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19/6/23

Silvio Berlusconi no era un corrupto sino un sistema de corrupción basado en saltarse las leyes del propio sistema... un buscavidas, que lo consiguió todo empezando por el final: representar a una sociedad harta de corruptelas que escoge al tipo más vulgar y avispado entre la delincuencia organizada... Su padre, un empleado de la Banca Rasini en Milán, se dedicaba a blanquear dinero mafioso (el banco, no necesariamente el empleado)... El Partido Socialista de Bettino Craxi ejercía el poder omnímodo en Lombardía y el constructor ansioso y condescendiente no era otro que Silvio. De rey del ladrillo fino a magnate de los medios de comunicación pasando por el espectacular embudo del fútbol... En su irresistible carrera de delincuente sólo fue condenado en firme por una ocultación a la Hacienda Pública. No se olviden, lo mismo le pasó a Al Capone... Luego estaban sus inclinaciones. Le gustaban las putas de lujo y a ser posible adolescentes. Arrasó en los medios de comunicación y su público lo jaleaba frente a unos adversarios convertidos en mendicantes de las apariencias... Cristiano viejo en costumbres, masón en la intimidad de la P2... Silvio no hizo mangas y capirotes con los besos a la mafia, como Andreotti. Él la metió en casa. A Vittorio Mancano, un asesino profesional de la Cosa Nostra le hizo ocuparse de sus caballos y a Marcello Dell´Utri, condenado por blanqueador, ambos sicilianos, los puso en nómina. Como estafador compulsivo llegó un momento que hizo saltar la banca, literalmente, cuando la prima de riesgo de Italia subió a 574. Sucedió en 2011 y en noviembre hubo de dimitir. Pero el baile siguió, lo llamaban bunga-bunga y tenía tantos adictos como forofos tiffosi... Quien fuera su virrey en España, el ideólogo arrogante Paolo Vasile, lo definió para el bronce: “la izquierda utiliza a la multitud, Silvio la amaba”... Roberto Saviano: “La santificación política de Berlusconi es una vergüenza democrática y un insulto a la verdad”. Quizá pronto surjan berlusconistas de derechas y de izquierdas. Pasó con Perón y nadie se sorprende

 "El cineasta Bertolucci iniciaba su particular Novecento con la escena arrebatadora de un enano disfrazado que corre entre los campos para llevar la noticia que en enero de 1901 cerraba un siglo, “¡Verdi ha muerto!”. Ningún director de cine se atreverá a hacer algo similar con Silvio Berlusconi, que impregnó la política, la cultura y las tendencias sociales de nuestro XXI. Merecería una reflexión este paralelo tan alucinante como distópico. Ambos murieron en Milán. Enterrado con honores de Estado, con las banderas a media asta y las más altas instituciones mostrándolo ante la ciudadanía del mundo como el político más influyente y carismático que cruzó los dos siglos. Quizá sea cierto, pero antes que cualquier elogio o sarcasmo tendremos que responder al dilema más obvio: cómo fue posible que el hombre que ascendió a primer ministro en tres ocasiones, tras la quiebra de los partidos políticos barridos por la corrupción, saliera elegido como lo más novedoso y limpio, tratándose de un “delincuente natural”, según sentencia de los altos tribunales.

¿Cómo se explican las paradojas? Dejarían de ser paradojas. Vivamos en una sociedad donde lo líquido ha inundado nuestra cabeza y nos basta con aprender a nadar entre los fantasmas que no podemos quitarnos de encima. Silvio Berlusconi no era un corrupto sino un sistema de corrupción basado en saltarse las leyes del propio sistema. Una vida sin masters. Qué ridículos resultan los currículos promocionales de tanto aspirante a la gloria política frente a un tipo como Silvio, un buscavidas, que lo consiguió todo empezando por el final: representar a una sociedad harta de corruptelas que escoge al tipo más vulgar y avispado entre la delincuencia organizada.

Su padre, ni siquiera banquero. Un empleado de la Banca Rasini en Milán, que por esas casualidades del destino (buscado) se dedicaba a blanquear dinero mafioso (el banco, no necesariamente el empleado). El futuro debía pintar tan mal que el muchacho Silvio se apuntó a cantante de crucero (hoy se dice crooner) -formaba dúo con un guitarrista de ocasión, Fedele Confalonieri (espónsor ahora de Forza Italia y presidente del emporio de la comunicación Mediaset). Ahí aprendió maneras: atraer al público holgado y ligar con todo la que se pusiera a su alcance. (Ya casi nadie recuerda un filme legendario de Dino Risi, La escapada (1962), con Vittorio Gassman y Jean-Louis Trigtignant en una lección de estilo de vida). Berlusconi ya estaba ahí con la construcción y el secreto mejor guardado, cómo apañar los primeros millones.  

Lo que viene después entre brumas de hagiógrafos es sabido. El Partido Socialista de Bettino Craxi (en España tanto Alfonso Guerra como Ernest Lluch lo consideraban el depositario de la socialdemocracia del futuro; se lo oí a ellos) ejercía el poder omnímodo en Lombardía y el constructor ansioso y condescendiente no era otro que Silvio. De rey del ladrillo fino a magnate de los medios de comunicación pasando por el espectacular embudo del fútbol. El empezó con la lección aprendida, primero un equipo que llegara a campeón, el Milán, lo de meterse a político vino luego. Quien controla potentes medios de comunicación y las ligas del fútbol considera los grupos políticos con una mirada deferente. Se sale al campo para ganar no para hacer teoría sobre el achique de espacios. (Florentino Pérez lo intentó en España como cabeza de lista del Partido Reformista de Roca Junyent, pero fracasó porque entonces sólo era Pérez y no Florentino, y a mayor abundamiento no tenía el master de crooner; otro mundo, otro país).

Bettino Craxi salió por pies a su mansión de Túnez para huir de la justicia y entró Berlusconi. En 1993 crea Forza Italia, un eslogan futbolero para un partido que aspira a la copa y la consigue al año siguiente. La victoria electoral de 1994 lo convirtió en el líder por antonomasia. Forma gobiernos y hace prácticamente lo que le da la real gana. La invención del término “populismo” es una especie de astracanada que inventó el gremio académico de la Ciencia Política y que parece ser la panacea semántica a la que recurrimos por falta de mayor dedicación y talento. Volvemos a tropezar en la charca de lo líquido, tan poco definitorio y muy cómodo de manejo. Decir que Trump, Chávez, Maduro y Perón pertenecen al mundo populista es una manera de salvarnos de nuestra inanidad analítica. Cada populista es un mundo porque el universo lo forma la humanidad que les consiente hacerse con el poder. Trasladando la responsabilidad a los jefes populistas nos olvidamos de las sociedades que los sostienen. “Sólo Napoleón ha hecho más cosas que yo”, decía Silvio y se lo creía, tanto él como los suyos.

