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27/11/23

Paul Preston: “El papel de Juan Carlos I como bombero de la democracia fue una contribución admirable”

 "La primera vez que el hispanista Paul Preston (Liverpool, Inglaterra, 77 años) publicó la biografía del rey Juan Carlos fue en 2003. Juan Carlos, el rey de un pueblo tuvo una segunda edición en 2012, al mismo tiempo que ocurrió el incidente del Monarca en Botsuana. La última actualización de este libro es de abril de este año. En ella, Preston se centra en los últimos años del rey, profundiza en su niñez y adolescencia para intentar explicar los motivos de sus posteriores actividades financieras y románticas y refuerza otros aspectos de su vida, como su actuación frente al golpismo y su apuesta por la democracia. EL PAÍS publica esta edición de la biografía del rey Juan Carlos en 10 tomos que podrán adquirirse con el periódico cada domingo en el quiosco por 5,95 euros cada uno. La primera entrega se puede adquirir mañana con el diario, así como en la web de colecciones de EL PAÍS..

Pregunta. ¿Podría sintetizar la importancia de la biografía del rey Juan Carlos?

Respuesta. Yo dividiría su vida en tres partes. La primera es su horrible niñez. Sufrió mucho desde su nacimiento y en sus primeros años en el exilio, sin amigos, y vendido en la esclavitud por su padre. De ahí podemos explicar, en parte, su declive. En medio, desde finales de los sesenta hasta mediados de los ochenta, tuvo un periodo glorioso porque fue uno de los mejores reyes de España de toda la historia. Hizo una contribución épica neutralizando el golpe. Su papel como el bombero de la democracia fue de una contribución admirable. La tercera parte es la de la decadencia. Aquí se ve su necesidad de aceptación y amor y su avidez de dinero, reflejo de lo que, en principio, no tuvo en su niñez y adolescencia. Claro que la idea de falta de dinero de los Borbón podría ser relativa.

P. Una de las partes más relevantes de su biografía es por qué su padre le entregó al régimen de Franco.

R. Digamos que su familia tenía una serie de responsabilidades y la sensación de querer ser otra cosa. Don Juan de Borbón se vio obligado a aceptar el papel de heredero del trono. Hay dos elementos explicativos en la vida de Juan de Borbón. Por un lado, los placeres. Por otro, su obsesión por el destino de la familia de ocupar el trono, esa idea de casi inmortalidad y eternidad. Se juntan las dos cosas. Creo que, interpretando, a la idea de venderle a Franco le debió encontrar sentido como un deber o necesidad. Como si fuera el destino necesitado para que volvieran al trono.

P. También analiza el misterio de cómo el Rey, habiéndose criado en una dictadura, apostó por la democracia.

R. Quizá el misterio es hasta qué punto el Rey fue un demócrata, después de haber hecho todo lo que hizo y neutralizar a las fuerzas franquistas. Pero eso es casi irrelevante. Él apostó por la democracia por la supervivencia. Su padre le entregó a Franco y este le educó en el franquismo y, a pesar de eso, luchó por restablecer la democracia. A la muerte de Franco, la prensa clandestina hablaba de Juan Carlos como “el breve” porque creían que su reinado no duraría. Al llegar al trono, tuvo muchos consejeros. Todos le recomendaron que si quería conservar el trono, apostar por la democracia era la única manera de lograrlo.

P. En su nueva edición ha reforzado por qué el rey Juan Carlos no estuvo involucrado en el tejerazo. ¿Es una de las mayores especulaciones que aún hoy se dicen del monarca?

R. Sí. En los años siguientes, en la extrema derecha había versiones que se basaban en el cabreo de que el Monarca había apostado por la democracia y, por ello, la mejor manera de joderle era fabricar la idea de que él estaba involucrado. El Rey luchó a favor de la democracia en contra del golpismo, aunque hay elementos ambiguos. En casi cualquier situación, él quiere quedar bien con su interlocutor. Es un hombre increíblemente atractivo, amable y agradable. Da gusto estar en su compañía. La contrapartida es que nunca quiere quedar mal con nadie. Creo que nunca se declaró muy en contra de lo que estaba haciendo el general [Alfonso] Armada, y podría haber dado la impresión de que podía estar a favor del golpe. Pero no había ninguna ventaja para Juan Carlos en ello. Y esa idea sofisticada de hacer un golpe de diseño para parar el propio golpe era absurda. Él ya era muy popular y además esto suponía la humillación para España. Me cuesta muchísimo aceptar que él pudiera tener interés.

P. Usted cuenta que, desde los años ochenta, el Rey se lucraba de las relaciones comerciales de España. Pero la prensa de la época no lo recogió en su momento. ¿Nunca hubo pruebas o no interesaba?

R. Creo que no interesaba. Pasa lo mismo en el Reino Unido, que ha costado mucho que la prensa se haya atrevido a publicar las cosas que se sabían. Pasó algo mucho más fuerte en España cuando, fallecido Franco, había miedo de volver a la dictadura. La Monarquía representaba la idea de una paz cívica. Había como un acuerdo tácito de no criticarla. Cuando publiqué mi libro, no había mucho material crítico sobre el rey Juan Carlos.

 P. En el añadido de su nueva edición interpreta cómo ha pasado de ser un rey popular a, prácticamente, el exilio. ¿Cuáles han sido sus errores principales?

R. Se puede decir que alguien ha cometido un gran error cuando se enamora perdidamente. Digamos que tiene dos líneas de error. Por un lado, que quisiera separarse de Sofía y casarse con Corinna era irrealista. Además, Corinna tenía el apoyo de gente como [el comisario jubilado José Manuel] Villarejo. Quizá por estar tan enamorado él perdió el norte de lo que era real y posible. En paralelo está su avidez de dinero. Mientras sigue siendo Rey, tiene nulidad. Después llega el incidente de Botsuana. Cuando abdica, pierde la nulidad y sus delitos fiscales quedan en evidencia.

P. Y sin embargo, el Emérito hoy no tiene causas pendientes en España ni en ningún otro lugar.

R. No soy abogado ni experto en eso, pero evidentemente tuvo nulidad hasta su abdicación. Luego cubrió sus deberes con la hacienda española. En cuanto al caso del dinero de Arabia Saudí, parece que nadie se atreve a investigar lo sucedido allí. En el caso de los procesos de Corina en Gran Bretaña, la Justicia británica ha dicho que no tiene jurisdicción. Y además, supongo que siempre que se quede en Abu Dabi es difícil. Los suizos llegaron a la conclusión de que no podían ir más lejos. Nadie se atreve a investigar los orígenes.

P. Usted ha dicho que, a pesar de todo, los españoles y la historia le recordarán bien. ¿Aún lo cree?

R. Por supuesto. Lo bueno que hizo se puede manchar, pero no borrar. Fue un logro fantástico, por eso se decía que era el mejor rey español de la historia."             (Noelia Núñez, El País, 28/10/23)

9/5/23

El timo de la realeza británica... La monarquía británica es un ejemplo particular de institución feudal arcaica convertida en capitalista con el fin de representar y potenciar la idea de imperio... Mantener una monarquía familiar hereditaria en la cima fue un ingrediente vital para sostener ese imperio... y los rituales de coronaciones, bodas reales, inauguraciones del Parlamento y funerales de Estado son en realidad un producto artificial desarrollado en el siglo XIX para sostener el imperio británico (Michael Roberts)

 "Ayer en Gran Bretaña el Rey Carlos III fue coronado en una "coronación".  El resto de monarquías de Europa (Escandinavia, Países Bajos, Bélgica, España) no se molestan en celebrar una coronación, pero la monarquía británica ha tenido un papel mucho más destacado a la hora de ayudar al Estado británico a construir su enorme imperio mundial en el siglo XIX.  La coronación forma parte de los rituales desarrollados para cimentar esta reliquia feudal en la maquinaria estatal.

El coste de la coronación para las arcas públicas se estima en 100 millones de libras.  La familia real británica podría permitirse fácilmente pagar ella misma esta juerga.  Cálculos recientes sitúan el patrimonio personal de Carlos en 1.800 millones de libras.  Algunas estimaciones lo sitúan incluso por encima. El monarca británico es "una de las personas más ricas del mundo", según el Financial Times, y posee propiedades por valor de 15.600 millones de libras, además de los 1.800 millones que posee en tierras denominadas Ducados de Cornualles y Lancaster. Brand Finance, una consultora de valoración de marcas, cifra el patrimonio de toda la familia en 44.000 millones de libras.

Una parte fundamental de la riqueza de la monarquía son las tierras que dicen poseer. La familia real posee más del 1% de todas las tierras del Reino Unido; en comparación, los 10 mayores terratenientes de Estados Unidos poseen en conjunto el 0,7% de las tierras.

 El derecho de la familia a estas tierras y a los ingresos obtenidos de ellas es dudoso.  Sin duda, estas tierras deberían formar parte del patrimonio nacional, no ser propiedad de una sola familia.  De hecho, tras la guerra civil en Inglaterra a mediados de la década de 1640, cuando Inglaterra tuvo una república durante diez años bajo Cromwell, estas tierras fueron nacionalizadas.  Con la restauración de la monarquía bajo el último rey Carlos, la familia real Estuardo las recuperó.  La política del Partido Laborista en los años 30 fue convertirlas en propiedad pública, pero el gobierno laborista después de la Segunda Guerra Mundial no lo llevó a cabo.

La propiedad del Ducado de Cornualles ha crecido hasta alcanzar más de 130.000 acres en 20 condados del sur de Inglaterra y Gales.  Sus activos incluyen tierras de labranza y bosques, así como el campo de críquet Oval de Londres, oficinas, alquileres vacacionales y urbanizaciones residenciales.  La familia también se beneficia del patrimonio de la Corona, otra colección de propiedades, esta vez desde la conquista normanda en el siglo XI. En la actualidad, esta cartera de 15.600 millones de libras (19.400 millones de dólares) incluye propiedades emblemáticas como la londinense Regent Street, la finca Windsor, centros comerciales, gran parte de la costa e incluso el lecho marino hasta 12 millas náuticas mar adentro. Los arrendamientos de parques eólicos en el lecho marino están contribuyendo a disparar los beneficios.

 A diferencia de los ducados, los bienes de la Corona son gestionados por el gobierno y sus beneficios van a parar a las arcas del Estado. Pero un porcentaje fijo va a la realeza en forma de "subvención soberana", destinada a viajes oficiales y ocio, mantenimiento de propiedades y salarios del personal. Una cláusula de "trinquete de oro" significa que la subvención anual no puede bajar aunque bajen los beneficios.  La última Subvención Soberana ascendió a 86,3 millones de libras, o 1,29 libras por persona en Gran Bretaña (aproximadamente 1,60 dólares). Además, la seguridad de la familia real se paga aparte, con cargo al presupuesto de la Policía Metropolitana, y se calcula que es considerablemente mayor que la subvención soberana.

Otras partes de la enorme riqueza del monarca británico se encuentran en posesiones poco conocidas, como la colección filatélica real, considerada la mejor colección de sellos del mundo, que contiene cientos de miles de sellos, algunos de los cuales fueron recogidos por el bisabuelo de Carlos, Jorge V, de la Oficina de Correos británica y de las colonias, con un valor de al menos 100 millones de libras.  Además, el padre de Carlos, Felipe, y la abuela del rey, la reina madre, eran ávidos coleccionistas de arte y compraron muchas obras a precios de ganga que, si se vendieran hoy, alcanzarían muchas veces el precio original.  Entre ellas figura un Monet comprado por la reina madre en París poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los precios eran bajos, por 2.000 libras. Un tasador de arte estimó que ahora podría valer 20 millones de libras. Además, las casi 400 obras de arte que se conocen (puede haber más) en las colecciones reales "privadas" o "personales" están valoradas en 24 millones de libras.  Muchas de ellas fueron "regalos" de potentados extranjeros.

La corona que llevará el rey Carlos III en la coronación de hoy pesa cinco libras de oro macizo, terciopelo, armiño y gemas. Otra corona está adornada con 2.868 diamantes. Carlos también recibirá cetros enjoyados, espadas, anillos y un orbe. Después, recorrerá las calles de Londres en un carruaje dorado.  De hecho, se calcula que el valor de las 54 joyas privadas que "posee" el monarca asciende a 533 millones de libras.

