"Vivimos la articulación imprevista de cuatro crisis que se retroalimentan mutuamente: una crisis médica, una crisis económica, una crisis ambiental, y una crisis política. Una
coyuntura de enorme perplejidad y angustia. Pareciera que la sociedad y
el mundo hubieran perdido el rumbo, una dirección hacia dónde ir, su
destino. Nadie sabe lo que va a pasar en el corto y mediano plazo, ni
puede garantizar si habrá un nuevo rebrote o si surgirá un nuevo virus,
si la crisis económica se intensificará, si saldremos de ella, si
tendremos trabajo o ahorros. Esto da lugar a una parálisis del horizonte
predictivo, no solamente en los filósofos, que es algo normal, sino en
la gente común, en los ciudadanos y ciudadanas, en las personas que van
al mercado, en los trabajadores, obreros, campesinos, en los pequeños
comerciantes. El horizonte predictivo es la capacidad imaginada de
proponernos cosas a mediano plazo, cosas que muchas veces no suceden,
pero guían nuestra acción y nuestro comportamiento. El horizonte predictivo se ha roto, se ha desintegrado. Nadie sabe lo que va a suceder.
La suspensión del tiempo
Es en este sentido que propongo la categoría de un “tiempo suspendido”.
A pesar de que suceden cosas, a pesar de que brotan conflictos,
problemas, novedades, cada día estamos viviendo una suspensión del
tiempo. Hay un movimiento del tiempo cuando hay un horizonte, cuando
podemos al menos imaginar hacia dónde vamos, hacia dónde nos dirigimos.
Se trata de una experiencia muy desgarradora, una experiencia nueva que
estamos viviendo, en el sentido de que no existe una dirección hacia
dónde ir, lo cual es angustiante.
La suspensión del tiempo arrastra un conjunto de síntomas y
consecuencias. La primera de ellas es lo que podríamos denominar “un
ocaso de época”. El mundo está asistiendo al prolongado, conflictivo y agónico cierre de la globalización neoliberal. Estamos
en un proceso emergente de desglobalización económica que se ha ido
acentuando, pero que comenzó hace cinco o diez años atrás con idas y
vueltas. La primera oleada de globalización se dio en el siglo XIX,
hasta principios del XX, y la segunda a finales del siglo XX, entre 1980
y el 2010. Esta segunda oleada de globalización ha entrado en un
proceso de una deshilachamiento parcial, en un proceso de
desglobalización económica parcial. Hay cuatro datos que permiten afirmar esta hipótesis:
Primero, el comercio mundial tenía una tasa de crecimiento, entre
1990 y 2012, de dos a tres veces por encima de la tasa del crecimiento
del PIB global. Desde el 2013 hasta el 2020 es menor o, en el mejor de
los casos, igual a la tasa del crecimiento del PIB. El comercio, que es
la bandera de los mercados globalizados, se ha reducido, según informes
de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE.
El segundo dato es que los flujos transfronterizos de capital, que
entre 1989 y 2007 habían crecido del 5% al 20% respecto al PIB mundial,
pasaron a tener una tasa menor al 5% entre 2009 y la actualidad.
El tercer dato es la salida de Inglaterra de la Unión Europea, el
Brexit, que ha establecido un límite a la expansión, al menos por el
lado de Occidente, de esta articulación de mercado, economía y política
europea. Por su parte, Estados Unidos inicia con el gobierno de Trump un
proceso gradual de repatriación de capitales bajo el lema “América
Primero”. En su gobierno, Trump desplegó una guerra comercial contra
China, pero también contra Canadá y luego contra Europa. Destapó viejos
fantasmas de seguridad nacional para intentar impedir que China tome el
liderazgo mundial y controle la red 5G. Además, el COVID-19 ha acelerado
los procesos de reagrupación de las cadenas de valor esenciales, para
que no se repitan procesos que se dieron en Europa cuando, entre países
supuestamente pertenecientes a la misma unión comercial, se peleaban en
la frontera por los respiradores e insumos médicos. Este control les
permite no depender de insumos de China, Singapur, México o Argentina, o
del país que fuera. Entonces, tenemos un escenario paradójico con China
y Alemania aliadas por el libre comercio y Estados Unidos e Inglaterra
aliados en una mirada proteccionista de la economía y del mundo. En los
años 80, estos dos últimos países encabezaron la oleada globalizadora
con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y ahora son sus líderes los que
encabezan una mirada proteccionista y los comunistas, a la cabeza de
China, los que convocan a todo el mundo a abrir fronteras y a no impedir
que la globalización se detenga.
