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30/5/22

Como lo vemos ahora en la guerra de Ucrania, en la que usan muchos drones: qué hacemos cuando los drones empiecen a hablar los unos con los otros. Ahora son tontos, pero imagínate cuando empiecen a ser más listos: Amazon con drones inteligentes. Por eso hay que hablar de esto, porque la gente tiene que empezar a reaccionar, hay que controlarlo; Amazon y Google no pueden ser los dueños de nuestras vidas... si la gente está viendo que se usa en contra de ellos, reaccionará contra los abusos de la tecnología y terminará con la ciencia

 "Conversar con Sonia Contera es como entrar en la Wikipedia buscando información sobre virus y empezar a pinchar en enlaces guiado por la curiosidad hasta acabar, una hora después, leyendo sobre Foucault. El filósofo francés, el origen de la vida en la Tierra, la ingenuidad de Elon Musk, las propiedades de la simetría, el entrenamiento de los drones que se usan en Ucrania, la innovación bélica japonesa y el futuro de los chips se mezclan en su discurso y siempre con motivo y fundamento. Contera, madrileña de 52 años, tiene un saber enciclopédico porque le “divierte”, pero también por la disciplina en la que trabaja: la nanotecnología. En el mundo nanométrico, lejos de los estereotipos de robots diminutos que navegan por el torrente sanguíneo, viven en la vanguardia de numerosos campos.

Especialistas como Contera, catedrática de la Universidad de Oxford, se asoman al precipicio de la física (su formación original), la biología, la inteligencia artificial, la medicina... Y por eso escribió el libro Nano comes to life (La nanotecnología cobra vida, Princeton University Press), para explicar lo que hay en ese mundo. A esa escala —un pelo mide 80.000 nanómetros de ancho—, tienen leyes muy distintas, pero también la respuesta a las enfermedades (como en las vacunas que tumbaron la covid) y a la computación cuántica. Y a Contera, que pasó por Madrid para debatir sobre desinformación y ciencia bajo el paraguas del Parlamento Europeo, le preocupa lo que pueda ocurrir en el futuro con esas tecnologías tan complejas. Por eso reclama que la ciencia entre en la conversación social, para que la ciudadanía también pueda entender y tomar decisiones, más allá de los despachos de Silicon Valley: “Es peligroso cuando los científicos no reflexionan sobre la ciencia”.

Contera, que se crió en Fuerteventura, habla idiomas tan lejanos como el ruso, el chino, el checo, el japonés, el danés y el alemán, los de aquellos países en los que ha trabajado. Por eso, su lectura de la ciencia es global y muy pendiente de los equilibrios de poder mundiales, que quedarán determinados por quienes salgan victoriosos de esa carrera geoestratégica que se celebra en el universo nanométrico. “Es la revolución de los materiales, de la medicina, de los chips, de los biocomputadores. Hay mucha geopolítica y el problema para Europa es que no tenemos estrategia”, lamenta.

Pregunta. En la nanotecnología, por lo que cuenta en su libro, confluyen ahora la vanguardia de muchas disciplinas.

Respuesta. Ese es el punto en el que estamos en el siglo XXI. La ciencia es tan competitiva que no nos dábamos cuenta de que las cosas están confluyendo. La medicina, por ejemplo, es una fuerza muy poderosa para la convergencia, porque claro, nuestro cuerpo lo crea el universo, no lo crea el Departamento de Bioquímica. Así que por mucho que nos empeñáramos en la primera mitad del siglo XX en reducir todo a moléculas y genes, la biología no funciona así y por eso la mayoría de los tratamientos de enfermedades complejas han fallado. Y ahora empezamos a buscar soluciones como las inmunoterapias, que son mucho más complejas. Para resolver los problemas del siglo XXI no nos queda otra que converger. Por ejemplo, otro problema que está empezando a surgir ahora, los chips. Los necesitamos, porque las computaciones que usa la inteligencia artificial necesitan millones y millones y millones de operaciones. Necesita tantas que ya no podemos hacer las computaciones, porque para entrenar a una inteligencia artificial necesitas 2 millones de dólares solo en la cuenta de electricidad. Nuestros procesos, que son todos muy reduccionistas, se acaban. Y hay que empezar a buscar otras estrategias que son las que usó el universo para crear inteligencia o para crear materia viva.

P. En el mundo de la escala nanométrica se rigen por otras leyes.

R. Es la energía y la estructura. Ese es el punto de por qué la vida surge a la nanoescala. Uno de las grandes descubrimientos de la física del siglo XX es darnos cuenta de que el universo a cada escala se comporta de manera diferente y por motivos que no entendemos; es la manera en que funciona. La vida surge en la Tierra hace 4.000 millones de años, que es la tercera parte de la de la edad del universo, y todo este tiempo se ha dedicado a la evolución. Es mucho tiempo. La única verdad de la física en realidad es que la entropía, que los sistemas se desordenan cuando tienen energía. Pero nosotros somos lo contrario. La vida es el orden. ¿Y cómo se crea esto? Solo se puede hacer nanoescala, porque cuando eres tan pequeño que una molécula de agua te puede mover y ese movimiento puede hacer que tu atrapes otra molécula y la dobles y crees una reacción química. En la nanoescala, la mecánica, la electricidad, la química, está todo acoplado. Eso tiene muchas posibilidades tecnológicas, pero también es muy interesante reflexionar sobre nosotros mismos, cómo funcionamos.

 P. Habla de cuestiones casi filosóficas, aunque nanotecnología suena a robotitos que van por la sangre. ¿Para qué servirá realmente?

R. No, los robots no, eso no va a funcionar así. Eso no existirá. La nanotecnología es la evolución de las vacunas por nanopartículas de ARN, como las de la covid, que van a dar un gran salto cualitativo para el tratamiento del cáncer, y la revolución de las inmunoterapias. Los biosensores, por ejemplo, porque nos hemos dado cuenta durante la pandemia lo importante que es tener detectores de bacterias o de virus y detectarlos rápido y detectarlos bien. Ahí la nanotecnología es clave porque tenemos que detectar las estructuras de la biología, que son a la nanoescala: las proteínas, los ADN, las moléculas. La reparación de tejidos: también es un proceso nanotecnológico, por las proteínas que necesitamos para regenerar los materiales. Y otro cambio es que vamos a empezar a ver computadores analógicos y olvidarnos un poco de las computadoras digitales: las arquitecturas de los ordenadores del futuro y los vehículos autónomos. La computación que hace falta en un vehículo autónomo tiene que ser en cierta parte analógica y quizás sea biológica o inspirada por la biología y necesitará de la capacidad de la nanotecnología para crearla. Los primeros computadores que se llaman neuromórficos que usan chips como una especie de simulador de neuronas, ya los están haciendo bastante avanzados. Y eso nos va a sugerir muchos problemas sociales y de seguridad. Como lo vemos ahora en la guerra de Ucrania, en la que usan muchos drones: qué hacemos cuando los drones empiecen a hablar los unos con los otros. A mí esto me da mucho miedo, da pánico [risas]. Ahora son tontos, pero imagínate cuando empiecen a ser más listos: Amazon con drones inteligentes. Por eso hay que hablar de esto, porque la gente tiene que empezar a reaccionar, hay que controlarlo; Amazon y Google no pueden ser los dueños de nuestras vidas.

P. En el libro explica que al ignorar las leyes del mundo nanométrico, el enfoque de la biología ha sido muchas veces como intentar calcular la posición de las estrellas sin conocer las leyes de la gravedad.

R. Uno de los problemas que hemos tenido es la separación de las disciplinas. No pasa en España, pero muchos biólogos no tienen casi educación ni en física ni en matemáticas y eso va a poner en peligro sus profesiones. Una de las cosas que hace la física es usar la intuición, que es una especie de inteligencia analógica. Crear intuiciones sobre la realidad es lo que nos permitió entender la gravedad o entender la mecánica cuántica. Explicaciones que después de mucho pensar y sentir un problema se te ocurrían y luego podías comprobar con experimentos. En el mundo de los datos mucha gente está intentando que no haya que tener esa intuición, que no haya que pensar, que simplemente la inteligencia artificial nos vaya a dar las claves de cómo resolver problemas. Muchos biólogos o sociólogos o economistas quieren saltarse el paso de la intuición del modelo y que la máquina te lo resuelva todo. Y hay dos problemas. Primero, la máquina no puede con tantos datos, es imposible. Y que en el fondo siempre la realidad es mucho más interesante y con mucho más sentido y más profunda de lo que queremos. Siempre intentamos reducir todo a procesos que podamos controlar, pero al final hay algo maravilloso en el universo que nos fuerza otra vez a sufrir contra el problema y a crear esa intuición. ¿Podemos crear intuición en una máquina? Nos queda mucho para eso. El asunto es que queremos resolverlo todo con datos, pero no se puede. Yo supongo que para bien, porque al final siempre nos estrellamos contra la complejidad de la realidad. Hay que ser más humilde. La realidad te sobrepasa.

P. Cita el ejemplo de la inteligencia artificial de Google DeepMind que ha sido capaz de predecir la forma de las proteínas, un hito histórico de la biomedicina.

