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20/2/24

En 2023, hubo el doble de tiroteos masivos que días del año en Estados Unidos... Los tiradores casi siempre son hombres y suelen ser blancos... ¡Imagínese lo que significaría si los hombres organizaran una Marcha de un Millón de Hombres contra la Violencia Armada!

 "Han pasado seis años desde la masacre del Día de San Valentín de 14 estudiantes y tres maestros en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, y la violencia armada sigue siendo una enfermedad tan virulenta como siempre, con nuevos brotes regulares en estados de todo el país. 

 En 2023, hubo el doble de tiroteos masivos que días del año. Según Gun Violence Archive, tan solo en las primeras seis semanas de este año se produjeron 42 tiroteos masivos en los que 74 personas fueron asesinadas y otras 126 resultaron heridas. Es casi seguro que esas estadísticas, al 11 de febrero, habrán aumentado cuando usted lea esto. (El archivo define un tiroteo masivo como cuando se dispara a cuatro o más personas).

 En septiembre, el presidente Biden estableció la Oficina de Prevención de la Violencia Armada en la Casa Blanca para ayudar a reducir la epidemia de violencia armada en el país. Sin embargo, las matanzas continúan. "Después de cada tiroteo masivo, escuchamos un mensaje simple", dijo el presidente. '¡Hacer algo! ¡Hacer algo!'''  

No cuente con que el Congreso haga nada pronto.

 A pesar de la caída en desgracia de la Asociación Nacional del Rifle (y de su antiguo director ejecutivo, Wayne LaPierre, enjuiciado por cargos de corrupción), el apoyo a la posesión de armas sigue siendo fuerte. El expresidente encausado Donald Trump dijo la semana pasada que, de ser elegido, desharía todas las acciones ejecutivas promulgadas por el presidente Biden. Trump se describió a sí mismo como “el mejor amigo que los propietarios de armas han tenido en la Casa Blanca” y prometió que los “[derechos] de la Segunda Enmienda de los ciudadanos siempre estarán seguros conmigo como su presidente”.

 Los tiroteos masivos han matado a 3.000 personas desde 2006, según una encuesta en curso realizada por USA Today y Associated Press, en colaboración con la Universidad Northeastern. Aún así, el debate sobre la actual emergencia de violencia armada aumenta y disminuye, ardiendo después del último tiroteo, “apagándose” cuando la última vela en los monumentos a los asesinados parpadea y se apaga. En esta urgente conversación nacional también se oscurece un aspecto que debería estar en el centro de atención: el género del tirador. ¿Cuándo empezarán tanto los medios de comunicación como los líderes políticos a hacer que ese hecho innegable sea central en el debate? Los tiradores casi siempre son hombres y suelen ser blancos.

 Si bien la salud mental de los tiradores a veces juega un papel en sus actos asesinos, es una evasión afirmar que ese es el principal desencadenante de su comportamiento aberrante. Es mejor observar cómo se socializa a los niños y jóvenes, a muchos de los cuales se les enseña a creer que admitir que se sienten vulnerables, solos, asustados y tristes los hace menos hombres. Piense en la escuela media y secundaria y sin duda podrá recordar al menos a un solitario alienado, a menudo acosado, con pocos recursos para ayudarlo.  

Durante años, he estado pidiendo que el Congreso autorice a los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) a realizar un estudio sobre cómo criamos a los niños, comenzando en el preescolar. Con suerte, en 2025 habrá un Congreso dispuesto a considerar la propuesta.

 Como muchos debates sobre las condiciones sociales en Estados Unidos, demasiados hombres permanecen en silencio y rara vez intervienen, ya sea que se trate de tiroteos masivos, los derechos reproductivos de las mujeres o la emergencia climática.  

¿Qué pasaría si, en este año electoral de importancia crítica, los hombres se organizaran como hombres para hablar? El 20 de abril se cumple el 25 aniversario del tiroteo masivo en la escuela secundaria Columbine. ¡Imagínese lo que significaría si los hombres organizaran una Marcha de un Millón de Hombres contra la Violencia Armada! Eso podría ser sólo el comienzo.

 Así como Taylor Swift está influyendo en las mujeres jóvenes con su apoyo a causas progresistas, imaginemos si su compañero, el ala cerrada Travis Kelce de los Kansas City Chiefs, ganador del Super Bowl, comenzara a hablar sobre la violencia armada, los derechos reproductivos, la crisis climática y las elecciones presidenciales. elección. No se puede subestimar el impacto potencial que podría tener en los hombres. El movimiento MAGA no ha rehuido expresar su temor al poder cultural de Swift en este momento político volátil. Si Kelce se une a ella, es posible que más hombres comiencen a pasar de los márgenes culturales a la zona política."                  

(Rob Okun, distribuido por Peace Voice, es editor de Voice Male, una revista nacional que narra la transformación de la masculinidad. Brave New Europe, 13/02/24; traducción google)

31/10/23

Ignacio Ramonet: “Hoy en día es literalmente imposible saber si algo es cierto o es falso”... no solo son mentiras, sino una articulación entre unas mentiras y también una situación social que favorece la recepción de esas mentiras como verdades... Hay una crisis de la verdad. Hay una crisis de la información. Parecía que si teníamos redes sociales nos íbamos a librar de los grandes medios que pertenecían a corporaciones o a los Estados. Ya ves dónde estamos. Peor que nunca... “Informarse cuesta”. No solo cuesta dinero, porque hay que abonarse a diferentes medios de información sino porque hay que dedicar mucho tiempo a consultar fuentes diferentes. Hay sitios especializados en la revelación del origen de las fotografías o vídeos. Hoy se puede saber, pero se necesita mucho tiempo. Un ciudadano normal no tiene tanto tiempo

 "Es bien difícil la situación hoy de la información. En este universo lo que está en crisis es la verdad”. “Hay una crisis de la información. Parecía que si teníamos redes sociales nos íbamos a librar de los grandes medios que pertenecían a corporaciones o a los Estados. Ya ves dónde estamos”.  “Se ha alentado a grupos extremistas a pasar al acto en base a mentiras, a no reconocer resultados electorales y en base a bulos. No solo son mentiras, sino una articulación entre unas mentiras y una situación social que favorece la recepción de esas mentiras como verdades”. Extracto de la entrevista al reconocido periodista y académico.

Tiene una amplia trayectoria periodística al frente de una publicación histórica como Le Monde Diplomatique. Cuenta decenas de libros publicados sobre comunicación, sociología o política internacional. Es doctor en Ciencias Sociales y catedrático de Teoría de la Comunicación. Ignacio Ramonet (Redondela, Pontevedra, 1943) no necesita mucha presentación. Recientemente ha publicado un nuevo libro. En “La era del conspiracionismo: Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio” (Clave Intelectual, 2022) se centra en desgranar todo lo que rodeó al impactante suceso que tuvo lugar en EEUU el 6 de enero de 2021. En esta entrevista con Público ofrece algunos detalles de lo que contiene la publicación. 

Al principio del libro escribe: “El asalto al Capitolio de enero de 2021 es un evento clave para el porvenir de la democracia, no solo en EEUU”. Lo califica como el “testimonio más impresionante de lo enfermo que está el sistema democrático”.  No parece un inicio demasiado esperanzador.

Hace unos días, Joe Biden hizo un discurso. Y dijo esencialmente, con respecto a los midterms (elecciones de medio mandato), ( ) que la democracia está amenazada. Él empezó su discurso diciendo: ¿Dónde está Nancy? Eso decía el tipo con un martillo en la mano que entró en la casa de los Pelosi y que atacó al marido. ¿Dónde está Nancy? es lo que decían el 6 de enero de 2021 los asaltantes al Capitolio, cuando la buscaban también para, literalmente, ejecutarla. La situación ha ido evolucionando en el peor de los sentidos…

¿Cree posible entonces que Trump vuelva a gobernar en EEUU?

No lo sabemos. Aún faltan dos años y pueden pasar muchas cosas. Pero hemos visto el peso que tiene Trump en este momento en el Partido Republicano. Cómo él está determinando a los candidatos y cómo los está eligiendo. Es verdad que hay una corriente anti Trump en su partido, pero por el momento no se ve quién podría ser candidato y presentarse a las primarias contra él. Tiene una maquinaria colosal, unos aportes financieros colosales, ha creado su red social, etc. Pero el hecho de que su íntimo amigo Elon Musk haya comprado ahora Twitter también nos dice que es posible que Trump regrese a esta red social. Trump, antes de que Instagram, Youtube o Facebook lo prohibieran, tenía como 150 millones de seguidores. Tenía una potencia comunicacional muy importante y hoy en día la sigue teniendo. 

¿Cuál sería ese Trump revanchista que regresaría? Con una Corte Suprema designada prácticamente por él mismo. En base además a una campaña basada en muchas mentiras. Es lo que decía Biden también el otro día, es el triunfo de la mentira si los republicanos ganasen…

Dice en el libro que la lección de lo que pasó en el Capitolio vale para otros contextos. Y aquí menciona a Jair Bolsonaro. Hemos visto cómo se resistía a reconocer  explíctamente su derrota frente a Lula. ¿Hay riesgo en Brasil de que no se respeten los resultados electorales y que pase como en EEEU?

Los resultados ya parece difícil que no se reconozcan. Implícitamente Bolsonaro no niega los resultados, sin aceptarlo explícitamente. Pero varios lugartenientes importantes suyos, en particular el nuevo gobernador electo en Sao Paulo, han reconocido la victoria de Lula. Lo que en Brasil puede ocurrir es un golpe de Estado militar. Lo que los bolsonaristas están pidiendo en este momento no es que Bolsonaro no reconozca la victoria de Lula. Es que los militares se apoderen de las riendas del Estado. Entonces este es el peligro del golpe de Estado. 

Lo del 6 de enero en EEUU, el hecho de asaltar un edificio emblemático, se había producido por ejemplo en Alemania cuando la extrema derecha asaltó el Bundestag. O cuando los fascistas italianos asaltaron la sede de la CGIL, el sindicato principal del país. Todo eso fue antes. Y luego, una vez se asaltó el Capitolio, mucha gente se sintió autorizada para asaltar edificios emblemáticos. Los camioneros canadienses cercaron el Parlamento de Canadá en Ottawa. Se ha alentado a grupos extremistas a pasar al acto en base a mentiras, a no reconocer resultados electorales y en base a bulos. Lo que trato de explicar es que no solo son mentiras, sino una articulación entre unas mentiras y también una situación social que favorece la recepción de esas mentiras como verdades. Por ejemplo, la situación de la clase media blanca en EEUU. 