Y hay otros extraños derechos privados.  El nuevo rey será técnicamente propietario de todos los cisnes de Inglaterra y Gales, y de una serie de criaturas marinas, incluidas todas las ballenas, delfines y marsopas de las aguas que rodean el Reino Unido.

Estos son los bienes físicos, pero además la realeza recibe servicios gratuitos, por ejemplo, vive en palacios y otras viviendas financiadas por el Estado pero para su exclusivo uso personal.  De hecho, es realmente difícil disociar la riqueza privada de la familia de la propiedad pública.  La familia real dispone de una flota de coches de lujo para su uso en actividades y actos públicos.  Pero estos "coches de Estado" se utilizan a menudo de forma privada, como cuando la princesa Eugenia, que nunca ha sido miembro de la realeza en activo, llegó a su boda en un Rolls-Royce Phantom VI "de Estado" de 1977 valorado en 1,3 millones de libras.

Una política reciente establece que los regalos recibidos "con carácter oficial" "no son propiedad privada" de la familia real. Sin embargo, la ambigüedad de "oficial" permitió a la difunta Reina Isabel reclamar caballos de líderes mundiales como regalos personales que no necesitaban ser declarados.

Y luego están los impuestos.  O la falta de ellos. Carlos no pagó ni un céntimo del impuesto de sucesiones sobre la fortuna que la difunta Reina le dejó el año pasado.  El patrimonio del Ducado de Cornualles, de 1.000 millones de libras, heredado anteriormente por Carlos y traspasado recientemente a su heredero, el Príncipe Guillermo, no está sujeto ni al impuesto de sociedades ni al de plusvalías.  El Ducado de Lancaster proporciona a quien se siente en el trono unos lucrativos pagos anuales de alrededor de 20 millones de libras al año.  De nuevo, sin impuestos. Carlos se ha "ofrecido voluntariamente" a pagar el impuesto sobre la renta. Como dijo el periódico The Guardian: "Ofrecerse voluntariamente a pagar impuestos parece un poco como si un delincuente buscado se ofreciera voluntariamente a entregarse a las autoridades. No parece ser algo en lo que el resto de la gente pueda elegir".  Es obligatorio para el resto de nosotros como parte de un contrato social que no se aplica a esta familia real.

La respuesta habitual a estos argumentos es que el monarca británico presta un "servicio público" al país.  Y parece que el rey Carlos está muy interesado en que se le vea haciendo esto.  Y aún más de que todos pongamos nuestro granito de arena. Carlos ha instado a todo el mundo a celebrar su reinado ayudando en el banco de alimentos local.

La monarquía británica es un ejemplo particular de institución feudal arcaica convertida en capitalista con el fin de representar y potenciar la idea de imperio.  El imperio británico, construido desde mediados del siglo XVIII hasta finales del XIX, fue uno de los mayores proyectos imperialistas de la historia.  Mantener una monarquía familiar hereditaria en la cima fue un ingrediente vital para sostener el imperio.

La actual familia real británica se llama los Windsor.  Sólo tenían una tenue pretensión de ser la actual familia real. El sitio web real admite que había 52 candidatos con más derecho al trono que el antepasado de los Windsor, Georg Ludwig, Elector de Hannover, cuando se convirtió en Jorge I en 1714.  Los Windsor son de origen alemán y originalmente se llamaban "Sajonia-Coburgo y Gotha", hasta que la primera guerra mundial con Alemania obligó a cambiarles el nombre en 1917.  La familia estaba estrechamente relacionada con las monarquías absolutas alemana y rusa.

Muchos miembros de la familia han tenido opiniones políticas extremas. Un libro de la biógrafa estadounidense Kitty Kelley, cuya venta fue prohibida en Gran Bretaña, relata que la princesa Margarita, hermana de Isabel II, se marchó de la película La lista de Schindler quejándose de las "fastidiosas películas sobre el Holocausto":  Kelley: "Lo que le molestaba era el persistente hedor de la conexión alemana en tiempos de guerra que seguía pesando sobre su familia. Sus secretos de alcoholismo, drogadicción, epilepsia, homosexualidad, bisexualidad, adulterio, infidelidad e ilegitimidad palidecían al lado de su relación con el Tercer Reich."

Pocos recuerdan al rey Eduardo VIII (tío de Margarita), que se vio obligado a abdicar en 1936 y que entonces apoyó a la Alemania nazi como salvadora de Europa.  Hay fotografías de la futura reina Isabel haciendo el saludo hitleriano de niña en 1933, entrenada por su tío partidario de los nazis. El marido de Isabel, el príncipe Felipe de Grecia, tuvo sus propios vínculos nazis. Sus hermanas se casaron con nobles alemanes, uno de los cuales, el príncipe Christoph de Hesse, era coronel de las SS y formaba parte del personal de Heinrich Himmler. Llamaron a su hijo Karl Adolf en honor del Führer.

Las "tradiciones" reales que se representan hoy supuestamente se remontan a lo más profundo de la historia de Gran Bretaña.  Pero los rituales de coronaciones, bodas reales, inauguraciones del Parlamento y funerales de Estado son en realidad un producto artificial desarrollado en el siglo XIX para sostener el imperio británico.  En 1952, cuando Isabel II inició su reinado, más de 70 países y territorios formaban parte de "su" imperio.  Pero ese imperio ya estaba desapareciendo.  A su muerte, Isabel seguía siendo Jefa de Estado en sólo 14 países más allá de Gran Bretaña.  Y ahora seis países del Caribe han indicado que planean seguir el mismo camino que Barbados y poner fin a la conexión con el Estado monárquico británico y su explotación de la esclavitud en esas islas.

Ya en 1844, Engels señaló que: "Este repugnante culto al Rey... la veneración de una idea vacía... es la culminación de la monarquía".  Sin embargo, la coronación del nuevo monarca será ampliamente celebrada y observada.  La monarquía británica conserva una mayoría de apoyo.  Según la última encuesta, de los encuestados, el 62% de los británicos está a favor de mantener la monarquía.  Pero esa cifra es inferior al 75% de hace sólo diez años.  Y el 25% quiere que la monarquía sea sustituida por un Jefe de Estado elegido.  Además, entre los británicos más jóvenes (18-24 años) sólo el 36% quiere mantener la monarquía.  Y la mayoría de los británicos no quiere que el gobierno pague la coronación de Carlos."           (Michael roberts, Brave New Europe, 06/05/23; traducción DEEPL)

8/5/23

La coronación fue un acto de magia para un país que temía que se rompiera el hechizo... Los millones de personas que sintonizaron el momento de la coronación del Rey Carlos vieron exactamente lo que querían ver... El rey parecía a la vez asustado y emocionado: un debutante envejecido a punto de convertirse en un dios... Camilla parecía temerosa y desdichada... Algunos vieron una versión tibia de un pasado imaginado, al que se aferraron. Otros vieron una victoria de la visibilidad de las mujeres mayores, como si no hubiéramos enterrado recientemente a una reina de 96 años, y por fin felicidad. Otros vieron una victoria de la diversidad, ya que se permitió a la gente de color y de confesiones no cristianas, y a las mujeres, rendir homenaje, y además cerca del frente, cerca del dios. Yo vi cómo se invocaba un hechizo protector en una abadía, mucho más antigua que el cristianismo. Es ciertamente dramático. Se lo reconozco

 "Una coronación crea un dios a partir de un hombre: Es magia. Esto es extraño, por eso los ojos del mundo estaban puestos en nosotros: pocas naciones practican la magia públicamente hoy en día. Pero sigue siendo nuestra seguridad por defecto en la era moderna.

Por supuesto, no podemos hablar de esto abiertamente, porque es absurdo, y porque sólo somos tenuemente conscientes de ello, lo cual es otro tipo de autoprotección: la negación al servicio de la negación. La monarquía apela al inconsciente, a los niños temerosos de la noche. (Temiéramos lo que temiéramos, Isabel II estaba en su palacio, sin cambiar nunca, como la reina de "The BFG" que luchaba contra gigantes carnívoros).

La monarquía es un cuento de hadas, es cierto: las partes más oscuras. Por eso, el comentario de la coronación tenía una extraña disonancia, como si estuviéramos hablando alrededor de algo, porque el meollo era algo que temíamos decir en voz alta. Si dices que no crees en Campanilla, se muere.

Esa falta de confianza en el hechizo mágico era evidente a la hora del desayuno. Mientras la congregación entraba en tropel en la Abadía de Westminster, con actores al frente -a los reyes les suelen gustar los actores, ya que tienen el mismo trabajo-, el jefe del grupo de presión antimonárquico Republic, Graham Smith, fue detenido cerca de Trafalgar Square con otros cinco líderes republicanos. La protesta pacífica, me dijo la semana pasada, se organizó con la aprobación de la Policía Metropolitana. Le detuvieron de todos modos, confiscaron las pancartas y culparon al cordel que las unía de infringir las normas. (Al parecer, podrían haberla utilizado para "bloquearse" en los edificios.) Unas horas más tarde, el rey juró servirnos, lo que significa servir a nuestra democracia. Así que ya ha fracasado.

La protesta continuó en Trafalgar Square, pero la BBC cortó cuando pasó la cabalgata. Se colocaron pantallas delante de la protesta, como si nuestros ojos -y los del rey- fueran demasiado delicados para permitir que la vieran. Nos dijeron que la operación policial transcurrió sin incidentes. El duque de York fue abucheado al salir del palacio de Buckingham, pero tampoco se informó de ello. La BBC se dedicó a la hagiografía en esta coronación, y fue ferviente e insípida. Posiblemente se trate de una táctica -temen lo que un gobierno nativista impopular pueda hacer a su modelo de financiación-, pero también indica una nación temerosa de sí misma. Un vicepresidente del Partido Conservador sugirió a todos los republicanos que emigraran. Todos temían que se rompiera el hechizo.

Luego vino la pompa: los trajes fantásticos, el militarismo, los caballos inquietos, uno de los cuales entró en pánico y retrocedió hacia la multitud. Otro marchó de lado. Era bonito de ver, pero son los humos del Imperio, que por supuesto es por lo que el Mall estaba lleno. Un hombre con bombín dijo "tradición" cuando le preguntaron por qué estaba aquí: Estaba en comunión con sus antepasados. Las mujeres de delante iban vestidas de bandera, y sostenían más banderas para dar énfasis. El Imperio se ha ido, pero el traje permanece, y de vez en cuando nos lo probamos, buscando convocar lo que hemos perdido.

Sky News puso el tipo de música inspiradora que se oye en los anuncios de seguros de vida. Su reportero confundió a Lionel Ritchie con Michael Gove, que asintió a la cámara como si fuera un amigo, y a un antiguo embajador en EE UU con Lord Rothschild. La cara de Gordon Brown era atronadora, pero entonces él al menos es consciente de la realidad. Tony Blair, que cumplía 70 años, parecía como si nada pudiera alcanzarle de nuevo. Boris Johnson no se inclinó ante el Rey a su paso, pero nunca iba a hacerlo. Pensó que debía ser él.

Los trajes eran magníficos, y tenían que serlo, porque ayudaban a hacer realidad el hechizo. La princesa de Gales y Penny Mordaunt iban vestidas de reinas medievales. Otro invitado iba vestido de tulipán; otro, de fantasma. La mayoría iba vestida para una fiesta de jardín bajo la lluvia, aunque la princesa Ana había venido preparada para un enfrentamiento de la época napoleónica con un enemigo que sólo ella podía ver. Lloré por el duque mayor, que había pedido venir en su carruaje con un paje, pero se le denegó. Una floritura casi democrática para las masas.

El rey parecía a la vez asustado y emocionado: un debutante envejecido a punto de convertirse en un dios. A diferencia de Isabel II, nunca se puede desenredar a Carlos de su vulnerabilidad, por lo que el hechizo es difícil de lanzar. Le gusta un lienzo en blanco, y él no lo es: Los medios lo expusieron hace 30 años. Una vez que eres conocido, no puedes ser desconocido.