R. Pero no es la inteligencia artificial la que domina este programa. Cuando llegó DeepMind, ya estaba todo hecho, lo único que hicieron fue mejorar el algoritmo con su capacidad de optimización. El programa se ha desarrollado durante 20 o 30 años por mucha gente y lo más interesante es que se dieron cuenta de que para poder entender la forma de la proteína había que tener en cuenta su historia evolutiva. No solo con saber la estructura, los componentes, la puedes doblar. Y eso es una manera nueva de hacer matemáticas. La idea de que debes tener en cuenta la historia evolutiva. Eso abre la capacidad de la fabricación total, porque empezamos a poder crear proteínas sintéticas. Y cuando creas proteínas, ya eres capaz de crear cualquier forma con precisión atómica a la escala nanoscópica: para hacer materiales nuevos, hasta para hacer computadores cuánticos, que es lo que yo estoy pensando. Y también aprenderemos los límites de la estructura de la proteína, de la evolución, cosas que no han evolucionado por restricciones físicas. Va a abrir muchas preguntas sobre lo que es posible. En la física, en lugar de dedicarnos a la forma del universo, empezamos a dedicarnos a la vida, la forma de la que surge, porque la vida es una computación, es un proceso de información. Todo esto es muy nuevo y todo esto está convergiendo con las nuevas ciencias de computación, está transformando mucho cómo vemos la realidad. Y cómo nos entendemos a nosotros mismos.

P. ¿Alguna de estas novedades le ha sorprendido?

R. Siendo físico te crees cualquier cosa. Una vez que te tragas la mecánica cuántica ya no hay sorpresa [risas]. La idea de que uno puede diseñar proteínas en el ordenador y hacer que una bacteria te las fabrique para crear, por ejemplo, una vacuna del covid. Ya hay una, que ya ha aprobado los ensayos clínicos. Y empiezan a crear en el laboratorio materiales que evolucionan. A mí eso me parece flipante.

P. Pero también escribe que esta capacidad para transformar la vida puede tener consecuencias para la identidad humana.

R. Hasta ahora lo que hemos hecho es usar la naturaleza como algo inextinguible. Ya sabemos que no lo es, hemos llegado al momento de la destrucción. Y creo que esta manera de pensar nos la estamos empezando a aplicar a nosotros mismos. Y lo haremos mal. Lo haremos tan mal como lo hemos hecho con el resto del planeta, porque la vida humana son 4.000 millones de años de evolución y entendemos muy poco. A lo mejor somos capaces de modificar una proteína, pero no entendemos cuáles son las relaciones complejas entre todo esto, incluso si es posible entenderlo. Hasta ahora hemos usado la tecnología sin responsabilidad, y llegamos al momento decisivo: ¿somos capaces de usar la tecnología de una manera madura y responsable y ser más humildes o nos autodestruimos? Queremos intervenir en enfermedades genéticas en las que un solo gen, que no hay muchas así, se puede modificar y mejorar mucho la vida de una persona. Pero para ir más allá debemos tener un diálogo social cada vez más fuerte con la ciencia. La ciencia es un pilar central de la democracia. Es un pilar central de la sociedad. Desde el siglo XIX ha transformado como vivimos y aun así no está metida en todas las instituciones de gobernanza y la mayoría de las noticias no incluyen esa perspectiva. La ciencia tiene que entrar en nuestra manera de pensar porque si no, nos autodestruimos. Y ese es el reto que tenemos delante. ¿Qué hacemos con todo esto? Tenemos la capacidad de crear un mundo interesante en que la gente pueda ser libre o el horror. Es lo que tenemos siempre: la fuerza de ser libres, pero a la vez la responsabilidad de hacer las cosas bien.

 P. Gran parte de los esfuerzos en el desarrollo de la inteligencia artificial están dirigidos por grandes compañías tecnológicas, que roban cerebros a la academia, ¿también en nanotecnología?

R. Se va mucha gente, por los sueldos en el mundo académico y la competencia ridícula entre investigadores, que no tiene ningún sentido. La gente en mi campo se empieza a ir a Amazon y Google.

P. ¿Y qué hacen allí?

R. Pues por ejemplo, yo ahora estoy desarrollando nuevos materiales para los electrodos que se implantan en los ratones, intentando mejorar el sistema para que el ratón no los sienta. Y quizá se puedan usar en el futuro, en el cerebro de gente con dolencias. Yo, usando nanotecnología, los voy a hacer de celulosa. La celulosa será el material del futuro porque es el polímero más abundante en la Tierra y aunque parece una cosa muy simplona, la que forma la estructura de las plantas, es un nanomaterial que a la escala nanométrica es muy duro, tiene muchísima dureza, tiene unas propiedades mecánicas de acero y además, une las propiedades eléctricas a las propiedades mecánicas. Si un día me harto de dar clases y de trabajar 16 horas al día y de ir detrás de todo el mundo como un perro porque soy española y mujer en la física, pues me voy con Elon Musk. Que está haciendo la basura esta del Neuralink [una empresa que tiene como objetivo conectar cerebros humanos y máquinas], que gracias a Dios no va a funcionar [risas]. Porque es una gran basura lo que está haciendo, menos mal. Pero es un problema. Estas empresas tienen unos líderes con unas agendas bastante naif, viven unos mundos muy especiales.

 P. Les faltan lecturas.

R. La gente reaccionará contra los abusos de la tecnología y terminará con la ciencia. O sea, si la gente está viendo que se usa en contra de ellos, ¿por qué fiarse de esta gente? Los movimientos antivacunas, en parte, surgen de eso. Y al final acabaremos con la ciencia. Va a ser un gran reto, porque estas empresas de California son muy peligrosas. Y van a arrastrar a un montón de científicos, se van a llevar a mucha gente. Empieza a haber un éxodo de científicos de la academia bastante pronunciado, es otro reto del que hay que informar."                   (Javier Salas, El País, 27/05/22)

23/5/22

Eleonora Viezzer, física: ¡Con la financiación adecuada, podemos ver la fusión hecha realidad en menos de 10 años! En una década, con un vaso de agua se abastecerá de energía a una familia durante 80 años

 "Eleonora Viezzer, nacida en Viena hace 35 años, forma parte de la orquesta científica internacional que busca interpretar en la próxima década una de las sinfonías más esperadas por la humanidad: el desarrollo de la fusión nuclear (unión de dos núcleos de átomos ligeros para formar otro núcleo liberando energía, según la famosa ecuación de Einstein, E=mc²) como fuente de energía capaz, segura, inagotable y verde.

 Hija de un heladero italiano y de una trabajadora filipina en una tienda de recuerdos que se asentaron en Austria, se formó en Innsbruck y en Alemania (donde se doctoró en Física por la Universidad Ludwig-Maximilian en Múnich y formó parte del prestigioso Instituto Max Planck). Hace seis años recaló en la capital andaluza, de donde es su pareja, y se unió al departamento de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla fundando el grupo Ciencias de Plasma y Tecnologías de Fusión junto con el profesor Manuel García Muñoz. 

Sus trabajos para dominar el plasma, el cuarto estado de la materia, han sido reconocidos en numerosas ocasiones internacionalmente. El último galardón, el Premio Princesa de Girona de Investigación Científica, le fue concedido en abril. Está convencida de que, “en una década, si se invierte lo necesario, el mundo podrá contar con una fuente de energía capaz de abastecer, con un vaso de agua, a una familia de cuatro miembros durante 80 años”.

Pregunta. Su trabajo se centra en el plasma de fusión de alto confinamiento y sin fluctuaciones. ¿En qué consiste?

Respuesta. En el camino hacia el desarrollo de la fusión como fuente de energía, tenemos que conseguir confinar el plasma de fusión (combustible de un reactor de fusión) a temperaturas superiores a las del Sol (200 millones de grados) y altas presiones. En esas condiciones, los plasmas de fusión tienden a desarrollar fluctuaciones que comprometen el funcionamiento del propio reactor. Nuestra tarea es controlar o mitigar esas fluctuaciones, algo así como domesticar el plasma.

P. ¿Encontrar la solución del futuro en las estrellas?

R. Exacto. Tratamos de reproducir en la Tierra la fuente de energía que alimenta las estrellas, la fusión nuclear. La enorme masa del Sol permite confinar el plasma de fusión a altísimas densidades facilitando enormemente la fusión. En la Tierra, sin embargo, uno de los métodos de confinamiento del plasma más avanzados se basa en jaulas magnéticas; campos magnéticos que mantienen el plasma de fusión levitando en el vacío y minimizando así el contacto con las paredes del reactor. En el centro del plasma tenemos 200 millones de grados centígrados, mientras en la pared pueden ser solo 100 grados. Para la fusión, nosotros usamos el deuterio y el tritio, que son isótopos del hidrógeno más pesados: el primero lo podemos sacar del agua del mar y el tritio, de la corteza terrestre. Si los fusionamos, creamos una nueva partícula Alfa, que es helio, y liberamos una energía de 17.6 mega-electrón voltios [MeV]. Si traducimos MeVs en unidades más cotidianas, esto significa que, si fusionamos una cantidad de deuterio y tritio similar a la que cabe en una cucharilla de café (2,5 gramos), por ejemplo, podemos crear una cantidad similar de energía a la que generaría un campo de fútbol lleno de carbón (28 toneladas) en combustión. Por cada gramo, con la fusión nuclear, podemos generar hasta 10⁷ más energía que con la misma cantidad de combustible fósil.