De hecho en el libro destaca que muchas personas de clase trabajadora y media votaron en contra de los intereses de su clase por motivos identitarios. Y que cuando se vieron defraudadas comenzaron a abrazar las tesis conspiracionistas. ¿Qué lleva a una persona a abrazar este tipo de tesis?

Nosotros analizamos con una especie de parrilla marxista básica, y yo creo científica y social, que votan contra su clase social. Pero ellos no piensan en términos de clases sociales. Piensan, como Trump les incita a pensar, en términos de identidad racial o étnica. En tanto que como categoría étnica se sienten amenazados, porque son los blancos pobres rodeados de los inmigrantes no blancos que van subiendo desde el punto de vista social.

Entonces ellos se sienten amenazados y ya no tienen el estatuto que tuvieron en toda la historia de EEUU, que es la historia también de un genocidio, mediante el cual por el hecho de ser blanco ya era un estatuto privilegiado. Hoy lo están perdiendo. De ahí que ellos también favorezcan esta tesis, que la extrema derecha en Europa maneja mucho, de “la gran sustitución”. Es decir, están llegando inmigrantes gota a gota pero al cabo del tiempo nos van a sustituir, como ha pasado en algunos territorios, barrios o regiones. Como nos han sustituido desde el punto de vista electoral en algunas esferas locales, en los sindicatos u organizaciones de vecinos. Ellos se ven como un grupo étnico amenazado. Por eso todo esto tiene una dimensión muy racista. 

¿Y en España estamos a salvo de riesgos parecidos?

En la época de Obama, hace unos ocho años, el Tea Party nos parecía lo más a la extrema derecha que podíamos imaginar, lo más irracional desde el punto de vista político. Con cosas tan reaccionarias y alejadas del progreso, del curso de la historia. Y hoy el Tea Party es casi una organización democrática modélica frente a las nuevas extremas derechas. En Europa mira lo que acaba ocurrir en Italia. Un siglo después de la marcha sobre Italia, Giorgia Meloni está ahí reivindicando a Mussolini. La extrema derecha ha ganado las elecciones en Suecia, que era un ejemplo de socialdemocracia. En Francia el primer partido es el de Le Pen. Vemos cómo ese modelo americano que parece lejano o exótico y adaptado a una cultura americana muy poco estructurada según sus nuestros criterios académicos y educacionales. Pero las extremas derechas aquí también van subiendo. Por las mismas razones, la cuestión de la inmigración es extremadamente rentable con estas teorías. 

“Hay una crisis de la verdad”

En el libro se relatan todos los bulos relacionados con las teorías conspiracionistas de la era Trump y posterior. Pone un poco los pelos de punta especialmente todo lo relacionado con el Pizzagate, la red pedófila satánica… Y que hubiera total impunidad para difundir ese tipo de informaciones. 

Las redes sociales han creado la idea de que finalmente descubres que tus ideas que no te atrevías a expresar porque te avergonzaban, porque no estaban en el ámbito de lo aceptable, resulta que hay miles de personas que las tienen. De cualquier tipo. Entonces uno piensa que no está solo como pensador de tal idea torcida. Eso alienta a afirmarse en una sociedad que lo exige, a tener personalidad e identidad comunicacional. Estos canales favorecen esto. Esta expresión salvaje se fue corrigiendo últimamente. Y en particular después del asalto al Capitolio las grandes redes tomaron la decisión de moderar mucho más para ir eliminando a aquellos que difundían bulos o tesis racistas. Pero ahora vemos cómo Elon Musk, al comprar Twitter, dice que va a restablecer la libertad, que la libertad de expresión está muy limitada. No sabemos qué va a ser esta cuestión. 

Es muy crítico con las redes sociales y el uso que se le da. ¿Qué puede hacer un ciudadano en este contexto para informarse con cierto rigor?

Es bien difícil la situación hoy de la información. En este universo que describimos aquí lo que está en crisis es la verdad. Es decir, en particular yo desarrollo casi un capítulo sobre la crisis de la verdad, la historia de la verdad. Esto es una realidad hoy en día. Hoy en día literalmente es imposible saber si algo es cierto o es falso. Estamos ante una de las mayores crisis geopolíticas de los últimos 60 o 70 años, que es la guerra de Ucrania. Mira cuanta gente confundida hay. No digo que nadie tenga la verdad absoluta pero es muy difícil saber algunas cosas. Por ejemplo, ¿quién bombardea la central nuclear de Zaporiya? No tenemos una respuesta convincente para un razonamiento racional. Porque si son los rusos, ¿por qué se van a bombardear ellos que están ahí? Y si son los ucranianos, ¿por qué dicen que son los rusos?

En el libro hay un pequeño capítulo sobre esta guerra y es usted muy crítico con el papel de los grandes medios de comunicación. 

En general, unos y otros. No creo que los rusos tengan una visión muy objetiva de la guerra tampoco. 

Insisto entonces de nuevo en qué puede hacer un ciudadano con ánimo de informarse correctamente

Hay una crisis de la verdad. Hay una crisis de la información. Parecía que si teníamos redes sociales nos íbamos a librar de los grandes medios que pertenecían a corporaciones o a los Estados. Ya ves dónde estamos. Peor que nunca. Quizás lo que hay que decir es que informarse siempre ha sido difícil. Nunca ha sido fácil. Siempre hemos tenido la esperanza de que llegaría una tecnología que nos iba a permitir informarnos bien. Una tecnología o una política como la democratización de la información en la época del Informe McBride. Pero hoy se ha realizado la democratización de la información y estamos en una confusión muy importante. Repito, informarse siempre ha sido difícil.

Yo escribí un artículo hace un tiempo llamado “Informarse cuesta”. No solo cuesta dinero, porque hay que abonarse a diferentes medios de información sino porque hay que dedicar mucho tiempo a consultar fuentes diferentes. Hay sitios especializados en la revelación del origen de las fotografías o vídeos. Hoy se puede saber, pero se necesita mucho tiempo. Un ciudadano normal no tiene tanto tiempo. Quiere abrir el noticiero de televisión y que le digan la verdad. Eso hoy no es posible. 

Hablamos todo el rato de la extrema derecha pero quería preguntarle si la izquierda está a salvo de las teorías conspiracionistas sin fundamento.

La izquierda no está a salvo. La izquierda también entra en el conspiracionismo, ocurre cualquier cosa y la culpa es del imperialismo. Es muy fácil decirlo. Te voy a dar dos ejemplos. Cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre, una parte de la izquierda le hizo una acogida mundial a la tesis de Thierry Meyssan que decía que eso había sido el gran embuste de nuestro tiempo, que nunca había habido un ataque contra las Torres Gemelas. Y que había sido un autoatentado hecho por el Pentágono. Eso, parte de la izquierda lo recibió y lo repitió. No toda la izquierda, yo me considero de izquierdas y combatimos esa tesis como irracional y complotista.

El otro ejemplo es que en los medios de izquierdas se lee regularmente que el grupo de Bildelberg es el amo del mundo y que todo lo que ocurre tiene que ver con eso. Para una parte de la izquierda, Bildelberg son los reptilianos. La izquierda no está a salvo del complotismo. Una cosa que digo es que los complots existen de verdad. No muy lejos de aquí se asesinó a Prim, que fue víctima de un complot que aún hoy en día no se ha podido dilucidar."                 

(Entrevista a Ignacio Ramonet, Colectivo Luis Emilio Recabarren, 14/12/22)

9/2/23

EL brutal asesinato de Tyre Nichols a manos de cinco policías negros de Memphis debería bastar para hacer implosionar la fantasía de que la política de la identidad y la diversidad resolverán la decadencia social, económica y política que asola a Estados Unidos. No sólo los ex agentes son negros, sino que el departamento de policía de la ciudad está dirigido por Cerelyn Davis, una mujer negra... Nada de esto ayudó a Nichols, otra víctima de un linchamiento policial moderno. Los militaristas, los corporativistas, los oligarcas, los políticos, los académicos y los conglomerados mediáticos defienden la política de la identidad y la diversidad porque no hace nada para abordar las injusticias sistémicas o el azote de la guerra permanente que asola a EE.UU. Es un truco publicitario, una marca, utilizada para enmascarar la creciente desigualdad social y la locura imperial... "Estas instituciones escriben el guion. Es su drama. Eligen a los actores, las caras negras, marrones, amarillas y rojas que quieran... Quieren científicos negros. Quieren estrellas de cine negras. Quieren académicos negros en Harvard. Quieren negros en Wall Street. Pero es sólo representación. Eso es todo"... La política de identidad y la diversidad permiten a los liberales regodearse en una empalagosa superioridad moral... disfrazan su pasividad ante el abuso empresarial, el neoliberalismo, la guerra permanente y el recorte de las libertades civiles. No se enfrentan a las instituciones que orquestan la injusticia social y económica... La diversidad es importante. Pero la diversidad, cuando carece de una agenda política que luche contra el opresor en nombre de los oprimidos, es un escaparate

 "EL brutal asesinato de Tyre Nichols a manos de cinco policías negros de Memphis debería bastar para hacer implosionar la fantasía de que la política de la identidad y la diversidad resolverán la decadencia social, económica y política que asola a Estados Unidos. No sólo los ex agentes son negros, sino que el departamento de policía de la ciudad está dirigido por Cerelyn Davis, una mujer negra. Nada de esto ayudó a Nichols, otra víctima de un linchamiento policial moderno.

Los militaristas, los corporativistas, los oligarcas, los políticos, los académicos y los conglomerados mediáticos defienden la política de la identidad y la diversidad porque no hace nada para abordar las injusticias sistémicas o el azote de la guerra permanente que asola a EE.UU. Es un truco publicitario, una marca, utilizada para enmascarar la creciente desigualdad social y la locura imperial. Ocupa a los liberales y a los educados con un activismo de boutique, que no sólo es ineficaz sino que exacerba la división entre los privilegiados y una clase trabajadora en profunda penuria económica. Los que tienen regañan a los que no tienen por sus malos modales, su racismo, su insensibilidad lingüística y su chabacanería, mientras ignoran las causas profundas de su penuria económica. Los oligarcas no podrían estar más contentos.