En su irresistible carrera de delincuente sólo fue condenado en firme por una ocultación a la Hacienda Pública. No se olviden, lo mismo le pasó a Al Capone, y el común hace chistes sobre el talento sórdido de los criminales. No hay pruebas sólo evidencias, y las evidencias apenas pesan en el Código Penal aplicado a los grandes malhechores. Luego estaban sus inclinaciones. Le gustaban las putas de lujo y a ser posible adolescentes. Arrasó en los medios de comunicación y su público lo jaleaba frente a unos adversarios convertidos en mendicantes de las apariencias. Se pasó por el forro las convenciones de la Laica Inquisición, más desvergonzada aún que la Santa. Cuando se pierde el horizonte político nacen grupos cuya única opción de futuro está en convertirse en perversos profetas. Cristiano viejo en costumbres, masón en la intimidad de la P2.

Silvio no hizo mangas y capirotes con los besos a la mafia, como Andreotti. Él la metió en casa. A Vittorio Mancano, un asesino profesional de la Cosa Nostra le hizo ocuparse de sus caballos y a Marcello Dell´Utri, condenado por blanqueador, ambos sicilianos, los puso en nómina. Como estafador compulsivo llegó un momento que hizo saltar la banca, literalmente, cuando la prima de riesgo de Italia subió a 574. Sucedió en 2011 y en noviembre hubo de dimitir. Pero el baile siguió, lo llamaban bunga-bunga y tenía tantos adictos como forofos tiffosi. El fútbol del XXI es la nueva ideología de sustitución. 

Quien fuera su virrey en España, el ideólogo arrogante que nunca escribirá un libro, Paolo Vasile, lo definió para el bronce: “la izquierda utiliza a la multitud, Silvio la amaba”. Me quedo con la sentencia del cada vez más ninguneado Roberto Saviano: “La santificación política de Berlusconi es una vergüenza democrática y un insulto a la verdad”. Quizá pronto surjan berlusconistas de derechas y de izquierdas. Pasó con Perón y nadie se sorprende. "                       ( , Vox Populi, 17/06/23)

14/6/23

Berlusconi fue el político emblemático de nuestro tiempo... Desde el actual gobierno de extrema derecha de Italia hasta el ascenso del trumpismo en Estados Unidos, seguimos viviendo en el mundo de Berlusconi... es el representante icónico, la cara sonriente, la figura ridícula pero oscura que osciló entre las bromas racistas y la legislación que reprimía a los inmigrantes, las referencias «indulgentes» a Mussolini y la mortal represión policial en la cumbre del G8 de Génova en 2001... lejos de ser una época feliz que contrasta con los males actuales, la etapa de Berlusconi en el poder produjo los monstruos que siguieron. La trivialización de su historial hoy en día, como partidario de Europa o de la OTAN, o incluso como oponente al «populismo», es un indicador de hasta qué punto la política dominante ha virado hacia la derecha, y cuán bajos son los estándares que se han establecido para la «democracia liberal»

 "Silvio Berlusconi, fallecido el lunes a los 86 años, centró la política italiana alrededor de su imperio televisivo y condujo a la extrema derecha al poder. Predecesor de Donald Trump, fue el máximo emblema de la deslegitimación de la democracia por el poder mediático. 

 El «fin de una era». La Repubblica encabezó su cobertura de la muerte de Silvio Berlusconi destacando su larga etapa en el centro de la vida pública italiana. Este encuadre de su estatura «histórica» fue quizá demasiado amable con su historial de vínculos delictivos, abuso de poder y utilización del Parlamento para defender su imperio televisivo. Sin embargo, decir que su muerte marca el final de una era es malinterpretar los cambios que encarnó. Desde el actual gobierno de extrema derecha de Italia hasta el ascenso del trumpismo en Estados Unidos, seguimos viviendo en el mundo de Berlusconi.

La primera campaña electoral del magnate de los medios de comunicación en 1994 anunció muchos cambios que pronto se extendieron por la democracia occidental. Centrando su campaña en la resistencia a una izquierda supuestamente demasiado poderosa, se presentó como líder no de un partido de masas, sino de un vehículo de nueva creación llamado Forza Italia. Sus listas de candidatos estaban pobladas por sus aliados empresariales; su campaña se desarrollaba a través de sus propias cadenas de televisión privadas; y su llamamiento a una Italia «liberalizada» y de libre mercado venía de la mano del uso del poder estatal al servicio de sus propios intereses empresariales. Fue, en resumen, una privatización progresiva de la democracia italiana.

Esto fue posible gracias a la podredumbre del viejo orden, expresada en un escándalo de corrupción conocido como «Bribesville», que hundió a los viejos partidos de masas entre 1992 y 1994. En un ambiente de falta de fe popular en las instituciones, Forza Italia y sus aliados afirmaron representar un nuevo movimiento «liberalizador»; denigraron a los «políticos» elitistas. El neofascista Movimento Sociale Italiano se recreó como el partido de «la gente» —la gente corriente— y no de «tangente» —el soborno—.

Berlusconi, antiguo miembro de la logia masónica P2 —que tenía, a través de su socio Marcello Dell’Utri, un historial de vínculos con la mafia— era un candidato irónico para representar este cambio de los tiempos. De hecho, su gobierno endurecería el vínculo entre el poder estatal y los turbios intereses empresariales. Sin embargo, la nueva derecha que él lideraba consiguió cohesionar a una minoría considerable de italianos tras su proyecto, ganando poder de forma progresiva a medida que la propia base de la izquierda se fragmentaba. Aunque los problemas legales de Berlusconi acabaron por obstaculizar su carrera política, deja tras de sí un ámbito público permanentemente marchito y una derecha radicalizada.

Fin de la Historia

El final de la Guerra Fría fue decisivo para derribar el viejo orden político italiano y desatar las fuerzas que llevaron por primera vez a Berlusconi al poder. En medio del triunfalismo del «fin de la historia» y sus mezquinas disputas ideológicas, los medios de comunicación liberales hablaron con entusiasmo de una oportunidad histórica: el momento de crear una Italia «moderna», «normal», «europea», que podría surgir de las cenizas de los viejos partidos de masas. Los comunistas arrepentidos se pasaron a la socialdemocracia o a los liberales, y los durante mucho tiempo poderosos partidos demócrata cristiano y socialista desaparecieron bajo el peso de las acusaciones de corrupción. Las masacres orquestadas por la mafia que marcaron el comienzo de la década de 1990 añadieron urgencia a la petición de que se limpiara la vida pública italiana, y de que una administración eficiente y racional impusiera por fin el Estado de derecho.