P. ¿Sería inagotable?

R. Como el deuterio lo podemos sacar del agua del mar y el tritio, del litio que hay en la corteza terrestre, habría recursos para miles de años. Pero se pueden encontrar otras fuentes de litio u otros elementos para la fusión que no necesiten tritio. Por el momento, estos dos elementos aportan el máximo rendimiento.

P. Hay quien sostiene que la fusión nuclear es un sueño, que no es posible controlar el plasma.

R. La fusión existe, las estrellas y el Sol nos lo demuestran todos los días. La fusión funciona. El desafío es la tecnología y también la tenemos. El Tokamak ITER de Francia va a desarrollar el experimento más grande de fusión del mundo. Ahora mismo, las líneas de investigación demuestran que, cuanto más grande es el reactor, más rendimiento da. Pero es otro de los desafíos: hacerlos más pequeños, abaratar costes y hacerlos así más accesibles.

P. ¿Cuándo se podrá disponer de energía generada por fusión nuclear?

R. Estamos trabajando para hacerlo lo antes posible. El descubrimiento de materiales superconductores a alta temperatura y su más reciente aplicación a la fusión han supuesto un punto de inflexión en el desarrollo de la fusión como fuente de energía y, más concretamente, de la fusión por confinamiento magnético. Los superconductores de alta temperatura están llamados a permitir reactores de fusión más compactos, eficientes y accesibles. Este es el objetivo del proyecto SPARC del MIT [Instituto de Tecnología de Massachusetts] y la empresa Commonwealth Fusion Systems. ¡Con la financiación adecuada, podemos ver la fusión hecha realidad en menos de 10 años! Lo hemos visto ya con la vacuna contra la covid. Normalmente, las vacunas necesitan más de 10 años para ser desarrolladas y comercializadas, pero, con apoyo y la financiación adecuada, hemos conseguido hacerlo en un año. Estamos hablando de algo parecido: si se invierte todo lo que se necesita se puede sacar mucho más rápido. La pregunta habría que hacérsela a quienes deciden las inversiones.

P. ¿Y será la fusión la única fuente de energía?

R. Podría serlo en el futuro, pero personalmente pienso que se incorporará un mix energético rico en el que cada fuente de energía tenga su aplicación. Por ejemplo, las altas densidades de potencia disponibles en reactores de fusión la hacen, probablemente, la fuente de energía ideal para ciudades con altas densidades de población o sistemas en los que necesitemos generar mucha energía en espacios muy pequeños y concentrados. Para otras aplicaciones, como puede ser, por ejemplo, un coche, quizás otras fuentes de energía como la solar, inercial, etcétera, puedan ser más apropiadas. En definitiva, necesitamos un mix energético limpio y sostenible con el medio ambiente y, ahí, la fusión jugará un papel crucial en los próximos años.

P. Porque, por ahora, es solo un proyecto de laboratorio.

R. Pues porque, por ahora, no hemos conseguido la producción neta de energía. Esto es, necesitamos más energía para operar el reactor de fusión de la que este genera mediante las reacciones de fusión que se dan en su interior. Uno de los objetivos del proyecto ITER [Cadarache, Francia] o el SPARC es generar más energía de la necesaria para su operación. Estos dos proyectos están llamados a revolucionar la fusión y acelerar el paso de un laboratorio a una planta de generación de electricidad.

P. ¿Es seguro?

R. Sí, sí, sí, 100%. Las condiciones de fusión son extremadamente delicadas e implican bajísimas densidades que solo se consiguen en los reactores de fusión en condiciones de ultravacío. Por ejemplo, la masa total que forma el combustible de un reactor de fusión no son más que varios gramos repartidos en un volumen de 800 metros cúbicos (en el caso de ITER). Estas extremas condiciones de operación hacen imposible una reacción en cadena incontrolada. En el momento en el que el vacío del reactor se rompa, la atmósfera entraría en él, acabando con los procesos de fusión.

P. ¿Ha sentido discriminación en la ciencia?

R. Cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de cosas que no deberían haber pasado. En la escuela de invierno donde decidí ser física, éramos solo dos chicas y nosotros fuimos las únicas a las que el profesor no nos pidió que presentáramos el proyecto al final del curso. En su momento no lo vi, pero ahora me pregunto: ¿por qué nosotras no? También ha habido compañeros que me han dicho: ‘Eso lo has ganado solamente porque eres mujer’. Yo les respondo: ‘¿Realmente piensas que no he trabajado lo mismo o incluso más que tú para llegar aquí?’. Pero necesitamos más mujeres en puestos de dirección y cuotas, porque todavía hay muchas mujeres a las que se las deja en el camino. Para cambiar la situación, hay que centrarse en las más pequeñas. Yo he hecho lo que he querido, pero también conté con la ayuda de mi madre, que hizo todo lo posible para que me centrara solo en la ciencia.

P. ¿Se puede hacer ciencia en España?

R. He estado en el Instituto Max Planck, que es lo máximo en la investigación en Alemania, y el cambio no ha sido fácil, pero aquí tengo una red muy importante, un grupo excelente que ha crecido y que me ha dado acceso a puertas que, quizás, no hubiera conseguido abrir en Alemania. Dicho esto, competimos con instituciones del prestigio del MIT, el Instituto Max Planck de Alemania o la Universidad de Princeton, entre otras. Si queremos mantenernos al nivel y ver un reactor de fusión por confinamiento magnético conectado a la red eléctrica nacional en los próximos años, necesitamos más recursos, estructuras y políticas basadas en la ciencia."                      (Raúl Limón , El País, 21/05/22)

4/4/22

La rebelión de la ciencia se apoya en una cruda realidad: la ciencia del cambio climático no es escuchada... Seguimos incrementando (y no reduciendo) la emisión de gases de efecto invernadero... así que del 4 al 9 de abril de 2022 tendrá lugar la primera acción de desobediencia civil pacífica coordinada internacionalmente por miembros de la comunidad científica... Toca construir ahora nuevos derechos, nuevas economías y nuevas instituciones para una democracia por la Tierra. Las recomendaciones consensuadas de la comunidad científica deben convertirse en objetivos vinculantes, con mecanismos institucionales que garanticen la participación real de la ciudadanía, como prevé el convenio europeo de Aarhus desde 2005

 "John Kennedy Toole recurrió a la ironía y al humor para relatar una tragedia en su única y brillante novela La conjura de los necios. Su protagonista, Ignatius Reilly, fue en cierto modo un reflejo del escritor y de las miserias de una sociedad egoísta y esclava de sus deseos. Poco experto en materia de agitación social, Ignatius tuvo que aprender de su alter ego Myrna Minkoff cómo organizar una rebelión contra el sistema.

En pleno siglo XXI, los científicos y científicas del clima, poco duchos en activismo y revolución, se encomiendan de la mano de movimientos modernos a la rebelión contra una sociedad que no acaba de ver la ruta de autodestrucción en la que se afana día a día.

La rebelión de la comunidad científica se apoya en una cruda realidad: la ciencia del cambio climático no es escuchada. Ha dado lugar a reportajes y películas asombrosas, provocadoras e incluso taquilleras. Pero no nos engañemos. Quienes investigamos las causas y las consecuencias del cambio climático y las medidas que hay a nuestro alcance para atajarlo no hemos sido escuchados. O si alguien nos ha escuchado, desde luego no ha servido para mucho.

Seguimos incrementando (y no reduciendo) la emisión de gases de efecto invernadero. Apenas la covid-19 supuso una relativa y muy breve desaceleración en estas emisiones.

Cambio de tercio en la comunidad científica

Dado que el lenguaje científico sobre el clima no se traduce en acciones significativas, ha llegado el momento de probar otros lenguajes. Y precisamente eso es lo que se ha planeado para la segunda semana de abril de 2022 por científicos de todo el mundo aliados con diversas organizaciones ambientalistas, como Extinction Rebellion.

Del 4 al 9 de abril de 2022 tendrá lugar la primera acción de desobediencia civil pacífica coordinada internacionalmente por miembros de la comunidad científica. Una semana que fue precedida por numerosos anuncios en redes sociales y en los medios de comunicación y el planteamiento de un manifiesto contra la inacción climática que ya cuenta con numerosas adhesiones. Algunas de las reflexiones que siguen recogen las principales pautas de este llamamiento colectivo y se suman a su compromiso.

 Esta semana de acciones y protestas se ha programado para coincidir con la publicación de la tercera parte del sexto informe del IPCC. La segunda parte quedó completamente tapada por la invasión de Ucrania por el ejército ruso, ocurrida en el mismísimo día de su publicación. Una tremenda paradoja, porque ambas catástrofes, la invasión de Ucrania y el cambio climático, tienen el mismo origen. Es paradójico también porque, de haberse hecho los deberes planteados desde la ciencia para la transición energética, el conflicto no hubiera llegado a ser bélico.

La comunidad científica hemos alimentado con nuestros estudios e informes a toda una generación de jóvenes activistas que han entendido lo suficiente de nuestro mensaje para ponerse en pie por el planeta.

Pero no podemos dejar que la sociedad relacione la lucha contra el cambio climático solamente con jóvenes ambientalistas. Ellos han bebido de nuestros estudios y lo que dicen se apoya en la mejor de las ciencias. Es ineludible que científicos y ambientalistas vayamos juntos en esta rebelión. La ciencia sin activismo es impotente y el activismo sin ciencia no tiene precisión en sus reivindicaciones.

Un mensaje cada vez más claro

Ante la inacción social y política, hay muchos científicos que se desmotivan, desalentados al ver que sus conferencias y sus entrevistas son una versión moderna de los profetas predicando en el desierto.