¿Mejoró la vida de los nativos americanos como resultado de la legislación que ordenaba la asimilación y la revocación de los títulos de propiedad de las tierras tribales impulsada por Charles Curtis, el primer vicepresidente nativo americano? ¿Estamos mejor con Clarence Thomas, que se opone a la discriminación positiva, en el Tribunal Supremo, o con Victoria Nuland, una halcón de la guerra en el Departamento de Estado? ¿Es nuestra perpetuación de la guerra permanente más aceptable porque Lloyd Austin, un afroamericano, es el Secretario de Defensa? ¿Es el ejército más humano porque acepta soldados transexuales? ¿Se ha mejorado la desigualdad social y el estado de vigilancia que la controla porque Sundar Pichai, nacido en la India, es el consejero delegado de Google y Alphabet? 

¿Ha mejorado la industria armamentística porque Kathy J. Warden, una mujer, es la consejera delegada de Northop Grumman, y otra mujer, Phebe Novakovic, es la consejera delegada de General Dynamics? ¿Están mejor las familias trabajadoras con Janet Yellen, que promueve el aumento del desempleo y la "inseguridad laboral" para reducir la inflación, como Secretaria del Tesoro? ¿Mejora la industria cinematográfica cuando una directora, Kathryn Bigelow, hace "Zero Dark Thirty", que es propaganda para la CIA? Echa un vistazo a este anuncio de reclutamiento publicado por la CIA. Resume lo absurdo de dónde hemos llegado.

 Los regímenes coloniales encuentran líderes indígenas obedientes -François Duvalier "Papa Doc" en Haití, Anastasio Somoza en Nicaragua, Mobutu Sese Seko en el Congo, Mohammad Reza Pahlavi en Irán- dispuestos a hacer el trabajo sucio mientras explotan y saquean los países que controlan. Para frustrar las aspiraciones populares de justicia, las fuerzas policiales coloniales cometieron habitualmente atrocidades en nombre de los opresores. Los luchadores por la libertad indígenas que luchan en apoyo de los pobres y los marginados suelen ser expulsados del poder o asesinados, como ocurrió con el líder independentista congoleño Patrice Lumumba y el presidente chileno Salvador Allende. 

El jefe lakota Toro Sentado fue abatido a tiros por miembros de su propia tribu, que servían en el cuerpo de policía de la reserva de Standing Rock. Si te pones del lado de los oprimidos, casi siempre acabarás siendo tratado como tal. Por eso el FBI, junto con la policía de Chicago, asesinó a Fred Hampton y casi con toda seguridad estuvo implicado en el asesinato de Malcolm X, que se refería a los barrios urbanos empobrecidos como "colonias internas". Las fuerzas policiales militarizadas de Estados Unidos funcionan como ejércitos de ocupación. Los policías que mataron a Tyre Nichols no son diferentes de los de las fuerzas policiales de reserva y coloniales.

Vivimos bajo una especie de colonialismo corporativo. Los motores de la supremacía blanca, que construyeron las formas de racismo institucional y económico que mantienen pobres a los pobres, se ocultan tras atractivas personalidades políticas como Barack Obama, a quien Cornel West llamó "una mascota negra para Wall Street". Estos rostros de la diversidad son examinados y seleccionados por la clase dominante. Obama fue preparado y promovido por la maquinaria política de Chicago, una de las más sucias y corruptas del país.

 "Es un insulto a los movimientos organizados de personas que estas instituciones dicen querer incluir", me dijo en 2018 Glen Ford, el difunto editor de The Black Agenda Report. "Estas instituciones escriben el guion. Es su drama. Eligen a los actores, las caras negras, marrones, amarillas y rojas que quieran".

Ford llamó "representacionalistas" a los que promueven la política de identidad, que "quieren ver a algunos negros representados en todos los sectores de liderazgo, en todos los sectores de la sociedad". Quieren científicos negros. Quieren estrellas de cine negras. Quieren académicos negros en Harvard. Quieren negros en Wall Street. Pero es sólo representación. Eso es todo".

El peaje cobrado por el capitalismo corporativo a las personas que estos "representacionistas" dicen representar pone al descubierto la estafa. Los afroamericanos han perdido el 40% de su riqueza desde el colapso financiero de 2008 por el impacto desproporcionado de la caída del valor de la vivienda, los préstamos abusivos, las ejecuciones hipotecarias y la pérdida de empleo. Tienen la segunda tasa más alta de pobreza, con un 21,7 por ciento, después de los nativos americanos, con un 25,9 por ciento, seguidos de los hispanos, con un 17,6 por ciento, y los blancos, con un 9,5 por ciento, según la Oficina del Censo de Estados Unidos y el Departamento de Salud y Servicios Humanos. 

En 2021, los niños negros y los nativos americanos vivían en la pobreza con un 28% y un 25% respectivamente, seguidos de los hispanos con un 25% y los blancos con un 10%. Casi el 40 por ciento de las personas sin hogar del país son afroamericanos, aunque los negros representan alrededor del 14 por ciento de nuestra población. Esta cifra no incluye a las personas que viven en viviendas ruinosas y hacinadas o con familiares o amigos debido a dificultades económicas. Los afroamericanos son encarcelados casi cinco veces más que los blancos.

 La política de identidad y la diversidad permiten a los liberales regodearse en una empalagosa superioridad moral mientras castigan, censuran y deploran a quienes no se ajustan lingüísticamente al discurso políticamente correcto. Son los nuevos jacobinos. Este juego disfraza su pasividad ante el abuso empresarial, el neoliberalismo, la guerra permanente y el recorte de las libertades civiles. No se enfrentan a las instituciones que orquestan la injusticia social y económica. Buscan hacer más apetecible a la clase dominante. 

Con el apoyo del Partido Demócrata, los medios de comunicación liberales, el mundo académico y las plataformas de medios sociales de Silicon Valley, demonizan a las víctimas del golpe de Estado corporativo y de la desindustrialización. Establecen sus principales alianzas políticas con quienes abrazan la política de la identidad, ya sea en Wall Street o en el Pentágono. Son los idiotas útiles de la clase multimillonaria, cruzados morales que amplían las divisiones dentro de la sociedad que los oligarcas gobernantes fomentan para mantener el control.

La diversidad es importante. Pero la diversidad, cuando carece de una agenda política que luche contra el opresor en nombre de los oprimidos, es un escaparate. Se trata de incorporar a un segmento minúsculo de los marginados por la sociedad a estructuras injustas para perpetuarlas.

Una clase que impartí en una prisión de máxima seguridad de Nueva Jersey escribió "Enjaulados", una obra sobre sus vidas. La obra se representó durante casi un mes en el teatro The Passage de Trenton (Nueva Jersey), donde se agotaron las entradas casi todas las noches. Posteriormente fue publicada por Haymarket Books. Los 28 alumnos de la clase insistieron en que el funcionario de prisiones de la historia no fuera blanco. Era demasiado fácil, decían. Era una farsa que permite a la gente simplificar y enmascarar el aparato opresor de los bancos, las empresas, la policía, los tribunales y el sistema penitenciario, todos los cuales contratan a personas con diversidad. Estos sistemas de explotación y opresión internas deben ser atacados y desmantelados, sin importar a quién empleen.

Mi libro, "Nuestra clase: Trauma and Transformation in an American Prison", utiliza la experiencia de escribir la obra para contar las historias de mis alumnos y transmitirles su profunda comprensión de las fuerzas represivas y las instituciones que se alzan contra ellos, sus familias y sus comunidades. Puede ver mi entrevista en dos partes con Hugh Hamilton sobre "Nuestra clase" aquí y aquí.

La última obra de August Wilson, "Radio Golf", predijo hacia dónde se dirigían la diversidad y las políticas de identidad desprovistas de conciencia de clase. En la obra, Harmond Wilks, un promotor inmobiliario educado en la Ivy League, está a punto de lanzar su campaña para convertirse en el primer alcalde negro de Pittsburgh. Su mujer, Meme, aspira a convertirse en secretaria de prensa del gobernador. Wilks, que navega por el universo de privilegios, negocios, búsqueda de estatus y golf de los blancos, debe desinfectar y negar su identidad. Roosevelt Hicks, compañero de habitación de Wilk en Cornell y vicepresidente del Mellon Bank, es su socio. Sterling Johnson, cuyo barrio Wilks y Hicks están presionando para que la ciudad lo declare en ruinas y así poder arrasarlo para su multimillonario proyecto urbanístico, le dice a Hicks: 

¿Sabes lo que eres? Me llevó un tiempo darme cuenta. Eres un negro. Los blancos se confunden y te llaman negro, pero no lo saben como yo. Yo sé la verdad. Soy un negro. Los negros son lo peor de la creación de Dios. Los negros tienen estilo. (...). Un perro sabe que es un perro. Un gato sabe que es un gato. Pero un negro no sabe que es un negro. Cree que es un hombre blanco.

Terribles fuerzas depredadoras están carcomiendo el país. Los corporativistas, militaristas y mandarines políticos que les sirven son el enemigo. Nuestro trabajo no es hacerlas más atractivas, sino destruirlas. Hay entre nosotros auténticos luchadores por la libertad de todas las etnias y orígenes cuya integridad no les permite servir al sistema de totalitarismo invertido que ha destruido nuestra democracia, empobrecido la nación y perpetuado guerras interminables. La diversidad, cuando sirve a los oprimidos, es una ventaja, pero es una estafa cuando sirve a los opresores."  
             

(Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, brave New europe, 06/02/23; traducción DEEPL)

23/11/22

Los ecos del racismo latinoamericano reverberan en EE. UU.... Los comentarios despectivos sobre los oaxaqueños de la presidenta del Concejo Municipal de Los Ángeles conmocionaron a una ciudad que se enorgullece de su tolerancia... Y también revelaron una historia de racismo dentro de la comunidad latina... “no nos sorprendió que gente como Nury Martinez se burlara de nosotros; es lo que vivimos en nuestro país por parte de gente de piel más clara, y nos siguió a este país”

 " Ivan Vasquez llegó a Los Ángeles en 1996, entonces un adolescente que había cruzado la frontera para encontrar trabajo y mejorar la vida de su familia en México. Al llegar, el joven originario de Oaxaca, un estado de mayoría indígena, a quien otros mexicanos en ocasiones llamaban “Oaxaquita” por su piel morena y baja estatura, trabajó como lavaplatos en restaurantes.

