercancías capitalistas sin producirlas. En el trabajo precario, a tiempo parcial o el no declarado, que afecta especialmente a las mujeres, los jóvenes trabajadores, los inmigrantes, etc., se encuentra una forma transitoria de marginalización en relación al proceso de producción normal.

Mandel y el coronavirus

Este anacronismo es deliberado: quiere subrayar que el interés de los trabajos económicos de Mandel no reside únicamente en los análisis que incorporan sino también en los útiles metodológicos que nos ofrecen. Es por ello que su lectura, o relectura, sigue siendo útil un cuarto de siglo después de su desaparición.

La teoría de las ondas largas se basa en gran parte en la distinción entre factores endógenos (que reenvían al funcionamiento normal del sistema y a sus contradicciones internas) y factores exógenos (que son de alguna forma exteriores al sistema). Mandel dedicó una gran parte de sus reflexiones a esa distinción y, en relación a ella, nos remitimos al texto de Francisco Louça, “El pulso de la historia”[16]. Pero esta distinción sigue de actualidad: ¿hay que considerar o no la crisis del coronavirus como una crisis exógena?

En un reciente artículo[17], Philippe Légé responde positivamente a esta cuestión.

Todos los choques exógenos infligidos al capitalismo no le confieren sin embargo la posibilidad de rebotar hacia una nueva fase expansiva. Sin dua, el capitalismo deberá reaccionar para volver a una forma de business as usual. Evidentemente, su objetivo va a ser el de restablecer la tasa de beneficio, puesto que ese es su único barómetro. Congelación o recorte de salarios y de los gastos sociales, automatización acelerada, reducción de los efectivos: se ve bien en qué sentido se orienta ya la recuperación.

 Pero estas reacciones, que de alguna forma son los reflejos típicos del capitalismo, no van a reducir las contradicciones que ya estaban en marcha antes incluso del estallido de la crisis.

Una vez mas, tenemos que echar mano de la aportación de E. Mandel: para que emerja una onda expansiva no basta con que se restablezca la tasa de beneficio o que aparezcan nuevas innovaciones tecnológicas. Es preciso que se ponga en marcha un orden productivo que asegure las condiciones de reproducción del sistema. Pero estas condiciones no se encuentran reunidas. 

A nuestro entender, por una razón esencial: el agotamiento del aumento de la productividad. A falta de reencontrar lo que es su fuerza propulsora y la fuente de una relativa legitimidad, el capitalismo está condenado a una reproducción inestable y fundamentalmente antisocial. Esto era cierto antes del virus y lo es más aún después."

Michel Husson, economista, ha publicado recientemente: Créer des emplois en baissant les salaires ? (Éditions du Croquant, 2015), El capitalismo en 10 lecciones, La Oveja Roja-viento sur, Madrid, 2013, Les casseurs de l’État social (La Découverte, 2003). Sus numerosos artículos están disponibles en su web : http://hussonet.free.fr. Los publicado en viento sur, aquí , Viento Sur, 17/07/20 ; fuente Alencontre