Sin embargo, cada vez hay más científicos que se reinventan para hacerse oír ante la crisis climática. El propio IPCC ha cambiado de tono en su sexto informe publicado en tres partes entre agosto de 2021 y abril de 2022. Emplea un nuevo lenguaje, más áspero, y que deja mucho menos margen para dudas o interpretaciones.

Las incertidumbres de la ciencia han empañado históricamente la claridad del mensaje climático para los ojos de la sociedad y los responsables políticos, siempre anhelantes de certezas y, por tanto, muy poco habituados a gestionar riesgos y probabilidades.

En el nuevo informe se ha matizado la sempiterna prudencia científica de mantenerse al margen de conclusiones o recomendaciones que puedan desafiar ideologías imperantes, programas económicos o estrategias políticas.

La ciencia, organizada a través del IPPC, se ofreció siempre a asesorar apartándose de cuestiones política o económicamente escabrosas. Sin embargo, la diplomacia, emanada de las Naciones Unidas que creó este panel de expertos en 1988, se ha relegado a un segundo lugar. La razón no es otra que la escasa efectividad práctica de los extensos y sesudos informes previos.

La comunidad científica está tan desconcertada ante la situación que algunos, como el profesor Bruce Glavovic, de la Universidad Massey de Nueva Zelanda y coordinador del II capítulo del IPCC, han hecho un llamamiento a toda la comunidad científica para dejar de producir informes hasta que los Gobiernos cumplan con su responsabilidad y movilicen una acción coordinada desde el nivel local al global. Su propuesta es que los científicos establezcamos una moratoria en la investigación sobre el cambio climático como medio para exponer primero, y renegociar después, el contrato roto entre la ciencia y la sociedad.

No es tanto que los científicos y científicas relacionados con el cambio climático estemos enfadados porque nuestras conclusiones no se pongan en práctica. Es más una cuestión de que estamos realmente preocupados de que esté ocurriendo tal cosa. Una preocupación que deriva en trastornos de ansiedad y estrés que afectan a millones de personas (especialmente jóvenes) en todo el mundo.

Avisos ignorados

El sexto informe del IPCC tenía como meta analizar los progresos realizados para mantener el calentamiento global muy por debajo de 2 °C respecto a la era preindustrial y, al mismo tiempo, continuar los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C, tal como se acordó en París en la cumbre del clima de 2015.

Ahora, el IPPC y varios nuevos estudios confirman y precisan lo que nos temíamos: no rebasar 1,5 °C de calentamiento es matemáticamente posible pero sumamente improbable, y no rebasar los 2 °C requiere un esfuerzo global que de momento no se está produciendo.

Las gotas frías, los huracanes, las nevadas extraordinarias, las lluvias torrenciales, las sequías extremas, las olas de calor inusuales y los megaincendios se multiplican y aceleran. En España, un 75 % del territorio está ya en alto riesgo de desertificación. Y la ciencia comienza a comprender la gravedad de una docena de puntos climáticos de inflexión o de no retorno que se han activado por la acción humana.

Los avisos de la comunidad científica sobre el rumbo de colapso que lleva nuestra civilización han sido muchos. Quizá el informe Meadows encargado al Massachusetts Institute of Technology por el Club de Roma hace medio siglo fue uno de los avisos pioneros más destacables. Vendrían bastantes avisos más. Desde hace años, el reloj del apocalipsis incorpora al cambio climático como uno de los riesgos principales para la humanidad.

En 2019, las evidencias científicas de la amenaza para la supervivencia de la humanidad y de un colapso global del sistema de la vida en la Tierra llevaron a 11 000 personas de la comunidad científica a lanzar una alerta pública de emergencia climática, dirigida a todos los Gobiernos del planeta.

La realidad climática vs. los intereses económicos

En el primer capítulo del sexto informe del IPCC se muestra con claridad que para limitar el calentamiento global a 1,5 °C se necesitan transiciones socioeconómicas rápidas y de gran alcance, particularmente en los sistemas energético, terrestre, urbano y de infraestructuras (incluido el transporte y los edificios) e industrial.

 Tales transiciones no tienen precedentes en lo que a escala se refiere e implican profundas reducciones en las emisiones en todos los sectores, la puesta en marcha de un amplio conjunto de opciones de mitigación y el incremento sustancial de las inversiones en estas opciones.

Pero la realidad es que estas transiciones rápidas que demanda la ciencia y que son tan factibles como urgentes no se están realizando. Los Gobiernos siguen subvencionando con dinero público la industria de los combustibles fósiles y numerosas actividades que dañan tanto el medioambiente como la salud humana.

Las entidades bancarias financian el cambio climático y la degradación ambiental a pesar de organizarse en redes como la Alianza Financiera de Glasgow para el Cero Neto (GFANZ) para, en teoría, hacer justo lo contrario. Solo 11 de las 30 mayores empresas financieras que cotizan en bolsa han fijado objetivos fiables para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, según los investigadores del clima de InfluenceMap.

Las entidades bancarias y grandes grupos industriales y empresariales mantienen fuertes medidas de coacción y presión a los Gobiernos y a las instituciones oficiales nacionales e internacionales, incluyendo las cumbres del clima auspiciadas por las Naciones Unidas, para impedir o ralentizar medidas eficaces para la reducción de emisiones.

Como prueba de esta gran hipocresía, gobiernos como el de Alemania y el de Francia han sido condenados por sus respectivas cortes constitucionales por inacción climática y en España se está tramitando actualmente una querella climática contra el Estado.

A tiempo para cambiar de rumbo

Ignorar el principio de precaución y no reconocer que el crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos es, como dijo el secretario de las naciones Unidas António Guterres, una senda suicida para la humanidad.

Los objetivos actuales de crecimiento defendidos por los poderes económicos están en contradicción directa con la reducción de los impactos ambientales por debajo de los umbrales de los límites planetarios. Hay propuestas económicas alternativas en las que se plantea un cambio radical de modelo productivo que deben ser puestas en marcha globalmente, y no solo en algunas ciudades a modo de ensayo, para limitar el aumento de temperatura.

Los cambios de consumo individual no bastan y hace falta una transformación profunda y rápida del conjunto del sistema productivo, acompañada de una transición justa para los colectivos más vulnerables.

La gobernanza necesaria para hacer realidad este objetivo está orientada hacia la innovación social y la creación de nuevas instituciones que permitan garantizar la participación real de la ciudadanía y la democratización efectiva de la acción climática.

Las asambleas ciudadanas para luchar contra el cambio climático como las organizadas en Francia y el Reino Unido, y actualmente en desarrollo en España, son un ingrediente nuevo y estimulante en esta dirección.

 John Kennedy Toole recurrió al humor para abordar la tragedia y su personaje acudió a la agitación social para cambiar lo intolerable. La comunidad científica ensaya la rebelión tras el fracaso de los procesos de información y asesoramiento en materia climática. No dudaremos en usar el humor para narrar la tragedia climática si hace falta. Pero Toole no vio publicada su obra, que obtuvo el premio Pulitzer en 1981 y fue un auténtico éxito mundial, porque se suicidó con apenas 31 años. Esperamos que las analogías terminen ahí y que ningún científico o científica llegue a cruzar esa tremenda línea roja."                     

( . Profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC). The Conversation, 03/04/22)

4/1/22

Cada protón se formó hace 13.800 millones de años, había puro hidrógeno y helio, las estrellas agarraron el helio y formaron carbono 12, oxígeno. ¿Y de qué estamos hechos? De lo que fabrican las estrellas, se murieron y aventaron eso al espacio... Estamos hecho de carbono, nitrógeno y oxígeno porque es lo que más fabrican las estrellas... Ahorita existimos gracias a que hubo aquellas explosiones estelares... todos tenemos átomos de millones de años que estuvieron antes en un dinosaurio

 "Observar una galaxia es como escuchar una canción en finlandés, dice Julieta Fierro: “Aunque no hables ese idioma la canción puede gustarte”. Así es la física, así es el universo, conocimientos tan intrincados como poéticos a los que esta astrónoma mexicana de reputación internacional le echa paletadas de humor. Nació en Ciudad de México hace 73 años: 40 libros publicados, tres honoris causa, una silla en la Academia Mexicana de la Lengua; escuelas, planetarios, sociedades científicas llevan su nombre.

 Ha sido presidenta de la Comisión de Educación de la Unión Astronómica Internacional y es investigadora titular del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Toda esa ciencia que hay bajo su melena de luna la usa para divulgar sin cansancio, no le importa perder unos minutos en explicar a los terraplanistas que andan bien equivocados. En sus palabras está toda la poesía planetaria. Si la entrevista resulta prosaica echen la culpa a las preguntas.

“Me puedes hablar de tú, soy una señora normal”, dice. Pero lo que demuestra a cada instante no es exactamente normalidad, sino una cotidianidad amable y desprovista de petulancia. En varias ocasiones se levantará del sofá para buscar en el interior de la casa objetos con los que demostrar cómo operan los eclipses, o cómo la ciencia está lejos de la verdad absoluta. Para eso jugará con la periodista y la fotógrafa, como si estuviera en una escuela explicando a los infantes. Al acabar la charla, Fierro se prepara para las fotos: “Voy a cepillarme el pelo y a hacer pipí”. Más adelante se verá la importancia del pipí, hasta del de los dinosaurios.