Aun así, lo intentaron. Le pincharon y le pincharon, le vistieron y le desvistieron, y le colocaron objetos sagrados encima y cerca de él una sucesión de santones que parecían dispuestos a luchar a muerte por la oportunidad de interpretar lo que alguien en Twitter describió como Buckaroo. Se le veía mejor en camisón, porque indicaba la humildad que no tiene. La Silla de la Coronación está cubierta de pintadas: una antigua protesta republicana que quedó impune: no se puede detener a los fantasmas.

Camilla parecía temerosa y desdichada: Recordaba que el día de su boda no se levantaría hasta que su hermana la amenazara con casarse con Carlos en su lugar. "Mejores amigos y almas gemelas", dijo el bailarín de salón Anton du Beke en las noticias de la BBC, añadiendo que se le habían saltado las lágrimas ante el espectáculo. Luego volvieron a hablar de vestuario, e India Hicks, dama de honor en la primera boda de Carlos, mencionó a Diana por error. Este fue el final de su viaje personal. Cuando colocaron la corona en la cabeza de Camilla, parecía un castigo: esto, pues, es tuyo.

Millones de personas miraron y, como ocurre con todos los espejos mágicos, vieron lo que querían ver. Algunos vieron una versión tibia de un pasado imaginado, al que se aferraron. Otros vieron una victoria de la visibilidad de las mujeres mayores, como si no hubiéramos enterrado recientemente a una reina de 96 años, y por fin felicidad. Otros vieron una victoria de la diversidad, ya que se permitió a la gente de color y de confesiones no cristianas, y a las mujeres, rendir homenaje, y además cerca del frente, cerca del dios. Yo vi cómo se invocaba un hechizo protector en una abadía, mucho más antigua que el cristianismo. Es ciertamente dramático. Se lo reconozco."               

Tanya Gold  , POLITICO, 06/05/23; Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator)

7/5/23

Terry Eagleton: ¿Por qué no le caigo bien al Rey Carlos? Tengo una espina clavada con Carlos III. Hace algunos años, cuando aún era un humilde Príncipe de Gales, concedió una audiencia a unos becarios Rhodes de Oxford en una época en la que yo enseñaba allí. "¿Quién os enseña?", les preguntó. "No ese terrible Terry Eagleton, espero"... Las democracias funcionan siempre que todos estemos de acuerdo en que así sea. Pero, irónicamente, lo mismo ocurre con la monarquía. Sólo sobrevive mientras mantengamos la ficción colectiva de que, por ejemplo, un joven carcamal convertido en viejo carcamal famoso por su irritabilidad, petulancia y autoindulgencia, sin más lealtad que la genética, debe ser venerado de forma casi religiosa. De hecho, sabemos muy bien que ser rey es un trabajo que casi cualquiera podría hacer, siempre y cuando sepas andar, sonreír, dar la mano, cultivar una mirada preocupada y hacer lo que te digan tus cortesanos

 "Tengo una espina clavada con Carlos III. Hace algunos años, cuando aún era un humilde Príncipe de Gales, concedió una audiencia a unos becarios Rhodes de Oxford en una época en la que yo enseñaba allí. "¿Quién os enseña?", les preguntó. "No ese terrible Terry Eagleton, espero".

Me sentí desolado al oír esta noticia. No porque dudara del derecho del Príncipe a juzgar, por duro que fuera, a uno de sus súbditos. Al contrario, con gusto me habría sometido a un torrente de viles improperios de la lengua real, sintiendo que no era más que su prerrogativa. Si hubiera anunciado oficialmente que yo era un gusano despreciable, y que iba a ser tratado como tal en todo el reino, mi lealtad habría permanecido inquebrantable.

Aun así, no pude evitar sentirme conmocionado. Era como descubrir que Dios no soportaba verme, o que el Papa vomitaba cada vez que mencionaban mi nombre. Al oír las palabras de Charles me sentí como una versión más sombría del Christopher Robin de A.A. Milne. "¿Crees que el Rey lo sabe todo sobre mí?", le pregunta lastimero a su niñera, a lo que ella responde con la consoladora mentira: "Seguro que sí, cariño, pero es la hora del té". Estaba claro que el Príncipe también lo sabía todo sobre mí, pero más del modo en que podrían saberlo el MI5 o el HMRC. Esto no me produjo la sensación de seguridad cósmica que uno imagina que sintió el joven Christopher. Era como si su niñera le hubiera contestado: "Seguro que sí, cariño, y piensa que eres un imbécil".

Supuse que eran mis opiniones políticas, más que el corte de mi chaqueta o mi reticencia a montar a los sabuesos, lo que Charles encontraba desagradable, y esto era lo que más me perturbaba. Había imaginado que las personas de la realeza como él estaban por encima del ámbito político, impecablemente ecuánimes en su trato a los conservadores y los trotskistas. Es cierto que había enviado a sus hijos a Eton, pero yo suponía que lo había hecho porque en el colegio local podían darles un poco de caña.

¿Era posible que hubiera pasado toda mi vida sumido en el engaño? Aparecieron fragmentos de memoria, anomalías a las que había cerrado los ojos: el odio patológico de la Reina Madre hacia los alemanes, la comparación de los irlandeses con cerdos por parte de la Princesa Margarita, las geniales meteduras de pata racistas del Duque de Edimburgo, la enorme riqueza privada de todos ellos. ¿Podría haber un patrón aquí? Incluso entonces, el Príncipe Andrés ya no parecía irradiar el aura de misterio y enigma que había sentido por él antes. Por mucho que me resistiera, me resultaba imposible evitar la conclusión de que la familia real no es políticamente neutral.

Las palabras de Christopher Robin revelan cierta perspicacia. La idea de soberanía implica la fantasía de ser conocido por un poder omnisciente, que a pesar de escudriñarte hasta lo más profundo sigue amándote incondicionalmente. La palabra habitual para designarlo es Dios, pero un término más familiar es padre, y el monarca es la mamá o el papá definitivo de todos nosotros.

La ficción es que el Rey conoce a todos sus súbditos desde dentro, pero esto no significa que su conocimiento de ellos se extienda tanto que no pueda conocer a ninguno en particular. Al igual que Bill Clinton, el soberano puede hablar con todo el mundo en una sala abarrotada como si fuera la única persona presente. Es natural, sin embargo, pensar que el Rey podría no tener un conocimiento tan íntimo, y por eso hay cierta ansiedad en la pregunta de Cristóbal a Alicia, la niñera. Si Dios o el Rey son lo bastante trascendentes como para conocer y amar a todo el mundo, ¿no implica esto un distanciamiento que significa que no pueden amar ni conocer a nadie? ¿Cómo se puede ser a la vez íntimo y omnisciente?

Tratar de resolver esta contradicción es el sentido de esos cuentos populares en los que el rey se mueve entre su pueblo de incógnito, observándolo de cerca pero disfrazado, y por tanto sin amenaza para su majestad. Se convierte en un quintacolumnista en su propio reino. ¿Y si el soberano está tan distante que el pueblo se siente despojado, abandonado, como parecen haberse sentido los británicos cuando la Reina se negó a llorar a la princesa Diana? El titular de The Sun de entonces, "¿Dónde está nuestra Reina?", puede traducirse en un temible aullido infantil: "¡Mamá!"

Sin embargo, hay un problema con el amor de los padres. Los padres son como las autoridades políticas porque se supone que deben cuidar de todos sus descendientes/ciudadanos por igual, y en el caso de los padres hacerlo incondicionalmente. Esto se puede ver en acción cada vez que alguien es acusado de un delito grave. Todos sus parientes acudirán espontáneamente en su apoyo, testificando que jamás pisó la tierra un hijo más cariñoso o un hermano de corazón más grande. "¡No puede haberlo hecho!", insisten ante la prensa. "Quiero decir, le conozco. Lo conozco desde que nació". El hecho de que el Estrangulador de Boston también era conocido por otros es extrañamente pasado por alto. Yo mismo soy padre, pero si uno de mis hijos fuera acusado de asesinato, no asumiría automáticamente que es inocente. Todos los asesinos tienen padres. Todo el mundo es capaz de perder la calma y matar a alguien. No hay incoherencia entre ser un hijo cariñoso y empuñar un machete.

La idea de soberanía, por tanto, es a la vez consoladora e inquietante. Ser aceptado por una autoridad inconcebiblemente superior a uno mismo es afianzar y confirmar la propia identidad. El soberano te mira benignamente y tú le devuelves la mirada agradecido. Te han sacado del rebaño común y te han investido de un estatus especial. Eres, en una palabra, UnHerd. La relación es, por supuesto, desigual: Dios o el monarca pueden conocerte, pero tú no puedes conocerlos a ellos, porque son seres trascendentes envueltos en el misterio. Sólo puedes saber que te conocen. Sin embargo, también eres consciente de que esta relación especial también es cierta para todos los demás, en cuyo caso no lo es para ti. Si todo el mundo es especial, nadie lo es. Y ésta es una de las razones de la ansiedad que genera la autoridad.

Las democracias reales, es decir, las republicanas, no funcionan así. Son la única forma política que no necesita invocar un poder legitimador externo al propio pueblo. En lugar de ello, el pueblo se legitima a sí mismo, en su discurso cotidiano, en su acción y en la elaboración de leyes. Esto les confiere una autoridad inusual, pero también genera incertidumbre. Significa que la sociedad política sólo se basa en sí misma, sin un guión escrito de antemano ni una agenda divina, y esto se asemeja a una sensación de falta de fundamento. Las democracias tienen que inventarse las cosas sobre la marcha, más como un teatro experimental que como un drama shakesperiano. "El pueblo" parece una base suficientemente firme, pero en realidad el pueblo está dividido, es diverso y cambia constantemente. Por eso la democracia es el tipo de política adecuada a la modernidad, a la idea de que las sociedades son históricas y no eternas, y de que los hombres y las mujeres se forjan a sí mismos y no están determinados por la tradición.

Mientras tanto, ser conocido no siempre es agradable, como sugeriría "ese terrible Terry Eagleton". Si existe el Rey benévolo que sabe lo que Christopher Robin desayuna, también existe el Gran Hermano. La soberanía no está lejos de la vigilancia. "Tú, Dios, me vigilas" puede significar tanto "¡Deja de pecar porque Él te vigila!" como "¿No es agradable saber que Dios me vigila?".

El filósofo del siglo XIX Jeremy Bentham diseñó una prisión con una torre de vigilancia central y un círculo de celdas alrededor. Los guardianes no tenían la capacidad divina de supervisar a todos los presos todo el tiempo, pero podían echar un vistazo a cualquiera de ellos cuando quisieran; y como los reclusos no sabían cuándo estaban siendo escrutados, esto equivalía a ser inspeccionados todo el tiempo. En Disciplina y castigo, Michel Foucault utiliza esta imagen del estado de vigilancia mucho antes de que estuviéramos realmente vigilados todo el tiempo. Ya no es cierto, adaptando el célebre dicho de Abraham Lincoln, que se puede vigilar a algunas personas todo el tiempo, o a todas las personas parte del tiempo, pero no se puede vigilar a todas las personas todo el tiempo.

Las democracias funcionan siempre que todos estemos de acuerdo en que así sea. Pero, irónicamente, lo mismo ocurre con la monarquía. Sólo sobrevive mientras mantengamos la ficción colectiva de que, por ejemplo, un joven carcamal convertido en viejo carcamal famoso por su irritabilidad, petulancia y autoindulgencia, sin más lealtad que la genética, debe ser venerado de forma casi religiosa. De hecho, sabemos muy bien que ser rey es un trabajo que casi cualquiera podría hacer, siempre y cuando sepas andar, sonreír, dar la mano, cultivar una mirada preocupada y hacer lo que te digan tus cortesanos. El Manchester United podría asumirlo por turnos, con cada jugador haciendo el trabajo durante un año más o menos.