El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. 
 
Pero con el tiempo ascendió para convertirse en gerente regional de Baja Fresh y abrió su propio restaurante en 2013, que es una celebración de la cocina única de su estado natal. Madre, el restaurante que ha cobrado impulso por su mole y mezcal, ha obtenido reseñas positivas de críticos gastronómicos y ya tiene tres sucursales en una ciudad que acepta el multiculturalismo. Así que Vasquez, ahora de 41 años, se sintió impactado la semana pasada al escuchar los comentarios denigrantes sobre los oaxaqueños de Nury Martinez, una poderosa política latina que era presidenta del Concejo Municipal de Los Ángeles.

El fin de semana pasado, Los Angeles Times publicó la grabación de una reunión privada de 2021, en la que se escucha a Martinez decir que los oaxaqueños son “gente bajita y morena” que es “muy fea”, lo cual causó una enorme conmoción que aún no se apacigua en la segunda ciudad más grande de Estados Unidos. Martinez, quien también hizo comentarios peyorativos en contra de la gente de color, renunció al concejo el miércoles. Otros dos miembros hispanos que se podían escuchar en la reunión, en la que se debatían maneras de fomentar el poder latino, enfrentan fuertes llamados para que también abandonen el concejo.

Con frecuencia, las personas originarias de comunidades nativas precolombinas son víctimas de acoso en Los Ángeles, una ciudad que se enorgullece de ser tolerante y diversa, y no solo por parte de las personas blancas.

“El supuesto de que si eres latino y progresista no tienes posturas racistas pasa por alto la realidad de que el racismo está profundamente enraizado en las culturas mexicana y latinoamericanas”, explicó Gabriela Domenzain, una mexicoestadounidense que trabajó como experta en comunidades hispanas en la campaña presidencial de Obama en 2012 y la de O’Malley en 2016.

América Latina es una de las regiones de mayor diversidad étnica y, a lo largo de su historia, los grupos raciales y étnicos convergen: las personas de comunidades indígenas, los colonizadores blancos y las personas negras que fueron llevadas como esclavas. Este mestizaje dio lugar a la “morenización” en Latinoamérica, donde se puede ver a gente con distintos tonos de piel según su ascendencia.

Ahora muchas personas son mestizas, pero la gente de piel más clara continúa en la cima de la jerarquía socioeconómica, mientras que quienes tienen una piel más morena, ya sean indígenas o negros, a menudo tienden a ser más pobres y a quedar excluidos de los círculos sociales y políticos de las élites.

Ese sistema no oficial de castas fue llevado a Estados Unidos, que tiene su propia historia de estratificación social y tensiones raciales. Los estudios encontraron que, entre los latinos, a quienes en general se les considera gente de color, es más probable que aquellos que tienen piel más clara prosperen más en lo económico que sus paisanos de piel más oscura, como los cubanos negros y los mexicanos y centroamericanos indígenas.

“Lo que estamos viendo es esta convergencia de racismo colonial de América Latina recreado en las comunidades estadounidenses”, dijo Lynn Stephen, profesora de Estudios Étnicos de la Universidad de Oregón.

 Los mexicanos y los centroamericanos indígenas suelen ser más bajos y tener la piel más morena que otros latinos, y su lengua materna no siempre es el español. La discriminación en su contra es común en el campo, los restaurantes e incluso las construcciones, donde algunas veces los subcontratistas separan a los equipos indígenas de otros latinos con el mismo trabajo para evitar conflictos.

“Se nos ve como personas de piel muy morena y chaparritos, que somos feos e ignorantes”, dijo Arcenio López, quien antes trabajó en el campo y ahora es director ejecutivo del Proyecto Mixteco de Oaxaca, una organización que defiende a los campesinos indígenas que residen en California.

“Además de ser explotados por sus empleadores, los campesinos indígenas sufren la discriminación de sus compañeros de trabajo”, dijo.

En 2012, su organización comenzó una campaña llamada “No me llames oaxaquita”, en un intento de llamar la atención y poner fin al trato denigrante que reciben los oaxaqueños, un estado del tamaño de Indiana en el suroeste de México, que se ha hecho popular entre los turistas por su cultura animada, sus mercados coloridos y sus playas prístinas.

López recordó que la campaña política suscitó duras críticas por parte de algunos líderes hispanos, que le reprocharon que resaltara las diferencias entre los latinos, en lugar de presentar un frente unificado.

 Por eso, cuando salió a la luz la grabación filtrada de los concejales, “no nos sorprendió que gente como Nury Martinez se burlara de nosotros; es lo que vivimos en nuestro país por parte de gente de piel más clara, y nos siguió a este país”.

Gaspar Rivera-Salgado, quien es de Oaxaca y dirige el Centro de Estudios Mexicanos en la Universidad de California, campus Los Ángeles (UCLA), dijo que con demasiada frecuencia se olvida la “tremenda diversidad” de la población latina en Estados Unidos.

“Si se dice latinos, se está metiendo en el mismo saco a Nury Martinez, a Ted Cruz, a todos”, dijo. Martinez es mexicoestadounidense; Cruz, el senador de Texas, es hijo de un inmigrante cubano. Pero las experiencias vividas que han tenido estas figuras políticas son totalmente diferentes, explicó Rivera-Salgado.

Los términos “hispano” y “latino” se han integrado al mosaico estadounidense, y aparecen en los formularios del censo, los periódicos y las encuestas políticas desde que una ley aprobada en 1976 empezó a exigir a las agencias federales que incluyeran en un solo grupo los datos de las personas de ascendencia en países de habla hispana. La clasificación se basa en la lengua, la cultura y la herencia comunes, no en la raza.

La gente en la categoría dista mucho de ser homogénea: muchos tienen raíces mexicanas, mientras que otros son puertorriqueños, argentinos, colombianos, cubanos, españoles y, por supuesto, indígenas.

En su campaña presidencial de 2012, Barak Obama, reconociendo esta heterogeneidad, sacó al aire comerciales enfocados en poblaciones latinas específicas y sus países de origen. En el centro de Florida, los anuncios dirigidos a la comunidad puertorriqueña presentaban a puertorriqueños y abordaban sus preocupaciones. En Nevada, los comerciales presentaban a mexicoestadounidenses.

Los latinos son todo menos un bloque de votos unificado en las elecciones estadounidenses. Los jóvenes inmigrantes de segunda generación están impulsando el crecimiento de la política progresista en California, mientras que los inmigrantes cubanos de más edad son los pilares conservadores del Partido Republicano en Florida. A lo largo de la frontera suroeste, las familias latinas establecidas se han inquietado ante la llegada de nuevos inmigrantes de Centro y Sudamérica y han pedido más límites a la inmigración ilegal.

En los últimos años, Los Ángeles y otras ciudades del suroeste han visto nuevas y grandes oleadas de inmigrantes no solo de México, sino de comunidades indígenas de Guatemala y Honduras, muchos de ellos expulsados de las fincas cafetaleras en parte por los efectos del cambio climático.

En Los Ángeles habita la mayor población mexicana en Estados Unidos y casi la mitad de la población de la ciudad es hispana. También es donde reside la mayor comunidad oaxaqueña del país, con un total de 200.000 personas.

 Vasquez, el dueño de restaurantes, dijo que los oaxaqueños trabajaban en las cocinas de los mejores restaurantes de la ciudad, y que muchos de ellos comenzaron como lavaplatos, como él. Entre los hijos de inmigrantes oaxaqueños hay abogados, maestros y médicos.

Miembros de la comunidad indígena latina de Los Ángeles, algunos de ellos con trajes tradicionales, se encontraban entre los manifestantes frente al recinto del Concejo Municipal y las oficinas de los concejales recientemente.

Ron Herrera, uno de los líderes sindicales que se escuchan en la conversación grabada, dimitió el lunes 10 de octubre como presidente de la Federación de Trabajadores del Condado de Los Ángeles. Los otros dos concejales presentes, Kevin de León y Gil Cedillo, han rechazado hasta ahora los llamamientos para que dimitan.

Por cierto, los concejales conforman un mosaico de hispanos: los tres nacieron en Estados Unidos en el seno de familias inmigrantes, la de Martinez y Cedillo, de México y la de De León, de Guatemala.

A Miguel Villegas, de 32 años, quien rapea en inglés, español y mixteco, una lengua indígena, los insensibles comentarios de la grabación le trajeron recuerdos de las burlas que sufrió cuando crecía en el Valle Central de California.

“Los mexicanos me discriminaban por ser indígena y los estadounidenses por ser inmigrante”, dijo.

Hijo de recolectores de uva, cuando llegó de niño a Estados Unidos desde Oaxaca solo hablaba mixteco, Villegas se apresuró a aprender inglés y español y a ocultar sus raíces indígenas.

Más tarde, recuperó su identidad, dijo Villegas, cuyo nombre artístico es Una Isu.

“El hecho de que esos comentarios se hicieran públicos no hizo más que confirmar que la opresión y la discriminación no han terminado”, afirmó. “Tuve la misma sensación que cuando Donald Trump llegó a la presidencia. El racismo se hizo más público y visible”.

Una de sus canciones se llama “Mixteco es un lenguaje”.

“Esto va para los que insultan a todos mis oaxaqueños”, dice la letra. “Pequeños pero corazones de guerrero. Preservando la cultura, seguiremos creciendo”.

El lenguaje despectivo utilizado por Martinez “me hizo recordar todas las microagresiones que he sentido por parte de otros mexicanos y latinos a lo largo de mi vida”, dijo Miguel Dominguez, de 37 años, con estudios universitarios y nacido y criado en Los Ángeles, de padres oaxaqueños.

 “Al crecer, oímos muchos términos despectivos y denigrantes, como ‘oaxaquita’ e ‘indio’”, dijo.

Cuando había conflictos con los vecinos, a menudo se lanzaban insultos a sus padres, que hablaban zapoteco, una lengua indígena hablada en Oaxaca, recordó.

Dominguez es director de una organización sin fines de lucro del sur de Los Ángeles llamada Community Coalition. El grupo celebró el miércoles una reunión para que los residentes negros y latinos, incluidas personas indígenas, expusieran sus quejas. Al final de la sesión, los participantes se comprometieron a desarrollar una respuesta colectiva multirracial al desafío.