Pregunta. ¿Cómo se imagina a un ser extraterrestre, con antenas?

Respuesta. Depende de si es listo o no listo; si es tipo bacteria pues pueden crecer, ni siquiera necesitan estrellas. Júpiter tiene 92 satélites y uno tiene hielo y un mar abajo del hielo, podría haber vida submarina, y hay mundos como Júpiter, que van por ahí sin estrellas, se llaman flotadores libres. Pero para tener inteligencia se necesitan varias cosas, un tamaño mínimo para desarrollar neuronas, tentáculos o trompa para poder manipular a la naturaleza, y se piensa que al menos deberían tener dos o tres kilos de peso y sentidos, depende del lugar.

P. ¿Se lo imagina entonces como un pulpo?

R. Podría ser, son muy inteligentes, lo que pasa es que viven poco, un año. Juegan, saben contar, se divierten, exploran los acuarios, hacen trampas…

P. Y predicen el ganador de los mundiales de fútbol. Volvamos a los terrestres: los humanos somos polvo de estrella.

 R. [Señala con un dedo una partícula invisible en su muñeca]. Mira, ve un protón, velo, lleva 13.800 millones de años en el universo.

P. ¿Ahí, en la muñeca?

R. Sí. Ha entrado una estrella, ese protón se fusionó para hacer carbono.

P. ¿Pero es el mismo que soltó una estrella al morir hace miles de millones de años?

R. Sí, el mismo. Cada protón se formó hace 13.800 millones de años, había puro hidrógeno y helio, las estrellas agarraron el helio y formaron carbono 12, oxígeno. ¿Y de qué estamos hechos? De lo que fabrican las estrellas, se murieron y aventaron eso al espacio.

P. Pero unas estrellas murieron antes y otras después, mi protón puede ser más antiguo y el suyo más moderno.

R. Claro. Estamos hecho de carbono, nitrógeno y oxígeno porque es lo que más fabrican las estrellas.

P. Si las galaxias van perdiendo fecundidad, como dicen, y producen menos estrellas, la existencia del ser humano pende de un hilo, aunque sea un hilo de millones de años.

R. Ahorita existimos gracias a que hubo aquellas explosiones estelares, el sol también se evaporará y se irá al espacio y se va a mezclar con otras nubes y se formará otro sistema solar con nuestra materia, porque todos nosotros estamos reciclados, ustedes tienen moléculas de Cristo y de Barrabás, y de Nerón, porque todos hacemos pipi y la atmósfera transporta los gases.. todos tenemos átomos de millones de años. Tú tienes átomos que estuvieron antes en un dinosaurio.

 P. ¡Somos un reciclado de Barrabás!

R. Perdón, debería haber dicho de Cristo nada más, jajaja.

P. Mejor Barrabás.

R. ¿Los malos son personajes más interesantes, no?

P. Dicen que el universo se muere, por eso de la infertilidad de las galaxias.

R. Hay de todo, vivimos en un universo que lleva evolucionando 3.800 millones de años y han sucedido muchas cosas. El universo empezó muy denso, donde había más materia nacieron las primeras estrellas. Hubo brotes importantes. Conforme el universo se fue dilatando más y más la densidad de materia disminuyó, pero hay 100.000 millones de galaxias y cada una tiene 100.000 millones de estrellas. Se siguen formando galaxias pequeñitas, con mucho gas, que se unen a otras y se hacen más grandes. Por ejemplo, la Vía Láctea se va a fusionar con Andrómeda dentro de 500 millones de años y las dos galaxias van a tener más brotes de formación estelar hasta que agoten su gas. En el presente hay menos brotes, sí, pero nuestra galaxia sigue muy activa y su satélites también.

P. Entonces se muere o no se muere.

R. La energía del universo se va degradando, y los agujeros negros del universo se van a evaporar cuando el universo tenga un 1 con 70 ceros en años. Los protones se van a desintegrar cuando el universo tenga un 1 con 32 ceros o sea, con un 1 con 100 ceros el universo será frío, puras ondas de radio, ya no habrá luz visible, estrellas agotadas, agujeros evaporados, protones desintegrados.

P. Qué miedo. ¿Y a eso le sucederá otro universo desconocido?

R. Antes se pensaba que nuestro universo era como una pelota, se expande y se cae, se expande y se cae, un universo oscilante, pero en esta ocasión se va a expandir tanto que se va a expandir por siempre. Pero hay, además, otros universos, que surgen de la nada. El vacío está lleno de energía siempre, y esa energía varía, si se mueve un planeta la gravedad cambia, si un campo magnético se modifica, también la energía… Los campos de la física… De ahí puede surgir un universo como el nuestro, en este momento podría estar generándose, pero no es que el nuestro se acabe y surja otro, pueden existir en paralelo y ser diferentes.

P. Pensar en otros universos ¿no le causa ansiedad?

R. Uy, no, qué maravilla, a mí la mecánica cuántica me encanta.

P. El telescopio James Webb ha sido lanzado con éxito esta nochebuena. Con él vamos a ver más atrás de lo que antes vimos, más pasado. ¿Los astrónomos miran hacia atrás para saber de dónde venimos o también a dónde vamos?

P. Lo que quiere la ciencia es avanzar el conocimiento, el pasado, el futuro y qué pasó en el ínter, somos curiosos, James Webb quiere saber la evolución, las etapas.

P. ¿Qué sacamos para el presente?

R. Pues que Andrómeda y la vía láctea se van a fusionar, por ejemplo. Al mirar hacia atrás sabemos cómo se va a comportar el futuro, que el sol va a vivir otros 4.500 millones de años, por ejemplo, que no se va a apagar mañana.

P. Siempre habrá un universo, entonces

R. Pues es la idea de ahorita, pero la ciencia por definición no tiene la verdad, el teorema de Gödel muestra que la verdad no existe. Ahora tenemos las ondas gravitacionales para saber, es como si nos regalaran un nuevo sentido para explorar, otra manera, sin ver ni oler ni tocar, eso es un regalo de este siglo y con eso vamos a poder explorar de manera más completa el universo, pero nuestra ignorancia va a seguir.

P. La verdad no existe. Pues la religión dirá: ya la pongo yo.

R. Pues sí, pero hay verdades nocivas, por ejemplo eso de que Adán esté feliz y toda la culpa la tengamos las mujeres. ¿Es muy cómodo para un señor creer en esa religión, no? Tu pareja es la culpable de todo por la eternidad.

P. México es un país muy supersticioso, a buena parte de la población le ha costado creer que el coronavirus era una verdad científica. ¿Cómo se siente una astrónoma al contar estas cosas que son casi de ciencia ficción, hacer entender verdades, aunque incompletas, a una población?

R. Se han hecho muchos experimentos y las personas pueden vivir con dos sistemas del mundo distintos. En los museos de ciencia les preguntan a los niños cómo surgió el hombre, y hablan de células y tal. Si a la salida un líder religioso les pregunta lo mismo, le dicen: Dios lo creo.

P. Qué paranoia. Podemos vivir con dos verdades.

R. Exactamente y, según el contexto, aplicar una u otra, y es a lo más que puede aspirar la ciencia. No podemos competir con la religión, solo respetarla, es demasiado fuerte.

P. ¿Para nuestro lado religioso?

R. Y por la gente que aprovecha la religión a su favor. Para la mujeres es nefasta, el sexo es malo, es bueno sufrir, la cupa, somos las brujas. No hay deidades femeninas más o menos razonables.

P. Los antepasados mexicanos eran unos grandes astrónomos.

R. Las grandes culturas de la antigüedad han usado los astros para la cuenta del tiempo, los relojes, la noche, los meses del año. Eso ayudaba a organizar la vida social. Había que planear con cuidado los mercados, el comercio de mercancías, la construcción de pirámides y la época del estar en el campo. Los mayas construían pirámides y los astrónomas sabían qué día era y cuántos faltaban para llevar al mercado de Oaxaca las plumas, los pigmentos, etcétera.

P. Pero todas las civilizaciones tenían esa necesidad de establecer un calendario, sin embargo en México fueron alumnos avanzados…

R. Sí, tenemos una ventaja. La astronomía empezó como ciencia en Europa, pero están muy al norte y México está más cerca del ecuador, donde se ven secciones del cielo que no ven en el hemisferio norte, y en diciembre está despejado en México.

P. Los mayas partían con ventaja.

R. Sí.

P. El Webb ha costado 9.000 millones. ¿La sociedad entiende este gasto?

R. La ciencia básica no pretender mejorar la vida diaria, sino avanzar el conocimiento. Los científicos básicos buscar herramientas para interrogar de la mejor manera a la naturaleza

 P. Son ustedes unos preguntones.

R. Tú también, jaja. Tenemos la misma profesión con objetos distintos de conocimiento.

P. Terraplanistas, pandemias que asolan la tierra, antivacunas. Esto huele a edad media.

R. Los terraplanistas agarraron fuerza con la serie Juego de Tronos, donde hay un muro de hielo al final. Es muy bonito pensar que la Tierra sea plana y esté rodeada de ese muro de hielo. Todas las grandes culturas pensaron que la Tierra era plana. Se dieron cuenta del error los babilonios cuando vieron la sombra de la Tierra sobre la Luna, pero Cristóbal Colón no le dijo a Chabelita (perdón): ‘mira la sombra de la Tierra, hay dos eclipses al año’. Nadie se molesta en pensar que la sombra de la tierra no es una tortilla, no es un taco, una enchilada.