Un último dato de esta desglobalización parcial que estamos viviendo
es el documento que acaba de publicar el Fondo Monetario Internacional.
Hay un monitor fiscal y un reporte de la economía mundial que presenta
un conjunto de recomendaciones sorprendentes, paradójicas, e incluso
chistosas viniendo del FMI: “hay que prorrogar los vencimientos de la
deuda pública”. Es decir, están proponiendo que los países no paguen su
deuda pública, que prorroguen y que establezcan mecanismos de repagos
para los siguientes años. No se olviden que el FMI junto con Merkel y el
Deutsche Bank fueron los que se impusieron sobre Italia, luego sobre
Irlanda y finalmente sobre Grecia, para obligar a que asuman sus
compromisos de endeudamiento. El informe sugiere “incrementar los
impuestos progresivos a los más acaudalados”, no es el programa de un
partido de izquierda radical, es la recomendación del Fondo Monetario.
También, propone impuestos “a las propiedades más costosas, a las
ganancias de capital, y a los patrimonios”, siendo incluso más radical
que algunas propuestas que se habían manejado en los grupos de izquierda
del continente. Sigue con “modificar la tributación de las empresas
para asegurarse de que paguen impuestos”. Es decir, pide ser más audaces
y modificar el sistema tributario porque hay muchos ricos que han
evadido los impuestos. Cierra con una sugerencia para la tributación
internacional a la economía digital, apoyo prolongado a los ingresos de
los trabajadores desplazados e incremento de la inversión pública. Se
trata de un programa de reformas que hace un año era impensable, era una
herejía que viniera de estos organismos internacionales que funcionan
como el cerebro del capitalismo mundial.
Esto está marcando una modificación del espíritu de la época. Algo
está cambiando. Se acabó el recetario de austeridad fiscal, la amenaza
de que espantar a los ricos imponiéndoles impuestos nos hará perder
riqueza y empleos. Hay una modificación de los parámetros
epistemológicos con los que este sector del capital mundial estaba
mirando lo que se viene en términos de esta articulación de la crisis
ambiental, médica, económica y social. Evidentemente, hay un miedo a
las clases peligrosas y a los estallidos sociales que está llevando a
un cambio de 180º de las posiciones de políticas económicas que impulsan
estos ideólogos del capitalismo mundial, y que habían comandado todo el
neoliberalismo desde los años 80 hasta el 2020, en términos de
reducción del Estado, de la inversión pública, de los impuestos a la
gente rica y de apoyos sociales a los trabajadores. No sabemos si será
temporal, pero se trata de un giro sustancial.
El desgaste de la hegemonía neoliberal conservadora
Un segundo efecto de este tiempo suspendido es lo que podemos
calificar como un estupor y cansancio de la hegemonía neoliberal
conservadora implementada en los últimos 40 años. No es que se acabó,
puede durar un buen tiempo más, pero ha perdido su capacidad de
regeneración, de impulso irradiador y de articulación de esperanzas. El
neoliberalismo se mantiene por la inercia, por la fuerza de la herencia
pasada. Esto lo visualizamos en la crisis de los instrumentos que habían
sido fetichizados para organizar el futuro.
