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25/1/22

Entrevista a María Sánchez: hoy en día es más fácil poner una nave intensiva de cerdos o de pollos que hacer un proyecto agroecológico donde estás previniendo incendios forestales, donde estás conservando paisaje y biodiversidad y donde estás produciendo alimentos que no enferman, que son saludables, de cercanía, de alto valor ambiental. Esta es la realidad... todos estos chicos y chicas que no se quieren ir de su pueblo, que se quieren quedar en su pueblo, ¿qué pasa con ellos, qué pasa con sus historias? O ¿qué pasa, por ejemplo, con toda la gente que se quiere ir a un pueblo pero no pueden porque no hay acceso a la tierra, no hay vivienda digna, no hay bolsa de alquiler social, las casas cuestan un dineral?

 "María Sánchez es veterinaria y trabaja con razas autóctonas en peligro de extinción, defendiendo otras formas de producción y de relación con la tierra como la agroecología, el pastoreo y la ganadería extensiva. Ha publicado el poemario Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017) y los libros Tierra de mujeres (Seix Barral, 2019) y Almáciga (Geoplaneta, 2020).

Júlia Martí: Cada vez se está hablando más sobre el mundo rural, aunque durante mucho tiempo ha sido el gran olvidado.

María Sánchez: Es un tema que no se ha tenido lo suficientemente en cuenta y que creo que en los tiempos en los que estamos, de emergencia climática y de pandemia, de capitalismo atroz y de hiperextractivismo hay que tocarlo ya, y creo que tiene que ser una cuestión vital y central en la agenda. Porque, a fin de cuentas, el tema de la tierra, de la sequía, de la comida, de la gente que trabaja en estos ámbitos –personas migrantes con poquísimos derechos y que están padeciendo muchísimo–, es clave. Y hay dinámicas –no quiero decir tradicionales, pero sí alternativas– que conservan biodiversidad y territorio, que podrían ser fundamentales en la lucha contra el cambio climático y que no se están teniendo en cuenta porque no interesa, porque al sistema no le es rentable ni tampoco le interesan estos modelos de producción. Debemos poner sobre la mesa y cuestionar de una vez el modelo agroalimentario que tenemos.

J. M.: En el libro Tierra de mujeres recuperas la historia de las mujeres rurales, una historia que a menudo vinculas con una herida abierta. ¿Cómo sanar estas heridas, cómo devolverlas al lugar que merecen?

M. S.: Escribí el libro entre 2017 y 2018, fue publicado en 2019. Desde que salió el libro, creo que ha habido un cambio brutal en el relato y la forma de mirar. Hemos pasado de no saber nada de las mujeres rurales, de sus historias y sus vidas, de sus problemas, de a lo que se enfrentan día a día, de la diversidad –porque no hay un solo tipo de mujer rural–, a tener visibilidad en las redes sociales, artículos, reportajes en medios… Y creo que es muy importante conocer todo lo que hay de nuestros medios rurales, saber de dónde venimos, con las cosas buenas y las cosas malas, para, en estos tiempos de emergencia climática y pandemias, saber hacia dónde queremos ir.

Cuando llega el feminismo en mi vida, me doy cuenta de todas estas lagunas, de todas estas cosas que no entendía, o que no hablaba, de todo aquello con lo que no nos atrevemos a romper el silencio. Es tan importante hablar, conocer, visibilizar... Y claro, en mi caso ¿qué pasa?, que cuando llega el feminismo a mi vida –como cuento en Tierra de mujeres– lo primero que hago es buscar veterinarias, científicas, ecologistas, divulgadoras, ornitólogas, botánicas…, pero paso por completo por encima de las mujeres de mi casa. Cuando era adolescente, mi madre era la persona que tenía de ejemplo de lo que no quería ser nunca en mi vida. Fui muy injusta, muy egoísta. No quise entender la vida que le tocó a mi madre, las renuncias, lo que tuvo que vivir, la época, el machismo, etc.

El libro sale de esta herida abierta, de este duelo, de este llegar tarde. No deja de ser una manera de pedir perdón a todas esas mujeres de mi familia. Con él intenté crear un lugar donde ellas se sintieran representadas y sintieran que sus historias y sus voces también importan, y que tienen muchísimo que contar. La historia de mi madre es muy dura, pero es la historia de tantas mujeres de este país. Nació en el 60, y con 12 años, siendo una niña, tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar la aceituna en el campo, sin derecho a decidir ni nada.

Quería hacer esta nueva narrativa para reconocerlas, para que sus historias también se tuvieran en cuenta. En estos casi tres años desde que salió el libro he tenido muchísimos encuentros en pueblos, y hay dos cosas que me han dicho que no dejan de repetirse: “este libro lo podría haber escrito yo” y “has contado mi vida”. Creo que eso es muy importante, esta reconciliación con nuestras madres y con las mujeres de nuestras familias a las que nunca quisimos parecernos y que nunca cuestionamos ni preguntamos por toda la desigualdad y renuncia que traían en sus espaldas.

J. M.: Me parece muy importante esta parte de reconocimiento generacional.

M. S.: En un encuentro con otras mujeres hace un par de años, en el turno de preguntas, una chica de 17 años se levantó del público muy enfadada diciendo que su madre no era feminista, preguntando qué libro tenía que darle, qué tenía que hacer para que su madre fuera feminista. “¿Tú has intentado hablar con tu madre de su vida?, ¿sabes qué quería ser tu madre de pequeña?”. Yo he sido muy egoísta diciendo de mi madre “es que hay que ver que solo limpia” o “solo se preocupa por la casa”, pero yo no quería saber que a mi madre desde pequeña la enseñaron a limpiar, a cocinar, a trabajar en el campo, a no tener nada, a no poder decidir. Es tan doloroso y duro…; creo que hay que conocer las mochilas que trae cada una encima, no podemos imponer, ni caer en dinámicas condescendientes ni paternalistas tan machistas, creo que toca acompañamiento, diálogo y entendimiento.

Pero cuidado, tampoco podemos caer en la idealización. Porque ahora, terriblemente, estamos en una ola de nostalgia reaccionaria, con frases como ya no hay mujeres como antes. Hay que visibilizar las cosas a las que renunciaron y las cosas que les tocó vivir. Esa desigualdad y machismo extremo que alcanzó a todas. Yo muchas veces me pregunto qué habría pasado si mi madre hubiera podido seguir yendo al colegio, ¿habría podido descubrir otros mundos, otras vidas? A lo mejor ahora estarías hablando con mi madre, a lo mejor ella sería la escritora.

J. M.: Tu relato choca con los intentos de representar una imagen idealizada de lo rural, de la vida que tuvieron nuestras madres y abuelas, ¿cómo combinar su reivindicación sin caer en el esencialismo y la mistificación?

M. S.: Es que sabes qué pasa, que esta reivindicación viene de gente que tiene un altavoz y que está muy bien respaldada por los grandes medios, pero que ni vive ni habita, ni sabe la realidad de los medios rurales. Me parece tan brutal que alguien haga esto y se cargue todo el trabajo de años de las asociaciones feministas y de los grupos de mujeres que hay en nuestros pueblos. Todas estas luchas que hay en los pueblos para evitar, primero, esta romantización-idealización y luego, también en el sentido contrario, esta voz tan simple donde somos unos brutos, donde somos los santos inocentes, Las Hurdes o Puerto Hurraco. Me parece tan injusto pensar que vivimos peor que nuestros padres, es que pienso en tantas cosas, por ejemplo: una mujer hasta entrados los años 80 no podía tener una cuenta bancaria, y si las mujeres tenían algo de tierra, el marido, cuando se casaban, la vendía o se quedaba con ello.

Recomiendo el libro Basa de Miren Amuriza, publicado en Consonni, sobre una mujer rural y los dilemas de dejar ser cuidada y de tener que seguir cuidando, por la mentalidad y la vida que te ha tocado vivir… A mí me hace mucha gracia cuando en las presentaciones de Tierra de mujeres, en algunos lugares del norte, siempre salía algún comentario por parte de hombres diciendo “no, es que en mi casa había un matriarcado”. Este famoso matriarcado en el norte, ¿no? Un matriarcado que se reduce a que la mujer podía decidir en qué se invertía alguna vez el dinero cuando tocaba cosas de la casa o que daba su opinión. Y yo les pregunto: “¿La casa de tu familia está a nombre de tu abuela?, ¿tu abuela manejaba el dinero?” Ahí tenemos los datos, el porcentaje de mujeres que tienen la propiedad de la tierra o que están dadas de alta es ridículo, ¿dónde está este matriarcado en las cifras? No existe. Hay una romantización tan brutal…, y con esta vuelta a ella, pienso que indirectamente estamos romantizando una dictadura, cuando romantizamos cómo vivían nuestras abuelas y nuestras madres.