P. Pero que en el siglo XXI surja toda esta caterva de terraplanistas...

R. Es un súper negocio, todo lo mágico lo es, la astrología… Vivimos en una sociedad de culpa y es cómodo buscar justificaciones raras. Y además da cierto glamour, cuando nos invitan a la tele y van los astrólogos pues es fascinante, con esos ropajes, esas pelucas. En cambio, llega el astrónomo y te preguntan la distancia hasta Plutón en centímetros y te quedas calculando como el idiota que no tiene ya esa distancia sabida.

P. ¿Cuál es su astro favorito?

R. Me gusta el universo, el conjunto, esto que a ti te inquieta a mí también me fascina, pensar que sabemos tanto de algo tan vasto y que con este nuevo telescopio veremos hasta 13.000 millones de años luz de distancia, el nacimiento del universo.

P. Eso puede arrojar sorpresas. ¿Qué espera?

R. No sabemos, cuándo lanzaron el Hubble, organizamos un congreso en Atlanta para ver los resultados, y no salió hasta años más tarde y para cuando lo mandaron estaba desenfocado y de aquí a que lo arreglaron… Era miope, como yo. Se usó para ver los objetos cercanos, y ahora ha vivido tanto que ya está tomando puras imágenes bonitas para la gente que se pregunta. Esa es la despedida del Hubble.

P. Ahora veremos la primera luz del universo, el gran parto. ¿O solo son titulares?

R. Sí, son titulares. El universo surgió del vacío y se liberó energía. El 70% es energía y la luz es parte de ella. Después, del 30% restante, el 26% es materia oscura, una materia que genera gravedad pero no luz, no la absorbe, no la refleja, no la emite. Pero había luz antes. La primera luz. Hubo una época en la que el universo temprano se empezó a expandir, pero la luz rebotaba de un lugar a otro. Solo cuando el universo cumplió 380.000 años de vida se hizo transparente y la luz pudo viajar, así que es lo más antiguo que podemos ver. Antes, aunque hubiera un rayo de luz que quería decir estoy aquí, voy a llegar hasta ti, no podía salir. El universo entonces era de color rojo, como el sol más o menos, rojo y opaco."             (Entrevista a la astrónoma Julieta Fierro, Carmen Morán, El País, 03/01/22)

26/11/21

Manipulando deliberadamente algunas de las operaciones físicas y biológicas más básicas del planeta, los humanos estamos a punto de convertir un mundo que nos venía dado en un mundo construido por nosotros. Las tecnologías dominantes en esta nueva época cambiarán no solo el aspecto del planeta, sino también y sobre todo su funcionamiento. La naturaleza y los procesos que la conforman serán cada vez más algo diseñado por nosotros...

 "(...) Nadie puede negar que muchas e importantes transformaciones planetarias ya han tenido lugar. Pero hasta ahora, sin embargo, casi todos los impactos globales provocados por nuestra especie se han producido de forma no deliberada, inadvertidamente. 

Nadie había planeado contaminar con mercurio todas las calas de Alaska o permitir que sustancias químicas industriales penetrasen en la carne de las ballenas que nadan bajo el hielo del Ártico. Ni el calentamiento atmosférico atribuible a la quema de combustibles fósiles ni las extinciones masivas debidas a la destrucción de extensos hábitats han sido deliberadas. 

En todas las transformaciones que han tenido lugar hasta la fecha, los cambios globales estaban muy lejos de la mente de quienes los estaban perpetrando.

Pero de ahora en adelante las cosas serán diferentes. Una vez que nos hemos dado cuenta del carácter global de los daños que estamos infligiendo a la naturaleza, no tenemos otra opción que tomar las decisiones acerca de nuestras futuras acciones de un modo mucho más autoconsciente. Igual que el animal herido que hemos encontrado sufriendo en la cuneta, el planeta roto se ha convertido de pronto en nuestra responsabilidad. Ya no tenemos la alternativa de apartar la vista y pretender que no nos hemos dado cuenta de nada. La buena conciencia no nos lo permitirá.

En estos momentos, para colmo, la responsabilidad es especialmente grave. En el mismo momento en que estamos asumiendo esta carga moral, nuevas tecnologías hacen posible una transformación del mundo que nos rodea mucho más profunda que cualquiera que haya tenido lugar anteriormente. Algunas de las funciones más básicas de la Tierra –cómo se construye el ADN, cómo penetran en la atmósfera los rayos del Sol, cómo se forman los ecosistemas– estarán cada vez más determinadas por el diseño humano. Lo que solía ser el resultado no planificado de unos procesos naturales, será cada vez más el producto de nuestras decisiones conscientes. En el marco de la discusión sobre cómo será el futuro que vamos a habitar, el premio Nobel de química Paul Crutzen expresa de una manera contundente lo que nos espera: “Somos nosotros quienes decidimos qué es y qué será lo natural”.[3]

 La sustitución de los procesos naturales por los procesos sintéticos es el sello distintivo de lo que podríamos denominar la era del Plastoceno. La elección de este término no pretende sugerir un mundo lleno de plástico. Durante las próximas décadas la humanidad encontrará buenos motivos para alejarse de esta creación sintética particular. El término Plastoceno refleja el uso como adjetivo de la palabra plástico y alude a un planeta que se está volviendo cada vez más flexible y moldeable. La palabra Plastoceno apunta a un grado sin precedentes en la maleabilidad de la Tierra que están haciendo posible las nuevas tecnologías para aquellos que tengan los recursos para desarrollarlas e implementarlas.

Manipulando deliberadamente algunas de las operaciones físicas y biológicas más básicas del planeta, los humanos estamos a punto de convertir un mundo que nos venía dado en un mundo construido por nosotros. En el Plastoceno, el mundo será totalmente reconstruido, desde sus cimientos, por los biólogos moleculares y los ingenieros, lo que dará lugar al comienzo de la primera Era Sintética del planeta.[4]

La reconstrucción del planeta durante la Era Sintética no se limitará a una serie de cambios superficiales. Penetrará en lo más profundo del metabolismo de la Tierra. Las tecnologías dominantes en esta nueva época cambiarán no solo el aspecto del planeta, sino también y sobre todo su funcionamiento. La naturaleza y los procesos que la conforman serán cada vez más algo diseñado por nosotros.

Comprender el carácter de estas transformaciones es muy importante, porque tendremos que tomar decisiones cruciales. Los contornos exactos del camino a seguir todavía no están determinados. Hemos de decidir hasta qué punto queremos llegar en esta reconstrucción de la Tierra. Aunque un cierto nivel de gestión de los procesos naturales es ya inevitable, el Plastoceno puede todavía adoptar diversas formas en función de lo agresivamente que decidamos imponer nuestros diseños.

Según un enfoque, la nueva relación que vamos a establecer con la Tierra en la época que se avecina requerirá que rechacemos definitivamente la idea de dar un paso atrás y de tratar de disminuir nuestra huella en el planeta. Consistirá, al contrario, en una aceleración de la intervención humana en la naturaleza y en sus procesos. En vez de ejercer un impacto sobre la naturaleza de una manera irreflexiva y accidental, un Plastoceno “a tope” significa que le daremos forma deliberadamente, confiadamente, y en ocasiones implacablemente, siempre de acuerdo con las mejores habilidades de nuestros expertos técnicos. Nada estará fuera de límite.

 Otros se niegan a aceptar este elevado nivel de intervención y contemplan el amanecer de la nueva época como una oportunidad de hacer retroceder el dial de nuestra interferencia intrusiva. Aunque intensifiquemos nuestra gestión de la naturaleza en determinadas áreas, podemos implicarnos cada vez menos en otras. Eligiendo tratar determinados fragmentos de ADN como inviolables, por ejemplo, podríamos garantizar la protección de algunas porciones de lo que nos ha legado la evolución. Designando determinados paisajes como zonas enteramente vedadas, podríamos preservar algunos símbolos importantes de la independencia y del estado salvaje de la Tierra. Al mismo tiempo que alentamos el desarrollo de ciertas tecnologías a escala planetaria por razones humanitarias, podríamos contrarrestar otros aspectos de un mundo cada vez más sintético.

Con muchas de las preguntas acerca de la forma que tendrá esta Era Sintética aún por responder nos encontramos en un momento de transición crucial y tenemos una oportunidad fugaz de reflexionar mientras el planeta entra en un período diferente de su historia. En el mismo momento en que reconocemos finalmente la magnitud de nuestro impacto, mi sugerencia en las páginas de este libro es que el debate acerca de qué tipo de futuro deseamos todavía tiene que estar abierto durante un tiempo. En vez de asumir que la época que ahora se inicia tiene ya grabado de manera indeleble el nombre de nuestra especie, es preferible considerar que ocupamos un espacio de pensamiento breve pero importante. Invocando a Jano, el dios romano de las transiciones, que con una cara mira hacia el futuro y con otra hacia el pasado, este momento proporciona una ventana de oportunidad para examinar los impactos accidentales del pasado y para reflexionar meticulosamente sobre los impactos deliberados del futuro.