 La primera incursión de Berlusconi en la arena electoral fue una respuesta a este mismo momento de refundación, pero, aunque también aprovechaba un espíritu «posideológico», apuntaba en una dirección casi opuesta. La implosión de los partidos de masas y de sus raíces sociales no trajo consigo un ámbito público moralizado y finalmente liberado de las redes clientelares, sino su captura por quienes, como Berlusconi, ya ostentaban el poder por medios no electorales. Aunque en las décadas de posguerra el parlamento e incluso la radiotelevisión pública habían estado dominados por los partidos que lideraron la Resistencia contra el fascismo, esto ya había empezado a cambiar. El imperio empresarial de Berlusconi se había construido primero en el sector inmobiliario, y su expansión en la yuppificada Milán de los años 80 le ayudó a encarnar el espíritu del dinámico hedonismo empresarial. Gracias a sus vínculos con el Partido Socialista de Bettino Craxi, en esos mismos años pudo convertir sus cadenas de televisión locales en emisoras nacionales privadas.

El hundimiento de los viejos partidos también alimentó una especie de celebritización de la vida pública, unida a la búsqueda de líderes «presidenciales» al estilo estadounidense. Mucho más allá del propio Berlusconi, una multitud de empresarios, jueces y tecnócratas compitieron por el control de la arena electoral como supuestas figuras «salvadoras» que podrían rescatar a Italia de los males de los políticos y la política. Esta personalización de la vida pública alcanzó seguramente su punto álgido durante los nueve años de Berlusconi como primer ministro, dispersos entre 1994 y 2011. Sus continuos comentarios sexistas y racistas, su trivialización del fascismo histórico y sus denuncias de los ataques de magistrados supuestamente «comunistas» contra él enfurecieron a sus oponentes y agitaron a sus propias bases.

Durante este periodo, la centroizquierda cayó habitualmente en la trampa de hacer de las fechorías personales del magnate el centro de su propia acción política, con interminables intentos de llegar a las partes supuestamente «moderadas» de la base de Berlusconi, que acabarían cansándose de sus payasadas. Lo que estaba bastante menos en cuestión —y era mucho más perjudicial para el propio electorado histórico de la izquierda— era la prioridad incuestionable de la «liberalización» empresarial y económica como modelo para el futuro de Italia.

En un sentido limitado, la corrupción personal de Berlusconi fue realmente un talón de Aquiles político. En 2013, fue inhabilitado para ocupar cargos públicos gracias a una condena por fraude fiscal, lo que acabó con su posición como líder de la alianza de derechas y pronto abrió el camino a la Lega de Matteo Salvini. Sin embargo, cuando esto ocurrió, la centroizquierda ya se había unido a él en el gobierno, pues la imposición de medidas de austeridad tras la crisis exigía «grandes coaliciones» que supuestamente superaban las divisiones políticas.

Giro a la derecha

Forza Italia ya no es la fuerza dominante de la derecha italiana: hoy es un socio relativamente menor en la coalición liderada por los posfascistas de Giorgia Meloni. Veteranos aliados de Berlusconi, como el antiguo jefe del partido en Sicilia, Gianfranco Miccichè, ya han dicho que es improbable que Forza Italia sobreviva sin su histórico fundador-propietario. Sin embargo, aunque el propio partido esté en las últimas, la transformación berlusconiana de la vida pública italiana sigue muy presente.

 De hecho, centrarse en la agenda interesada de Berlusconi y en su excéntrico personaje público también puede ocultar su efecto más específico en el sistema de partidos. Lo puso de manifiesto en un discurso pronunciado en 2019, en el que —ya pasado su mejor momento político— se jactó de su papel histórico en la construcción de la coalición de derechas. «Fuimos nosotros quienes legitimamos y constitucionalizamos a la Lega y a los fascistas», insistió, haciendo un gobierno con estas fuerzas en 1994, donde los partidos anteriores los habían rechazado como aliados potenciales. Dijo esto en un discurso en el que se distanciaba del nacionalismo italiano «soberanista»: sugirió que había moderado a estas fuerzas integrándolas en altos cargos. Sin embargo, la realidad es mucho más confusa.

A través de muchos cambios y rupturas esporádicas, esta alianza básica —la Forza Italia de Berlusconi con la Lega regionalista del norte y los herederos del fascismo, hoy organizados en Fratelli d’Italia— ha durado casi tres décadas. Sin embargo, aunque en los últimos años el magnate se presentó como un guardián «proeuropeo» frente a las tendencias «populistas», en general la dinámica clara ha sido la radicalización de la política identitaria nacionalista de esta coalición, bajo el liderazgo de Salvini y ahora de Meloni.

Parte de esta apertura fue una cuestión de revisionismo histórico, buscando trivializar el historial del fascismo. Sin duda, las afirmaciones del multimillonario de que Benito Mussolini «nunca mató a nadie» fueron ofensivas para los antifascistas y para quienes recordaban el régimen. Pero no solo tenían que ver con el pasado, sino con presentar a Italia y a los italianos como víctimas de la corrección política de la izquierda y de una hegemonía cultural no conquistada en las urnas. Berlusconi también trató de cambiar lo que denominó la Constitución italiana de «inspiración soviética», redactada por los partidos de la Resistencia en 1946-47, y sustituirla por otra centrada en el líder. Hoy Meloni promete llevar a cabo la misma agenda: revisionismo histórico acompañado de una liquidación definitiva del orden político de posguerra y de sus partidos de masas mediante una reescritura de la propia constitución.

El viernes, la presentadora de TV Lucia Annunziata afirmó que los planes de Meloni de reescribir la carta magna y amontonar la radiotelevisión pública RAI con aliados políticos eran un poco para crear un «orden jerárquico con su propio Istituto Luce». Aquí comparó hiperbólicamente la visión de Meloni de los medios de comunicación con el régimen fascista; en otros lugares, el nuevo gobierno ha suscitado muchas comparaciones con el líder húngaro Viktor Orbán. Sin embargo, también es un producto puro de una historia italiana más reciente, desde la caída en picado de la participación democrática hasta el auge de un nacionalismo resentido, pasando por un «anticomunismo» que ha sobrevivido durante mucho tiempo a la existencia real de los comunistas.