 Podemos reivindicar sus vínculos y conocimientos (que tanto han sido despreciados por la academia), y sumarlos a las herramientas y saberes que tenemos hoy en día. Me horroriza que sigamos dando altavoz a discursos donde solo se habla de la mujer en el medio rural para hablar de políticas de natalidad. En este sentido, recomiendo el informe “Participación política de las mujeres campesinas en el Estado español”, un trabajo de Mundubat.

Hay muchas mujeres y hombres luchando por un mundo rural diverso, vivo, con soberanía alimentaria, para conservar nuestra biodiversidad, luchando contra macrogranjas, contra los vertederos y todos los proyectos de invasión de macroeólicos que estamos teniendo en territorios de alto valor ambiental. La mayoría de los grupos y movimientos que están trabajando desde los medios rurales, toda la gente que tengo la suerte de conocer y con la que trabajo, trabaja por el bien común, por la comunidad, por otros sistemas, por otras formas de relacionarnos, de vivir en la tierra, por otras políticas públicas. En vez de visibilizar estas luchas, ¿de verdad tenemos que estar volviendo a estos discursos llenos de nostalgia reaccionaria que quieren recuperar una vida pasada que nunca fue mejor? A fin de cuentas, lo que vivimos de pequeños cuando crecemos lo tendemos a romantizar.

Me parece tremendo que se amplifique una experiencia personal y se quiera imponer y convertir en el único relato válido y posible, dejando atrás una población y unos territorios diversos que llevan años de lucha y reivindicación.

J. M.: El pasado 8 de marzo publicasteis el manifiesto “Por un feminismo de hermanas de tierra”, en el que contabais “que son y serán mujeres fuertes de tierra que la mayoría de las veces no pudieron elegir ni decidir. Que a base de renuncias, creciendo en una casa construida sobre cimientos de desigualdad y machismo, nos abrieron vereda a las demás”. Frente a los estereotipos que siguen proliferando, ¿cómo describirías tú a las mujeres rurales de hoy en día, cuáles son sus reivindicaciones, proyectos, aspiraciones?

M. S.: Mira, justo este verano en una entrevista me preguntaron ¿a qué se puede dedicar una mujer rural?, y yo le dije que por qué no cambiaba la palabra rural por urbana y me volvía a hacer la pregunta. Una mujer rural se puede dedicar a lo que sea, creo que la gente ya tiene que entender –y esto es algo que lleva diciendo FADEMUR muchos años– que ya basta de esta imagen de la mujer rural como la mujer mayor vestida de luto de nuestros pueblos. Desde FADEMUR, que es la federación de asociaciones de mujeres rurales del país, llevan muchísimos años trabajando por la igualdad, consiguieron poner en marcha la ley de titularidad compartida, y con su trabajo visibilizan las necesidades y realidades de las mujeres rurales.

Sobre el manifiesto del 8 de marzo, lo escribimos Lucía y yo gracias a las reflexiones de otras compañeras que forman parte de colectivos y asociaciones rurales como Lareira Mental o Jornaleras en Lucha de Huelva. Intentamos tener en cuenta las diferentes luchas y problemáticas que pueden tener las mujeres rurales, que no son solamente mujeres blancas –no nos podemos olvidar que en nuestros pueblos también viven personas racializadas– y que no son solamente mujeres cis. Cada año vamos ampliando la red y se van sumando más mujeres, más voces, intentamos darles cabida a todas, porque nuestros medios rurales son diversos y cada territorio tiene una realidad propia y diferente. 

J. M.: Quería preguntarte también sobre la tensión que hay entre lo rural y lo urbano, que ha tenido un capítulo propio en relación al feminismo, y a veces la relación entre el feminismo urbano y el feminismo campesino y rural no ha estado exenta de tensiones. ¿Cómo ves tú esta relación y cómo podríamos superar las tensiones?

M. S.: Creo que tensiones siempre hay cuando se parte de algo sin querer aprender, sin querer ser honesto y sin querer conocer la realidad del otro. Ya sea desde lo urbano a lo rural, como de lo rural a lo urbano. Dentro del feminismo hay gente que cree que todo el feminismo tiene que ser igual, que no se tiene que tener en cuenta la raza, las condiciones sociales, el trabajo… Yo creo en el feminismo interseccional, y creo que no es lo mismo a lo que se enfrenta una mujer que es la jefa de una empresa que una mujer migrante que está trabajando en un invernadero en Almería y vive en una chabola sin luz ni agua. Pienso que es muy importante no caer en el paternalismo ni clasismo con las mujeres rurales. 

Hablando de esto siempre recuerdo lo que me contó Ana Pinto, de Jornaleras en Lucha de Huelva –temporera e impulsora de este sindicato que es fundamental para las mujeres migrantes–, acerca de cómo el primer año hubo un grupo de feministas de ciudad que en vez de acompañarlas como se está haciendo ahora, fueron básicamente a imponerles cómo tenían que organizarse y realizar su feminismo y activismo, su lucha. Y la reflexión de Ana era: “Vosotras no vivís aquí, no sabéis las problemáticas, no sabéis la violencia que vivimos con los empresarios, no sabéis las cosas que nos faltan...”. Como te comentaba antes, creo que debemos acompañar y entender y no imponer ni caer en ese paternalismo condescendiente y clasista.

Pienso que el acercamiento a nuestros medios rurales debería hacerse desde el respeto, sin mirar por encima del hombro. Y ojo, que también pasa en la dirección contraria: cuántas veces nos hemos encontrado que, llegando gente joven a montar un proyecto en un pueblo, los comentarios de algunas personas del pueblo sean: “anda que estos van a durar mucho”, “estos se van a morir de hambre” o “estos no tienen ni idea”. Esta condescendencia y paternalismo desgraciadamente está en todos lados, por esto en Tierra de mujeres hablo de crear un nuevo idioma, un nuevo lenguaje, en el que partamos todos y todas del mismo nivel, que podamos aprender del otro, cuidarnos, conocernos… Porque a fin de cuenta nos necesitamos, tanto la ciudad a los pueblos como los pueblos a la ciudad.

 J. M.: Sobre estas tensiones, no sé si quieres comentar algo sobre el debate que hay entre mujeres veganas y animalistas y las mujeres que se están organizando en el medio rural en torno a la ganadería extensiva y otra forma de alimentarnos.

M. S.: Es algo que me produce mucho dolor, y que lamentablemente lo he sufrido en redes sociales, no por parte de todo el mundo, sino por ciertos perfiles. Se vuelve algo superviolento, dejas de ser una persona, simplemente eres un objetivo, una imagen deshumanizada a la que insultar y atacar. Y me da mucha pena porque creo que el veganismo y colectivos como Ramaderes de Catalunya o gente con proyectos agroecológicos tenemos muchas cosas en común. Pero, cuando se falta el respeto, se ataca la forma de vivir de las personas, sin conocer la relación, el vínculo, y se entra en ataques personales y sin dar opción al diálogo y entendimento, no me parece feminista.

Creo que es importante conocer qué sucede en el campo, saber que todos formamos parte de ciclos. Y, por supuesto, dejar de incentivar y fomentar la macroindustria: desde la agricultura a la ganadería intensiva. Necesitamos apoyar las producciones donde los animales viven en el campo y se alimentan de él, aprovechando sus recursos, donde forman parte de un ciclo, de un territorio. Donde, por ejemplo, una cabrera con sus cabras previene incendios forestales, porque las cabras son los bomberos más baratos del mundo, y donde hay cabras no hay fuego. Conocer que consumiendo, por ejemplo, sus quesos, conservamos un paisaje, protegemos territorio y biodiversidad, creamos y fortalecemos la economía local, los alimentos de temporada y proximidad.

J. M.: La crisis ecológica, la pandemia…, han impulsado el lema ruralismo o barbarie. Lo rural se posiciona como salida a la crisis, tanto en lo personal como en lo que respecta a la organización social. ¿Crees que en el mundo rural se encuentran las bases para reconstruir nuestra sociedad? ¿Qué tendría que pasar para que esto fuera verdad?

M. S.: Se encuentran parte de las bases, pero lamentablemente están en peligro de extinción, porque el capitalismo y el sistema hiperextractivista en el que estamos alcanza todos los espacios. Siempre cuento el mismo ejemplo: antes en mi pueblo había un horno, y ahora en cambio hay una franquicia de pan congelado que te la puedes encontrar en Córdoba, Sevilla y Madrid. Estamos perdiendo un montón de cosas propias y de productos locales, y formas incluso de trabajar por la comunidad, como los pastos comunales, las veredas o los montes públicos.