La reciente ola de populismo que recorre la política europea y norteamericana ha sido interpretada como significando que cada vez son más las personas que piensan que el control del futuro se les ha escapado de las manos. Tienen la sensación de que su vida está cada vez más en manos ajenas. Si no logramos comportarnos reflexivamente en este momento de transición, los contornos de la Era Sintética los determinarán efectivamente unos intereses económicos y unos expertos distantes. Las decisiones sobre hasta qué punto es preciso reconstruir la Tierra las tomarán una élite de expertos y el mercado, atraídos ambos por una determinada combinación de altruismo genuino y de la posibilidad de obtener nuevos beneficios de unas intervenciones cada vez más drásticas. En este caso, si nos dejamos arrastrar irreflexiblemente por unos intereses puramente comerciales hacia un Plastoceno a toda marcha, nos veremos abocados a un cambio trascendental. La Tierra y muchos de sus procesos fundamentales perderán su independencia respecto a nosotros, y en un sentido final y muy real nuestro entorno se verá privado de su carácter esencialmente natural. La biosfera quedará totalmente subsumida en la tecnosfera.

 Y esto tendrá consecuencias. Si le hacemos esto a la Tierra, nos lo estaremos haciendo de hecho a nosotros mismos.

Déjenme aclarar desde el principio que este libro no es un rechazo de las importantes áreas de investigación y descubrimiento en él descritas.[5]  Partiendo del nivel atómico y avanzando hacia la manipulación de la atmósfera en su conjunto, los capítulos que vienen a continuación tratan de manera elogiosa algunas de las poderosas tecnologías que están actualmente emergiendo. No cabe duda de que necesitaremos muchos de estos desarrollos para hacer frente a los impactos que está creando una población cada vez más urbanizada e industrializada. Dichas tecnologías permitirán a un número mayor de seres humanos vivir una vida mejor y con menos impactos negativos que ninguna de las tecnologías del pasado. Algunas de estas herramientas serán también esenciales para reparar los daños que ya le hemos causado al planeta. De un modo u otro, una determinada versión de la Era Sintética es algo inevitable.

 De todos modos, la inevitabilidad de algunas de estas transformaciones va acompañada de una advertencia aleccionadora. Entre las promesas de las tecnologías acechan algunas seducciones peligrosas. A menudo implican unas fantasías exageradas sobre la idea de control. Nos colocan en un rol de gestores planetarios para el que estamos poco preparados. Y disuelven un antiguo pacto acerca de la forma en que los humanos deberíamos aspirar a tratar el mundo que nos rodea.

La reconstrucción de la Tierra y de nosotros mismos que nos ofrece la Era Sintética tiene todo el aspecto de ser un arma de doble filo. Ciertamente producirá muchos beneficios, pero también tendrá un coste importante. En algunos casos, significará una visión nueva y feliz de salud y opulencia, y una exploración optimista de nuevos tipos de relaciones con nuestro entorno. En otros momentos creará un intento desesperado de aferrarnos a nuestra cordura en un mundo que se estará volviendo cada vez más irreconocible en comparación con el que habitábamos en el pasado. Nos encontraremos corriendo desenfrenadamente y con los ojos vendados por un terreno inestable e irregular.

Tenemos la garantía de que el futuro que habitaremos será diferente, pero la forma concreta que adoptará aún está por determinar. En un mundo justo, esta forma la decidirá unas elección popular racional y bien informada. Este es uno de los mensajes centrales que espero transmitir en lo que sigue. No son decisiones que puedan dejarse en manos de un grupo selecto. Al fin y al cabo, es mucho lo que se juega en ello nuestra especie."                   

(Introducción del libro de Christopher J. Preston La Era Sintética. El Viejo Topo, 20/06/21)

7/10/21

La vacuna se convirtió en “el único tema del mundo”. Los paparazzi aparecieron por el campus... el periódico alemán Handelsblatt publicó, sin ninguna prueba, que la vacuna de Oxford tenía una eficacia de solo el 8% en las personas mayores. Era mentira, pero hasta el presidente francés, Emmanuel Macron, repitió el bulo. “Este tipo de desinformación [...] cuesta vidas. Gente que se podría haber vacunado no se vacunó"

 "Un veraniego fin de semana de hace un año, una de las madres de la vacuna de Oxford, la científica británica Catherine Green, se fue de camping con su hija de nueve años. 

Allí, en las montañas del noroeste de Gales, se puso a hablar con una mujer que paseaba a un perro. La excursionista desconocida empezó por quejarse de la red de telefonía móvil 5G y acabó dando su opinión sobre la vacunación contra la covid: 

“Yo no digo que esté demostrado que hay una conspiración, pero me preocupa que no sepamos qué le echan a las vacunas: mercurio y otros compuestos tóxicos. No me fío de ellos. No nos cuentan la verdad”. Green, descalza y vestida de dominguera, era literalmente la jefa de la fabricación de la vacuna de Oxford. “Yo soy ellos”, respondió.

La investigadora y su colega Sarah Gilbert han publicado un libro, Vaxxers (algo así como “Creadores de vacunas”, de la editorial Hodder & Stoughton), en el que narran su frenética carrera para obtener una vacuna y desmontan la imagen maléfica creada por la calenturienta imaginación de los amantes de las conspiraciones. Green cuenta que estaba recién divorciada, y con su hija a su cargo, cuando llegó la pandemia. 

Aquel día de camping, le detalló a su interlocutora los ingredientes reales de la vacuna. “Yo no soy eso que les inquieta: una élite global, en busca de poder y control. No tengo el número de teléfono de Bill Gates. No sé cómo poner un nanorrobot rastreador en una vacuna. Solo soy Cath, la hija de un trabajador portuario, haciendo lo mejor que puedo con mis conocimientos y mis compañeros, y echando de menos abrazar a mis padres, como cualquier otra persona”, expone la investigadora en el libro.

 Catherine Green es la jefa de la fábrica de medicamentos experimentales de la Universidad de Oxford. Y Sarah Gilbert es una de las principales vacunólogas de la institución. “No somos la industria farmacéutica ni somos un ellos. Somos dos personas normales que, junto a un equipo de otras personas muy trabajadoras, hicieron algo extraordinario”, reflexiona Gilbert. “No tenemos sirvientes ni chófer ni niñera y, como los demás, tenemos otros asuntos en nuestras vidas”, recalca.

 Gilbert y la inmunóloga Teresa Lambe diseñaron la vacuna en cuanto se publicó el genoma del nuevo coronavirus, el 10 de enero de 2020, cuando la mayoría de la humanidad ni siquiera había oído hablar de esta amenaza. Gilbert recuerda aquel 1 de enero, cuando, en su casa, leyó que había cuatro casos de una neumonía desconocida en la ciudad china de Wuhan. Tomó nota mentalmente y se fue a la cocina a hacer un puzle con su marido y sus tres hijos. A medida que pasaban los días, Gilbert decidió diseñar cuanto antes una vacuna “por si acaso”.

 La vacuna de Oxford, en realidad, ya estaba medio hecha. El equipo de Sarah Gilbert llevaba desde 2012 utilizando adenovirus del resfriado del chimpancé como vehículo para introducir en el cuerpo humano material genético de otros virus y generar defensas. Los investigadores ya habían elaborado vacunas experimentales contra la gripe y contra otro coronavirus, el del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS). Estaban preparados para la llegada de una enfermedad X. Solo había que añadir a la fórmula la información genética del nuevo virus, que llegó a su buzón de correo electrónico el 11 de enero, un sábado por la mañana. Todavía en pijama, Teresa Lambe se puso a trabajar en su casa. En 48 horas, Gilbert y Lambe habían escogido el fragmento de la secuencia del virus idóneo para ser el ingrediente principal de una vacuna. El 22 de enero, Gilbert reclutó a Green para fabricar el medicamento y ensayarlo en humanos.

Las investigadoras relatan su lucha para lograr financiación. “Somos las únicas que podemos hacer esto, así que tendremos que hacerlo y arreglar después el tema del dinero”, afirmó Gilbert en una reunión. Sobre la mesa de su despacho hay una taza con el lema: “Keep calm and make vaccines” (mantén la calma y haz vacunas). El equipo decidió meterse en gastos que no podían asumir, confiando en que llegaría dinero en algún momento. “Pediríamos perdón, no permiso”, resume Gilbert en el libro. A medida que la humanidad se percataba de la que se venía encima, fue llegando la financiación. La Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias —la CEPI, fundada por los gobiernos de Noruega e India, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Wellcome Trust y el Foro Económico Mundial— puso los primeros 300.000 euros. En marzo, la Agencia de Investigación e Innovación de Reino Unido puso otros 2,35 millones de euros. El 21 de abril, el Gobierno británico añadió 23,5 millones de euros. Y EE UU acabó poniendo más de 1.000 millones de euros para acelerar los ensayos.

Catherine Green recuerda que, normalmente, se necesitan varios meses para conseguir los suficientes voluntarios para ensayar una vacuna experimental. En el caso de la covid, miles de personas dieron un paso al frente en apenas unas horas, pese a que implicaba comprometerse a hacerse incómodos análisis todas las semanas durante meses. “Esto refuerza mi convicción de que las personas son, en general, buenas, generosas y altruistas. Siempre vale la pena recordar que la vacuna no habría sido posible sin ellos”, escribe Green.