Seguramente Berlusconi no ha vaciado la democracia italiana ni ha dado un empujón a la extrema derecha él solo. Pero sin duda es el representante icónico, la cara sonriente, la figura ridícula pero oscura que osciló entre las bromas racistas y la legislación que reprimía a los inmigrantes, las referencias «indulgentes» a Mussolini y la mortal represión policial en la cumbre del G8 de Génova en 2001. Al igual que George W. Bush, cuya guerra de Irak apoyó con tropas italianas, Berlusconi sería más tarde comparado positivamente con la derecha más dura y radical que le siguió, y su amor por los caniches recibió un espacio notable en la radiotelevisión pública.

Sin embargo, lejos de ser una época feliz que contrasta con los males actuales, la etapa de Berlusconi en el poder produjo los monstruos que siguieron. La trivialización de su historial hoy en día, como partidario de Europa o de la OTAN, o incluso como oponente al «populismo», es un indicador de hasta qué punto la política dominante ha virado hacia la derecha, y cuán bajos son los estándares que se han establecido para la «democracia liberal». Berlusconi el hombre se ha ido, pero seguimos viviendo en su mundo."        ( , JACOBINLAT, 14/06/23)

1/7/19

Ni hay fascismo sin dictadura ni populismo sin elecciones

"La aguanté durante un rato, hasta que no pude más y le dije que su marido no gobernaba con los votos del pueblo, sino con la imposición de una victoria. A la gorda no le gustó ni medio". La "gorda" era Carmen Polo, la esposa de Franco. 

La autora de la frase es Eva Perón, la totémica Evita, esposa del presidente argentino Juan Domingo Perón. La anécdota, acontecida durante la visita a España de la primera dama argentina en 1947, aparece en Del fascismo al populismo en la historia (Taurus), el ensayo recién publicado del historiador argentino Federico Finchelstein, e ilustra una de sus tesis centrales: que el populismo hunde sus raíces en el fascismo, pero el primero es intrínsecamente democrático.

"No hay fascismo sin dictadura ni populismo sin elecciones. Y esto no es una definición teórica, sino que tiene que ver con una experiencia de democratización histórica que surge sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial y va llegando a otros países. No hay dictadores populistas. 

Cuando deja de haber elecciones reales, deberíamos hablar de dictadura, no de populismo", explica en una entrevista Finchelstein (Buenos Aires, 1975), profesor de Historia en la New School for Social Research y en el Eugene Lang College de Nueva York, y autor de varias obras sobre fascismo, populismo y el Holocausto.

Para presentar su libro este viernes en la Casa América de Madrid, Finchelstein ha cruzado el Atlántico en sentido inverso al que hace ocho décadas lo hicieron las ideas. Tras la Segunda Guerra Mundial, con una Europa abriendo los ojos al alcance del horror nazi, y África y Asia mayoritariamente inmersos en el colonialismo o con un partido único autoritario, América Latina era la cuna natural de esa "reformulación" del fascismo que es el populismo, argumenta. "Era el único lugar donde los fascismos no habían perdido la legitimidad y había un marco democrático.

 No hay nada especial en América Latina en este sentido", puntualiza. Primero fue el peronismo, en 1946. Poco después, el régimen de Getúlio Vargas (1951) en Brasil. Ambos recorrieron un camino similar: llegar al poder desde la dictadura y destruirla desde dentro para crear una democracia". "El fascismo, en los casos más paradigmáticos, que son Alemania e Italia, llega al poder a través de la democracia y crea en una dictadura. El populismo hace lo contrario", señala sobre sus inicios.

La situación se volvió más compleja en las siguientes décadas, con populismos en distintos continentes —tanto de izquierdas como de derechas— articulados en torno a los mismos elementos: la identificación entre líder y pueblo, el culto cuasirreligioso al dirigente, la sustitución de las categorías ideológicas clásicas por la dicotomía entre los de arriba y los de abajo ("mis grasitas", como los llamaba Evita), el menosprecio por los opositores y la prensa crítica... Finchelstein cita los casos, con modelos neoliberales, de Carlos Menem, en Argentina; de Silvio Berlusconi, en Italia; o de Fernando Affonso Collor de Mello, de Brasil. 

O, desde la izquierda o con impronta social, de los Kirchner, de nuevo en Argentina, o de Hugo Chávez en Venezuela. Sin embargo, opina el experto, "lo que había de populismo en Venezuela se ha perdido y estamos hablando de formas que están más cerca de una dictadura".

En algunos casos, el populismo ha supuesto a la vez "una ampliación y una limitación de derechos". Un "paquete", en palabras del experto, por el que "los pobres son menos pobres y los ricos menos ricos", pero el líder "es el único dueño de la verdad y aquellos que no están de acuerdo pasan a estar definidos no solo como opositores políticos, sino también como el antipueblo. Esto suena muy fascista porque tiene orígenes fascistas", añade.

Trump y Bolsonaro, una tendencia que preocupa

Por el libro circula con frecuencia el nombre de Donald Trump como ejemplo de una tendencia que preocupa a Finchelstein: la emergencia de "un nuevo populismo que combina el neoliberalismo con resabios fascistas". 

"No es una vuelta de tuerca ni un círculo completo, pero si bien la historia del populismo, por izquierda o por derecha, siempre fue la idea de reformular la democracia en términos autoritarios sin volver a la tradición fascista, estos nuevos populistas hacen un intento explícito de volver a elementos centrales de la tradición fascista: racismo, violencia política y, en casos como el de Bolsonaro y Trump, elogios teóricos de la dictadura". El presidente brasileño es, añade, "uno de los populistas más cercanos al fascismo que he visto".

El racismo ha sido precisamente una de las diferencias entre los populismos de izquierda y los de derecha. Los primeros "tienen una visión de pueblo que es autoritaria, pero que permite ser aceptado si uno está de acuerdo. En los de derecha, el pueblo está también construido por cosas que uno no decide, como el color de la piel".

Finchelstein recurre a su país para ejemplificar como el populismo es más un continente que un contenido, una especie de cajón en el que caben distintas categorías, como los hinchas de un equipo de fútbol que mantienen su fidelidad aunque cambie el entrenador y el estilo de juego. O, como dijo recientemente su líder sindical Hugo Moyano: "Los peronistas somos así, un día decimos una cosa y después otra".

"El caso de Argentina es casi esquizofrénico", sentencia el experto. "El peronismo ha sido el vehículo para distintas expresiones de democracia autoritaria: de ultraizquierda; nacionalista y popular, como el kirchnerismo; liberal, como Menem...". Su fortaleza, décadas después, es indiscutible. Para las elecciones de octubre, el presidente Mauricio Macri —al que Finchelstein define como "populismo light"— ha elegido a un peronista conservador como número dos. Su principal rival es una lista peronista con Cristina Fernández de Kirchner como aspirante a vicepresidenta.

