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3/9/18

Basta de vender las enfermedades mentales como algo ‘cool’

"Estaba saliendo con un chico nacido en Londres, quien me dijo que Scott y Zelda Fitzgerald eran su pareja favorita. Él era encantador, emocionante y pensaba que me entendía. Su elección de pareja favorita sonaba muy romántica, igual que él.

Sabía quiénes eran los Fitzgerald, claro, pero no conocía bien los detalles de su relación. Ese día, tras acostarme, los busqué en Google: ¿Cuál era el tipo de gran amor que él había imaginado para nosotros?

Zelda Fitzgerald era intensamente glamorosa y hermosa. Scott la llamaba la primera flapper, aquellas jóvenes a la moda de los años 20. Ah, y también resulta que tuvieron una relación turbia destruida por infidelidades y consumo excesivo de alcohol: su “historia de amor” terminó con la muerte de ella debido a un incendio en el hospital psiquiátrico donde estaba internada. Era esquizofrénica y pasó sus últimos años en un hospital.

¿Así era como él me veía? Yo tenía depresión clínica, no esquizofrenia.

En mi mente (y, claramente, solo en la mía) compartíamos una devoción ciega. Cuando la realidad de nuestra relación se hizo clara, pronto estuvo muy ocupado en el trabajo y poco después desapareció por completo. Me dijo, en un mensaje de texto, que estaba “devastadoramente apenado”.

A pesar de que el dolor sobre la relación pasó, sus palabras tuvieron más permanencia.

Busqué más artículos sobre los Fitzgerald. The Guardian escribió que la “esposa llena de problemas” de Scott Fitzgerald era una integrante “hermosa y maldita” de la alta sociedad, igual que el título de su segunda novela, que será interpretada por Scarlett Johansson en un drama de próximo estreno. El romanticismo me molestaba.

En Facebook me apareció el anuncio por rebajas en Skinnydip, una tienda de Londres. Incluía una mochila miniatura, grabada con las palabras “I’ve got issues” (Tengo problemas) y rosas bordadas. Comenzó a sonar en mi cabeza la canción del mismo nombre de Julia Michaels; su suave voz dice: “Cuando estoy deprimida, realmente me bajoneo”, antes de que comience el coro: “Porque, cariño, tengo problemas”.

También encontré unos collares con letras de oro que dicen “Ansiedad” y “Depresión” con letra cursiva gruesa, disponibles en ban.do por 48 dólares. Su fabricante afirma que los dijes “abrirán el camino al diálogo”. Están agotados.

 El problema con el embellecimiento de las enfermedades mentales es lo alejado que está de la realidad. Es casi como sugerir que es una característica deseable en las mujeres. En mi experiencia, las parejas lo perciben como frustrante, ni por asomo tan adorable y extravagante como podrían indicarlo estas declaraciones y productos.

La televisión y las películas tampoco nos han dado un retrato honesto de estos temas. El filme de 1986 Betty Blue convenció a los hombres de que las mujeres con enfermedades mentales eran extremadamente elegantes, afrancesadas y siempre con ganas de tener sexo. 

Hace poco la serie de Netflix 13 Reasons Why, la cual ya confirmó que tendrá una tercera temporada, exploró las razones por las que una linda chica preparatoriana se suicida, desde el punto de vista de su compañero y colega Clay, que está enamorado de ella.

Clay “de verdad se siente atraído por las chicas complicadas”, dice un personaje. Pero el enamoramiento se desmorona cuando remplazas la enfermedad mental con algo físico. “De verdad te atraen las chicas con problemas respiratorios” no suena bien. Tampoco le auguro a Skinnydip el mismo éxito de ventas con accesorios que digan “Tengo la enfermedad de Lyme”.

Al inicio de la segunda temporada de 13 Reasons Why, una animadora muy popular llamada Jessica regresa a la escuela para enfrentar a su violador. Su amiga le asegura que “eres bonita y melancólica; a la gente le encanta eso”, como si la tristeza le añadiera valor a su magnetismo y seducción.

Al menos Lena Dunham, en su papel de la serie Girls —Hannah Horvath, que sufre de desorden obsesivo compulsivo—, muestra la enfermedad mental sin retoques (¿recuerdan la escena de los cotonetes?). Aun así, cuando Hannah llama a su novio (Adam Driver) para decirle que se está “deshaciendo”, él corre por las calles de Nueva York para estar a su lado. Su marcado torso desnudo está un poco húmedo y brilla bajo la luz de las farolas. Una vez que llega a su apartamento, tira la puerta de una patada y la levanta en la seguridad de sus brazos musculosos. ¿En serio?

Mi experiencia es más parecida al personaje de la señorita Havisham en Grandes esperanzas. Solo que en vez de rehusarme a dejar de usar un vestido de novia, era una bata desgastada que tenía descosidos uno de los bolsillos y con la cual constantemente deambulaba.