El neoliberalismo utilizó tres instrumentos para crear un relato,
un imaginario, falso en los hechos, pero creído por mucha gente sobre
quiénes organizaban el futuro: el mercado, la globalización y la
ciencia. El mercado globalizado ha mostrado que no es un sujeto
cohesionador. Frente a la crisis del virus y a la expansión de los
contagios, ningún mercado hizo nada. Al contrario, los mercados
escondieron la cabeza como avestruces y lo que salió a relucir como la
única y última instancia de protección social fueron los Estados. La
globalización, como un ideario de modernización, mejora de la vida y de
expansión ilimitada de las oportunidades, ya no tiene la capacidad para
contener a los descontentos, para organizar a la gente que tiene miedo
ni para calmar las preocupaciones de los angustiados. La ciencia, en la
que se depositó de manera imaginada y tergiversada una potencia
ilimitada y una capacidad infinita para transformar y resolver los
problemas de la humanidad, ahora muestra sus límites. Hay cosas que los
humanos no podemos resolver, enfrentar o remontar, fruto de nuestras
propias acciones. La ciencia también tiene un horizonte de época, puede
resolver muchas cosas y otras no. Se requiere mucho tiempo, esfuerzo,
recursos y una modificación de los comportamientos para que la ciencia
pueda abarcar y resolver los problemas que estamos ocasionando,
especialmente por nuestra manera de haber roto metabólica, orgánica y
racionalmente nuestra relación con la naturaleza.
Todo esto significa que la hegemonía neoliberal ha perdido el
optimismo histórico. Ya no se presenta ante el mundo como portador de
certidumbres imaginadas, horizontes plausibles, conquistables y
realizables a mediano plazo. Las certezas imaginadas del futuro se han
quebrado y este es ahora el nuevo sentido común. Ahora nadie puede decir
cuál es el destino de la humanidad. La humanidad nunca tiene un
destino, siempre es una incertidumbre, pero las grandes hegemonías lo
que hacen es crear un imaginario del destino de la humanidad. Las
ideologías y las hegemonías tienen una facultad performativa: la
capacidad de crear lo que enuncian. Esta capacidad es la que perdió la
hegemonía neoliberal planetaria porque ya no tiene la fuerza de
despertar entusiasmo, crear adherencias duraderas, ni proponer un
horizonte factible en el tiempo. Es un momento de cansancio y de estupor
hegemónico, un momento que habilita una nueva materialidad de la
hegemonía, que se vuelve porosa. Ya no se presenta como un caudal
imbatible que va hacia un lado, sino como aguas estancadas, donde se
filtran otro tipo de sustancias, otro tipo de elementos. Por lo tanto,
estas aguas estancadas de la hegemonía conservadora hablan de la
parálisis del horizonte predictivo. Repito: no es el fin ni del
neoliberalismo económico ni de la hegemonía neoliberal. Es un momento de
cansancio, de agotamiento y debilitamiento que puede arrastrarse
incluso todavía años, cada vez con más dificultades, con menos
irradiación, con menos entusiasmo, con menos capacidad de generar
adherencias duraderas y legitimidades activas.
Ruptura del consenso neoliberal político y económico
La tercera característica de este ocaso es la ruptura del consenso
neoliberal político y económico. Desde los años 80, la hegemonía
neoliberal pudo desarrollarse en los ámbitos económicos y discursivos
porque fusionó dos cosas: la economía de libre mercado y la democracia
representativa. Esto le dio mucha fuerza. Había una retroalimentación
entre el horizonte económico que buscaba reducir el Estado, entregar los
bienes públicos a los actores privados, regular y fragmentar la fuerza
laboral, reducir salarios y derechos, con un sistema de democracia
representativa. Luego de la caída del muro de Berlín y del comunismo
como una alternativa a la sociedad capitalista, todas las élites, sean
de izquierda o derecha, habían apostado por el neoliberalismo, con un
sentido un poco más social o más empresarial, porque compartían el mismo
horizonte sobre el destino de la humanidad.
Luego de 40 años, ese núcleo de economía de libre mercado y
democracia representativa comienza a dislocarse y disociarse, mientras
surge un neoliberalismo cada vez más enfurecido. Esta es una de las
características de la época. Cada año vamos a tener un replanteamiento
de la propuesta neoliberal, cada vez más enfurecida, autoritaria,
racista, xenofóbica, antiliberal, antifeminista, cada vez más vengativa,
cada vez más fascista. Es lo que ha pasado en América Latina y en otras
regiones del mundo. El caso del golpe en Bolivia, la situación de
Brasil, Estados Unidos, Polonia y muchos otros países. Hay un
neoliberalismo cada vez más autoritario, como una manera de
atrincherarse, cuando sus fuerzas y su capacidad de atracción van
menguando.