 Vaxxers describe una odisea científica. Sarah Gilbert asegura que, al haber sido madre de trillizos 20 años antes, estaba acostumbrada a los grandes desafíos. “De repente me convertí en el principal sostén de una familia de cinco personas, durmiendo un par de horas cada noche. Aquello sí era presión”, relata. Para lo que no estaban preparadas era para los bulos que empezaron a brotar por todas partes. El 23 de abril, la microbióloga Elisa Granato, de la Universidad de Oxford, se presentó voluntaria para ser una de las primeras personas en recibir la vacuna. Inmediatamente, por las redes sociales circuló la mentira de que había muerto. “¿Quién utiliza su tiempo para inventarse algo así?”, exclama Green.

Al calor de los bulos surgieron movimientos antivacunas, que incluso llegaron a manifestarse frente a los laboratorios de Gilbert y Green. “No entiendo a los antivacunas. ¿Por qué alguien se opone ideológicamente a una medida de salud pública que es segura, rentable, salva millones de vidas y evita que la gente tenga que vivir con una discapacidad provocada por enfermedades como la polio, la viruela y la covid?”, se pregunta Gilbert.

Las científicas también se toparon con una resistencia inesperada: algunas religiones. La vacuna de Oxford contiene 50.000 millones de partículas virales en una dosis de medio mililitro, con cantidades ínfimas de otros compuestos inocuos que sirven para estabilizar el producto, como la sal común y la sacarosa. También hay 0,002 miligramos de etanol en cada dosis. La Asociación Británica de Medicina Islámica dictaminó que no era suficiente alcohol como para estar prohibida para los musulmanes.

 En el proceso de fabricación de la vacuna, la Universidad de Oxford y su socio industrial AstraZeneca emplean células HEK-293, derivadas de otras obtenidas originalmente del riñón de un feto abortado por motivos terapéuticos en 1972. Son células que se multiplican sin límite y se utilizan desde hace décadas para producir vacunas, por ejemplo contra la varicela y la rubeola. Todas estas células proceden de aquel único feto donado tras un aborto legal. El Vaticano ha mostrado su rechazo a la técnica, pero el 21 de diciembre decretó que era moralmente aceptable vacunarse, celebra Gilbert.

Vaxxers también relata el choque de las científicas con la prensa internacional, en un momento en el que, como dice Green, la vacuna se convirtió en “el único tema del mundo”. Los paparazzi aparecieron por el campus. Si las investigadoras comentaban sus resultados, eran acusadas de falta de rigor por no comunicarlos a través de los canales científicos habituales. Si guardaban silencio, eran señaladas por su falta de transparencia. A finales de enero de 2021, el periódico alemán Handelsblatt publicó, sin ninguna prueba, que la vacuna de Oxford tenía una eficacia de solo el 8% en las personas mayores. Era mentira, pero hasta el presidente francés, Emmanuel Macron, repitió el bulo. “Este tipo de desinformación [...] cuesta vidas. Gente que se podría haber vacunado no se vacunó. Y algunos de ellos morirían”, lamenta Green. La realidad es que la vacuna de Oxford tiene una eficacia de más del 90% frente a la covid grave."                   (Manuel Ansede, El País, 08/08/21)

13/5/21

El científico español Óscar Fernández Capetillo descubre un mecanismo de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) gracias a una conversación trivial con un ganador del Nobel de Medicina

Vanesa Lafarga, Óscar Fernández Capetillo y Oleksandra Sirozh, en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, en Madrid.Santi Burgos / EL PAÍS

 "El bioquímico Óscar Fernández Capetillo acudió un día de 2016 a una conferencia sobre el origen de la vida en la Tierra. El ponente era el estadounidense Jack Szostak, un ganador del Nobel de Medicina que estaba empeñado en encontrar la receta para generar un ser vivo en el laboratorio, a partir de ingredientes químicos ya presentes en el planeta primitivo. Tras la disertación, ambos se juntaron para tomar un café. Szostak ya no recuerda el contenido de aquella conversación, pero a Fernández Capetillo se le quedó grabado. Aquel breve diálogo ha culminado cinco años después en el descubrimiento de un mecanismo que ilumina una de las enfermedades más devastadoras del ser humano: la esclerosis lateral amiotrófica (ELA).

El trastorno, tarde o temprano letal, golpea a una de cada 20.000 personas en el mundo. La ELA suele aparecer por sorpresa en los adultos, destruye las células nerviosas que controlan sus movimientos musculares y, poco a poco, el paciente deja de poder caminar, hablar, comer y, finalmente, respirar. No hay tratamiento. Y, en el 90% de los casos, se desconoce su causa.

Fernández Capetillo, del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), en Madrid, se interesó por la ELA en 2014, a raíz de aquella campaña de concienciación en la que muchos famosos, como el magnate estadounidense Donald Trump, se grabaron tirándose un cubo de agua con hielo por la cabeza. El bioquímico, nacido en Bilbao hace 46 años, ya era por entonces un experto mundial en cáncer. La revista científica Cell lo acababa de incluir en su selección internacional de 40 investigadores de élite menores de 40 años. Tras desarrollar un fármaco experimental contra el cáncer y licenciárselo en diciembre de 2013 a la farmacéutica Merck Serono, Fernández Capetillo dio el salto a la esclerosis lateral amiotrófica. “Pensé que, con las herramientas que teníamos en la investigación del cáncer, podíamos avanzar con la ELA”, rememora.

Su momento eureka llegó el 14 de abril de 2016. El Nobel Jack Szostak ofreció una conferencia en el Instituto Karolinska, en Estocolmo (Suecia), donde Fernández Capetillo también tiene su propio laboratorio. El español recuerda que, en el café, Szostak le contó sus experimentos para intentar imitar el origen de los seres vivos. La hipótesis del investigador estadounidense es que la vida en la Tierra surgió a partir del ARN, la molécula de azúcares y fosfatos que dirige en las células humanas la formación de proteínas, como la hemoglobina de la sangre y la miosina de los músculos. Szostak le explicó que, para frenar las reacciones químicas en el laboratorio, utilizaba unas pequeñas proteínas ricas en arginina, una molécula que se pegaba al ARN y al ADN como el alquitrán.

 A Fernández Capetillo se le fue la cabeza desde el origen de la vida en la Tierra a la esclerosis lateral amiotrófica, sin soltar el café. “Pensé: ‘Ostras, a ver si esto mismo ocurre en los pacientes con ELA’. Y es exactamente lo que pasaba. Ese era el mecanismo que hacía que sus neuronas murieran”, explica el investigador. Sus resultados se publican este miércoles en la revista especializada The EMBO Journal, con las investigadoras del CNIO Vanesa Lafarga y Oleksandra Sirozh como principales coautoras.

Alrededor del 10% de los pacientes de ELA tienen familiares también enfermos. El equipo de Fernández Capetillo se ha centrado en estos casos en los que existe un componente genético, la mitad de los cuales están relacionados con el gen C9ORF72. Los investigadores han observado que las mutaciones en este gen inducen a la célula humana a producir precisamente pequeñas proteínas ricas en arginina, que se unen al ARN y al ADN, bloquean los procesos celulares esenciales y acaban matando las neuronas de las personas afectadas. Fernández Capetillo cree que el mecanismo puede ser similar en otros tipos de ELA. “No sé si es extrapolable a todos, pero sí a una gran parte”, opina.

Szostak no volvió a hablar con el biólogo español tras aquella breve charla de 2016. Consultado por EL PAÍS, el investigador, de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), alucina al ver los resultados con la ELA. “¡Es extraordinario que un comentario trivial tomando un café pueda conducir a interesantes experimentos años después!”, exclama.

 La química Valle Palomo, del CSIC, aplaude el trabajo de Fernández Capetillo. “Es un gran paso adelante para ver por qué se produce esta enfermedad en estos pacientes concretos”, celebra Palomo, que dirige un proyecto para buscar tratamientos para la ELA. La investigadora, no obstante, recuerda que en el 90% de los enfermos no se identifica ningún componente genético. “¿Qué pasa con los pacientes en los que no hemos encontrado ninguna mutación? Habrá que ver si ocurre algo similar o si hay más mecanismos implicados. Esa es la gran pregunta”, afirma.

La química Ana Martínez Gil, también del CSIC, coordina ELA-Madrid, otro proyecto para desarrollar tratamientos experimentales contra la enfermedad. La investigadora elogia el nuevo estudio de Fernández Capetillo, aunque echa de menos algún análisis más amplio, como el de la posible relación de este nuevo mecanismo con la aparición de agregados de proteínas TDP-43 en las neuronas, un fenómeno considerado un sello distintivo de la enfermedad. “Todos nos centramos en un camino y no somos capaces de elevarnos un poco para mirar qué está pasando a nivel general: cómo se cruzan las distintas carreteras”, señala la científica.

Martínez Gil, pese a todo, es optimista. “La ELA era una enfermedad oculta que, en los últimos años, se ha hecho visible. Era una enfermedad que permanecía oculta para la sociedad, para los investigadores, para los médicos y para los financiadores de la investigación”, explica. “Una vez que se ha hecho visible se están poniendo muchos recursos humanos y financieros en ella. Y, siempre que se ponen recursos, hay frutos a largo plazo”, confía. El propio Fernández Capetillo y su equipo han comenzado a buscar potenciales terapias con ratones modificados genéticamente para producir grandes cantidades de pequeñas proteínas con arginina. “La clave para curar cualquier enfermedad es entender primero lo que no está funcionando. Solo así puedes empezar a buscar un tratamiento”, subraya el bioquímico."                        (Manuel Ansede, El País, 12/05/21)