 Sí, te diré que hay cierta romantización con esto de la pandemia de “me voy al campo”. En realidad, la gente que se ha ido, la mayoría, era gente con dinero, de cierta clase social, que sigue teniendo su primera residencia y sus servicios básicos cubiertos en la ciudad y que le da igual no tener internet o no tener médico o que no haya colegio en el pueblo porque no le hace falta. Pero no lo hemos visto en la dirección contraria: todos estos chicos y chicas que no se quieren ir de su pueblo, que se quieren quedar en su pueblo, ¿qué pasa con ellos, qué pasa con sus historias? O ¿qué pasa, por ejemplo, con toda la gente que se quiere ir a un pueblo pero no pueden porque no hay acceso a la tierra, no hay vivienda digna, no hay bolsa de alquiler social, las casas cuestan un dineral? Hay que cuestionarse esto, qué necesidades hay y quién puede irse realmente hoy al campo.

Además, hoy en día es más fácil poner una nave intensiva de cerdos o de pollos que hacer un proyecto agroecológico donde estás previniendo incendios forestales, donde estás conservando paisaje y biodiversidad y donde estás produciendo alimentos que no enferman, que son saludables, de cercanía, de alto valor ambiental. Esta es la realidad en la que estamos; lo que se debería fomentar es justamente lo contrario de lo que se hace. Es muy doloroso cuando oyes a pastores, ganaderas, agricultoras –que hacen las cosas bien y tienen esta relación con la tierra y creen en la comida como elemento transformador y político– que te dicen “es que parece que nos quieren echar del campo”. Esto es muchas veces lo que sentimos.

Por eso es muy importante volver a esta organización desde abajo, hablar y formar parte del lugar que habitamos. En la pandemia hemos visto cómo los propios barrios, la propia ciudadanía, se ha organizado desde abajo . Es muy importante dejar de vernos como personas independientes y por encima de las cosas, de las personas y del resto de seres, debemos cambiar a una visión interdependiente y reconocernos vulnerables, porque a fin de cuentas necesitamos a otras personas, a otros seres y recursos desde que nacemos hasta que nos morimos. Cuando tenemos esto en cuenta, cambia nuestra forma de estar en el mundo. Es lo que a mí me hace tener esperanza, ver que hay personas que se mueven, que se juntan a luchar por el lugar que habitan, por reivindicar o por mostrar los problemas que tienen.

J. M.: No sé si quieres añadir algo más.

M. S.: Creo que nos deberíamos plantear el sistema en el que estamos, porque hablamos de la covid como si fuera la única pandemia y ya teníamos una pandemia que es la del hambre. Estamos en un sistema hiperextractivista que contamina, que mata, precariza y enferma a las personas, que produce alimentos que no son sanos y que no nos alimentan. A día de hoy, hay muchísimas personas que se siguen muriendo de hambre, en un futuro se nos juzgará por esto, por dejar que se siga muriendo gente de hambre todos los días mientras que hay un 20% de alimentos que todos los días se tiran a la basura. Además, los alimentos ultraprocesados, los más baratos y de más fácil acceso, están relacionados con enfermedades cardiovasculares, con obesidad… Desde Justicia Alimentaria hace años que hablan de esto: comer mal nos enferma. Hay que cambiar todo el sistema alimentario pero no solo por los y las consumidoras, también por quienes trabajan en la producción de estos alimentos. Del cultivo a la mesa, toda la cadena.

J. M.: Antes de despedirnos, quería contarte que cuando mi abuela abrió tu libro Almáciga, se quedó mirando una de las ilustraciones de Cristina Jiménez y afirmó: “Son mis manos”, en su cara vi la satisfacción del reconocimiento. No solo estás recuperando palabras, estás devolviendo al lugar que merecen muchas vidas hasta ahora silenciadas.

M. S.: Qué bonito, se lo voy a contar a Cristina…, vuelvo a esto que te decía, que veo muy importante saber de dónde venimos, y sobre todo en los medios rurales es importante recuperar las lenguas, que están muy ligadas con la forma de relacionarse, vivir, entender una comunidad, trabajar con los animales, trabajar la tierra, detrás de estas palabras nos encontramos con otras formas de habitar y de relacionarnos con el territorio."                       (Júlia Martí , Viento Sur, 21/01/22)

25/10/21

Nadie espera a la España Vaciada... Uno de los conflictos germinales de la modernidad fue el sostenido entre el campo y la ciudad que se resolvió con una victoria total e incontestable de lo urbano... con el horizonte de la descarbonización de la economía, las zonas mineras y las de instalación de renovables van a devenir en territorios tan estratégicos como Arabia Saudí o Texas en el siglo XX... Con todo lo que eso implica. Es esta una perspectiva desasosegante, pero también esperanzadora...

 "¿Tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.

1. NADIE ESPERA A LA ESPAÑA VACIADA

Lo que sigue es un relato de odio. Lo es, al menos, en la medida en que uno tiene que elegir entre a) y b) para definir el humor con el que escribe. Digamos, de manera más amable, que es una historia a la contra de toda esa corriente de opinión que, por lo que sea, necesita negar la España Vaciada. Ese "por lo que sea" abarca desde la compulsión de refutar el proceso de abandono para no tener que asumir la existencia de, al menos, un problema ("siempre estuvo vacía"), hasta el intento de captura de la España Vaciada como rehén de algún tipo de proyecto nacional (sutil, liberal, autoritario) que, como norma, tendrá poco que ver con los movimientos y reivindicaciones de esos territorios en trance de desertificación demográfica. En general, nos referimos a un mar de fondo que arrastran quienes vivieron con un cierto pesar la autodenominada "Revuelta de la España Vaciada" en 2019, por cuanto ésta suponía sacudirse unas tutelas (políticas, culturales, simbólicas) que se habían dado por supuestas sobre el universo de la despoblación.

...Y que no te sepa malo

Empecemos por el principio: la España Vaciada es un concepto incómodo, más que más porque no se deja atrapar ni se corresponde por completo con otros previos. España Interior, despoblada, desaprovechada, Serrania Celtibérica / Laponia española, el despectivo Tractoria en Catalunya o incluso el propio España Vacía han fracasado a la hora de cumplir con los dos objetivos de un apelativo, a saber: describir y ser aceptado por aquel a quien se describe. Algo en lo que fallaron en mayor o menor medida todos los nombres y adjetivos anteriores, y muchos otros

 Los nombres en los mapas (esto no es un paréntesis)

Antes de seguir, cuatro avisos. Primero, escribo como aragonés. No sé hacerlo de otra forma, y si existe algo como la España Vaciada, la estoy analizando con esas gafas. Segundo: soy urbanita; en tiempos fui eso que se ha dado en llamar "híbrido", pero ahora vivo en Zaragoza full time, y enseño en Teruel. Por consiguiente, intento hablar de los aspectos de la España Vaciada con los que se relaciona la "gente de lo lleno", o de los que me siento legitimado para dialogar; del resto, por respeto y decencia, me callo o solo pregunto. Tercero: a causa de lo anterior, no busco dar una definición de la España Vaciada más allá de una ad hoc que nos sirva de hilo conductor, a saber: aquellas zonas en las que, de acuerdo con la lógica neoliberal, es más razonable o rentable dejar de prestar un servicio que privatizarlo. No es la mejor definición del mundo, pero nos sirve para pensar ciertos malestares y ciertas luchas y las representaciones que llevan aparejadas.

Cuarto, y último, también caeré puntualmente en la confusión entre la España Vaciada (permitidme, de aquí en adelante, EV) y la rural. Muy al contrario, el movimiento de la EV se fundamenta en una alianza entre zonas rurales, gentes híbridas y la débil trama urbana con la que se articulan (resulta enternecedora, por cierto, la vehemencia de los opinadores al descubrir en 2021 -¡en 2021!- que las ciudades pequeñas de la EV también se están vaciando). En ese sentido, a pesar de reconocerse las mútuas diferencias y conflictos entre zonas rurales y urbanas, se ha desarrollado un marco de análisis y una identidad común, contrapuesta a una España llena, metropolitana y densa. De hecho, a lo largo del texto emplearé el par "lo vaciado" y "lo lleno" para expresar esa oposición.