El pedazo de tela que solía ser el bolsillo estaba descosido porque mi novio, exhausto, lo arrancó durante una discusión. Fue una pelea en la que me rogó y suplicó que me quitara la bata, solo por un día, para que pudiera lavarla, como si fuera un padre agotado que negocia con un bebé para que se coma al menos un bocado de sus verduras. Quería que me dejaran en paz, pero no me parecía nada a actrices que sufrían hermosamente como Greta Garbo.

Atestiguar o sufrir una enfermedad hace que cualquier intento de darle glamur sea completamente ridículo. La depresión no es una manera eficaz de conseguir a un hombre como pareja. Tampoco es una canción de amor con la cual bailar ni una enfermedad de moda ni una novedad para que los blogueros la lleven puesta por unas semanas, lo publiquen en Instagram, lo marquen como favorito y después lo olviden."              (, The New York Times.es, 02/08/18)

25/5/10

La psicología a la americana, a la europea

"El concepto de trastorno mental según el CIE-10 es la presencia de un comportamiento o de un grupo de síntomas identificables en la práctica clínica que en la mayoría de los casos se acompañan de malestar o interfieren en la actividad del individuo. Este concepto es uno de los fundamentos de la psiquiatría como especialidad médica y constituye el núcleo de las discusiones eruditas y públicas sobre qué estados mentales han de ser considerados patológicos y cuáles como situaciones de padecimiento normal o problemas de la vida.

Si consultamos los manuales psiquiátricos de los trastornos mentales en vigor, como son el DSM IV-R (estadounidense) o el CIE-10 (europeo) veremos que ni tan solo existe una definición satisfactoria que especifique los límites precisos del concepto de trastorno mental.

Llegados a este punto hay que advertir al lector no avezado en estos mundos de la psiquiatría que muchas de las decisiones que aparecen en los DSM, según varios autores, son el fruto de pactos, presiones y del consenso político, y esto da lugar a un problema epistemológico muy grave (...)

Uno de los problemas que ha tenido siempre más polémica en el ámbito de la salud mental es el diagnóstico. El peligro del abuso, la aplicación de categorías que no se corresponden, el problema que supone para estas personas el riesgo de padecer los efectos perjudiciales del diagnóstico psiquiátrico que pueden arrastrar durante años y años. Entre estos efectos, juntamente con la pérdida de la libertad personal y tratamientos psiquiátricos determinados, hay la posibilidad de quedar “etiquetado” para siempre y padecer desventajas sociales y legales, desde la pérdida de un puesto de trabajo hasta ser catalogado como incapacitado.

Otro aspecto a destacar es el hecho de que han aumentado el número de diagnósticos a medida que pasan los años: en el DSM-I de 1952 eran 106 diagnósticos, en el DSM-II se pasó a 182, en el DSM-III a 265, en el DSM-III-R se llegó a 292 y en el DSM-IV-R, la edición revisada del año 2000, casi a 400. El aumento, como puede apreciarse, ha sido muy considerable. Algunos autores lo han atribuido especialmente a la presión de la industria psicofarmaceútica y a determinados grupos de presión de la sociedad para aumentar los diagnósticos de trastornos mentales y su correspondiente tratamiento.

Un ejemplo paradigmático de esto sería la creación del “Trastorno de estrés postraumático”, categoría creada desde hace unos pocos años en el DSM-IV. Debido a las movilizaciones de los propios interesados, los veteranos del Vietnam, así como a las nuevas formulaciones psiquiátricas, algunos argumentos judiciales y a la presión política, finalmente se reconoció la problemática de los mencionados veteranos del Vietnam como caracterizada de adaptación a la vida civil, con sus problemas de depresión, ansiedad, miedo, esquizofrenia, insomnio, alcoholismo, etc. A pesar de que estos problemas psicológicos ya estaban tipificados, la sociedad no se hacía cargo de los veteranos de la misma manera que lo hacía con los que tenían “traumas físicos”, y hacía falta crear un nuevo diagnóstico de “trauma psicológico” debido a los actos de servicio en la guerra. A partir de entonces este “cuadro psiquiátrico” contempla y canaliza la diversidad de problemas presentados por los veteranos de la guerra del Vietnam.

Otro ejemplo curioso, que citan Héctor González y Marino Pérez en su libro La invención de los trastornos mentales, es el de “fobia social”. La timidez clásica sería vista como un problema que requiere de ayuda. La timidez ha pasado a ser un “trastorno de ansiedad social” en el DSM-III a la “fobia social” en el DSM-IV. De ser una característica personal y tal vez un problema en alguna ocasión, ha pasado a ser ya un trastorno psiquiátrico reconocido." (Sin Permiso, 23/05/2010, citando a 'El nuevo manual de diagnósticos psiquiátricos de la Academia Norteamericana de Psiquiatría' de Sergi Raventós)