 La tercera candidatura también es peronista. "Prácticamente no hay ningún programa. Se nos pide que confiemos en un personaje en el otro. En las propuestas de las tres candidaturas no aparece un tema tan central como la despenalización del aborto", lamenta."                   

24/4/17

El punto no es que Berlusconi o Trump sean meros tigres de papel. Más bien, hay que poner ojo en el inútil juego de liberales y “conservadores honestos”, que están tan a la deriva como los demócratas italianos impotentes ante Berlusconi

"(...)  En 1994 Silvio Berlusconi llegó al poder en medio de las ruinas de la DC, el partido católico-conservador que había dominado durante mucho tiempo el gobierno nacional. En el poder desde la Segunda Guerra Mundial, los democristianos se derrumbaron junto con sus rivales comunistas al final de la Guerra Fría, y fue Forza Italia de Berlusconi el partido que llenó el vacío.

 Pero la nueva derecha Italiana no era un simple cambio de nombre- era una novedosa coalición que se extendía desde los socios de negocios del magnate hasta ex-fascistas.

Muchos han sugerido que los nueve años de gobierno de Berlusconi (dispersos entre 1994 y 2011) fueron el “momento Trump.” para Italia. En su historia los italianos han “exportado” fenómenos políticos tan horrorosos como el fascismo en 1920 y el berlusconismo en1990. Por tanto, hay mucho que aprender de la nueva derecha que ha logrado propagarse desde Italia al extranjero.

Esto es importante porqué Berlusconi no era , como sus oponentes afirmaban, sólo un charlatán que llego a ocupar un alto cargo. Su paso por la política ha sido exitosa para la derecha porque produjo cambios duraderos a la vida política italiana, incluyendo la casi destrucción de la izquierda.

La comparación con Berlusconi debe entenderse dentro de unos límites específicos. Los Estados Unidos del año 2017 no son lo mismo que la Italia de 1990. Hoy en día existe confusión y realineamiento político en todo el mundo. Como un espejo de su propio futuro, los eslabones débiles del sistema se han instalado hasta en los estados más potentes y estables.

La Italia de Berlusconi y, en el otro extremo del espectro político, Syriza en Grecia son bancos de pruebas para una dinámica más amplia, modelos que más temprano que tarde, los partidos o líderes tradicionales están condenados a copiar.

Sin embargo, porque el “EE.UU de Trump” es potencialmente mucho más peligroso haríamos bien en aprender algunas lecciones del berlusconismo.

Un tiempo de monstruos

En sus orígenes el berluconismo es la consecuencia del colapso (a principios de 1990) de un orden político dominado el bipartidismo de la Guerra Fría. En Italia hubo casi cincuenta gobiernos (entre 1947 y 1992) de una coalición pro-OTAN que aseguraban el predominio del centro o del centro-derecha, con un objetivo central: mantener al Partido Comunista fuera del poder.

El católico y anticomunista Partido Demócrata Cristiano gobernó con una serie continua de gabinetes que armonizaban los intereses de sus facciones internas y la de sus socios de coalición. Convencidos que el estado era su propiedad de manera permanente constituyeron una vasta red de corrupción, clientelismo, y vínculos con el crimen organizado

La caída del muro de Berlín (en 1989) devastó el sistema político italiano al romperse la dinámica de la Guerra Fría en que se asentaba. Mientras se el Partido Comunista entraba en una profunda crisis (1990) se puso en marcha una pesquisa judicial de largo alcance llamada ‘manos limpias’ . Esta investigación de los corruptos condujo a la desaparición del Partido Demócrata Cristiano que por largos años mantuvo el poder “bloqueando la democracia en Italia”.

Inundados de acusaciones de fraude y soborno, los democristianos se disolvieron tan sólo dos años después de la desaparición de su rival histórico; el Partido Comunista . Indemnes por los escándalos producto de su exclusión de los altos cargos la mayoría de los antiguos comunistas, ahora reformados, constituyeron el Partido Demócratas de Izquierda, una nueva formación social-demócrata que parecían estar a punto de llegar al poder entre 1991 y 1994.

El temor de la llegada de la izquierda (por primera vez desde los gobiernos de coalición de 1944 al 1947) obligo a la derecha buscar a un nuevo abanderado. Pronto surgió el candidato que venia a salvar a la clase dominante ante el descrédito de la DC y de su aliado más pequeño, el centrista Partido Socialista Italiano. El héroe elegido fue Silvio Berlusconi, magnate multimillonario de los medios de comunicación que principios de 1980 se asoció al Partido Socialista Italiano (PSI) pero que ahora se exhibía como el nuevo líder de una “derecha populista”.

Presumiendo de independiente, Berlusconi, logro poner de pie a los desacreditados democristianos (renombrados como Partido Popular italiano) y se perfilo políticamente como un fiero adversario de los demócratas de izquierda (ex comunistas). Sus primeros pronunciamientos (en enero de 1994) fueron para comprometerse con la OTAN, la políticas de libre mercado y con destitución de los corruptos enraizados en el gobierno .

A pesar de su total falta de experiencia política Berlusconi no solo ganó a los Demócratas de Izquierda (en las elecciones de marzo de 1994) sino que también llevo a cabo una radical remodelación de las fuerzas de la derecha italiana. Organizadas en torno a un solo líder carismático, la recién creada Forza Italia fue un instrumento – creado desde arriba hacia abajo – promovido por los canales de televisión del propio dueño. Berlusconi se hizo popular casi como un showman al estilo norteamericano, pero en el contexto italiano.

Mientras que los democristianos habían participado en la resistencia antinazi (de 1943 a 1945) y en su mayor parte repudiaban la presencia fascista en el gobierno, Berlusconi no tenía esos escrúpulos. Como la democracia cristiana histórica desapareció a principios de 1990, las barreras con la extrema derecha fueron eliminadas con total libertad y , pronto los fascistas fueron recibidos en la nueva coalición.

En las elecciones de 1994, los ocho millones de votos de Forza Italia se complementaron con los cinco millones del partido “post-fascista” Alianza Nacional y los tres millones de la Liga Norte, el partido de extrema derecha que trata de “separar el norte rico del perezoso y corrupto sur italiano”. Juntos dominaron el nuevo parlamento.

Algunas figuras prominentes de la coalición de Berlusconi tenían vínculos explícitos con el fascismo histórico. Alianza Nacional fue el nuevo nombre del Movimiento Social Italiano (MSI), el partido fascista creada en 1945 por los sobrevivientes del títere-nazi Benito Mussolini. Líderes de Alianza Nacional, como Gianni Alemanno (organizador y teórico del ala más radical del MSI, fue alcalde de Roma entre 2008 2013 alcalde) Gianfranco Fini (autodefinido como un “fascista del 2000”), y Alessandra Mussolini (nieta del dictador, candidato a la alcaldía de MSI en Nápoles ) serán en la próxima década Ministros de Berlusconi.