 O al menos, nadie le había dado vela ni en su entierro ni en el del Régimen del 78, si es que llegaban a celebrarse. No es de extrañar. La Transición se fundó sobre una serie de pactos entre los cuales no figuraban la despoblación y la desigualdad territorial. Hubo varias razones para esta ausencia, empezando por que a nadie parecía importarle lo suficiente. De otro lado, la herida de la despoblación estaba todavía abierta -apenas habían pasado veinte años desde el inicio del gran éxodo rural- y aún no se tenía una idea clara de sus posibles derivadas en el futuro. Así, la perspectiva popular albergaba la esperanza de "revertir la despoblación", misión encomendada a partir de 1985 a las comunidades autónomas; el proyecto de la dirigencia, a su vez, estaba a algo muy distinto y ya aprestaba las reformas del campo -agrario no es rural, ni vaciado, pero...- previstas para el ingreso en la Comunidad Económica Europea.

Solo debatiendo su papel electoral le fue permitida a la EV una discreta presencia. Pues recordemos lo que el historiador Carmelo Romero nos ha repetido hasta la saciedad: el sistema electoral vigente desde 1977 privilegió la sobrerrepresentación de una serie provincias, no por corregir desequilibrios territoriales, sino por ser donde habían ganado las derechas en las últimas elecciones democráticas, las de febrero de 1936. Es decir, la EV era, de acuerdo con la cultura política de la Transición, la España sumisa o adherida al franquismo, y ese papel de brida conservadora era lo que la definía y la silenciaba; una ilusión, pues, de acuerdo con Berger, al menos el mundo campesino no se define tanto por la defensa del orden político como la de su significado: la continuidad. Puede, entonces, que la irrupción de el movimiento de la EV en 2019 fuera especialmente incómoda para ciertos actores -culturales, políticos- porque rompía con el principal papel que se le había asignado y de cuya representación tantos dependían.

2. SERÁ USTED MÁS FELIZ CON ESTA MODERNA ASPIRADORA

Arranca el conflicto, escúpelo

Uno de los conflictos germinales de la modernidad fue el sostenido entre el campo y la ciudad. En el Estado español -en general, en la Europa continental; más en general: el mundo- éste se resolvió con una victoria total e incontestable de lo urbano, hasta tal punto que numerosos autores dudan que se pueda seguir hablando, en propiedad, aquí y ahora, de lo rural. Ahora bien, por interesante que sea este debate académico, nuestro interés radica en que, muriera o no lo rural, seguimos ante un conflicto, y negar su existencia se ha transformado en una de las Bellas Artes.

 Esta relación antagónica tiene que ver, aunque no se limita, con los intereses de gentes en territorios históricamente desiguales; por ello, con su negación se buscará, en primer lugar, recluirla en un lugar del pasado donde no moleste: "aquello (desamortizaciones, desposesión, guerras, proletarización y empobrecimiento) existió, pero ya no existe". Ante la evidencia de las desigualdades en la distribución de renta, riesgo de pobreza, acceso a servicios o abandono escolar en zonas rurales, se pasará a hablar de "problemas", que pueden ser resueltos -la sombra del solucionismo es alargada- mediante la vuelta a, por ejemplo, la nación (liberal o autoritaria) como garantía de igualdad, que toma decisiones "correctas", pero sin violar nunca las jerarquías que separan lo lleno de lo vacío. Pero, en cualquier caso, es importante que los procesos de desposesión, metropolización y de mantenimiento de las desigualdades permanezcan en un segundo plano frente al pasado, ya felizmente superado, y a la promesa de una solución.

"Nuestra adhesión y nuestra gratitud"

El orden social de la modernidad distingue y clasifica los territorios, las gentes y los saberes. La eliminación u ocultación del conflicto se daría en falso si no hubiera mecanismos que legitimaran la diferencia que, de hecho, se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado, y esto se consigue, fundamentalmente, por dos vías. En primer lugar, muchas de las relaciones sociales rural-urbanas, incluso urbano-metropolitanas se fundan en la discriminación de saberes, especialmente los saberes expertos; por otra parte, el (neo)caciquismo crea figuras relevantes y redes de patronazgo que, en realidad, disfrazan su posición subordinada mediante la integración en las gramáticas y redes sociales urbanas.

El resultado suele ser invariable, esto es, la pérdida de agencia, de capacidad para hacer, de lo vaciado frente a lo lleno; una pérdida, además, imbuida en un fatalismo (es algo "inevitable"), por el cual no habría alternativa a la metropolización del mundo: ante ella solo existen espacios atomizados. Por ello, desde el sistema educativo y las universidades a los partidos políticos, cada uno de los territorios tiende a dialogar con el centro individualmente y no como un conjunto y, además, de acuerdo con unas normas de representación muy específicas que excluyen la visibilidad y la autonomía. No es raro que cuando estas normas fueron cortocircuitadas en 2019-2020 (preferencia de España Vaciada frente a Vacía, presentación a elecciones de Teruel Existe, investidura de Pedro Sánchez) la reacción del mundo lleno, el metropolitano o el que está conectado con sus organizaciones, fuera visceral, casi furibunda.

Todos rasos

Visto en perspectiva, debería haber sido sencillo imaginar la emergencia de este fenómeno durante la última década. Por una parte, como toda desigualdad, lo territorial se vio acentuado después de 2008 con una degradación más intensa de las condiciones de vida y de los servicios. Pero, por otro, a raíz de un tímido flujo de retorno a los pueblos como fruto de la crisis -generalmente, en busca menos de nuevas experiencias que de vidas más baratas- se desplegó a partir de 2014-16 toda una corriente (idilista a veces, irónica otras) sobre lo rural de la que surgieron ensayos, novelas, programas de televisión o influencers; nótese, por cierto, como este proceso se ha repetido, y agudizado, con los movimientos de población durante la emergencia pandémica.

 Como norma, estos productos culturales eran creados desde entornos urbanos y llevaban en su ADN una visión de lo rural inmóvil, uniforme, no conflictiva y en la que la historia de estas comunidades era sustituida por algo parecido a la tradición o a fragmentos mutilados de memoria. Por ello mismo, en medio de esta marea creativa el papel de estos territorios no podía ser sino funcional a otros fines. ¿Quiere usted criticar la vacuidad y el estrés de la vida urbana? ¿Se siente agobiado por la pérdida de empleo, por la incertidumbre? ¿Necesita una esperanza y una seguridad, aunque sean modestas? ¿Añora la España de siempre? ¿Cuál de ellas? No se preocupe: en el campo / España Vacía / lo que sea, podrá usted encontrar una respuesta a todas esas preguntas. Claro, que, entre tanta respuesta a los malestares urbanos, quedaba poco sitio para responder a los rurales o vaciados, algo todavía más difícil porque estos son, al contrario que su representación, diversos y conflictivos, aunque, oh paradoja, esta homogeneización ha sido muy útil al movimiento de la EV para fomentar su identidad y su movilización.

Nascut a Denguin

Ahora bien, existe un cierto género de malestares que no pueden ser reducidos a la homogeneidad, someterse a una jerarquía ni, tampoco, extirparse, ya que el conflicto que los originó sigue vivo. Llegados a ese punto, el mundo de lo lleno necesita de un esfuerzo mayúsculo de ocultación y violencia simbólica para legitimar una situación dada. En este esfuerzo, la asimetría de fuerzas y el enmascaramiento de las necesidades del mundo de lo lleno tras grandes principios que faciliten la desposesión serán más visibles, escandalosamente visibles, hasta el punto de invisibilizarse; ante ésta, el mundo de lo vaciado podrá optar por la aceptación, el silencio o la resistencia más allá del margen de lo "aceptable".

Entre aquellos grandes principios que afectan con más fuerza al mundo de lo vaciado, podemos citar el "interés general" o la "utilidad pública", amén de la "rentabilidad", que justifica el cierre de servicios públicos ("los de la ciudad os pagamos los servicios": recordemos el traumático cierre de líneas férreas de 1985). En los últimos años le ha llegado su turno a la "transición ecológica", en cuyo nombre fondos de inversión y empresas energéticas -con la bendición de la administración e, incluso, de Greenpeace- están apropiándose de amplísimas zonas rurales para la instalación de energías renovables. Es importante subrayar que esta violencia simbólica no implica por fuerza falta de reconocimiento hacia las “gentes de lo vaciado”, sino que, cuando se da (durante el franquismo se prefirió el silencio), es simbólico y aparece como como ritual "de noble corazón", obligando al subalterno a situarse en una postura de, incluso, agradecimiento.

3. EL CORAZÓN DE LA BESTIA / LA BESTIA SIN CORAZÓN

Pero entonces, ¿por qué se necesita tanto velo, tanto trampantojo? ¿Por qué tantas molestias? Es decir: ¿tan importante es la relación que se da entre el mundo de lo lleno y de lo vaciado? Parece probable que sí, que sea necesario todo este despliegue orientado a disimular la naturaleza conflictiva de las relaciones sociales de lo vaciado, hacia dentro y hacia fuera, sobre todo porque todos los sujetos implicados arriesgan mucho en este juego.