Si Christopher Robin muestra cierto grado de sabiduría, también lo hace el niño que proclamó que el emperador no tenía ropa. O, mejor dicho, el Emperador no es más que ropa: sólo sus atavíos exteriores y su atuendo ceremonial. Las coronaciones son solemnes farsas en las que aceptamos suspender nuestra incredulidad en el mito y el orden divino para aplacar nuestro temor de que, como demócratas, no nos apoyemos en nada más sólido que nosotros mismos. Al igual que con la moneda, es nuestra fe en algo intrínsecamente sin valor lo que hace que funcione. Necesitamos un Otro, y los Windsor están a mano para proporcionárnoslo. En los tiempos en que el monarca tenía verdadera autoridad, se vestía con galas en parte para deslumbrar a sus súbditos, pero también, como sostiene Edmund Burke, para encubrir y suavizar la brutalidad de su poder. Los reyes eran hombres travestidos, que cubrían el feo falo de su dominio bajo seductores ropajes femeninos.

Al final, sin embargo, no funciona del todo bien. Se supone que la realeza representa un oasis de estabilidad y continuidad en el entorno cada vez más fluido, inestable e impredecible que conocemos como sociedad de mercado. Lo que ha ocurrido, en cambio, es que el comportamiento moral de ese mundo ha invadido ahora el santuario interior de la propia familia real, con su letanía de rupturas, meteduras de pata, guerras publicitarias y relaciones disfuncionales. Merece la pena tener esto en cuenta cuando nuestra democracia se inclina ante un jefe de Estado no elegido." 
                       

( , UnHerd, 04/05/23; Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator)

6/5/23

La unción por el Arzobispo de Canterbury de las manos, el pecho y la cabeza del rey, despojado de todos sus ornamentos, es una referencia directa a la entronización de los reyes de Israel. Al derramar aceite perfumado sobre la frente de Saúl y luego, después de que éste se mostrara indigno del cargo, sobre la de David, el profeta Samuel había indicado la elección divina... Esta salida del pasado no está exenta de riesgos para la monarquía... la «tradición» es un material suelto, que debe remodelarse constantemente... esta ceremonia -lo que dice y lo que sugiere- corre el riesgo de parecer demasiado alejada de las aspiraciones de una parte significativa de la sociedad británica -por no hablar del resto del mundo- como para suscitar algo más que rechazo. Esta desconexión es, además, inseparable del personaje que Carlos se ha forjado a lo largo de las décadas... En 2023, el juramento de los pares ha sido sustituido por un homenaje del pueblo. Así, a la llamada del arzobispo de Canterbury, «todos los que lo deseen, en la abadía [de Westminster] y en cualquier otro lugar» podrán decir: «Juro lealtad a Su Majestad, y a sus herederos y sucesores según la ley. Con la ayuda de Dios». De momento, la propuesta sólo ha recibido un coro de recriminaciones. Aunque la monarquía pretendía modernizar su imagen incluyendo a todos los británicos en la ceremonia, ha sido acusada de querer volver a la época feudal... hace falta mucha habilidad para inventar tradiciones... En vísperas de la coronación, todos los sondeos muestran que el apoyo a la corona nunca ha sido tan frágil, por lo que es legítimo preguntarse si Carlos III logrará construir o al menos preservar una cierta imagen de la corona para su sucesor. Si el monumental error del homenaje popular deja huella, el nuevo rey tendrá que definir cómo quiere encarnar su papel

 "El 2 de junio de 1953, una mujer de 27 años fue coronada Reina del Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Pakistán y Ceilán. Siete décadas después, el 6 de mayo de 2023, su hijo de setenta y cuatro años cumplirá el mismo rito. Aunque el reinado de Isabel II fue especialmente largo, este salto temporal subraya lo inusual de estos acontecimientos: sólo hay diecisiete entre el reinado de Jaime I en 1603 y el de Carlos III. Mientras que éste, que entonces tenía cuatro años, puede tener un vago recuerdo de la coronación de su madre, la inmensa mayoría de los que le rodean vivirán la ceremonia por primera vez, al igual que los cientos de millones de telespectadores de todo el mundo.

Hoy, la coronación es tanto más rara cuanto que se ha convertido en una característica única de la monarquía británica. Tras las revoluciones del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, todas las dinastías europeas han abandonado un rito que da un fundamento religioso a la legitimidad del poder monárquico: los gestos realizados durante la ceremonia son signos de elección y bendición divinas que confieren al monarca una autoridad superior a la de otros gobernantes. El término «coronación» -que traduce la palabra coronation– no capta, sin embargo, esta singularidad. En el mundo anglosajón, se utiliza indistintamente para designar todas las ceremonias que invisten formalmente a un monarca: un juramento ante los poderes civiles, que se produce en toda Europa, y un ritual religioso que subraya el carácter sacral de la realeza, como en el caso de Carlos III. En otras palabras, cuando hablamos de la coronación de Carlos III, está omnipresente lo sagrado

Esta precisión léxica es necesaria si queremos empezar a comprender lo que estará en juego mañana, 6 de mayo de 2023, entre los muros de la Abadía de Westminster. Esta larga ceremonia, que se ha estado gestando durante seis meses y preparando durante años, hace aflorar en un complejo entramado partes en gran medida olvidadas de la historia y la teología política europeas, tal y como se construyeron mediante la emulación del Antiguo Testamento. La unción por el Arzobispo de Canterbury de las manos, el pecho y la cabeza del rey, despojado de todos sus ornamentos, es una referencia directa a la entronización de los reyes de Israel. Al derramar aceite perfumado sobre la frente de Saúl y luego, después de que éste se mostrara indigno del cargo, sobre la de David, el profeta Samuel había indicado la elección divina: muy extendida en el antiguo Próximo Oriente, esta práctica ha sobrevivido entre católicos y ortodoxos en el ritual del bautismo y la confirmación. En el orden político, reapareció durante la Edad Media, en las coronaciones reales a medida que se iban codificando en el mundo franco. En este caso, éstas tomaron prestado de dos fuentes, que se fueron amalgamando poco a poco: por un lado, se trataba de hacer referencia al bautismo de Clodoveo -aunque su importancia sólo se impuso gradualmente en el imaginario real-; por otro, a partir de la coronación de Pipino el Breve, hubo que retomar la tradición inaugurada por Samuel. A finales del siglo X, este rito se introdujo también en Inglaterra, donde cobró importancia con la conquista normanda. Con el tiempo -y de distintas maneras en Francia y Gran Bretaña- la unción se convirtió en el corazón de la ceremonia, en el signo de la elección divina, que se manifestaba en particular por la aparición del poder taumaturgo del monarca. Hoy, en el siglo XXI, sugiere la extrañeza de la coronación del rey de Inglaterra. Si se opta por no detenerse en el folclore que rodea los acontecimientos reales al otro lado del Canal de la Mancha -o más bien, si se opta por tomarse en serio ese folclore-, se trata de un ritual milenario que tendrá lugar el 6 de mayo.

 Esta salida del pasado no está exenta de riesgos para la monarquía. A pesar de las numerosas referencias que se harán tanto al Israel bíblico como a la historia de los diversos reinos de los que Carlos es soberano, la ceremonia del 6 de mayo subraya hasta qué punto la «tradición» es un material suelto, que debe remodelarse constantemente: a lo largo de las décadas, la monarquía británica se ha convertido en una experta en este ejercicio. ¿Podría ser esta coronación una tradición de más? A diferencia de los acontecimientos reales a los que el público está acostumbrado, esta ceremonia -lo que dice y lo que sugiere- corre el riesgo de parecer demasiado alejada de las aspiraciones de una parte significativa de la sociedad británica -por no hablar del resto del mundo- como para suscitar algo más que rechazo. Esta desconexión es, además, inseparable del personaje que Carlos se ha forjado a lo largo de las décadas y que se refleja en algunas de las decisiones tomadas durante su coronación. En muchos aspectos, éstas parecen ser una forma de doble o nada, vinculante para su reinado y, tal vez, para el de sus sucesores.

Una ceremonia religiosa en un país no religioso: ¿una coronación más inclusiva? 

La formalización más antigua de la ceremonia de coronación en Inglaterra se remonta al año 973, cuando fue realizada por San Dunstan para el rey Edgar (944-975): en particular, encontramos una primera versión del juramento real. De este marco formal inaugural se extrajeron los cinco actos que organizan el ritual: el Reconocimiento (Recognition), durante el cual cuatro personas aparecen en los puntos cardinales del lugar de la coronación para presentar al rey al público; el Juramento (Oath), en el que el arzobispo de Canterbury hace jurar al rey que cumplirá plenamente las obligaciones de su cargo; la Unción (Anointing); la presentación de las galas -los objetos simbólicos de la realeza que hacen referencia a sus funciones civiles, religiosas y militares-, seguida de la coronación propiamente dicha; y la Entronización (Enthronement) y los homenajes. Una vez concluida la coronación del monarca, comienza la de su consorte -si se le ha concedido la dignidad real-.

Aunque esta secuencia es invariable, la ceremonia ha evolucionado con el tiempo a medida que la monarquía británica ha ido cambiando. El cambio más notable se produjo en 1689, cuando se introdujo la Ley del Juramento de Coronación a raíz de la Revolución de 1688 que llevó al trono a Guillermo III y María II. Por un lado, establecía que los soberanos debían jurar respetar las leyes y costumbres que su pueblo se había dado en su parlamento: la iniciativa legislativa quedaba ahora completamente fuera del control del rey. Por otro lado, la pareja real y todos sus sucesores debían comprometerse a defender «la verdadera profesión del Evangelio y la religión protestante reformada establecida por la ley». Esta arrolladora doble enmienda, que pretendía poner fin a casi siglo y medio de discordia civil y religiosa, subraya la importancia de la Coronación para expresar el statu quo en el Reino Unido. En los siglos siguientes se introdujeron otros cambios a medida que se establecían nuevos equilibrios en la sociedad británica. Otra ley aprobada en 1688, por ejemplo, exigía a todos los nuevos monarcas que, en su coronación, abjuraran solemnemente de la doctrina católica de la transubstanciación, el culto a la Virgen María y la misa, declarándolos «supersticiosos e idólatras». Durante casi dos siglos, este otro juramento permaneció incontestado hasta que Eduardo VII y Jorge V se opusieron a su «lenguaje crudo» por considerarlo ofensivo para sus súbditos católicos. Se abandonó en 1910. 

Más de un siglo después, la cuestión de la inclusión de los no angloparlantes (o, en el caso de Escocia, de los no presbiterianos) se ha agudizado a medida que el panorama demográfico, cultural y religioso del Reino Unido ha cambiado radicalmente en las últimas cuatro décadas. En 1983, el 66% de los británicos se identificaba como cristiano (con los anglicanos representando el 40%); el 3% tenía una religión distinta del cristianismo; y el 31% se identificaba como sin religión. En 2018, los cristianos representaban el 38% de la población (y los anglicanos, el 12%); los no cristianos, el 9%; y los que no tenían religión eran ahora la mayoría. Aunque la erosión se está produciendo en todas las confesiones cristianas -a excepción de los evangélicos, de rápido crecimiento-, es especialmente fuerte entre los anglicanos, una tendencia que se ha acelerado durante la pandemia. Desde este punto de vista, la coronación de Carlos III, una ceremonia anglicana que lo consagró como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, parece, si no completamente en desfase, al menos muy poco representativa de la sociedad británica. Además, fue mucho antes de la muerte de Isabel II cuando se planteó la cuestión de la forma religiosa que podría adoptar la entronización de su sucesor. Entre las muchas propuestas que surgieron, la de Ian Bradley, profesor de teología y ministro presbiteriano autor de varios libros sobre la monarquía, tuvo cierta resonancia en las últimas décadas. Defendía la función espiritual de la monarquía en la sociedad británica contemporánea, encarnada en la ceremonia de coronación, pero argumentaba que no era absolutamente necesario integrarla en la Iglesia de Inglaterra.