“Se están haciendo muchas cosas para construir puentes y solidaridad que son más poderosos que el lenguaje de odio”, señaló Dominguez. “Veremos que, como ciudad, Los Ángeles puede avanzar después de esto”.                    (

11/10/22

La Masacre de Elaine, ocurrida en 1919 en Arkansas

 "Hace poco más de un siglo, el 30 de septiembre de 1919, un grupo de aparceros afroestadounidenses se congregó en la localidad de Elaine, estado de Arkansas, en el fértil delta del río Misisipi, con motivo de asistir a una reunión sindical…

Solo una o dos generaciones después del final de la esclavitud, estos aparceros se estaban organizando para reclamar un reparto justo de los ingresos provenientes de las cosechas que cultivaban. Enfurecidos por la lucha de estos agricultores negros contra la miseria a la que se los sometía, una patrulla de hombres blancos armados atacó a los aparceros que se habían congregado en la reunión. 

Hubo disparos y uno de los hombres blancos resultó muerto. Lo que siguió después es conocido como la “Masacre de Elaine”. Cientos de afroestadounidenses de Elaine fueron masacrados por una turba violenta de hombres blancos, que probablemente contó con la ayuda de las fuerzas de seguridad y las tropas federales. Los historiadores estiman que murieron no menos de 200 residentes negros en esos trágicos hechos: hombres, mujeres y niños. Ninguna persona blanca rindió cuentas ante la justicia por lo sucedido.

Esa no era la primera vez que los racistas aterrorizaban a la población negra de Elaine. En 1916, Silas Hoskins fue linchado en esa localidad. Hoskins era un próspero propietario de un bar frecuentado por afroestadounidenses. Personas blancas que codiciaban el negocio de Hoskins lo amenazaron varias veces de muerte. Una noche, Silas no retornó del trabajo. Lo habían linchado. En ese entonces vivía con Hoskins un sobrino suyo de 9 años de edad, Richard Wright, que luego se convirtió en uno de los escritores estadounidenses más influyentes del siglo XX. Wright plasmó en sus obras las experiencias de la comunidad negra, especialmente en la novela ”Hijo de esta tierra” y en el libro autobiográfico “El chico negro” (Black Boy).

En “El chico negro”, Richard Wright describe los momentos posteriores al asesinato de su tío Silas Hoskins:

“No hubo funeral. No hubo música. No hubo período de luto. No hubo flores. Solo hubo silencio, llantos silenciosos, susurros y miedo. No supe cuándo ni dónde habían enterrado al tío Hoskins. A la tía Maggie ni siquiera se le permitió ver el cuerpo ni pudo reclamar ninguno de sus bienes. Simplemente habían arrancado al tío Hoskins de nuestras vidas, y nosotros cometimos el error de mirar para otro lado, para evitar mirar de frente a ese terrorífico y candente rostro blanco que sabíamos que se cernía sobre nosotros. Esa fue la vez que sentí más de cerca el terror blanco y mi mente quedó en shock. ‘¿Por qué no nos defendimos?’, le pregunté a mi madre. El miedo que había en ella hizo que me silenciara con una bofetada”. Wright se vio obligado a huir de la ciudad junto con su familia.

Luego vino la Masacre de Elaine. En conversación con Democracy Now!, Paul Ortiz, profesor de historia de la Universidad de Florida, contextualizó la masacre de 1919:

“El precio del algodón estaba en aumento. Pero lo más importante es que la población afroestadounidense estaba logrando grandes avances y mejoras económicas como propietarios de tierras en lugares como Elaine, en [la franja denominada] Cinturón Negro de Alabama, en el norte del [estado de] Florida, en todo el sur [de Estados Unidos]. Y debido a estos avances y al papel que los afroestadounidenses desempeñaron en la Primera Guerra Mundial, las expectativas [de la población negra] iban en aumento. La estructura de poder blanca se movilizó contra las crecientes aspiraciones [de la población negra]”.

Doce hombres afroestadounidenses fueron juzgados tras la masacre. Un jurado compuesto exclusivamente por personas blancas los sentenció a muerte después de solo unos minutos de deliberación. La legendaria activista y periodista afroestadounidense Ida B. Wells viajó a Elaine para solidarizarse con ellos e informar sobre su lucha. Los hombres condenados apelaron la sentencia, argumentando que se habían violado sus derechos al debido proceso consagrados en la Decimocuarta Enmienda de la Constitución. En 1923, en el caso “Moore contra Dempsey”, la Corte Suprema de Estados Unidos falló a favor de los condenados y aseguró una mayor protección para las personas negras del sur del país que estaban siendo sometidas a juicios y jurados dominados por supremacistas blancos. El caso sentó un precedente crucial, que condujo a algunas de las victorias legales más importantes de la época del movimiento por los derechos civiles en las décadas siguientes.

La hija de Richard Wright, la poetisa Julia Wright, quien describe el asesinato de su tío abuelo Silas en 1916 como “el canario negro en la mina de carbón” —es decir, como una advertencia anticipada de lo que se avecinaba—, dijo a Democracy Now!: “Silas Hoskins tuvo un peso enorme en la vida de mi padre. Su linchamiento puede verse como un hilo, un hilo rojo ardiente, que hilvana prácticamente todas sus obras”.

A principios de este año, se recogió tierra del lugar donde se cree que Silas Hoskins fue linchado. Dos frascos con la tierra recolectada fueron trasladados de Elaine a la ciudad de Montgomery, Alabama, para exhibirlos en el Proyecto de Memoria Comunitaria de la organización Equal Justice Initiative. En dicho proyecto, más de 800 frascos de vidrio con tierra extraída de sitios de linchamiento conmemoran esas terribles prácticas que asolaron a Estados Unidos durante tanto tiempo. 

Los frascos se encuentran en el Museo del Legado en Montgomery, un museo que muestra de una manera impactante la transición de la época de la esclavitud a la situación actual del encarcelamiento masivo de personas como herramientas clave utilizadas para oprimir a la población afroestadounidense. Fundada por el activista contra la pena de muerte y abogado defensor Bryan Stevenson, la organización Equal Justice Initiative está también a cargo del Monumento Nacional por la Paz y la Justicia, una amplia instalación al aire libre que conmemora, de una manera profundamente conmovedora, a las miles de víctimas de los linchamientos ocurridos en Estados Unidos.

Actualmente se están construyendo en Elaine, Arkansas, el Museo Elaine y el Centro por los Derechos Civiles Richard Wright para preservar la memoria de la terrible matanza ocurrida en esa localidad y continuar con el legado de las luchas por la equidad y la justicia racial que siguieron a la masacre. El debate sobre el racismo y las medidas de reparación debe continuar y profundizarse en todo el país."                 ( Amy Goodman - Denis Moynihan , Rebelión, 08/10/2022)

13/9/22

El imperio se rompe por dentro... La lógica «amigo y enemigo», constitutiva de las relaciones entre comunidades políticas distintas, está ganando terreno como forma de dirimir las diferencias al interior de la comunidad política estadounidense... Trump logró erigirse en la figura que expresa el sentido común de una parte de la llamada Deep America, en la que el descontento blanco ya no se vehiculiza mediante búsqueda de consensos sino de rupturas radicales. El primer presidente negro, dentro de esa subjetividad, desde luego no podía ser un estadounidense legítimo Estados Unidos entra hoy a la fase de desintegración interna probablemente más peligrosa de su historia desde la guerra civil de 1861 a 1865 ¿Se evitará la guerra civil? Existen observadores que afirman que, aunque en forma de guerra de baja intensidad, esa conflagración ya comenzó. El mundo se juega mucho en cómo los estadounidenses logren procesar su conflictividad interna sin desintegrarse.

 "Las recientes decisiones de la Corte Suprema de Estados Unidos sobre temas como el aborto, protección medioambiental, derecho al voto de minorías y porte de armas se inscriben en una disputa de tipo existencial que está teniendo lugar al interior de la sociedad estadounidense.

Eventos como la elección de un presidente negro, la irrupción de minorías raciales en el Congreso federal y el avance de movimientos subalternos como el BLM (siglas de Black Lives Matter) han hecho creer a una parte importante de los estadounidenses blancos que su marco identitario esencial está amenazado. A ello se le suma un progresivo proceso de debilitamiento de las instituciones públicas como resultado de décadas de implantación de políticas neoliberales en el país.

La presencia de jueces ultraderechistas, las recurrentes masacres en manos de supremacistas blancos, la violencia policial selectiva y la imparable lógica política trumpista son los emergentes más visibles de un proceso subterráneo que ha ido transformando lentamente el imaginario social. Para comprender estos cambios en toda su dimensión, entonces, debemos analizarlos en un doble plano: por un lado, el de la disputa existencial; por otro, el de la debilidad institucional. 

La disputa existencial estadounidense 

Para evitar la guerra o la descomposición interna, las disputas dentro de una comunidad política deben procesarse en términos de adversarios legítimos y no de enemigos irreconciliables. A su vez, los miembros de esa comunidad de alguna forma deben asumirse parte de lo que Carl Schmitt (2009) denominaba una «igualdad sustancial», lo que implica reconocer la existencia de un marco histórico común que fundamenta un presente y un futuro compartido.

Así, las instituciones formales funcionan como el mecanismo mediante el cual los actores sociales procesan sus diferencias; para ello, dicho marco institucionalidad debe gozar de legitimidad en el sentido weberiano, esto es, aceptación interna. Que las personas interpreten esas instituciones en un registro positivo porque en ellas ven la materialización de ciertos ideales nucleares del grupo como lo son la patria, la identidad, el bienestar colectivo, etc. De este modo, las instituciones son legítimas en tanto proyecten, y en cierta medida materialicen, un ideal de lo que es común a todos.

Cuando las diferencias dominantes no se pueden procesar en términos de adversarios, en cambio, esa comunidad política ha pasado a la lógica de amigo y enemigo. La cual, citando nuevamente a Schmitt, concierne no a la política interna sino a la externa. El enemigo no puede ser parte de la comunidad porque la existencia de este implica un exterior constitutivo en el sentido derridiano. Es decir, es ese otro externo cuya presencia da forma al nosotros interno.

Toda identidad colectiva, sostienen Laclau y Mouffe (2015), implica «lógicas de frontera». De modo que no hay identidad que adquiera el rango de política —en el sentido schmtiano de que agrupe en términos de «ellos» y «nosotros» a un grupo grande, como una nación— que no se establezca a partir de dinámicas fronterizas y exteriores constitutivos. Somos un «nosotros» en la medida que no somos «ellos».