La bestia sin corazón

Si hablamos del "hacia dentro", el hecho es que ciertas estructuras de la EV necesitan de su relación con esta desigualdad para perpetuarse. Como hemos visto, esto suele equivaler a ocultar ambas: desigualdad y estructura; éstas no se limitan a los fenómenos de neocaciquismo incrustados en distintas instituciones, aunque sean su expresión más llamativa. Un neocaciquismo al que, por cierto, haríamos mal en interpretar solo en un plano moral (una forma de corrupción), y muy bien en hacerlo en otro político y material (un régimen de gobierno), como nos recomienda Carmelo Romero; por favor, leamos a Carmelo Romero.

Las estructuras del vaciamiento de la EV, con frecuencia, son mucho más discretas y tienen que ver con (la crisis de) su opuesto, las que se ocupan del mantenimiento de población; por ejemplo, después del gran éxodo de los años 50-70, la constante mejora de la educación entre las mujeres en el ámbito rural (frente al estancamiento relativo de los hombres) y el consiguiente cambio de expectativas llevarán a la intensificación de la emigración del colectivo femenino, y a la masculinización de amplias zonas rurales de la EV. Si bien es cierto que en las generaciones más jóvenes -escasas, con frecuencia- operan otros imaginarios, entre la población masculina de más edad es frecuente el verse como depositarios de una libertad y a una autonomía que, sin embargo, requiere de todo un sistema de cuidados y un tipo de vida que hace tiempo que entraron en crisis.

El corazón de la bestia

Sin embargo, creo que es "hacia fuera", es decir, en su relación con el mundo urbano y metropolitano, donde se justifica todo el esfuerzo desplegado en disimular, es decir, en conseguir que la propia devaluación del “mundo-vaciado” se devalúe, que carezca de relevancia, que sea un mero “proceso” o “devenir” histórico, facilitando de paso la labor de desposesión. Es central esta doble pérdida de valor. Ejemplo: se puede tener la opinión que a uno le plazca sobre la Iglesia, o sobre el papel de los párrocos (con frecuencia los expolios de bienes culturales corrían de y para su cuenta), pero eran los encargados de mantener y actualizar los archivos parroquiales. Al tener que compartir sacerdote entre varios pueblos -con el consiguiente cierre de las Casas del Cura-, muchos archivos locales se echaron a perder, y con ellos, siglos de historia y memoria local. Otro tanto ocurre con las casas del Maestro, mantenidas y sostenidas por los ayuntamientos, y ahora en desuso debido a la mayor movilidad de muchos docentes que, además, cambian de destino año tras año. Otro tanto, en fin, con los cines rurales, clausurados en su mayoría. Pues bien, no solo pierde valor la institución y sus bienes, sino que se pierden el capital construido en común por los y las vecinas y su consideración. Sin esta pérdida de valor -y toda puesta en valor producida por los subalternos o que redunde en su favor será siempre cuestionada- no son posibles los procesos de desposesión, que son, al fin y al cabo, la columna vertebral del conflicto entre el mundo de lo lleno y el de lo vaciado.

"De buen grado beberé tu sangre"

El pantano de Mularroya (Morata de Jalón, Aragón) es una obra inacabada y así debería seguir. No por algún principio ético o ecológico, sino porque acumula cinco sentencias contrarias a sus obras por motivos ambientales. Cuando el pasado abril se hizo público el último fallo en contra del embalse, el diputado del PP aragonés, Eloy Suarez, cargaba contra la Directiva Marco del Agua (DMA) en la que se basaba la sentencia, aduciendo que la DMA "está pensada para las cuencas fluviales de países centroeuropeos, lluviosos y húmedos, pero no para las zonas más áridas". Estas palabras, en cierto modo, acarician la verdad, porque las leyes ambientales europeas se crean con la mente puesta en contextos de acumulación por desposesión en los que ya no es necesaria una ofensiva constante sobre "lo vaciado", v.g., secar ríos. Pero aquí, esa constante ofensiva hace falta para seguir inyectando recursos a la agroindustria.

 

Por eso, uno de sus principales mecanismos, la Ley de Expropiación Forzosa, en lo sustancial sigue siendo la franquista de 1954, que sustituyó a otras, aún menos garantistas, de 1879 y 1939; la ley otorga al Estado un enorme poder para llevar a cabo grandes expropiaciones siempre que medie la declaración de utilidad pública. En su preámbulo llega a garantizar la posibilidad de "referir sus beneficios [de la expropiación] a particulares por razones de interés social". Por leyes como esta y por el uso que se les dio es legítimo definir el franquismo como un régimen de desposesión.

Hoy en día, la severidad de este régimen ha decaído. Lo lleno necesita de lo vaciado (desde votos a paisajes y destinos turísticos pasando por comida o energía), pero lo necesita débil para que acepte de buen grado la explotación del territorio. Como resultado, la desposesión -primero, los comunales, luego, la proletarización; entonces, la expropiación y/o la emigración; por fin, los recortes y de nuevo el extractivismo- ha moldeado una visión y una forma de relacionarse con el mundo de lo lleno. Es en ese cambio estratégico, fruto de experiencias acumuladas y cambios sociales geológicos donde se entiende mejor la alianza entre zonas urbanas y rurales de la EV, compleja e inestable, pero basada en habitus compartidos.

4. PASEANDO A MISS VACIADA

Conocimiento del opresor

Los comunes, al igual que otros bienes y formas de capital, son sustancia viva que se alimenta de las relaciones sociales en las surgen. Hace, aproximadamente, ciento setenta años no existían bienes con vocación de común, tal que el paisaje o el patrimonio cultural. El medio natural, en la manera que lo entendemos, es incluso más reciente. A pesar de encontrarse con mayor frecuencia en zonas rurales, del mundo de lo vaciado, son invenciones urbanas. Otro tanto se podría decir del triángulo antagonista del anterior, desarrollo-energías (carbono)-movilidad (tren-autovías), y que forma con los servicios públicos el leitmotiv de buena parte de los discursos en las plataformas de la EV. Siempre resulta chocante como la EV y la ruralidad han terminado por necesitar de códigos urbanos para articular sus identidades.

 Nos hallamos ante una letra rural con música urbana, en cierto modo, pero que consiguen al fin y a la postre revitalizar y devolver dignidad al territorio que habitan, y esgrimirlo como arma de resistencia, a falta de un lenguaje propio que designe la naturaleza que realmente se le quiere otorgar a lo vaciado. Esa es, por cierto, una buena pregunta. Cuando hablamos de la España Vaciada, ¿hablamos realmente de ella? Es, después de todo, solo un término de fortuna creado al calor de una movilización en 2019, dándole la vuelta a una creación de 2016. Por tanto, ¿hay realidades más allá de esa situación de regresión y crisis secular y de esa fina pero firme red de activistas y plataformas que conforman la EV? ¿Cuáles?

El héroe de las mil caras

Es difícil de decir. En ocasiones parece acercarse o tener puntos de encuentro con la parte más suburbana o rural de los Chalecos Amarillos; alguna vez, parece beber de un federalismo de identidades periféricas dentro de las periferias de sus propias comunidades autónomas, y del hecho de que estas enarbolaron durante la Transición la bandera de la lucha contra despoblación, y fallaron. 

Hay momentos en que se diría que la EV es poco más que un lobby territorial centrado en las infraestructuras. De vez en cuando, incluso, nos encontramos con una manifestación -embrionaria, si se quiere- de una especie de "indigineidad débil", probablemente con muchos semejantes en Europa, entendida en un sentido no-étnico -ni mucho menos-, sino como la férrea voluntad de "vivir aquí" y de custodiar el territorio.

Hay muchas preguntas, algunas de las cuales afectan también al mundo-lleno. Las transiciones a las que nos enfrentamos, ¿nos abocan a un giro centrífugo, hacia una ruralidad más potente en la que nos refugiaremos? ¿Se reproducirá la desigualdad rural-urbana que creíamos superable? El rural proofing tan en boga implicaría tenerla en cuenta cuando se plantean medidas como, por ejemplo, la generalización de peajes, también cuando se plantean soluciones como dar ayudas (a las zonas rurales) para pagarlos, en lugar de eximirlos. Pero no. Si eres pobre, haz papeles. Si vives en un pueblo, haz papeles. Hay una presunción de abuso sobre el grupo subalterno que se tiene que refutar con copias compulsadas.