 En su lugar, imaginó una ceremonia más ecuménica que permitiera a otras confesiones cristianas participar en este momento fundacional del nuevo reinado, integrando al mismo tiempo a otras religiones en las celebraciones en torno a la misa. También sugirió la abolición del juramento de defensa de la religión protestante. Sus propuestas -especialmente la última- fueron ampliamente debatidas en los círculos que llevaban varios años considerando la próxima coronación. El propio rey Carlos, en su primer discurso, se presentó como defensor de todas las confesiones. Sin embargo, la solución por la que se optó parece mucho menos atrevida. Los representantes de las demás iglesias cristianas participarán en la bendición que seguirá a los homenajes, tradicionalmente a cargo del arzobispo de York, mientras que los de las demás comunidades religiosas (judíos, hindúes, sijs, musulmanes, budistas) saludarán al Rey tras la procesión de salida. En cuanto a la mayoría de los británicos, que no declaran ninguna religión, son completamente ignorados. Y, en cierto sentido, ¿cómo podría serlo en un rito que afirma muy claramente el estrecho vínculo entre monarquía y religión al confirmar el papel del Rey como Fidei Defensor?

Juramento de lealtad

Por el momento, sin embargo, no es este aspecto de la ceremonia el que plantea más dificultades en el Reino Unido. De hecho, aunque la inmensa mayoría de la población ya no fuera anglicana, ni siquiera religiosa, los últimos sondeos indican que más británicos seguirían deseando una celebración cristiana que una entronización laica. El principal escollo se encuentra al final de los cinco actos de la coronación, cuando el pueblo inglés rinde homenaje a su nuevo soberano. Este juramento de lealtad (pledge of allegiance) es paradójicamente una novedad, concebida para modernizar la coronación. Hasta ahora, sólo los representantes de la Iglesia de Inglaterra, la familia real y los pares hereditarios presentaban sus respetos al nuevo soberano: el resto de la población quedaba excluida de esta parte de la ceremonia. En 2023, el juramento de los pares ha sido sustituido por un homenaje del pueblo. Así, a la llamada del arzobispo de Canterbury, «todos los que lo deseen, en la abadía [de Westminster] y en cualquier otro lugar» podrán decir: «Juro lealtad a Su Majestad, y a sus herederos y sucesores según la ley. Con la ayuda de Dios». Cuando esto se anunció, pocos días antes de la coronación, los representantes de la Iglesia de Inglaterra llegaron a desear que en esta ocasión hubiera «un coro de millones de voces». De momento, la propuesta sólo ha recibido un coro de recriminaciones. Aunque la monarquía pretendía modernizar su imagen incluyendo a todos los británicos en la ceremonia, ha sido acusada de querer volver a la época feudal; lejos de evocar los pulidos episodios de la serie The Crown, que ayudaron a construir la mitología contemporánea de los Windsor, se ha movilizado el universo medieval de Game of Thrones para ridiculizar el juramento. Aunque el nuevo rey nunca ha disfrutado de la misma indulgencia que su madre, la falta de comunicación parece colosal, y subraya cuánta habilidad hace falta para inventar tradiciones.

 

Sobre todo cuando se trata de una ceremonia tan cargada como una coronación. Y es quizás aquí donde radica el problema. Durante casi setenta años, la inmensa mayoría de los acontecimientos reales con aura internacional han sido nacimientos, bodas y funerales. En otras palabras, la monarquía británica se ha venido escenificando en los hitos que también constituyen la vida de todos. Los jubileos, que marcaron las décadas de reinado de Isabel II, también encarnaron el paso del tiempo. Naturalmente, estas celebraciones de los Windsor tenían un brillo especial, trayendo al presente la imagen de un pasado sublimado en una tradición presentada como intemporal. La familia real británica no tenía el monopolio de estas ceremonias: en las dos últimas décadas, las bodas reales españolas y monegascas también han conocido una difusión global. Simplemente se aceptaba que la corona inglesa era particularmente buena en ello. El reinado de Isabel II tampoco fue inmune a naufragios mediáticos como el turbio divorcio de Carlos y Diana o la muerte de ésta. Pero, de nuevo, ambos ejemplos formaban parte de un lienzo biográfico.

El sentido de una coronación reside en otra parte: no puede ser inclusiva porque separa al monarca del resto de la humanidad. Incluso más allá de la cuestión de su representatividad religiosa o del homenaje rendido por el pueblo, este ritual marca la singularidad antropológica de Carlos. Divorciado, seguía siendo accesible; coronado, se convertía plenamente en rey, y de repente aparecía esencialmente alejado de sus súbditos. En las dos últimas décadas del reinado de Isabel II, la mayoría de sus súbditos no habían vivido su coronación, todos se habían acostumbrado a esta distancia, que también tenía algo de generacional. Aunque su sucesor ha intentado torpemente modernizar su coronación, le resultará mucho más difícil olvidar todo lo que tiene de extraño -incluso absurdo- una coronación en el siglo XXI.

En definitiva, lo que está en juego es la imagen de la monarquía.

Visible e invisible

El 19 de junio de 2014, la Proclamación de Felipe VI ante las Cortes, que es el corazón de la entronización de un monarca español, duró apenas media hora -desde el juramento del nuevo rey hasta el final de su mensaje a los diputados-. La ceremonia completa está disponible en Youtube. En ningún momento la cámara se separa de Felipe, que viste uno de sus uniformes de gala. En resumen, a excepción de la corona colocada delante del soberano, se trata de una investidura de jefe de Estado bastante ordinaria. 

Tocamos aquí una dimensión singular del atractivo de la monarquía británica desde que empezó a destacar en la puesta en escena de su ritualización: su capacidad de lidiar con la modernidad para reforzar su base preservando al mismo tiempo su mística. Cuando Eduardo VII fue coronado en 1902, el cine llevaba menos de una década de existencia. Tras intentar sin éxito obtener el derecho a filmar la ceremonia, el productor Charles Urban encargó a Georges Méliès una reconstrucción realista, aunque muy condensada, del acontecimiento: ¡los propios actores fueron elegidos por su parecido con Eduardo VII y la reina Alejandra! Rodada antes de la coronación, la película se proyectó el día de la ceremonia. En otras palabras, aunque a las élites políticas y religiosas del Reino Unido les resultaba imposible imaginar que se pudiera introducir una cámara en la Abadía de Westminster, el potencial de esta nueva técnica para difundir ampliamente una versión abreviada y más inteligible del ritual monárquico se hizo patente de inmediato. 

Medio siglo más tarde, la película de la coronación de Isabel II iba a simbolizar el cambio encarnado por la joven Reina. Este acontecimiento, que Churchill esperaba que inaugurara para el Reino Unido una era tan esplendorosa como las épocas isabelina y victoriana, fue por tanto el primer acontecimiento televisado en eurovisión: una institución milenaria se convertía en la pionera de una tecnología que se desarrolló en pocas décadas. Sin embargo, el núcleo del ritual debía preservarse y se ocultaba por completo: el misterio de la unción debía ocultarse a los ojos de casi toda la humanidad.

Lo mismo ocurrirá con Carlos III. Esta elección no traiciona un apego absoluto al ritual tradicional, pero demuestra un dominio consumado de nuestro régimen iconográfico. Si la desaparición del cuerpo real durante la unción era un acontecimiento en la época de la televisión naciente, hoy es absolutamente extraordinario: en 2023, en la era de las redes sociales como Tik Tok o Instagram que se basan exclusivamente en la atracción de las imágenes, la aplicación del Santo Crisma al cuerpo del Rey de Inglaterra será uno de los pocos acontecimientos que escaparán por completo a nuestra mirada. No cabe duda de que esta sensación de ausencia tendrá un amplio eco: se trata de una auténtica proeza, que forma parte de la estrategia de comunicación que la monarquía ha desarrollado en los últimos diez años.

Si tuviéramos que resumirla, podríamos decir que prolonga la operación llevada a cabo por las tazas conmemorativas que se editan para cada acontecimiento real: la amalgama entre el kitsch más total y la expresión de lo dignified, es decir, la dimensión ritual e incomprensible que, según Walter Bagehot, constituye la parte de la monarquía en la organización constitucional británica. Esta confusión resurgió en las semanas previas a la coronación. En pocos días, la cuenta Instagram de la Casa Real publicó dos series de fotografías que a Lautréamont y a los surrealistas no les habría importado combinar: la primera cuenta cómo el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén (asistido por el arzobispo anglicano) elabora y consagra el crisma que se utilizará durante la unción; la segunda anuncia que ya está disponible la receta de la quiche oficial de la coronación.

Esta estrategia, que ha demostrado su éxito en los últimos años, nunca ha flaqueado, ni siquiera cuando las desavenencias entre el duque y la duquesa de Sussex y el resto de la familia real amenazaron con convertir el palacio de Buckingham en el escenario de una calcomanía de la coronación de las Kardashians. Al mantener un silencio casi total sobre las declaraciones del Príncipe y su esposa, y luego seguir comunicando como de costumbre sobre sus actividades, la familia real ha permitido que la pareja real abandone lo dignified al caer voluntariamente en la trampa dorada de la cursilería que se practica en los documentales biográficos de Netflix: lejos del Reino Unido y de las extrañas obligaciones que conllevan sus privilegios, los príncipes y princesas británicos son una celebridad más.

En el fondo, estas imágenes tocan la cuestión más profunda de la encarnación de la monarquía, que se puso de manifiesto entre la muerte de Isabel II y la coronación de su sucesor. En las primeras páginas de su último libro, Ian Bradley señalaba que había «algo muy medieval y muy católico» en la veneración del ataúd de la Reina, mientras que Charles Moore, columnista católico del Spectator, sugería que la Reina podría haber merecido ser canonizada. Escritos en un país cuya teología política estaba profundamente marcada por la Reforma protestante -sobre todo por su rechazo del culto a los santos y, más en general, de la figuración de lo divino-, estos comentarios subrayan el carácter excepcional de lo ocurrido en torno a los restos reales: mientras que muchos comentaristas en el Reino Unido y en el extranjero sólo han visto el folclore de las interminables y bien educadas colas ante Westminster Hall, estas manifestaciones de devoción popular, que expresaban la necesidad de estar en presencia de su soberana fallecida por última vez, subrayaban el vínculo único que había formado con sus súbditos a lo largo de los años. Esto se debía en gran parte a la imagen que había difundido a lo largo de su larguísimo reinado, la de una reina de deberes, cuya aura iba mucho más allá de la institución que encarnaba.

En vísperas de la coronación, todos los sondeos muestran que el apoyo a la corona nunca ha sido tan frágil, por lo que es legítimo preguntarse si Carlos III logrará construir o al menos preservar una cierta imagen de la corona para su sucesor. Si el monumental error del homenaje popular dejará huella, el nuevo rey tendrá que definir cómo quiere encarnar su papel. Bien preparado por su madre, es seguro que respetará los deberes de su cargo real; pero eso no bastará.

Y algunas de las decisiones tomadas en la coronación ya dan una idea de qué tipo de monarca le gustaría ser a Carlos III.

¿Un rey de tradiciones? 

Hemos visto que el lugar de las otras confesiones cristianas, aunque nuevas, seguía siendo muy pequeño en la ceremonia. De hecho, una de ellas fue una excepción: la Iglesia Ortodoxa Griega. Cuando los organizadores de la coronación decidieron mandar hacer un nuevo crisma, no tenían ninguna obligación de hacerlo consagrar por el Patriarca de Jerusalén. Esta elección tiene su eco en el corazón de la misa: durante la presentación de las regalia, un coro ortodoxo cantará en griego el Salmo 71 («Señor, Socórreme y líbrame en tu justicia»).

Hay dos razones para estos homenajes discretos pero integrados en momentos fundamentales del ritual. Para Carlos III son una forma de rendir homenaje a la religión en la que fue bautizado su padre, ya que nació en el seno de la familia real griega. Pero también son una expresión de su antiguo y sincero interés por la ortodoxia: desde principios de los años 2000, el príncipe ha realizado varios retiros al Monte Athos, hasta el punto de que algunos periódicos pusieron en duda su verdadera adscripción religiosa. Aunque el rey recordaba, poco después de su acceso al trono, que era anglicano convencido, esta fascinación por el cristianismo oriental nunca le ha abandonado: lo vería como el conservatorio de un primer cristianismo. En otras palabras, para él, la religión ortodoxa encarnaba una tradición aún viva en un mundo que había perdido su profundo sentido de lo espiritual. Por tanto, la introducción de elementos ortodoxos en su coronación, aunque sea limitada, debe tomarse en serio; debe verse como un intento de infundir un nuevo fervor.