Mantener, pues, las diferencias internas fuera de la lógica amigo y enemigo permite que las discrepancias entre los diversos actores de la comunidad política no socaven la legitimidad que entre adversarios deben reconocerse. Ello da estabilidad al orden institucional al tiempo que posibilita el mencionado marco de proyecto común.

Una vez que el «ellos» y el «nosotros» emergen internamente no es posible procesarlos institucionalmente, ya que significa que una parte de la comunidad política desconoce la legitimidad de la otra. Las instituciones se interpretan en registros opuestos según el lugar de cada grupo en disputa. En tales contextos, la historia es clara: lo que sobreviene es la guerra civil. Sin un marco legítimo donde entre grupos amplios y diferentes de una comunidad resuelvan sus querellas y equilibren sus aspiraciones, lo que queda es la violencia. Y, con ello, la descomposición interna. Tal es el escenario que, en nuestra opinión, se está configurando actualmente en los Estados Unidos.

 «Ellos o nosotros» 

Para un amplio sector de los estadounidenses blancos hay una parte de su sociedad que constituye un «ellos» antagónico a su «nosotros» esencial. O, lo que es lo mismo, un enemigo al cual se debe derrotar con todos los medios que sean necesarios —incluyendo la eliminación física, como creyó el genocida de Búfalo hace poco—.

Ese «otro» dejó de ser un adversario con el que, aunque se sepa que nunca se coincidirá en lo fundamental, se puede establecer un marco de legitimidad compartida. Así era cuando entre demócratas y republicanos luchaban políticamente dentro de claves institucionales: ganara quien ganara, cada cuatro años lo fundamental del país seguía igual. Y ello porque la comunidad política estadounidense, a nivel interno, se gestionaba fuera de la lógica de la disputa existencial. Ya no es el caso.

La «nación existencial» (Villacañas, 2014) es la que establece relaciones de amigo y enemigo. Esta forma de nación está siempre latente dentro de toda comunidad política. Aparece de tiempo en tiempo. Y le compete a cada orden institucional mantenerla contenida mediante mecanismos adecuados.

En Estados Unidos sucede que hoy día ese tipo de nación, encarnada en buena parte de su mayoría blanca, ha irrumpido con una fuerza e ímpetu significativos (en un país con una historia de violencia racial constitutiva). El trumpismo es un significante vacío que agrupa diversas demandas de buena parte de los estadounidenses blancos descontentos.

La lógica política trumpista es un elemento estructurante que da unidad y conducción para que sus idearios obtengan resultados políticos concretos. Y el Partido Republicano, en tanto tomado totalmente por el trumpismo (según encuestas, más del 90% de votantes republicanos es favorable a Trump), está trasladando a las instituciones —Congreso, Corte Suprema, tribunales federales y otras— esa lógica de disputa existencial. He ahí, pues, la clave fundamental desde la que entender la radicalidad de los jueces supremos.

Cuando Barack Obama llegó a la presidencia cambiaron muchas cosas. Visto en retrospectiva, sin embargo, podemos decir que ese fue el momento en que la lógica existencial de los blancos tomó su impulso decisivo. No es fortuito que al primer presidente negro le sustituyera en la Casa Blanca el primer presidente de ultraderecha.

Donald Trump, multimillonario devenido en mesías del populismo reaccionario, se hizo políticamente relevante cuando encabezó aquella rocambolesca campaña que sostenía que Obama no era estadounidense sino africano. En la perspectiva demócrata, anclada en la lógica del «votante medio», aquello se interpretó como una locura sin más. Incluso hubo una ocasión en la que el presidente Obama, en un evento social, se mofó frente al propio Trump de ese bulo.

Pero se equivocaron —ellos y casi todos nosotros— al minimizar esa narrativa, puesto que la misma contenía algo más profundo. Algo estaba cambiando en el «votante medio», y una parte significativa de los estadounidenses blancos se estaba radicalizando, estaba pasando a una lógica existencial en la que las cosas no se miden en términos de veracidad ni de hechos sino de percepciones guiadas por factores emocionales. Lo cual proyecta a la lucha política hacia planos que superan los clivajes tradicionales de «demócratas versus republicanos» o «liberales (en el sentido norteamericano) contra conservadores».

Desde ese entonces, Trump logró erigirse en la figura que expresa el sentido común de una parte de la llamada Deep America, en la que el descontento blanco ya no se vehiculiza mediante búsqueda de consensos sino de rupturas radicales. El primer presidente negro, dentro de esa subjetividad, desde luego no podía ser un estadounidense legítimo. Trump, el varón blanco nacionalista y agresivo que rompe los moldes de la conducta institucional, fue el justiciero que volvió a poner cada cosa en su sitio, a retrotraer las cosas a la «América grande» donde mandan los blancos y, por tanto, las personas negras y otros «ellos» están en su lugar correspondiente.

 Moral, libertad y raza

 El trumpismo se convirtió en una lógica política hegemónica, esto es, capaz de articular demandas diversas y de establecer fronteras antagónicas frente a otras hegemonías (en este caso, ante la hegemonía centrista tradicional). Movió las coordenadas del conflicto político estadounidense hacia superficies de disputa existencial. De ahí la elección de jueces de ultraderecha —y evidentemente supremacistas— a la Corte Suprema bajo su presidencia, rompiendo abiertamente con el hasta entonces hegemónico consenso de la moderación centrista.

En tal contexto, los senadores republicanos, que otrora se inscribían en dicho consenso, tenían dos opciones: o apoyaban a los jueces propuestos por el mesías de su partido radicalizado existencialmente o simplemente no volvían a ganar una elección en sus estados. Aun en el contexto de lógicas políticas existenciales, el pragmatismo electoral pesa.

Así las cosas, los jueces electos por el trumpismo emprenden desde las cortes una lucha contra el enemigo existencial de la «América auténtica». En el plano moral-religioso se trata de desmontar leyes a favor del aborto y de matrimonios LGBTQ+ y racialmente mixtos que, en el contexto de correlaciones políticas anteriores, sectores subalternos lograron se aprobasen. En el plano de la libertad (significante político constitutivo de este país) implica acabar con todos los límites que, en los mismos términos anteriormente señalados, se han venido imponiendo en las últimas décadas respecto al porte de armas y el uso indiscriminado de dinero para financiar campañas políticas. Y, en cuanto a lo racial, significa eliminar prohibiciones como las que dictaminaron varios tribunales estatales en lo que respecta a la manipulación distritos electorales (gerrymandering) para evitar que, aun siendo mayoría, los negros siguieran casi sin representación en varios congresos locales.

He aquí tres aspectos centrales: moral, libertad y raza. La concepción de mundo blanco-anglosajona estadounidense se construyó históricamente, en lo fundamental, sobre esos tres pilares. Y ello fue lo que, como sostiene Howard Zinn (2003), utilizaron las élites de principios del siglo XIX para fomentar el racismo del blanco pobre contra el negro en momentos en que entre estos dos grupos comenzaban a tejerse relaciones de hermandad y solidaridad a resultas de la creciente desigualdad que sufrían. El trumpismo en su versión judicial, desde la Corte Suprema, trabaja directamente para recomponer el país en claves del siglo XIX.

El presidente Joe Biden, tras conocerse la decisión que anuló el precedente de casi 50 años de Roe vs Wade en relación al derecho al aborto, dijo que esta era una Corte «extrema». La otrora sacrosanta Corte Suprema, que simbolizaba imperio de la ley y solemnidad republicana, es ahora tratada como un ente partidista más. Con el agravante de que se la ubica en el extremo del espectro político; esto es, no se le reconoce legitimidad. Como vimos, una vez las instituciones pierden legitimidad entendida como aceptación el conflicto político-social pasa a otros ámbitos. Lo que hace que la idea del «todos» como horizonte común al interior de la comunidad política se derruya.

Para los demócratas, tanto del ala centrista-neoliberal como de la izquierdista-socialista, esta Corte Suprema no forma parte del «nosotros». La expresión institucional del trumpismo condujo a los demócratas a inscribirse, en forma de reacción, en una dinámica también existencial. Las luchas electorales que se avecinan, en tal contexto, no estarán inscritas solo en política contingente, sino que —y esto es lo decisivo— estarán signadas por la pugna entre dos Estados Unidos que no se reconocen legitimidad el uno al otro.

De ahí que entre demócratas y republicanos actualmente no se pueden poner de acuerdo en casi nada. La lógica amigo y enemigo, constitutiva de las relaciones entre comunidades políticas distintas, está operando al interior de la comunidad política estadounidense. Lo cual no hace sino evidenciar que Estados Unidos es un país roto por dentro. 

El neoliberalismo contra el bien común 

En los últimos cuarenta años, Estados Unidos ha vivido bajo un sistemático ataque neoliberal contra lo público (Brown, 2016; Harvey, 2007; Zuboff, 2020) que ha debilitado considerablemente la capacidad de respuesta de las instituciones para atender las causas de la disputa existencial actual. Ahora bien, este avance neoliberal debe entenderse en dos planos: la estructura cultural-ideológica sobre la que se asentó y su cristalización en el nivel de políticas concretas.

En primer lugar, el neoliberalismo estadounidense vino de la mano de lo que George Lakoff (2007) caracteriza como la articulación entre el Partido Republicano y ciertas élites económicas para desmontar a nivel de los «marcos mentales» del ciudadano medio el consenso del New Deal. Para ello se sirvieron del aparato conceptual-discusivo que les proveyeron autores como Hayek, Rothbard y Friedman en su versión más propagandística. Las ideas (y elucubraciones) de estos referentes neoliberales fundamentaron los marcos mediáticos que fueron colocándose en la opinión pública.

Lo público y el Estado eran presentados como «enemigos de la libertad» y, por consiguiente, contrarios a la creación de riqueza. Esa convergencia entre libertarismo y conservadurismo estadounidenses dio lugar al «paleolibertarismo», marco de análisis político, social, económico y cultural en el que se formaron diversas figuras que luego pasaron a ocupar cargos de dirección en administraciones republicanas desde Reagan y demócratas con Clinton (Zuboff, 2020).