Además, por primera vez, la democracia comienza a presentarse como un estorbo para las perspectivas neoliberales. Se
perdió el optimismo de los años 80 y ahora se miran con sospecha las
banderas democráticas porque hay una divergencia entre las élites. Es
decir, por un lado, hay élites que propugnan por continuar con el
neoliberalismo: hay que enriquecer a los ricos, voltear de arriba abajo a
los pobres, seguir privatizando y manteniendo la austeridad fiscal; y,
por otra parte, hay élites y bloques sociales dispuestos a implementar
otro tipo de políticas más híbridas: preocuparse de los pobres,
replantearse los temas de la propiedad, los impuestos, el potenciamiento
de lo común, entre otras cuestiones. Esta divergencia y la falta de un
mismo horizonte de expectativas compartido preocupan a las élites
neoliberales que comienzan a mirar con sospecha, recelo y distancia a la
propia democracia y a los procesos electorales.
Tendencias de la suspensión del tiempo en el futuro inmediato
En este tiempo suspendido y de quiebre del horizonte predictivo podemos identificar cuatro tendencias para el futuro inmediato.
La primera está sucediendo en el debate de los grandes centros pensantes del capitalismo mundial: la revitalización de los Estados como sujeto protagónico. Esto
ocurre bajo dos modalidades. La primera es la revitalización de la
utilización de recursos públicos para atenuar las pérdidas o ampliar las
ganancias empresariales. Esta es la vieja modalidad neoliberal que
busca achicar el Estado, pero para agrandar sus riquezas con los bienes
comunes que están bajo control o bajo propiedad del Estado. Actualmente,
se está utilizando dinero público para la compra de acciones de las
grandes empresas que han visto afectada su producción o comercialización
por el confinamiento de los últimos meses.
Según un informe del Fondo Monetario Internacional, en octubre de
2020 las economías avanzadas habían utilizado capital propio de los
Estados equivalente a un 11% de sus PIB en préstamos y garantías, y un
9% en gasto adicional. Es decir, las economías avanzadas, como Estados
Unidos, Inglaterra, España, Italia, Alemania, Noruega, Suecia,
Dinamarca, Japón o Canadá han utilizado entre el 15% y el 20% de sus PIB
para comprar acciones de empresas, nacionalizar las pérdidas
corporativas, entregar crédito a los bancos o amortiguar la reducción de
ganancias de las empresas. Se trata de una revitalización del Estado, pero en términos de monopolios privados.
Otra modalidad de revitalización que pugna también por sobresalir es
la del Estado en su dimensión de comunidad, que busca la protección
social, mejorar salarios, ampliar derechos, aumentar la inversión
pública, proteger a los más débiles, invertir en salud y en educación,
crear empleos o nacionalizar empresas privadas para generar recursos
públicos en favor de la gente.
Todo Estado tiene estas dos dimensiones. Como señala Marx, “el Estado
es una comunidad ilusoria”, que tiene la dimensión de los bienes
comunes (la riqueza es un bien común, los impuestos son un bien común,
las identidades son bienes comunes), pero son bienes comunes de
administración monopólica. Lo que están haciendo las fuerzas
conservadoras es utilizar los bienes comunes para beneficio privado, a
través del potenciamiento de lo monopólico del Estado; en tanto que las
fuerzas sociales progresistas se esfuerzan por la ampliación del Estado
como comunidad con bienes para ser distribuidos y utilizados por la
mayoría de la población. Hacia dónde se incline el Estado dependerá de
las luchas sociales, de la capacidad de movilización, de gobernabilidad
vía parlamento y en las calles, de la acción colectiva, etcétera.
Una segunda tendencia del momento actual es el uso del excedente económico de cada sociedad. En
los siguientes meses y años se van a incrementar las luchas sociales,
políticas e ideológicas entre los distintos partidos, conglomerados,
grupos de presión, clases y movimientos sociales, para determinar quién
se va a beneficiar con los recursos públicos que son escasos. Con
necesidades muy grandes y bienes escasos, ¿se beneficiará al sector
empresarial, trabajador, campesino, obrero, medio? ¿A la burocracia, a
los terratenientes, a los hacendados o a los banqueros? Los Estados se
están endeudando una o dos generaciones por delante y están emitiendo
más dinero para que haya circulante y movimiento económico. Ahí aparecen
dos querellas: por el uso de ese dinero y por quién va a pagar ese dinero.