Si bien la creación de la Alianza Nacional (en 1990) fue un intento de incorporar a la extrema derecha sin su equipaje fascista, Berlusconi relativizo permanentemente los crímenes del régimen de Mussolini, transgrediendo así las normas que se dió la democracia italiana en la posguerra.

Berlusconi, por encima, de todo era y es un oportunista, las políticas de Berlusconi en el gobierno, sin embargo, no se caracterizaron por el fascismo, sino más bien como la continuidad con las políticas democristianas.

Más allá de decisiones como la supresión del impuesto de sucesiones y un intento fallido de crear un sistema de votación bipartidista, Berlusconi utilizó el gobierno para proteger sus intereses personales y no realizo grandes reformas económicas e institucionales. Estuvo centrado principalmente en medidas destinadas para eliminar las restricciones a los monopolios sobre los medios de comunicación (“Ley Gásperi”) y a protegerse del enjuiciamiento por delitos como fraude, evasión fiscal masiva, y pago de un chica de diecisiete años para tener relaciones sexuales.

Romano Prodi, hoy una de las principales figuras del Partido Demócrata, ha denunciado la obsesión de Berlusconi con la aprobación de leyes “ad personam” destinadas a impedir su ingreso en prisión. Su gobierno fue, sobre todo, una tediosa telenovela de apariciones en la corte, apelaciones y ataques contra lo que calificó “una casta jueces políticos”.

Con la esperanza que los tribunales castigarán a Berlusconi por sus turbios negocios, la centro-izquierda simplemente intento polarizar la política italiana en torno a la figura del magnate, en lugar de atender cuestiones de interés general o la recuperación económica.

Después de “manos limpias” algunos jueces saltaron a la arena política. Antonio di Pietro, el fiscal que incriminó a Bettino Craxi- el amigo socialista de Berlusconi- fundó el partido liberal “Italia de los Valores” y fue ministro del gobierno de Prodi. Los fiscales y las acusaciones por corrupción apresaron el discurso de la izquierda en lugar de tratar cuestiones políticas sustanciales .

Otro ejemplo fue el movimiento contra la guerra. Italia realizó la mayor manifestación mundial contra la guerra de Irak ; tres millones de personas salieron a las calles de Roma el 15 de febrero de 2003. Sin embargo, los Demócratas de Izquierda se abstuvieron sistemáticamente en todas las decisiones que tomó Berlusconi de enviar tropas a la guerra. Esto a pesar que los italianos se opusieron de manera vigorosa ante desastroso fracaso de la invasión criticando a Berlusconi por su apoyo a George W. Bush y Tony Blair.

De hecho, durante la crisis europea, posterior a 2008, el Partido Demócrata (formado por los Demócratas de Izquierda y fragmentos de la antigua Democracia Cristiana en 2007) voto incluso a favor de recortes presupuestarios más duros que los del propio Berlusconi y, atacó al magnate por su “falta de seriedad” cunado el magnate no aceptó las exigencias de austeridad del Banco Central Europeo.

Hubo, por supuesto, una sustanciosa crítica moral y personal a Berlusconi. La afirmación de Trump, en el segundo debate presidencial, que su falta de pago de impuestos federales era “inteligente” fue un tema clave de berlusconismo.

La táctica electoral de Berlusconi le permitió equipararse a aquellos “pequeños empresarios ” que necesitan salvar su negocio y proteger su familia sin la interferencia del estado. Nunca uso el lenguaje de “hombre fuerte” (utilizado por Putin) disfrazando de este modo su concepción neoliberal con una conducta humana asociada a una gobierno de gestión y de apariencia centrista.

Frente a las críticas por su absoluta falta de decoro en los negocios, Berlusconi enfrentó estas acusaciones de manera desvergonzada, hizo un “honesto reconocimiento”, aceptando públicamente que trabajaba por provecho personal.

En la década del 80 había construido una estrecha y notoria relación con la premier socialista , Bettino Craxi ( que tuvo que huir a Túnez en 1994 para escaparse por cargos de corrupción). El caso Craxi incluía la ayuda que el gobierno socialista había dado al magnate para la expansión de sus redes de televisión. Ya en ese tiempo Berlusconi actuaba descaradamente para la consecución de su objetivo, asociar el papel de estadista a su vocación como empresario.

Berlusconi se mantuvo como un personaje público sin “pelos en la lengua” haciendo gala frecuentemente de su machismo con provocativos chistes sexistas, racistas y misóginos.

Sus rancias declaraciones iban desde la defensa de pagar por el sexo (“ tener chicas hermosas es mejor que ser gay”) hasta afirmar de que sería imposible combatir las violaciones (“ porque tendríamos que desplegar un ejercito porque nuestras mujeres son demasiado hermosas ”). En una intervención (el 2003) en la Bolsa de Nueva York, resumió con estas palabras su visión del mundo: “Italia es ahora un gran país para invertir. . . Hoy en día tenemos menos comunistas, y los que aún existen niegan haber sido comunistas. Otra razón para invertir en Italia es que tenemos hermosas secretarias”.

Al igual que Trump, sus famosas “metidas de pata” eran vistas por los políticos occidentales como “tácticas políticas”. Después de los atentados del 11 de septiembre este participante de la guerra de Irak dejó claro que el chovinismo es el principal sostén en la guerra contra el terrorismo: “Debemos ser conscientes de la superioridad de nuestra civilización, que consiste en un sistema de valores que ha dado a la gente una prosperidad generalizada y que garantiza el respeto a los derechos humanos y la religión. Esto, sin duda no existe en los países islámicos “.

Frente a un grosero discurso “no-político” de Berlusconi , el centro izquierda , fue incapaz de proponer una alternativa política que fuera más allá de denunciarlo por estar asociado con “maleantes”.

Después del colapso del sistema (en 1991) acusar a Berlusconi de “traer el descrédito” y de socavar el “espíritu democrático de la Constitución de la Resistencia”,(o incluso reprocharle de ser un “fascista” ) no provoco ningún sobresalto en unos ciudadanos cansados de ese discurso.

Por otra parte, desde el momento que los demócratas de izquierda recibieron con los abrazos abiertos la tercera vía Blairista-Clintoniano y los ex líderes comunistas abandonaron el legado de Antonio Gramsci en favor de una gestión eficaz del neoliberalismo, el nuevo partido socialdemócrata no tenía base teórica para oponerse al neoliberalismo con un programa económico alternativo.