Esa sistemática operación mediática —vehiculizada mediante el incentivo de marcos mentales que vincularan valores morales y costumbres preexistentes con idearios neoliberales (Lakoff, 2007)— dio como resultado que millones de estadounidenses de clase media y baja asumieran la narrativa antiestatal y antirregulación, que en los hechos solo es favorable a los ricos. Tal identificación construyó un sentido común tendencialmente mayoritario que naturalizó el neoliberalismo, instalando así una hegemónica y ubicua matriz subjetiva neoliberal.

A partir de ese punto, lo que se inició con Reagan fue un amplio proceso de desregulación financiera, desmonte de protecciones medioambientales, baja de impuestos a las rentas altas y ganancias de capital, etcétera, que continuó indemne en las administraciones subsiguientes de ambos partidos. Esta «neoliberalización de la sociedad estadounidense», a nivel subjetivo y estructural, debilitó decisivamente el marco institucional surgido del New Deal que, entre 1945 y 1975 (la época de mayor prosperidad de la historia norteamericana y occidental) había asegurado la existencia de una sociedad cohesionada en base a clases medias fuertes, derechos sociales garantizados y separación entre intereses corporativos e intereses de Estado. 

Desintegración 

Estados Unidos entra hoy a la fase de desintegración interna probablemente más peligrosa de su historia desde la guerra civil de 1861 a 1865. Y lo hace en medio del auge de un sentido común de época neoliberalizado, individualista y extremadamente poco solidario.

Pareciera que las preocupaciones del conservador Samuel Huntington contenidas en su libro Who are we? cristalizan hoy en el trumpismo. Pero, a diferencia de lo que afirmaba allí el autor, lo que amenaza a la sociedad estadounidense no es el reto demográfico hispano sino la respuesta de una parte de la mayoría blanca ante las identidades no blancas (racial y culturalmente) y subalternas (feministas, LGBTQ+, antirracistas, socialistas) que emergen frente al orden anglosajón históricamente hegemónico.

La disputa existencial que en los Estados Unidos de hoy se afirma como tendencia dominante para la resolución de conflictos políticos, entraña una peligrosidad inédita. Porque el enemigo contra el que lucha el trumpismo no es un «ellos» homogéneo. Es algo mucho más grande, que ya está respondiendo, y que el Partido Demócrata y sectores liberales no logran canalizar institucionalmente. 

¿Se evitará la guerra civil? Existen observadores que afirman que, aunque en forma de guerra de baja intensidad, esa conflagración ya comenzó. El mundo se juega mucho en cómo los estadounidenses logren procesar su conflictividad interna sin desintegrarse."          

( , Politólogo dominicano residente en Ecuador. Magíster en Teoría Política por la Universidad Complutense de Madrid, es investigador y especialista en teoría de la democracia y en análisis del neoliberalismo y los populismos , JACOBIN América Latina, 26/07/22)

19/5/22

El gran reemplazo es la última encarnación de una vieja idea: la creencia de que las élites están intentando destruir la raza blanca abrumándola con grupos no blancos y diluyéndola con la reproducción interracial, hasta que dejen de existir las personas blancas... Esta creencia transforma las cuestiones sociales en amenazas directas: la inmigración es un problema porque los inmigrantes se reproducirán a un ritmo mayor que la población blanca... pero en Estados Unidos, es evidente que esto nunca tiene que ver solo con la inmigración... cuando los atacantes armados escriben sobre los “reemplazadores”, fácilmente podrían estar refiriéndose a cualquier persona de color, tenga raíces estadounidenses o no. La teoría del reemplazo trata de la defensa violenta de la blanquitud

 "No es inmediatamente obvio qué relación guarda la teoría del “gran reemplazo”, a menudo enmarcada como doctrina antiinmigración y dirigida a preservar unas sociedades donde predomine la población blanca, con el tiroteo contra clientes y empleados negros en un supermercado de Búfalo el pasado fin de semana. Quienes se encontraban en la tienda, que vivían a más de 160 km del hombre acusado de la matanza, estaban simplemente haciendo su vida (comprando algo de comida, recogiendo una tarta de cumpleaños, llevando a sus hijos a tomar un helado).

Sin embargo, tanto la elección de las víctimas como la brutalidad de un atentado en el que murieron 10 personas se pueden encontrar en la historia de la teoría. En el contexto estadounidense, tiene en la mira a un gran número de objetivos futuros, entre ellos la propia democracia.

El gran reemplazo es la última encarnación de una vieja idea: la creencia de que las élites están intentando destruir la raza blanca abrumándola con grupos no blancos y diluyéndola con la reproducción interracial, hasta que dejen de existir las personas blancas. En su núcleo, esta idea no tiene que ver con una única amenaza concreta, sean los inmigrantes o las personas de color, sino con la raza blanca que pretende proteger. Es importante ser cautelosos y no demasiado crédulos cuando leamos los textos de autores de atentados por motivos raciales, pero sí debemos reparar en un importante patrón: su obsesión con proteger las tasas de natalidad blancas.

Los activistas del poder blanco llevan décadas preocupándose por su estatus como mayoría. Creen que se avecina una crisis demográfica, y hablan del momento en el que su comunidad, su localidad o Estados Unidos dejen de ser mayoritariamente blancos. Este temor no se mitiga ni siquiera cuando decrece el ritmo del cambio demográfico.

Esta creencia transforma las cuestiones sociales en amenazas directas: la inmigración es un problema porque los inmigrantes se reproducirán a un ritmo mayor que la población blanca. El aborto es un problema porque se abortarán bebés blancos. Los derechos LGBTQ y el feminismo sacarán a las mujeres del hogar y descenderá la tasa de natalidad blanca. La integración, el matrimonio interracial e incluso la presencia de personas negras lejos de una comunidad blanca —al parecer, un asunto de especial interés en el ataque de Búfalo— se consideran una amenaza a la tasa de natalidad blanca, a través de la amenaza del mestizaje.

En Estados Unidos, es evidente que esto nunca tiene que ver solo con la inmigración; cuando los atacantes armados escriben sobre los “reemplazadores”, fácilmente podrían estar refiriéndose a cualquier persona de color, tenga raíces estadounidenses o no. La teoría del reemplazo trata de la defensa violenta de la blanquitud.

La razón por la que a menudo pensamos en la teoría del reemplazo como una ideología específicamente contraria a la inmigración se debe a dos textos: Le Grand Remplacement, de Renaud Camus, y El desembarco, de Jean Raspail. Ambos han adquirido bastante predicamento en los círculos del poder blanco y la derecha militante en la última década. El desembarco, de 1973, es en esencia una precursora distópica y ficticia de Le Grand Remplacement, publicado en 2011 en francés, que sostiene que los blancos europeos están siendo reemplazados en sus países por los inmigrantes no blancos. Que El desembarco fuese recomendado por Stephen Miller, posteriormente arquitecto de las políticas migratorias más crueles del gobierno de Trump, revela que hay miembros del Partido Republicano que conocen esa teoría, si es que no la suscriben. Ambos se basan en el miedo a la inmigración no blanca —incluida la islámica— que llega a Europa, y que represente una gran amenaza de colapso cultural y extinción de la blanquitud.

El extremismo del poder blanco revela que en el núcleo de esta ideología no están las víctimas a las que ataca, sino aquello que intenta preservar, y el mecanismo que transfigura esta ideología en violencia racial. Lo que se imagina es que una conspiración de las élites —normalmente imaginadas a su vez como “globalistas” judíos— están trabajando para erradicar a propósito a la población blanca y la cultura blanca. Por eso el nacionalismo suele ser tan virulentamente antisemita, y por eso también se alimenta de la profunda desconfianza en los medios, la educación, la ciencia y otros árbitros del conocimiento.

En Estados Unidos, los antecedentes patrios de la teoría del reemplazo se remontan a mucho antes de Renaud Camus y Jean Raspail. Henry Ford, entre otros estadounidenses, promovieron “Los protocolos de los sabios de Sion”, que, mediante su relato completamente ficticio de una poderosa conspiración judía que dirigía los acontecimientos mundiales, ha influido en las teorías y creencias racistas desde que fue publicado por primera vez a principios del siglo XX.

Las preocupaciones por el cuerpo político y las amenazas a la composición racial de la nación inspiraron campañas eugenésicas, a los activistas contra la inmigración y a otros progresistas, incluido Theodore Roosevelt. Estas ideas han sido trenzadas con la defensa del medioambiente, y no solo lo hicieron los ecofascistas en el pasado reciente, sino también los ecologistas de finales del siglo XIX y principios del XX, a quienes les preocupaba la carga demográfica y se preguntaban cómo preservar la naturaleza para los blancos.

Cuando los neonazis, el Klan, los milicianos y los cabezas rapadas se unieron en las décadas de 1980 y 1990, les preocupaba el “Gobierno de Ocupación Sionista” o el “Nuevo Orden Mundial”. También aclararon que su nación no era Estados Unidos, sino un cuerpo político transnacional de personas blancas que necesitaban ser defendidas de estos enemigos conspirativos y de las amenazas raciales; defendidas mediante la violencia y la guerra racial. Esa corriente circula todavía por los escritos de aquellos que han sido relacionados con los atentados de Charleston, Christchurch, Oslo, El Paso, Pittsburgh y Búfalo.

Es imposible separar la teoría del reemplazo de sus consecuencias violentas, como nos han demostrado décadas de terrorismo a manos de sus adeptos. La popularización de la teoría del reemplazo, sea mediante el programa de Tucker Carlson o los anuncios de la campaña de Elise Stefanik, seguirá teniendo consecuencias catastróficas.

El objetivo a largo plazo de los activistas del poder blanco no se limita a aterrorizar e intimidar a los no blancos: como muestra El desembarco, estos activistas temen la llegada de una extinción apocalíptica si no toman las armas. Su equivalente estadounidense, Los diarios de Turner, imagina cómo sería instaurar un mundo dominado por los blancos mediante la guerra racial y el genocidio.

¿Cómo es posible que la gente no condene de inmediato una idea como esa?

Las reflexiones y las oraciones nunca son suficientes tras un tiroteo múltiple, pero incluso estos mensajes parecen escasear más de lo habitual. Wendy Rogers, senadora por el estado de Arizona e integrante de la milicia extralegal ultraderechista Oath Keepers, implicada en el asalto al Capitolio, dijo en internet que el tiroteo había sido una operación de bandera falsa perpetrada por un agente federal.

Es evidente que ya no se trata de una idea marginal. Décadas de violencia a manos de extremistas nos dicen que tales ideas conducirán a más violencia; la popularización de la idea significa que empezamos a quedarnos sin margen de acción.