 Al hilo de estos cambios, me acecha el pensamiento de que, con el horizonte de la descarbonización de la economía, las zonas mineras y las de instalación de renovables van a devenir en territorios tan estratégicos como Arabia Saudí o Texas en el siglo XX o Alsacia y Lorena, Silesia o las Midlands para el XIX. Con todo lo que eso implica. Es esta una perspectiva desasosegante, pero también esperanzadora.

Hay muchas preguntas, pero se acaba mi tiempo, y mi texto. Solamente una mas: una de las derivadas de la "hipotesis Bott" es que territorios como los barrios obreros tradicionales o, incluso, los más eminentemente burgueses pueden ser espacios donde los individuos se ven sometidos a un control y a una censura social semejantes a la que se le achaca a los pueblos y "ciudades de provincias". Sitios donde todo el mundo se conoce, donde las familias extensas viven puerta con puerta, o calle con calle. La idilización de la comunidad rural, o de la pequeña ciudad nos devuelve siempre un debate sobre las condiciones (la presión, el acoso o la vigiliancia) que muchos grupos sufren. 

Ahora bien, ¿por qué no se da una idilización y un debate semejante respecto a territorios urbanos, y se asume, por el contrario, su riqueza? O, dicho de otro modo, sabiendo como sabemos de la gran pluralidad dentro del cuerpo social de lo rural y lo vaciado, ¿por qué sigue imperando una visión del mundo vaciado, idílica o infernal, pero siempre uniforme?"                         (Lorient Jiménez Martínez, ECCS, 24/06/21)

6/8/21

El malestar campesino: una reacción defensiva, de repliegue corporativista, de cerrar filas ante lo que perciben como un acoso (desprecio) desde fuera del sector agrario, especialmente del ecologismo... un movimiento de reacción emocional, difícil de contrarrestar con razones, y al que sólo le valen los hechos: mejores precios, reducción de costes, protección de los productos nacionales, relajación de los controles medioambientales, eliminación de las prohibiciones a las actividades tradicionales (como la caza)

 "El abastecimiento de alimentos, el cambio climático, la biodiversidad vegetal y animal, la despoblación rural, la digitalización, la renovación generacional, la nutrición, el paisaje, los recursos naturales… son temas que interesan a la sociedad en su conjunto. No son parte de un debate sectorial, sino integral, un debate de país, en el que los agricultores deben participar al ser un elemento fundamental en la producción alimentaria y la gestión de los territorios.

 Durante gran parte del siglo XX, y hasta los años 1970, el “agrarismo” era el discurso predominante en la mayoría de los países europeos occidentales, manifestándose de muy diversas maneras (en el folklore, la gastronomía, la política…) Según este discurso, la agricultura, y el mundo rural asociado a ella, representaba los valores esenciales de nuestra cultura y, por ello, y por su carácter estratégico en la producción de alimentos, se entendía que debía ser objeto de protección a través de las políticas agrarias.

En ese largo periodo, los agricultores eran el grupo social mayoritario en muchas comunidades locales, y sus organizaciones representativas (OPAs) eran reconocidas como interlocutores privilegiados en las instancias gubernamentales, tanto nacionales, como europeas. Los ministerios de agricultura encarnaban lo más granado del discurso “agrarista”, formando, junto a las OPAs, un “lobby” poderoso en los centros políticos de toma de decisiones.

Auge y caída del agrarismo tradicional

A escala de la UE, el agrarismo se manifestaría con nitidez cuando se creó la PAC (Política Agraria Común) a principios de los años 1960 y se implementó su estructura institucional. En ella, el COPA-COGECA adquiriría, como representante del sector agrario europeo, un estatuto privilegiado de interlocutor ante la Comisión Europea, participando activamente en el sistema de gobernanza de la PAC (comités consultivos agrícolas) y colaborando en la modernización productiva de la agricultura sobre la base de los avances tecnológicos y científicos impulsados por la entonces llamada “revolución verde” (mejora genética, fertilización con abonos químicos, plaguicidas, riego, mecanización…)

El citado proceso de modernización dio lugar a una situación paradójica. Si bien es cierto que el exponencial aumento de la producción agrícola y ganadera permitió asegurar en muchos países la suficiencia alimentaria, también lo es que comenzó en la opinión pública europea un proceso gradual de banalización de la agricultura, perdiendo el valor casi sagrado que se le había conferido durante siglos. Para las nuevas generaciones, asentadas en su mayor parte en las áreas urbanas, el lazo histórico entre producción agraria y consumo de alimentos comenzó a deshilacharse, diluyéndose ese vínculo emocional y afectivo que se tenía con todo lo que la agricultura y el mundo rural representaban.

Además, la aparición de los primeros efectos negativos en el medio ambiente hizo que los modelos intensivos de agricultura fueran objeto de críticas cada vez más fuertes por parte del movimiento ecologista. Asimismo, comenzaron a manifestarse en los mercados mundiales los primeros efectos disruptivos de las medidas proteccionistas de la PAC (precios de garantía, incentivos a la exportación…), atribuyéndosele a esta política la causa principal de tales efectos en los países en vía de desarrollo.

Asimismo, el cambio cultural (con la expansión de valores asociados, por ejemplo, al bienestar animal y a la protección del medio ambiente), así como las nuevas demandas de los consumidores (respecto a la nutrición, la calidad y salubridad de los alimentos) y la creciente percepción de los territorios rurales como espacios de ocio y recreación, contribuyeron a que la agricultura perdiera relevancia en tanto actividad productiva en la escala de valores de la población europea. La apertura de los mercados hacía que el abastecimiento alimentario ya no dependiera sólo de la producción nacional al poder recurrir a las importaciones de alimentos para satisfacer la demanda cada vez más variada de los consumidores.

Todo esto se fue reflejando en el ámbito político-institucional con la reforma de los ministerios de agricultura, dando lugar a nuevas áreas de gestión en las que iba aumentando la presencia de sensibilidades e intereses distintos de los estrictamente agrícolas (forestales, consumidores, ecologistas, conservacionistas, desarrollo rural, industria, comercio, distribución…) Junto a ello, la población agraria fue disminuyendo de forma inexorable en el territorio hasta ser en muchos municipios una minoría entre otras, reduciéndose su capacidad de influencia en las instancias de poder.

Asimismo, la tecnificación de muchas tareas agrícolas y ganaderas fueron aproximando los sistemas de producción agraria a los modelos industriales, generando procesos de diferenciación interna entre los agricultores y dando lugar a una amplia diversidad de tipos de explotaciones. Desde las muy tecnificadas y orientadas al mercado nacional e internacional, hasta las intensivas en mano de obra asalariada o las de base familiar vinculadas a los territorios locales, pasando por las que tienen a la producción ecológica como referencia, la diversidad es hoy el rasgo principal de la agricultura europea, diluyéndose el tradicional sentido de pertenencia a una comunidad de valores e intereses. Hay muchos tipos de agricultura y muchos perfiles de productores, variando sus demandas y la magnitud de los problemas que los acucian, y variando también sus discursos y actitudes.

No obstante, muchos agricultores, sobre todo los más vinculados a los territorios rurales, han ido percibiendo todos estos cambios con una sensación de pérdida, como una falta de reconocimiento social de su actividad. La alta valoración recibida por su contribución al abastecimiento alimentario durante la pandemia COVID-19 les satisface sin duda, pero la sienten como un reconocimiento más retórico que real, al ver que sus problemas siguen siendo los mismos que antes del coronavirus (precios bajos, altos costes de producción, asimetría en su relación con la industria y la distribución, escasa rentabilidad de las explotaciones, competencia de los productos foráneos…)

En ese contexto, se observan dos formas de reacción por parte de los agricultores y sus organizaciones: una, de repliegue hacia el “viejo agrarismo” corporativista (cohesionado en torno a sentimientos y emociones), y otra, de apertura hacia un “nuevo agrarismo” (que intenta comprender mediante el debate y la razón el complejo escenario en que se mueven los temas agrarios y rurales). Son discursos y actitudes que atraviesan todo el sector agrario y que no son identificables ni con un tipo específico de agricultor ni con una organización profesional concreta, ya que pueden encontrarse en todas ellas con más o menos intensidad.

Repliegue corporativista

Encontramos, en efecto, una reacción defensiva, de repliegue corporativista, de cerrar filas ante lo que perciben como un acoso (desprecio) desde fuera del sector agrario, especialmente del ecologismo. Es una reacción que en algunos países sintoniza políticamente con el populismo de derecha (FN en Francia, Vox en España), y cuyos partidos encuentran en el malestar de los agricultores un buen caladero de votos. Pero es también una reacción que amenaza con romper la unidad interna de los sindicatos mayoritarios, tal como ya está ocurriendo con la emergencia de nuevas organizaciones, cada vez más receptivas al discurso del agrarismo corporativista.