Stathis Kouvelakis caracterizó acertadamente como un “espectáculo macabro” las declaraciones del ex líder comunista Achille Occhetto que al visitar la sede de la OTAN y el edificio de Wall Street definió amboas sedes como “moradas de la civilización y la democracia”.

El antiberlusconismo subordinado que sostuvieron los demócratas de izquierda, acabo desempeñando un papel favorable al magnate. Esto ultimo también le ocurrió a la izquierda radical de Rifondazione Comunista, organización formado por los activistas que se opusieron a la disolución del Partido Comunista en 1991.

Rifondazione era una fuerza prometedora en la década de 1990 , obtuvo regularmente un 10 por ciento en las elecciones y constituyó sólidos vínculos con los movimientos sociales- sin embargo finalmente fue asolada por su obsesión ideológica basada únicamente en el antiberlusconismo.  (...)

El peor producto de Berlusconi: el Anti-berlusconismo

Los movimientos sociales y el históricamente fuerte partido comunista italiano habían iniciado un lento declive a principios de 1980, en ese escenario el anti-berlusconismo fue el instrumento mediante el cual los seguidores de Blair y Clinton desviaron la atención de la izquierda italiana de su agenda de cambio social por un moralismo judicial de la “legitimidad política”.

El debilitamiento de los sindicatos italianas con la derrota ( en 1980) de la huelga en la planta de FIAT Mirafiori de Turín (la fábrica más grande del país y bastión histórico del movimiento obrero) se agravo a principios de la década de 1990 conduciendo al colapso final del partido comunista y un triunfalismo neoliberal pocos años después.

Al igual que en otras partes de Europa, el debilitamiento de la lucha social fue el contexto en el que surgió una nueva izquierda “sin clases”. La acción contra Berlusconi demostraría ser el pretexto decisivo para los demócratas en sus esfuerzos para formar un partido democrático liberal corporativo, imitando explícitamente el modelo de Estados Unidos.

La fascinación histórica de los comunistas por las instituciones republicanas de la posguerra de Italia, llevaron a retratar a Berlusconi como una “anomalía externa” al ordenamiento constitucional.

Inicialmente formado por una mayoría de excomunistas (que votaron a favor de disolver el partido en 1991) en las siguientes dos décadas los Demócratas de Izquierda se desplazaron repetidamente hacia la derecha, en un esfuerzo para ganar los votantes conservadores de la “ilegítima” era de Berlusconi.
El Partido Comunista Italiano siempre tuvo elementos que tendieron hacia la socialdemocracia, la fragmentación de los democristianos de la década de 1990 permitió una encarnación zombi de la izquierda que se propuso engullir a las fuerzas católicas y conservadoras que también se oponían a Berlusconi.  (...)

El repentino aumento (breve) de la movilización anticapitalista y antiguerra se disipó en la década del 2000; el liberalismo italiano logro imponer su exclusiva estrategia contra Berlusconi, desprovista totalmente de contenido social. De esta política participaban no sólo de los demócratas sino también los llamados movimientos “ciudadanos” como los Girotondi (con “cadenas humanas” el 2002 ) o, Il Popolo Viola el 2009 .

Las masivas manifestaciones ciudadanas organizadas desde Facebook reclamaban no solo el anti-berlusconismo sino también defendían la Constitución. En el día del “No a Berlusconi ” (en 2009) Il Popolo Viola hizo un llamado a manifestarse por lo que consideraba una “anomalía en el Occidente democrático”, exigiendo que “ Europa presionara a una ‘dictadura’” dirigido por “un hombre contrario a la libre expresión” y que “no cuenta con el apoyo de los demócratas”.

Los manifestantes sostenían encarnar una “expresión ciudadana” no “mediada por partidos políticos ” – y motivada por “valores cívicos”. Esta idea era básicamente una estrategia del anti-berlusconismo, una cruzada ética que se colocaba por encima de luchas sociales o políticas, en defensa de “ los valores de la Constitución italiana”.

Con la amenaza de la llegada del fascismo, los portavoces de estas “iniciativas ciudadanas” supuestamente neutrales, disfrutaron de grandes elogios en la prensa de habla Inglés. No menos importante fue el apoyo que recibieron de The Economist (que a juicio del premier italiano era una publicación “comunista” ) y del Financial Times y de otros medios de comunicación que promovieron una imagen negativa porque Italia “ no es un país normal ”.

El apretón de manos de los liberales demostró rápidamente su falta de consecuencia democrática. Después de la elección general (del 2013) la co-fundadora de La Repubblica ,Barbara Spinelli lanzo una petición, firmada por luminarias anti-sistema como el fallecido Dario Fo, pidiendo a los tribunales que impidieran a Berlusconi ocupar su asiento en el Parlamento a causa de sus conflictos de intereses.

El intento de Spinelli no tuvo éxito, pero al año siguiente Berlusconi renunció abruptamente a su asiento en el Parlamento Europeo, aunque mantuvo con desfachatez su sueldo.

En 1975, Pier Paolo Pasolini había caracterizado al Partido Comunista Italiano como un honesto y no corrompido “país dentro de un país”, en esa misma década su secretario general, el ascético Enrico Berlinguer, había asociado a la izquierda con “ la autoridad moral”, que denunciaba el consumismo y la política del escándalo.

En un sentido muy positivo, los comunistas de la posguerra hicieron una Italia diferente, no sólo ganando un tercio de los votos en las elecciones nacionales, o construyendo sindicatos de masas, o creando un fuerte y millonario movimiento cooperativista, sino también blandiendo las platónicas disposiciones progresistas de la Constitución de 1948, a pesar que en los hechos estaban excluidos del poder.

Sin embargo, esta organización se fue marchitado durante la década de 1990 y los políticos comunistas se convirtieron en demócratas neoliberales con una mentalidad de un elitismo liberal hueco, que solo hizo oposición a Berlusconi como expresión de una supuesta “virtud republicana” que se propuso incluir incluso al ala derecha de los católico-conservadores.

Esta política se expresaba en la consigna “Italia debe convertirse en un país normal” (de acuerdo a las exigencias de otros estados europeos), o en el meme “Berlusconi es una vergüenza nacional”. Estos mimbres ideológicos fueron de la mano con al viaje al centro político y entregaron a la izquierda en los brazos de la Unión Europea como una cura para los males del país.

El auge de este inclinación elitista-institucional en la izquierda liberal llegó a su punto más extremo con el nombramiento de Giorgio Napolitano como Presidente de la República (entre 2006 y 2015). Este dirigente del Partido Democrático ( y excomunista) había buscado durante mucho tiempo la ayuda externa para resolver las “disfunciones” de Italia.