(Kathleen Belew es autora de Bring the War Home: The White Power Movement and Paramilitary America y profesora asociada entrante de historia en la Universidad Northwestern. Revista de Prensa, 18/05/22; fuente: The New York Times)

7/3/22

El caso es que de pronto, sin dejar de sentirme como una impostora, pero sin poder hacer nada con respecto a la mirada ajena que me clasificaba en esa impostura, empecé a existir siendo percibida como no blanca

 "(...) Hace unos meses me mudé a Estados Unidos. En mis primeras semanas, la universidad que dio la beca exigía a toda persona extranjera un control sanitario. En la sala en la que me sacaron sangre, una empleada apuntaba los datos. “¿Raza, etnia?”. “White” (blanca), dije. Eso he sido toda mi vida. Me miró. Carraspeó. “Pero no eres de aquí”. “No”, le dije, “soy de España”.

 Insistió en saber de qué parte. Pensé que me hablaría entusiasmada de un viaje a Barselona, de tapas y vino, pero, al escuchar mi respuesta (”Del norte de España y de unas islas junto a África), sentenció: “Entonces eres mestiza”. Iba a rebatírselo, porque no creo que haya sufrido ninguna de las opresiones que pueda haber vivido lo que aquí se considera una persona mestiza. Pero la casilla estaba marcada.

En los siguientes meses hubo más burocracia, y marqué lo que el funcionario de turno me indicaba cada vez (hispana, mestiza, other, o sea, “otra”). Es decir, que dejé de decidir lo que yo misma era en favor de lo que los otros consideraban que yo era. Y atendiendo a este principio que acaté, según el cual una no es lo que cree o siente que es, sino lo que el exterior considera que es, a mi llegada a Estados Unidos dejé de ser lo que hasta entonces había sido sin mayor discusión: una blanca. 

En realidad, sin ser del todo consciente, ya había dejado de serlo ante los empleados del control de fronteras. A partir de los años setenta, el Gobierno estadounidense incluyó a todos aquellos ciudadanos provenientes de los países hispanohablantes en el grupo de los hispanos o los latinos. No tendría sentido entrar a debatir ahora mismo sobre el rigor de este cajón de sastre en el que los formularios o los juicios rápidos nos colocan a un montón de personas no estadounidenses que habitamos en Estados Unidos.

En la percepción del día a día, podríamos decir que, en términos de raza y etnicidad, uno no es lo que es, sino lo que se le considera. ¿Pensabas que sabías lo que eras, lector blanco? Pues sólo tienes que cambiar de país: el grado en que una persona se clasifica en una categoría racial puede variar en función del contexto social. Hablando mal y rápido: se es de una raza con respecto a otra. 

Incluso dentro de lo que podríamos imaginar que se considera una misma raza, la gradación cambia y construye identidad con respecto a los otros, como tan bien muestra Passing (horrendamente traducida en España como Claroscuro), la película de Rebecca Hall basada en el libro homónimo de Nella Larsen, en el que se cuenta la historia de dos mujeres de raza negra, una de las cuales tiene una fisonomía que le permite “pasar” como blanca, y en torno a esa mentira ha construido su vida.

El caso es que de pronto, sin dejar de sentirme como una impostora, pero sin poder hacer nada con respecto a la mirada ajena que me clasificaba en esa impostura, empecé a existir siendo percibida como no blanca. Y entonces, recibiendo los choques y tropiezos de no ser la ciudadana de primera que es la habitante blanca de Estados Unidos, empecé a apuntar en un cuaderno cada vez que sentía aquello, que, consensuado con diversas personas no blancas habitantes en Estados Unidos, podríamos llamar bajada en el escalafón social. “En México yo era güera [rubia]”, dijo, lamentándose cómicamente, una compañera de beca. Sí, claro, en privado, entre risas resignadas y ácido humor, se desplegaban las rozaduras que nos provocaba ese nuevo zapato duro que es la identidad recién estrenada, una identidad no tan cómoda como la anterior.

 La anterior identidad era más blanda, no dolía tanto al caminar; qué bonita es la estúpida ignorancia del dolor del otro, cómo de pronto aparece con todas sus aristas cuando una siente un dolor similar. Como bien dice Azahara Palomeque en su libro Año 9. Crónicas catastróficas en la era Trump, que desgrana y observa con una lupa que quema la experiencia de una española en Estados Unidos, “una aprende a convivir con cierto privilegio blanco y se pregunta qué ocurre con los que no lo ostentan, y duda, y cuestiona en espiral, buscando revelaciones que no llegan”. Porque el pensamiento es recurrente, el paralelismo es constante: Si antes me preguntaba y observaba cómo era, en el diversamente habitado barrio de Madrid en el que vivía, vivir la vida de muchos de mis vecinos, ahora, con la identidad inevitablemente diluida y confundida por el trato del Otro (entiéndase Otro como autóctono gringo blanco), mi pregunta también se iba diluyendo frente a la realidad que se imponía y que me enseñaba. La Realidad: yo tratando con un extraño respeto asustado al Otro, yo amedrentada al ser consciente de haber cometido una incorrección, dándome de bruces con algunos choques culturales ante los que era preferible bajar la cabeza y seguir adelante de forma discreta, temerosa de ser demasiado efusiva o agresiva en mis manifestaciones emocionales (“Tienes todo el cuello contracturado porque las latinas gesticuláis mucho”, le dijo la quiropráctica del seguro estadounidense a una amiga argentina), sintiéndome acobardada en la peluquería porque me habían teñido el pelo de un color que no era el que había pedido (“Pero tu pelo natural es negro, ¿no?”, dijo el amable peluquero, mirando sin ver mi aspecto y la foto que le había mostrado como ejemplo, viendo sin mirar una identidad construida con respecto a la suya), no atreviéndome a enfadarme como me habría enfadado en España. No tener una derecho a enfadarse porque no sabe qué reacciones puede provocar su enfado en ese país nuevo. Saber que leerá lo que publiquen sus compañeros norteamericanos escritores, pero que ellos ni siquiera sentirán una curiosidad recíproca.

 Saberlo porque el programa del seminario incluye más de cuarenta lecturas y sólo dos que no sean de escritores norteamericanos. Y estos son únicamente unos pocos ladrillitos absolutamente ridículos, diminutos, que aportan poco a esa construcción brutal que es el racismo en Estados Unidos en particular y en el mundo en general. Pero son los minúsculos ladrillos que me hacen confirmar en la propia carne que el racismo no es una agresión momentánea, sino un estado gaseoso que acompaña toda la vida, todo momento que se pase en el país en el que se es extraño (y en el caso de mucha gente, ese país es el suyo propio). 

El racismo como un aura que rodea a la persona que recibe la opresión en cada movimiento de la vida cotidiana, como parte fundamental de la mezcla que configura la identidad. El racismo incluso como antirracismo: ciertos tonos paternalistas, didácticos, la infantilización y exotización involuntaria del que no es blanco, como si sólo siendo estadounidense y blanco se pudiese recibir el tratamiento de adulto. Como muy bien dice Azahara Palomeque en su libro, “racismo y antirracismo contienen ambos la misma palabra”. Palabras excesivamente dulces, miradas paternalistas, alguien que te trata con extremo cuidado, como el que se aproxima a un ser que no sabe cómo desentrañar y prefiere hacer gestos de mansedumbre y conciliación por si le muerde la mano.

Yo no me fui porque nadie ni nada me expulsase, ni porque la situación en mi país fuese insostenible, como muchos otros hacen cada día. Yo me fui porque quise, por pura aventura, y me encontré con esa rozadura leve, pero insistente, como un zapato duro que insiste e insiste hasta que hace llaga, esta existencia de ciudadana de segunda. Así que este texto no es más que dos cosas: Primero, un lamento de niña mimada que no era del todo consciente de serlo y de pronto lo es. Segundo, una oportunidad de esa niña mimada para pensar, para hablar con los demás niños mimados (véase niño mimado como persona que haya podido sufrir diversas opresiones, pero jamás la de la raza). 

Y, con la misma precisión enloquecedora con la que apuntaba los sucesos en los que había sentido el racismo rozándome, más o menos cerca, más o menos profundamente, empecé a observarme a mí, al antes-de-esto, a releer mis pensamientos del pasado, la forma de hablar. Y, por supuesto, ahí estaba. No era la brutalidad del racismo que normalmente se contempla cuando el sujeto afirma “yo no soy racista”, pero sí había paternalismo, cierta condescendencia en el trato en unas cuantas ocasiones, y, en un texto de hace años, una descripción puntual que era racista sin que yo siquiera lo sospechase. Horror, susto. ¿Soy yo esta persona? Sí. Esa persona somos muchos.

El racismo no se cura viajando. El racismo, si acaso, se convierte en fermento que escuece cuando uno se traslada a vivir a un país en el que haya un pez más grande que uno en términos raciales, un pez que pueda comerse al pez chico en el que de pronto se ha convertido uno mismo. Quizás el racismo propio no será siquiera susceptible de ser observado hasta que el individuo no sienta el cambio de tornas, el racismo cerniéndose sobre él, la impotencia debilitadora de un acento que lo invalida, el choque cultural, el habitante del país que acoge asustado o escandalizado ante un gesto que no comprende, un tono o una reacción que convierten de pronto al individuo en un extraño. Y aun así, el racismo propio y ajeno persistirá. “No existe una actitud neutral frente a cuestiones de raza; es una trampa en la que se suele caer, como en un movimiento pendular, del lado del paternalismo o de la discriminación”, dice Azahara Palomeque, consciente de la condena.

El racismo, de hecho, no se cura. Es una herida siempre abierta que hay que ir tratando lo mejor que se pueda. Cada uno porta su llaga pustulenta. Casi siempre está en la nuca o en un lugar inaccesible de la espalda, y es por eso por lo que nosotros no vemos nuestra propia herida y nos la tienen que señalar. A veces se nos olvida que la tenemos, o lo negamos, pero ahí está. Supura. Debemos saber que existe, entender por qué se infecta de nuevo. Vigilarla. En el momento menos pensado puede volver a abrirse. Nunca va a cicatrizar."                

(Sabina Urraca es escritora, periodista y editora. Actualmente cursa el taller de escritura de la Universidad de Iowa (EE UU) con una beca. El País, 01/01/22)