 Tradición y espiritualidad van unidas en el pensamiento del Rey. De hecho, aunque nunca ha dado a conocer sus opiniones políticas, como exige la constitución implícita del Reino Unido, nunca ha ocultado sus aspiraciones filosóficas. A diferencia de los demás Windsor, incluso publicó un libro en 2010, Harmony, que es un alegato a favor de una conexión renovada entre nuestras necesidades y la naturaleza que nos rodea a través de una nueva inversión de nuestra espiritualidad. De pluma ajena, esta variante de New Age puede hacer sonreír; escrito por el futuro Rey de Inglaterra, merece un momento de consideración. En un capítulo alaba apasionadamente la tradición: «Es la base de la sabiduría transmitida a través de lo que se llama ‘tradición’, otra palabra que, en el remolino de nuestra permisiva confusión posmoderna, ha perdido su significado. Hoy en día, el término «tradición» tiende a significar cosas «anticuadas» o retrógradas, cuando la verdadera definición no podría estar más lejos de ello. La tradición es una presencia viva. Está tan orientada hacia el futuro como hacia el pasado porque se centra en las necesidades materiales e inmateriales de la época, que no han cambiado, a pesar de nuestros muchos avances y nuestro supuesto alejamiento de todas esas «creencias supersticiosas anticuadas». Al fin y al cabo, seguimos siendo seres humanos. Seguimos teniendo que enfrentarnos a las mismas paradojas de la vida y seguimos necesitando una quilla fuerte para nuestro barco, por no hablar de una brújula que nos permita navegar con seguridad a través de las muchas tormentas y pruebas que tendremos que atravesar.»

Ecología y tradicionalismo pétreo

La tradición defendida por Carlos III cuando era Príncipe de Gales tiene poco que ver con la forma en que un diputado tory podría utilizar el término. Refleja una forma de cuestionamiento de la modernidad liberal y capitalista, tan responsable del empobrecimiento espiritual de la humanidad como de la destrucción del planeta. Esta línea se acerca bastante a las tesis del movimiento ecologista integral que, en Francia en particular, encontró cierto eco mediático a principios de los años 2010 en los medios católicos conservadores.

 Hasta ahora, el tradicionalismo del rey se ha expresado sobre todo en sus proyectos arquitectónicos y urbanísticos. A principios de los años 2000, ferozmente opuesto a los grandes proyectos que se estaban poniendo en marcha en la ciudad de Londres, se sirvió del Prince’s Trust, la organización benéfica que fundó a finales de los años 1970, para lanzar varios proyectos urbanísticos de gran envergadura: el primero de ellos, Poundbury, es un barrio de Dorchester (Dorset) que se espera que albergue a seis mil personas cuando esté terminado en 2025. Fue desarrollado por Léon Krier, arquitecto luxemburgués muy crítico con el modernismo arquitectónico y gran impulsor de la Nueva Arquitectura Clásica y el Nuevo Urbanismo. Ya se han puesto en marcha otros proyectos similares en Kent y Cornualles. Todos ellos tienen una fuerte ambición ecológica. El objetivo es claro: demostrar que las estructuras urbanas tradicionales se adaptan mejor a la crisis climática que los edificios modernos. Al manifestar su deseo de «construir de nuevo respetando la tradición», el Príncipe ha encontrado también la manera de expresar una visión tanto más cargada políticamente cuanto que se refiere a la vivienda en un periodo de extrema dificultad para muchos de sus súbditos. Sin tomar partido en los debates que atraviesan la sociedad británica -y sin romper realmente la neutralidad a la que debe atenerse- ha encontrado así la manera de hacer oír su voz.

Hoy no hay indicios de que este tradicionalismo pétreo vaya a seguir siendo el núcleo de su labor como rey. Pero tras décadas construyendo su imagen mediática de príncipe ecologista, sería sorprendente verle abandonar un proyecto que le permite afirmar su singularidad, al tiempo que ofrece una respuesta muy personal a algunos de los problemas que la crisis climática planteará al Reino Unido y a muchos otros países. ¿Puede este activismo arquitectónico ayudarle a construir su imagen de monarca? Aunque es difícil dar una respuesta definitiva, la ecología espiritual de Carlos III bien puede tener cierta resonancia en un momento en que el Reino Unido parece políticamente devastado, cada vez más dividido entre el thatcherismo pavloviano de un partido conservador sin ideas y la perpetua crisis de identidad del partido laborista.

 En 2018, en un informe en el que analizaba los retos a los que se enfrentaría el reinado venidero, el constitucionalista Robert Morris señalaba: «Dado que el soberano es también jefe de Estado en quince países de la Commonwealth, Gran Bretaña sigue teniendo una monarquía internacional, pero ya no es una verdadera potencia internacional.» Cinco años más tarde, la coronación hará aún más difícil disimular la precaria situación del Reino Unido, ya que la propia institución de la monarquía, que había llegado a definirlo a los ojos del resto del mundo, parecía estar en problemas, como subrayan las encuestas que muestran cierta desconfianza del pueblo británico hacia su nuevo soberano. El 25 de abril, el titular de un periódico británico generalmente identificado como no partidista -el i– anunciaba: «La última coronación de Gran Bretaña».

De hecho, aunque la ceremonia del 6 de mayo marca la inauguración de un nuevo reinado, sigue perteneciendo al anterior. Grandiosa, suntuosa, intemporal, será el último legado de Isabel II. La coronación de Carlos III marca así el final de un ciclo que se había iniciado tras la de Victoria en 1838 -que fue desastrosa-: entre otros desatinos, la ceremonia se interrumpió prematuramente porque un obispo se había saltado una página; la Reina tuvo que ser llamada de nuevo cuando ya había abandonado la abadía… Fue tras este fiasco cuando la monarquía fue inventando poco a poco la pompa y la grandeza que la caracterizaron hasta 2023. Hoy en día, la corona británica tiene demasiada experiencia en inventar tradiciones como para no saber que algunas de ellas son demasiado anacrónicas como para mantenerlas.

De hecho, aunque el sucesor de Carlos III sea entronizado en la Abadía de Westminster, es muy probable que la coronación sea mucho más sencilla. Poco a poco, la singularidad ritual de la monarquía británica puede ir borrándose. Esta es probablemente una de las condiciones para su supervivencia. El asunto del juramento de lealtad pone de relieve lo frágil que es una estructura sagrada de la realeza cuando ya no suscita adhesión espiritual sino, en el mejor de los casos, una forma de curiosidad ante un rito extraño: en su forma actual, la coronación correría el riesgo de destruir la frágil amalgama de cursilería y dignified que la ha convertido en un éxito mediático en las últimas décadas. Hasta la muerte de la Reina, la corona británica parecía insumergible. Seis meses después, está claro que fue Isabel II quien le dio esa fuerza.

 En contra del principio orgánico de la monarquía hereditaria, ordenada para que la sucesión se produzca sin fricciones -sin pensar en ello, por así decirlo-, ahora parece que la gran tarea del reinado de Carlos III será garantizar que su hijo pueda heredar el trono. Paradójicamente, la conciencia de que la corona británica es mortal, como las demás coronas, podría contribuir a su supervivencia devolviéndole una forma de humanidad: sería una nueva metamorfosis."               (Baptiste Roger-Lacan , El Gran Continent, 05/05/23)

13/1/23

Žižek: Meloni, Isabel II, la película La Mujer Rey, y las protestas generalizadas en Irán tras el asesinato de Mahsa Amini, son cuatro acontecimientos con mujeres como protagonistas que reflejan rasgos esenciales del panorama político actual... El papel central de las mujeres en el moviminento de derechas en Europa todavía no ha recibido la atención que se merece... Las lideresas de derechas como Meloni y Marine Le Pen se presentan como alternativas más sólidas a los tecnócratas masculinos tradicionales... encarnan un fascismo con rostro humano... La monarquía irradia compasión, amabilidad y patriotismo... los monarcas representan no la trascendencia de la ideología, sino más bien la ideología en su forma más pura... La Mujer Rey es una película de épica histórica sobre las agojie, una unidad de guerreras que protegió el reino africano occidental de Dahomey, también trata de la lógica política de la monarquía, la forma de feminismo preferida por la clase media liberal occidental... condenarán sin tapujos todas las formas de lógica binaria, patriarcado y trazas de racismo en el lenguaje cotidiano, pero se cuidarán mucho de perturbar las formas de explotación más profundas... en cambio Las masivas protestas en Irán tienen una significancia histórica mundial, ya que combinan distintas luchas (contra la opresión a las mujeres, la opresión religiosa y el terrorismo de estado) en una unidad orgánica. Si bien ha movilizado a millones de mujeres de a pie, habla de una lucha mucho más amplia, y rehúsa la tendencia antimasculina que suele haber en el feminismo occidental... lo que está ocurriendo en Irán es algo que todavía está por acontecer en el mundo occidental desarrollado, en que se están acelerando las tendencias hacia la violencia política, el fundamentalismo religioso y la opresión de las mujeres... somos nosotros quienes tenemos que aprender de los iraníes si hemos de tener alguna posibilidad de confrontar la violencia y la opresión de derechas en Estados Unidos, Hungría, Polonia, Rusia y tantos otros países... Todo el parloteo relativista sobre especificidades y sensibilidades culturales ha dejado de tener significancia. Podemos y debemos ver la lucha de los iraníes como sinónimo de la nuestra. No necesitamos lideresas femeninas ni Mujeres Reyes, sino mujeres que nos movilicen a todos en torno a consignas como “mujer, vida, libertad” y contra el odio, la violencia y el fundamentalismo

  "Mujer, vida, libertad y la izquierda.

 Cuatro acontecimientos con mujeres como protagonistas han llegado a los titulares noticiosos durante el último mes: la electoral de Giorgia Meloni en Italia, de la Reina Isabel II, el estreno de la película La Mujer Rey y las en Irán tras el asesinato de Mahsa Amini por parte de la policía de la moral de ese país. Si se las toma en conjunto, esas cuatro historias reflejan rasgos esenciales del panorama político actual.

En momentos en que la izquierda no ha podido ofrecer una respuesta adecuada a la crisis de la democracia liberal, no cabe sorprenderse por el ascenso de nuevos gobiernos de derechas en Europa. Pero el papel central de las mujeres en este movimiento todavía no ha recibido la atención que se merece. 

Las lideresas de derechas como Meloni y Marine Le Pen en Francia se presentan como alternativas más sólidas a los tecnócratas masculinos tradicionales. Encarnan tanto la dureza derechista como características que, por lo general, se asocian con la femineidad, como el énfasis en los cuidados y la familia: un fascismo con rostro humano.

 Ahora pensemos en el espectáculo televisado del funeral de Isabel II, que subrayó una interesante paradoja: a medida que el estado británico se ha ido alejando de su pasado estatus de superpotencia, la capacidad de su familia real de inspirar ensueños imperiales no ha hecho más que aumentar. No deberíamos descartar esto como una ideología que enmascara relaciones de poder reales. Más bien, las fantasías monárquicas son ellas mismas parte del proceso por el cual se reproducen las relaciones de poder. La muerte de Isabel II nos recordó la distinción moderna entre reinar y gobernar, con la primera hoy confinada únicamente a deberes ceremoniales. 

Se espera que el monarca irradie compasión, amabilidad y patriotismo, y que se mantenga alejado de los conflictos políticos. Como tales, los monarcas representan no la trascendencia de la ideología, sino más bien la ideología en su forma más pura. Durante siete décadas, la función de Isabel II fue ser el rostro del poder estatal. Puede que la coincidencia de su fallecimiento con el ascenso al poder de la Primera Ministra Liz Truss haya dependido mucho de la contingencia, pero también ha sido profundamente simbólica del paso de Reina al de Mujer Rey. 