La tercera tendencia es lo que podemos definir como apertura cognitiva de la sociedad. En
la medida en que las viejas certidumbres se vuelven más rudimentarias y
ásperas, y que el horizonte predictivo de la sociedad neoliberal se
achica, la gente comienza a abrir su capacidad y disposición para
recibir nuevas ideas, creencias y certidumbres. Los seres humanos no
pueden permanecer indefinidamente sin horizontes de predicción más o
menos estables y de mediano plazo. Es una necesidad humana porque
necesitamos “terrenalizar”, necesitamos anclar la proyección de nuestras
vidas, acciones, trabajo, esfuerzos, ahorros, apuestas académicas y
amorosas en un tiempo más o menos previsible. Cuando eso no se da, se
busca por donde sea. Esta es la base para el surgimiento de propuestas
muy conservadoras, cuasi fascistas, que es lo que está sucediendo en
algunos países del mundo. En Bolivia, los perdedores de las elecciones
han ido a rezar ahí, han ido a hincarse ante los cuarteles para pedir
que los militares tomen el gobierno. La salida ultraconservadora,
fascistoide reunió a toda la gente que se metió en el golpe de Estado:
Añez, Carlos Meza, Tuto Quiroga, la Organización de Estados Americanos,
OEA. Esto es algo nunca había sucedido en el continente, ni en los años
70, en el continente. Ahora vemos esas imágenes patéticas del abandono
de la racionalidad política para pedir este tipo de salidas.
La cuarta tendencia son los gigantescos retos para las fuerzas
progresistas y de izquierda del planeta para enfrentar la gravedad de
este horizonte predictivo quebrado y diluido. Simplemente voy a
mencionar los seis temas que cualquier propuesta debería abordar al
momento de asumir la batalla por el sentido común y por el horizonte
predictivo de la sociedad en los siguientes meses y años:
1. La democratización política y económica, y sus distintas
variantes. Esto es lo que algunos denominan la posibilidad de un
socialismo democrático.
2. La lucha contra la explotación, incluyendo no solamente la
distribución de la riqueza sino también la democratización de las formas
de concentración de la gran propiedad.
3. La desracialización y la descolonización de las relaciones
sociales y de los vínculos entre los pueblos y entre las personas
incluidas al interior de las organizaciones.
4. Los procesos de despatriarcalización y la reivindicación de
la soberanía de las mujeres sobre la gestión de sus cuerpos y de sus
vínculos.
5. Un ecologismo social que no mire a la naturaleza como un
parque, sino que vea la naturaleza en su relación con la sociedad. Se
requiere un enfoque que restablezca el metabolismo racional entre el ser
humano y la naturaleza, tomando en cuenta la satisfacción de las
necesidades básicas imprescindibles de la gente más humilde, de los
pobres y de los trabajadores.
6. Un internacionalismo renovado. Los retos de la izquierda y
de las fuerzas progresistas en los siguientes años van a radicar en la
capacidad de impulsar propuestas de democratización política y económica
cada vez más radicales.
Creo que estamos ciertamente ante tiempos sociales muy
estremecedores. Paradójicamente, a pesar de que hablamos de un tiempo
paralizado, se están desarrollando local y tácticamente un conjunto
de luchas, convulsiones e inestabilidades permanentes que nos indican
que las victorias del lado conservador y las victorias del lado
progresista o de la izquierda, tampoco han de ser duraderas. Es un
tiempo en que nada ha de ser duradero durante un periodo prolongado.
Cada victoria de las fuerzas conservadoras tendrá pies cortos y podrá
derrumbarse, y cada victoria de las fuerzas de izquierda podrá tener
pies cortos si es que no sabe corregir errores e impulsar un conjunto de
vínculos con la sociedad.
Este es el conjunto de ideas que quería compartir con ustedes sobre nuestro tiempo presente."
(Álvaro García Linera , El Viejo Topo, 25/09/21; Fuente: Página 12.)