Es evidente que esta reacción corporativa no encaja con el signo de los tiempos, ni con las grandes tendencias de cambio económico y cultural, y que corre el riesgo de verse enquistada en un programa de reivindicaciones sin salida. Pero es también evidente que refleja el malestar que existe realmente entre amplios grupos de agricultores. Es un malestar que no puede, ni debe, ser ignorado, ni por los responsables políticos ni por los representantes del sindicalismo mayoritario, a fuer de ver un sector agrario en permanente estado de revuelta, con los disruptivos efectos colaterales que ello puede ocasionar.

Es, además, un movimiento de reacción emocional, difícil de contrarrestar con razones, y al que sólo le valen los hechos: mejores precios, reducción de costes, protección de los productos nacionales, relajación de los controles medioambientales, eliminación de las prohibiciones a las actividades tradicionales (como la caza), supresión de los ataques contra la producción cárnica, levantamiento de las restricciones a la actividad agraria…

Esa es su fuerza en tanto banderín de enganche para muchos “agricultores al límite”, más también su debilidad en tanto son reivindicaciones imposibles de canalizar y aceptar por parte de los poderes públicos, cuyas competencias son más limitadas y menos efectivas de lo que creemos.

Apertura hacia un “nuevo agrarismo”

De otro lado, vemos una reacción no corporativista, sino abierta y en constante búsqueda de alianzas con grupos y movimientos sociales no vinculados directamente con la actividad agraria.

Son agricultores de muy diversas características sociales y económicas, que se esfuerzan por comprender la complejidad de los tiempos actuales; que asumen los retos y desafíos que se les plantea en materia de innovación tecnológica, digitalización, cambio climático, renovación generacional…; que abogan por la integración activa en la cadena alimentaria mediante mejores y más eficaces fórmulas contractuales; que impulsan redes de colaboración con los consumidores; que apuestan por el acceso de las mujeres a la titularidad de las explotaciones y a los órganos directivos de las organizaciones profesionales y cooperativas, y que son conscientes de que estos retos no pueden afrontarlos ellos solos encerrándose en un mundo rural que ya no existe.

Son agricultores que apuestan por la PAC, aunque haya cosas que no les gusten de esta política y se esfuerzan por modificarlas, participando en sus estructuras de gobernanza. Les incomoda la entrada de productos foráneos, pero saben que los mercados abiertos son también una oportunidad para dar salida a los productos nacionales mediante la exportación.

No es ésta, por tanto, una reacción corporativista y excluyente como la otra, sino consciente de la complejidad del escenario en que les ha tocado vivir a los agricultores y abierta a la búsqueda de alianzas con otros grupos sociales. Por ejemplo, con los consumidores a través de fórmulas innovadoras de proximidad (física o virtual); con la participación en plataformas abiertas como el Foro de Acción Rural; o alcanzando acuerdos con la gran distribución (como el alcanzado por UPA con la empresa LidL para la venta del aceite de oliva a precios que no estén por debajo de los costes de producción).

En esa búsqueda de alianzas, el nuevo agrarismo se presenta ante la sociedad con el orgullo de ser y sentirse agricultores, pero no desde la pretendida supremacía moral del agrarismo corporativo, sino desde la conciencia de que la agricultura es un asunto de todos y no sólo de los que trabajan la tierra y gestionan lo mejor que pueden sus explotaciones.

Reflexiones finales

Entre el repliegue corporativista de unos y el agrarismo abierto y renovado de otros, discurren hoy los debates sobre el papel a desempeñar por la agricultura ante los grandes retos que tiene la UE y que tiene España como país. Y todo ello a la espera de que se implemente la nueva PAC post-2021, se aprueben los Planes Estratégicos, finalice el periodo de pandemia y sepamos aprovechar los fondos de recuperación y resiliencia (next generation) procedentes de la UE.

En ese contexto, es más necesario que nunca renovar las bases del discurso agrarista, realzando la importancia de la agricultura en el bienestar de la sociedad y en el desarrollo y cohesión de los territorios. Pero haciéndolo no desde un repliegue hacia valores de un mundo ya pasado, sino asumiendo el reto de la modernidad cultural y económica desde una apertura hacia el futuro, con todas sus contradicciones y oportunidades.

Para ello, es importante que ese discurso encuentre receptividad en los grupos sociales a los que se dirige y también en las correspondientes instancias políticas, transformando las palabras en hechos. Precisamente por no ser un discurso emocional, sino construido sobre la base de las razones y los argumentos, necesita que su esfuerzo, no fácil, de convicción dentro del propio sector, se traduzca en resultados tangibles para poder así contrarrestar el viejo, pero aún atractivo, discurso corporativista que se extiende entre muchos agricultores.

Poco ayuda a ello abrir debates sobre temas complejos en momentos inoportunos como el actual, donde lo prioritario es salir de la crisis provocada por la pandemia COVID-19. Y menos aún si se abren desde el ámbito de la política (como ha hecho el ministro Garzón con el vídeo “Menos carne, más vida” o la ministra Ribera con el tema del lobo) sin medir sus efectos en un sector como el agrario muy sensible a lo que entienden como acoso y muy castigado por la pérdida de rentabilidad de las pequeñas y medianas explotaciones.

No dudo de que sean debates necesarios sobre temas importantes, pero su complejidad y sus implicaciones territoriales exige que se planteen con y no contra el sector agrario si se quiere que los agricultores participen en ellos."

(Eduardo Moyano Estrada , Profesor de Investigación (Catedrático) de Sociología del IESA-CSIC e Ingeniero Agrónomo, Crónica Popular, 02/08/21; fuente: eldiariorural, 10 de julio de 2021)

23/1/19

Por primera vez, en cientos de miles de años, la caza es una actividad denostada por una parte importante de la sociedad y corre el riesgo de extinguirse. Las razones hay que buscarlas en que la caza es una actividad rural, y la cultura del campo se ha perdido, no existe, para muchas de las nuevas generaciones. El movimiento animalista, cuyos principios básicos serían firmados por los propios cazadores, ha exagerado hasta el absurdo los derechos de los animales. La caza produce el 0,3 por ciento del PIB en España, con un gasto anual de 6.500 millones de euros y generando 186.000 empleos...

"Por primera vez, en cientos de miles de años de historia de la humanidad, la caza es una actividad denostada por una parte importante de la sociedad y corre el riesgo de extinguirse. El hombre fue cazador recolector desde sus primeros ancestros, pero en los albores del siglo XXI, sobre todo en los países más civilizados, un importante sector social no entiende el papel de la caza y trabaja con idea de ponerle fin. 

Las razones hay que buscarlas en que la caza es una actividad eminentemente rural, y la cultura del campo se ha perdido, no existe, para muchas de las nuevas generaciones. Florece en nuestros días el movimiento animalista, cuyos principios básicos serían firmados por los propios cazadores, aunque a la larga han exagerado hasta tal punto los derechos de los animales que la línea que preconizan es con frecuencia utópica, cuando no absurda.

Para muchos de sus críticos, el cazador es casi siempre un señorito que disfruta al máximo haciendo daño a los animales y tratando de matar todos los que puede. No comprenden que la caza sigue siendo básicamente rural y la mayoría de sus practicantes son de pueblo y de origen básicamente humilde.

 El cazador de copa, puro, bombachos con borlas y cinco venados en un puesto es una escasísima excepción, que tampoco agrada a la mayor parte de los integrantes del colectivo. No hay que confundirlos con muchas familias aristócratas españolas de honda raigambre venatoria, que han sabido transmitir una respetuosa cultura cinegética a todas sus generaciones.

 En buena medida, a ellos les debemos el hecho de que España sea el país de Europa con una biodiversidad más rica.

En nuestro país proliferan las fincas de caza cuyos ecosistemas se hallan en un estado de conservación similar al que tenían hace siglos, o milenios, gracias a la voluntad de sus propietarios de no explotarlos de otro modo. Además, el cazador ama a las piezas que caza, y es frecuente que abandere movimientos y actividades en pro de su conservación.

No en vano la mayoría de los grandes naturalistas y conservacionistas de la historia han tenido un origen cazador, como el propio Darwin, Brehm, Felix Rodríguez de la Fuente, Jose Antonio Valverde, Chapman y Buck, etcétera.

El principal argumento para defender la caza es que es absolutamente compatible, e incluso complementaria, con la conservación de la biodiversidad. En muchos países africanos la presión demográfica es tan agresiva que ya no quedan animales fuera de los parques nacionales y de las reservas de caza, que juegan un papel esencial.