(...) La Mujer Rey de Gina Prince-Bythewood también trata de la lógica política de la monarquía: una película de épica histórica sobre las agojie, una unidad de guerreras que protegió el reino africano occidental de Dahomey entre los siglos diecisiete y diecinueve. La actriz Viola Davis representa el papel de Nanisca, una general de ficción, subordinada solo al Rey Gezo, figura histórica que gobernó Dahomey de 1818 a 1859, y que participó en el comercio de esclavos africanos hasta el final de su reinado.

En la película, entre los enemigos de las agojie se encuentran comerciantes de esclavos liderados por Santo Ferreira, personaje ficticio basado vagamente en Francisco Félix de Sousa. Pero, de hecho, de Sousa fue un comerciante de esclavos brasileño que ayudó a Gezo a llegar el poder, y Dahomey fue un reino que conquistó otros estados africanos y vendió como esclavos a sus pueblos. Aunque Nanisca aparece protestando frente al rey contra el comercio de esclavos, las agojie históricas en realidad lo apoyaron.

Así, La Mujer Rey promueve una forma de feminismo preferida por la clase media liberal occidental. Al igual que las actuales feministas del #MeToo, las guerreras amazonas de Dahomey condenarán sin tapujos todas las formas de lógica binaria, patriarcado y trazas de racismo en el lenguaje cotidiano, pero se cuidarán mucho de perturbar las formas de explotación más profundas que sustentan el capitalismo global moderno y la persistencia del racismo.

 Esta postura implica atenuar la importancia de dos hechos básicos acerca del esclavismo. Primero, los tratantes blancos de esclavos apenas tuvieron que pisar suelo africano, ya que los africanos privilegiados (como el reino de Dahomey) les proveían de un amplio suministro de esclavos frescos. Y, en segundo lugar, el comercio de esclavos estaba generalizado no solo en África occidental, sino también en sus áreas del este, donde los árabes esclavizaron a millones de personas y donde la institución duró más que en Occidente (Arabia Saudí no lo abolió formalmente sino hasta 1962). 

 En efecto, Muhammad Qutb, hermano del intelectual musulmán egipcio Sayyid, defendió intensamente el esclavismo islámico de las críticas occidentales. Argumentando que “el islam dio dignidad espiritual a los esclavos”, contrastó el adulterio, la prostitución y el sexo ocasional (“esa forma tan odiosa de animalismo”) que había en Occidente con “el vínculo puro y espiritual que une a una doncella [una chica esclava] con su amo en el islam”. 

 Todavía se pueden escuchar esos planteamientos en algunos eruditos salafistas conservadores, como el Jeque Saleh Al-Fawzan, miembro de la más alta entidad religiosa de Arabia Saudí. Pero uno no los conocería si solo escuchara a los liberales occidentales de clase media. Por fortuna, los vínculos históricos del islam no tienen por qué obstaculizar el potencial emancipatorio de las sociedades musulmanas.

 Las masivas protestas en Irán tienen una significancia histórica mundial, ya que combinan distintas luchas (contra la opresión a las mujeres, la opresión religiosa y el terrorismo de estado) en una unidad orgánica. Irán no es parte del Occidente desarrollado, y el eslogan de los y las manifestantes “Zan, Zendegi, Azadi” (“mujer, vida, libertad”) no es una mera imitación del feminismo occidental o el #MeToo. 

Si bien ha movilizado a millones de mujeres de a pie, habla de una lucha mucho más amplia, y rehúsa la tendencia antimasculina que suele haber en el feminismo occidental. Los hombres iraníes que cantan “Zan, Zendegi, Azadi” saben que la lucha por los derechos de las mujeres lo es también por su propia libertad, y que la opresión de las mujeres no es más que la manifestación más visible de un sistema de terrorismo de estado más amplio.

 Más aún, lo que está ocurriendo en Irán es algo que todavía está por acontecer en el mundo occidental desarrollado, en que se están acelerando las tendencias hacia la violencia política, el fundamentalismo religioso y la opresión de las mujeres. En Occidente no tenemos derecho a tratar a Irán como un país que intenta desesperadamente ponerse al día con nosotros. Más bien somos nosotros quienes tenemos que aprender de los iraníes si hemos de tener alguna posibilidad de confrontar la violencia y la opresión de derechas en Estados Unidos, Hungría, Polonia, Rusia y tantos otros países. 

Cualquiera sea el resultado inmediato de las protestas, lo crucial es mantener vivo el movimiento mediante la organización de redes sociales que sigan operando de forma subterránea en caso de que las fuerzas de la opresión estatal logren una victoria temporal. No basta con expresar simpatía o solidaridad con los y las manifestantes iraníes, como si pertenecieran a una cultura exótica y distante. Todo el parloteo relativista sobre especificidades y sensibilidades culturales ha dejado de tener significancia.

 Podemos y debemos ver la lucha de los iraníes como sinónimo de la nuestra. No necesitamos lideresas femeninas ni Mujeres Reyes, sino mujeres que nos movilicen a todos en torno a consignas como “mujer, vida, libertad” y contra el odio, la violencia y el fundamentalismo."               (

12/10/22

Gregorio Morán: «Juan Carlos I descubre en 1975 que, más que inmune, es impune»... me aterroriza pensar en una república, que no es la niña bonita, con algunos que podrían ser aspirantes a presidente. No sabría qué hacer. Me quedaría en mi casa. Me provoca terror. Un Pedro Sánchez presidente de la República… Pediría a Letizia y a su marido que siguieran ahí de momento, porque no sé lo que es peor

 "El escritor y periodista Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es de los pocos que alzó su pluma en el periodo democrático contra los abusos de la monarquía, la figura de Juan Carlos I y el relato oficial sobre la Transición, ahora cuestionado tras la salida de España del rey emérito coincidiendo con las revelaciones sobre su fortuna oculta. Sobre ello escribió artículos y libros.

En uno de ellos, El fraude de la Transición, la editorial Planeta suprimió varios párrafos, algunos sobre la Casa Real, en la primera edición de 1991. Aparecieron después en la edición de Akal, de 2016. También el periodismo español se autocensuró durante el juancarlismo y ahora vive la peor época desde la dictadura, en opinión de Morán. 

¿Qué le parece la salida de España del rey emérito?

Políticamente yo no diría que es peligrosa, pero sí inquietante, porque ahí se mezclan intereses de diferente pelaje. Alfonso Guerra dice que no, Pedro Sánchez que sí… Hay un elemento clave en esta historia: el hijo siempre mata al padre y lo mata de una manera más bien cruel. Estoy leyendo por segunda vez una biografía de Isabel Burdiel sobre Isabel II y ahí aparecen reiteradamente Fernando VII, la madre María Cristina… Es como un destino borbónico, el hijo siempre acaba matando al padre, como hizo Juan Carlos I con don Juan. Desde el punto de vista político, la salida al extranjero no sé si es la mejor decisión para el tejido de intereses que está montado ahí. Dejarlo en Abu Dhabi….[risas].

No lo dejas en el desierto como a un dromedario, lo dejas en un oasis lleno de dinero, de tentaciones y de poder en un régimen no precisamente modélico. Lo de las dictaduras totalitarias de los países del Este es como si se hubieran ido desplazando en trocitos hacia el mundo arábigo. Emiratos Árabes Unidos es una dictadura inequívoca. A diferencia de las dictaduras totalitarias del Este, aquí se castiga a la mujer, a los extranjeros… El hecho de tenerlo y confinarlo allí es una ruptura con la tradición de consecuencias incalculables. No sé si, tanto el hijo como Sánchez, han valorado suficientemente las consecuencias de este drama a lo Rey Lear. Hombre, a Bildu, ERC y Podemos les parece cojonudo. Cuanto más lejos se vaya mejor. No tienen ni la complicación de tener que echarle, o pedir que se vaya. No fue una decisión política muy hábil.

¿De donde salió su fortuna oculta, por encima de los 2.000 millones de euros según algunas informaciones?

La fortuna de un rey o viene de los pagos del Estado, que evidentemente no dan para ser multimillonario, o viene del cobro de comisiones. Esa obsesión de máquina tragaperras que tuvo Juan Carlos I desde el inicio de su reinado… Sus partidarios decían: “Es que pasó una infancia con muchas necesidades”. Los españoles que vivimos aquella época sabemos lo que era vivir con necesidades y no creo que ese fuera el caso de Juan Carlos I. Cuando muere Franco y llega al trono en 1975, la máquina tragaperras se convierte en un depósito económico. Hablemos primero del famoso manco, Prado y Colón de Carbajal, un personaje cuyo papel es decisivo en la búsqueda de dinero para el rey y para sí mismo. Y si no que se lo pregunten a su hijo, que creo que está muy bien colocado. Luego vinieron Javier de la Rosa y el inefable Mario Conde. Lo de Mario Conde tenía algo de espectáculo ridículo que la prensa nunca se atrevió a tocar. Por un lado su majestad y por el otro el financiero. Todo lo que se movía lo podían comprar. Y lo compraban. Luego resulta que igual lo compraban con talones sin fondo, pero lo cierto es que lo compraban. Esto tampoco es ninguna novedad histórica, los Borbones son promotores económicos. 

En Juan Carlos hay un descubrimiento a la muerte de Franco, que es: yo más que inmune, soy impune. Ese descubrimiento de la impunidad ya la tenía el Caudillo, que había ganado una guerra. La impunidad del rey fue absoluta. Si le faltaba un barco, se acercaba a la costa, decía “necesito un barco” y aparecían siempre 20 señores, los mismos, por cierto, que ayudaron a forrarse al clan Pujol, y le decían: “No se preocupe, Majestad”. En los negocios tú das dinero a costa de que también lo recibas. Aquí nadie se pregunta qué se llevaron las empresas que se beneficiaron de ese negocio del AVE a La Meca. ¿O vieron cómo pasaban los millones delante de su nariz y no dijeron nada? Pero, claro, esas empresas controlan los medios de comunicación, por lo tanto ahí estamos absolutamente vendidos. Nunca, desde la dictadura, en los medios de comunicación se ha vivido una etapa tan miserable como esta. 

Eso, la complicidad de los medios de comunicación, ¿tiene mucho que ver con lo ocurrido con Juan Carlos I?

Complicidad con el emérito en su momento, el silencio que sigue a su desaparición, complicidad con Sánchez y con el Gobierno… Que un tipo como Iván Redondo sea el que controle los medios es una singularidad que no se da ni en el mundo de Trump. Los Marhuenda, Inda… son basura. A esto nos ha llevado el tertulianismo. Además, ahora nadie quiere escribir. Tengo amigos que tienen escuelas de periodismo y dicen que sus alumnos lo que quieren es salir en la tele y ser tertulianos. A lo mejor es que nuestro oficio es algo que pertenece al siglo XIX. 

Y lo de Sánchez es de un cinismo tremendo. A su lado, Cánovas parece un senador romano. A Sánchez nadie le pregunta nada, puede hacer las entrevistas que quiera y da la impresión de que es Iván Redondo quien le hace las preguntas para quedar bien. Es como aquel inefable Fernández de Asís, entrevistador en la televisión única del franquismo, que decía: “Como bien dice usted, señor ministro…”. Estas cosas están volviendo. A mí esto me toca dos veces. Me tocó Fernández de Asís y ahora con estos sucedáneos.

Esta censura, o autocensura, ¿es responsabilidad de las empresas o también de los periodistas?

Las responsabilidades son siempre compartidas. Hay grados de responsabilidad. Hay gente a la que le gusta. Y no es un problema de dinero solamente. Que Sánchez te mire y te diga en una rueda de prensa: “Gracias, Carlos…”. Hay gente que se derrite con eso. Pepe Solís, el ministro de Franco, hacía lo mismo.

El caso de Juan Carlos I tumba el relato oficial de la Transición, que usted ya rebatió en sus artículos y en varios libros, no solo en El fraude de la Transición.

Me acuerdo de algunas reacciones diciendo que lo mío era una reflexión arcaica, republicana. Y con la edad, ahora que estamos en tiempo de descuento, no me siento monárquico, claro. Sería como hacerme terraplanista. Pero me aterroriza pensar en una república, que no es la niña bonita, con algunos que podrían ser aspirantes a presidente. No sabría qué hacer. Me quedaría en mi casa. Me provoca terror. Un Pedro Sánchez presidente de la República… Pediría a Letizia y a su marido que siguieran ahí de momento, porque no sé lo que es peor.