La caza es racional y sostenible, entre otras cosas porque el cazador aprendió que no tendría sentido acabar con su propio recurso. En un momento de preocupación por el abandono del campo, la caza supone una de las más importantes alternativas para dinamizar el mundo rural y generar una importante economía.

Nada menos que el 0,3 por ciento del PIB en España, con un gasto anual de 6.500 millones de euros y generando 186.000 empleos. La práctica totalidad de las regiones rurales españolas mantienen una larga cultura venatoria y creo que la humanidad daría un paso atrás si acabamos con ella."                            (Juan Delibes es Biólogo E Ingeniero de Montes de Honor, ABC, 13/01/19)

11/12/18

El jabalí, una plaga con riesgos para el ser humano. La gran expansión de la especie está tras el aumento de accidentes de tráfico y de algunas enfermedades del ganado...

"El jabalí se acerca cada vez más al hombre y campa a sus anchas entre urbanizacionesy restos de basura, donde encuentra alimento y jardines frescos. Las quejas por este motivo y por los daños que provoca en la agricultura y la ganadería debido a problemas sanitarios, van a más. 

A todo ello hay que sumar los accidentes de tráfico que causa su presencia inesperada en la carretera. En España no existe un censo nacional de jabalíes que permita conocer su densidad real, pero “se calcula que superan el millón de ejemplares”, responde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

 No solo eso, sino que "su crecimiento es ahora exponencial”, con una subida anual entre un 5%y un 15%, añade Christian Gortázar, catedrático de Sanidad Animal de la Universidad de Castilla-La Mancha e investigador del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC). De mantenerse la tendencia, la población se puede multiplicar por dos en 2025.


A falta de censo, los científicos utilizan los datos sobre ejemplares cazados y accidentes de tráfico que causan. Las capturas se han triplicado entre 2001, con 117.305 ejemplares abatidos, y 2016, con 354.648. Y estuvieron involucrados en 10.352 choques con vehículos en 2017 (un 73% más que en 2012), según la Dirección General de Tráfico (DGT).

Para Gortázar no hay duda de que el jabalí se ha convertido en una “especie-plaga o especie problema, que son aquellas que afectan negativamente a la salud de las personas o a su seguridad alimentaria”. Entre las infecciones que comparte el jabalí con el ganado destacan la tuberculosis y la peste porcina africana. “Actualmente”, explica Gortázar, “ambas infecciones emergen en Europa gracias a su capacidad de mantenerse en los jabalíes”. Con el hombre comparte “la triquinosis, la hepatitis E o la fiebre hemorrágica Crimea-Congo”.




El científico considera que la presión cinegética actual no basta para estabilizar las poblaciones, aunque contribuye de forma significativa. “Solo cazando dos tercios de la población se lograría frenar su aumento”, mantiene. Algo complicado, teniendo en cuenta que el número de licencias de caza ha bajado de 1,4 millones en 1990 a unas 800.000 en 2016.


A largo plazo se tendría que actuar sobre el hábitat, para reducirles el alimento y los lugares donde se cobijan, explica Gortázar. Pero España evoluciona al contrario. La superficie forestal, territorio favorable para la especie, ha subido un 33% desde 1990 por el abandono del campo. España se ha convertido así en el segundo país, por detrás de Suecia, con más terreno boscoso de la Unión Europea. “A lo que se une que la extensión de los maizales, refugio del jabalí, que se han quintuplicado”, puntualiza.

Miguel Ángel Hernández, experto en especies de Ecologistas en Acción, no está de acuerdo en considerar a la especie como una plaga. “Primero hay que conocer la situación real porque hay más incertidumbres que certezas”, observa. No cree que los datos sobre capturas en cotos de caza tengan el suficiente rigor. “Los dan los cazadores en función de sus intereses”, advierte.

En su opinión, el esfuerzo cinegético causa el efecto contrario al buscado y redunda en la proliferación de jabalíes, porque se acaba principalmente con adultos y machos, mientras que la población joven y la de hembras fértiles se mantiene. “Además, se siguen soltando jabalíes de granja para que los cazadores tengan más piezas. No sé si eso es luchar contra la supuesta sobrepoblación”, critica. Hernández culpa del conflicto que se está produciendo a la invasión del hábitat del jabalí, tanto por la expansión de los cultivos como de los desarrollos urbanísticos. “Se obliga al jabalí a invadir zonas humanizadas”, sostiene.

Una situación que se reproduce desde hace años en la zona noroeste de la Comunidad de Madrid. Varios pueblos (Las Rozas, Torrelodones o Majadahonda) se han unido para reclamar al Ejecutivo regional que les ayude. Un portavoz de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio explica que “en terreno urbano la competencia recae en los Ayuntamientos”.

 Aunque para cazarlos o capturarlos deben pedir permiso a la consejería. Hasta octubre, el Ejecutivo madrileño ha concedido 286 permisos. Javier Gavela, veterinario del Ayuntamiento de Las Rozas, pueblo pionero en comenzar a aplicar medidas en 2004, pide la aplicación de un conjunto de medidas, “porque no es un tema local”.


En Cataluña la situación también es muy compleja. El Departamento de Agricultura ha comprobado la existencia de una población que ha nacido en condiciones urbanas o periurbanas, y que no se asusta de la presencia de personas o coches. Estos se alimentan de residuos que encuentran en la basura o que se les ofrece y descansan en rincones ajardinados o solares abandonados.

Los ejemplares capturados en zonas periurbanas, aunque jóvenes, tienen un peso que les permite comportarse como adultos, y por tanto pueden criar antes de tiempo. En cambio, los cazados en el bosque, suelen ser ejemplares con un peso inferior. Mientras se encuentra la solución, los municipios advierten de que no se dejen las basuras a su alcance o se cierren las puertas de las vallas cinegéticas, que les impiden llegar hasta los lugares habitados.




“Si la peste porcina africana (PPA) llegara a España sería dramático, porque somos una potencia mundial”, aclara Jaume Bernis responsable del sector porcino de COAG. La enfermedad se ha propagado a siete países de la Unión Europea. “El último foco se produjo en Bélgica y los datos apuntan a que la introducción se debe en un 90% a los jabalíes”, añade.

Advierte a los cazadores de que en caso de localizar un ejemplar muerto avisen al Seprona, por si estuviera infectado. La Comisión Europea prohibió el movimiento de jabalíes vivos entre países para prevenir la extensión de la peste."                   (Esther Sánchez, 08/12/18)

25/9/18

En España, el proceso de liquidación de la sociedad rural fue excepcionalmente acelerado, pasando el sector primario entre 1950-1975, del 50% al 25%; siendo el proceso de destradicionalización más acelerado de Europa (a excepción de Serbia)




"La jornada final del Curso de Verano “Marxismo, nación y territorio”, concluyó con la participación del Profesor de Sociología Armando Fernández Steinko, quien dedicó su intervención a realizar un análisis materialista del concepto identidad nacional. 

Steinko, dio continuidad del día anterior, al comentar como fue en la década de los cincuenta del siglo XX, cuando surgen con fuerza los discursos basados en la identidad tal como los conocemos en la actualidad, siendo una manifestación de la modernización capitalista y las relaciones sociales producto de dicho proceso.

Junto a dicho proceso de modernización capitalista, aparece un proceso de modernización no capitalista protagonizada por el Estado, que conviven con las formas tradicionales de vida y propiedad que puedan pervivir en cada país. 

El alcance de dichos procesos es diferente en cada uno de ellos, siendo Inglaterra y EE UU los primeros países en los que las relaciones tradicionales quedaron casi extinguidas, siendo en Italia y Alemania dos países donde dicho proceso de modernización y su liquidación fue más lento y prácticamente se realizó desde la II Guerra Mundial hasta la década de los setenta, donde el Estado tuvo un importante peso. De ahí se pueden percibir diferentes capitalismos en el área central del sistema mundo.

Steinko continua analizando, como los países centrales el proceso de modernización capitalista fue acompañado de un importante papel del Estado como regulador social y articulador del territorio. Sin embargo, España es un caso único.

 En nuestro país, en tan solo 25 años el proceso de liquidación de la sociedad rural fue excepcionalmente acelerado pasando el sector primario entre 1950-1975, del 50% al 25%; siendo un proceso de destradicionalización más acelerado que en el resto de Europa (excepción de Serbia en la antigua Yugoslavia), que se produce con una escasa presencia del papel del Estado (solo el 16% del PIB), gestionado por un Gobierno autoritario de carácter dictatorial. (...)"            

(Conferencia de Armando Fernández Steinko (UCM), Eddy Sánchez Iglesias , Mundo Obrero, 14/07/18)