Aunque se ha iniciado un revisionismo, se sigue presentando a Juan Carlos I como el hombre que trajo la democracia a España y que frenó a los golpistas el 23-F, algo que usted rebatió con datos hace mucho tiempo.

En el 23-F Juan Carlos I fue el bombero pirómano; él agitó el ambiente crispado de los militares antes del golpe. Fue un aprendiz de brujo. Se metió en un lío del que sabía que podía salir trasquilado. Echó marcha atrás a última hora. Eso se ve claro con el papel de Armada, al que no dejan hablar sobre lo que hizo Juan Carlos I antes del golpe. Todo esto ocupa unas cuantas páginas en mi libro sobre Adolfo Suárez.

¿Sigue usted pensando que la Transición fue producto de la triada monarquía-PSOE-Grupo PRISA?

Eso ya es la pos-Transición, la consolidación de la Transición. Ahora que estoy escribiendo un libro sobre el PSOE y Felipe González, y tengo más tiempo para reflexionar, recuerdo que Javier Pradera, que era un malévolo inteligente, solía decir que a ellos los había destruido el fuego amigo, refiriéndose sobre todo a Zapatero. El fuego enemigo no lo tuvieron nunca. Yo recuerdo, y algunos me lo contaron con detalle, los gestos que tenía Juan Carlos I con Jesús Polanco, que eran importantes para sus negocios en América Latina. Más que monarquía, la triada sería Juan Carlos-PRISA-PSOE, tres ejemplares que han ido cambiando mucho en los últimos años. Primero porque Zapatero, que fue un pésimo presidente, entró como un elefante en una cacharrería y eso afectó a la triada de forma importante. Afectó a Juan Carlos, aunque él siguió a lo suyo, a sus negocios. Afectó a Prisa, una empresa muy ligada al poder desde que nace, con Fraga y Pío Cabanillas. 

Desde sus comienzos, El País es un periódico institucional. No diría yo gubernamental, pero sí institucional. Y además, como no había otra cosa y era el menos malo de los periódicos existentes, hizo que una ‘izquierda’, digámoslo entre comillas, que había perdido el norte, el sur, el este y el oeste, se confiara en el intelectual colectivo en el que se transformó El País. Ahora que Juan Luis Cebrián escribe artículos ciceronianos sobre la decencia, hay que recordar que se rompen muchas cosas en el periodismo español en el momento en el que el periódico serio, el intelectual colectivo, publica la famosa conversación telefónica pirata de Txiki Benegas criticando a Felipe González, de la que nunca supimos la procedencia, pero era de sospechar. En el momento en el que un periódico hace una jugada tan sucia y tan interesada como aquella, se desenmascara y ya no queda nada. Pero la gente es muy ferviente con los suyos. Aunque pierda, son del Betis."                   (Entrevista a Gregorio Morán, xuan Candano, La Marea, 05/10/22)

22/9/22

Con tambores, disfraces y una pompa envejecida, Gran Bretaña lloró más que la reina... ofrecimos la droga más hipnótica disponible para cualquier país en decadencia: el nacionalismo con moda y un sólido pedigrí... La aristocracia británica es la élite más duradera del mundo, y lo sabe.

 "No era el funeral del jefe de Estado de una potencia mediana, que ha presidido la decadencia gestionada desde 1952: la lista de invitados lo decía. Era algo más antiguo, más mágico y más salvaje.

Cabezas coronadas y presidentes de repúblicas llegaron en autocar desde el Royal Hospital de Chelsea -no es realmente el oeste de Londres, como dijeron algunos medios, pero déjenlo estar- para despedirse del único vestigio real de la monarquía sagrada: la reina regente del trono más antiguo del mundo. (Sólo Joe Biden parecía estar exento del estrafalario viaje en autocar: El excepcionalismo americano se une al excepcionalismo británico. Pero Estados Unidos solía ser británico. También Francia, pero eso fue hace mucho tiempo, incluso para los relojes Windsor).

Fue un espectáculo: un teatro de asombro, con los plebeyos primero, y luego la calidad. Isabel II fue probablemente la última persona que creyó realmente en la monarquía sagrada, y por eso fue buena en ella: ser engreído, o mimado, no es lo mismo que creerse santificado. Es una idea la que lloramos, no una mujer, y sospecho que los que dicen que esto demuestra que Gran Bretaña importa en el escenario mundial se equivocan: vi lástima, y nostalgia, tanto como asombro. El excepcionalismo se fue con ella como el agua. Es exquisito, pero no es real.

 La pompa era explícitamente imperial: la fanfarronería. Aparentemente se ha hecho más grande, no más pequeña, desde que gobernamos un imperio, pero eso tiene sentido. Los Windsor son muy hábiles en el marketing. Fantaseo con que los jóvenes portadores de ataúdes fueron elegidos por sus rostros sublimemente expresivos: uno podría imaginárselos en Passchendaele o Agincourt. Las fuerzas armadas han estado practicando toda la semana, pero es fácil ocupar tu propia capital. Se sacaron trajes absurdos de los armarios oscuros y se desempolvaron porque, bajo el moderno estado británico, esto todavía existe: los heraldos; los tamborileros; la caballería; el duque de Norfolk con su sombrero ladeado y sus gafas, practicando el tipo más enrarecido de excentricidad inglesa. Parecía demasiado cómodo para ser absurdo, pero la aristocracia británica es la élite más duradera del mundo, y lo sabe. La edad es lo que tenemos a nuestro favor ahora y por eso le ofrecimos la droga más hipnótica disponible para cualquier país en decadencia: el nacionalismo con moda y un sólido pedigrí.

En homenaje, la BBC dio la espalda al periodismo por completo y ofreció un zumbido tranquilizador de tonterías hagiográficas, como la música de arpa, pero menos afinada. Espero que se callen los que les llaman revolucionarios peligrosos desde la votación del Brexit de 2016 -la BBC advirtió de los peligros del Brexit demasiado para la comodidad de los Leavers-. Si se es cínico, todo sonó como un vasto alegato para mantener el canon -el método por el que se financia- en su nivel actual.

No había ningún detalle más allá de lo caprichoso y lo sentimental: mencionar la vasta riqueza de la familia, o los errores -o cualquier dato duro de cualquier tipo- se consideraría inapropiado. Es curioso: la enterramos como una reina, pero seguimos tratándola como una mujer en nuestro salón. Así que rumiaron las cualidades de su sonrisa; hablaron de su afición al Scrabble y del placer que le producía ver parir a los caballos, sobre lo que me hubiera gustado saber más, para ser justos; mencionaron que ganaba premios por el manejo de perros de caza; permitieron que un colaborador la llamara "Reina del Mundo" sin comentarios. ¿Por qué lo harían? Su propio presentador calificó el funeral como "el mayor acontecimiento que ha ocurrido en el Reino Unido en décadas". ¿Está seguro?

Escuchamos a algunas de las últimas personas que asistieron al velatorio en Westminster Hall, después de esperar en la Cola. La Cola, que se escribe con mayúsculas por el asentimiento popular, era una pieza de masoquismo y giro de oro: si se aguantaba toda la noche en el frío, se podía lograr La Presencia. Se podría haber votado y multado, pero no habría dolor de por medio. (Todavía no se han dado a conocer las cifras definitivas de los hospitalizados por La Cola. Sean cuales sean, se considerará que ha merecido la pena). El Sr. y la Sra. Barlow se situaron en una página de la historia, como si se tratara de una pieza de rompecabezas a la espera de ser montada. Ella aprovechó la oportunidad para decir que era lo mejor que le había pasado en la vida, incluyendo el tener hijos. Un superfan de la realeza de Bristol dijo a un periódico sensacionalista que la reina siempre estaba "feliz". Pero eso es lo que hace el mito: te emplaza en los deseos de los demás y te convierte en un extraño para ti mismo. Un niño se preguntaba si la reina la verá por televisión desde el cielo. Un tuit del oso Paddington -un refugiado ficticio- agradeciendo a la reina "por todo" obtuvo un millón de likes. "Estoy en Londres pero me siento como si estuviera en un lugar completamente diferente", dijo una mujer, y tenía razón: lo estaba.

En funerales como éste es fácil separar a la gente que ama de la que ama el poder. Fue explícito en el funeral de Margaret Thatcher en la Catedral de San Pablo: sólo su hija Carol y su secretario de prensa Bernard Ingham parecían preocuparse. El resto se alegró, sin molestarse en disimular sus sonrisas. Lo mismo ocurrió aquí: las damas de su casa, vestidas muy parecidas a ella, como si fueran un espejo, lo cual es conmovedor - austeros sombreros de ala ancha, enormes bolsos - parecían apenadas, pero conocían a Elizabeth Mountbatten tan bien como a Elizabeth Regina. La Primera Ministra Elizabeth Truss sonrió al entrar en la catedral - todos los demás primeros ministros la precedieron. Luego leyó la lección, mencionando a Dios como si se tratara de un dignatario con el que aún no se había reunido, pero que podría hacerlo si hubiera espacio en la agenda.

 Nadie habló bien -el sermón del arzobispo de Canterbury fue apenas pedestre-, pero eso se ajustaba a la ocasión: nadie se atrevería a agraciar el funeral de una reina regente con algo que no fuera un tópico. Eso podría interpretarse como un alarde. Así que la poesía permaneció en su rincón designado. En su lugar hubo música coral, que es la que mejor expresa los anhelos de los monárquicos, y la que mejor cantan los niños pequeños, lo que no es casualidad. (Un niño parecía un veterano: tenía como mucho 12 años). La gente a la que le gustan los presagios también se alegró: había una araña en el ataúd de la Reina, trepando por la carta del Rey: "En amoroso y devoto recuerdo". Las arañas son constructoras, y también lo es Carlos III.

 Parte de la diversión consiste en ver cómo aguanta la familia: es esencialmente un deporte nacional sádico que se juega con orbes, no con pelotas. Si conviertes a la gente en dioses, ¿entonces qué? Tiene cliff-hangers secuenciales: "Sucesión", pero los actores sufren de verdad, y a veces mueren. Isabel II fue amada porque parecía sobrevivir moralmente: ¿lo hará Carlos III? Tenía un aspecto lamentable, pero su esposa, la nueva reina, tenía un aspecto peor: nunca lo buscó cuando coqueteaba con Carlos Windsor en los partidos de polo en los años setenta. Miraba a su alrededor con temor, como si una corona pudiera caer literalmente sobre su cabeza en ese mismo momento. No se sentiría tan extraña, no aquí. El duque de Sussex estaba en la segunda fila, detrás de su padre, irradiando rabia. ¿Qué pasa con los segundos hijos? El duque de York parecía haber estado sollozando dentro de sus osos de peluche, que deben estar dispuestos de cierta manera, como una compañía de soldados, durante once noches. Es parte de la crueldad de la monarquía: la primogenitura, o el ganador se lo lleva todo.

En el Palacio de Buckingham, las doncellas salieron con sus zapatos planos para ver pasar el féretro: más tarde, en Windsor, los novios hicieron lo mismo con brazaletes negros. En el Arco de Wellington, al ver partir a la reina hacia Windsor, parecía que el rey dejaba caer su saludo primero; y el resto se retiraba agotado, como un juego de cartas que hay que guardar. De camino a Windsor, viendo el coche fúnebre de Estado -una hermosa máquina de Jaguar Land Rover- la gente sostenía sus iPhones para hacer malas películas. Ojalá no lo hicieran. Desde la distancia parecía que estaban haciendo el saludo de Hitler a un coche.

Pero al final disminuyeron, y fueron sustituidos por los corgis supervivientes, que no parecían más confundidos que la mayoría de la gente. El servicio en Windsor fue más pequeño, y más comedido: al anochecer, cuando haya un servicio privado para la familia, puede que, por un momento, vuelva a ser una mujer. Pero para el resto de nosotros, Isabel II, como Thorin Oakenshield, pasó a la leyenda. Ese es el trabajo."  
               (Tanya Gold  , POLITICO , 19/09/22)