 Su vida política se inició siendo un estudiante fascista que proclamaba a la Alemania nazi como “una protectora benigna para Italia”. En un giro estalinista (en 1945) cambio sus lealtades a favor de los soviéticos, para re-convertirse, en décadas más recientes, en un firme partidario de la Unión Europea Alemana.

A pesar que se supone que la Presidencia italiana es un cargo neutro Napolitano utilizó su puesto para promover un golpe de Estado impulsado por la Unión Europea contra el gobierno elegido de Berlusconi. De esta manera el magnate y primer ministro era castigado por no cumplir con los objetivos de recortes presupuestarios requeridos por el Banco Central Europeo.

Como Perry Anderson ha explicado , Berlusconi fue removido de su cargo, por medios básicamente inconstitucionales y, bajo una intensa presión de la Unión Europea, que la izquierda encontraría escandalosa si se aplicarán en cualquier otro país.

Giorgio Napolitano conspiró con Ángela Merkel y con el entrante presidente del Banco Central Europeo,Mario Draghi, (durante el verano de 2011) para instalar como primer ministro a Mario Monti, ex comisario de la UE y asesor de Goldman Sachs.

La designación de Mario Monti como senador vitalicio permitió a Napolitano (en noviembre de 2011) formar un gobierno de tecnócratas no electos por el pueblo, que llevaron a cabo “la manobra” , reduciendo el déficit público sin que sus ejecutores fueran responsables ante el electorado.

Como relata Anderson, “Bajo la amenaza de la destrucción de la economía, por los mercados de bonos, Berlusconi tuvo que capitular y, en una semana Monti juró como nuevo gobernante del país, a la cabeza de un gabinete no electo de banqueros, empresarios y tecnócratas. . .” Los que habían atacado a Berlusconi por subvertir la democracia italiana no se andaban “con chicas” .

Paradójicamente el supuesto “fascista” Berlusconi cayo víctima de un golpe antidemocrático. La función Mario Monti fue perpetrar una serie de leyes anti-laborales y recortes presupuestarios. Finalmente las “reformas”, tuvieron un éxito mediocre dentro de los estrechos márgenes que se propusieron.

Cuando el país fue de nuevo a las urnas (en febrero de 2013), una vez más el Partido Demócrata no logró conquistar la mayoría. Incapaces de formar gobierno, hicieron la cuadratura del circulo mediante una gran coalición que incluyó nada menos que a Silvio Berlusconi. Después de haber utilizado la luchar contra Berlusconi como un palo para disciplinar a la izquierda, el Blairismo ahora gobernaba con “il cabaliere”.

Hoy Italia sigue gobernada por una coalición de Demócratas con escisiones de la centro-derecha del partido de Berlusconi; curiosamente formada por quienes (a finales de 2013) se negaron a garantizarle la inmunidad judicial.

Una creciente oposición al sistema (a raíz de una victoria histórica en el mes de diciembre en el referéndum constitucional) está hegemonizada por el populista “Movimiento Cinco Estrellas” y por la extrema derecha “Liga Norte”.

A pesar que en la década de 1990 el histórico MSI se sumo a la coalición de Berlusconi, sectores que se dicen “anticapitalistas” pero fascistas (como Casa Pound / Lotta Studentesca ) hoy ganan adeptos entre los jóvenes empobrecidos. Mientras tanto el activismo de izquierda ha logrado sobrevivir, sólo en áreas aisladas y ha sido incapaz de impulsar una revuelta social porque la mayoría ciudadana esta hegemonizada por “Cinco Estrellas” y la derecha. Como consecuencia de sus desastres políticos, Refundación Comunista hoy apenas existe.

La construcción de una oposición política

Las lecciones para la izquierda estadounidense son claras. Los Demócratas que sostenían que solo apoyando a una “moderada” como Hillary Clinton se derrotaría a los conservadores del “fascista” Trump, ahora hablan de “unidad nacional” y “ piden una oportunidad de dirigir la oposición .” Ellos están tan a la deriva como los demócratas italianos que avasallaron golpeando los tambores del antiberlusconismo para después coaligarse con el propio Berlusconi . 

Poca claridad tienen aquellos liberales que intransigentemente niegan la “legitimidad” a Trump y ven su administración como un avance sin precedentes para la supremacía blanca. El justificado temor por las acciones de Trump ciega a los progresistas. En la reciente historia de Estados Unidos las víctimas reales de las administraciones de Obama o Clinton parecieran inexistentes y la gran historia de las luchas negras y de la clase trabajadora es apenas un mero complemento en la llamada a cerrar filas en torno liberalismo corporativo.

El punto no es que Berlusconi o Trump sean meros tigres de papel. Más bien, hay que poner ojo en el inútil juego de liberales y “conservadores honestos” . Limitarse a pintar a Trump como un extraño a los valores nacionales mitificados, no tiene ninguna posibilidad de éxito.

Debemos aprender de Italia. No sólo por los efectos nocivos que ilustra el caso italiano, sino porque en los Estados Unidos se ha repetido religiosamente el argumento del menor . Al final de cuenta fue la base que utilizo el progresismo para apoyar a Hillary Clinton. (...)

Persistir en el argumento liberal que “ Trump ofende los valores institucionales” es un enfoque político que hace caso omiso de todo lo que ocurre a nuestro alrededor; el Brexit ,Duterte, Le Pen o Trump. Engañarse definiendo de forma arbitraria los límites del discurso político “legítimo” no podrá impedir el avance de una ola populista de derecha.

Aunque la política estadounidense es mucho más racista ,que la italiana, ( las apuestas también son más alta) no se debe olvidar que los gobiernos de Roma han servido durante mucho tiempo como “el sargento de frontera de la Unión Europea”. Esto política antiinmigración incluyo la externalización de esta responsabilidad al viejo aliado de Berlusconi, el Coronel Gadafi en Libia.

El racismo “casual”, la exclusión de las minorías étnicas (de casi cualquier aspecto de la vida pública) y, la falta de “corrección política” con los inmigrantes son rasgos distintivos de la sociedad italiana.  (...)

Niveles más bajos de inmigración, ausencia -relativa- de minorías étnicas establecidas, y tradiciones más débiles de organización política de la población negra, han hecho que la reacción blanca también está menos presente en Italia.

Mientras que muchos llaman al gobierno de Trump fascista, con el fin de connotarlo como extremo e ilegítimo, el racismo armado de la derecha en Estados Unidos – incluyendo el de la policía – es una amenaza física mucho más real y criminal que subcultura nostálgica-fascista de Italia.

Fuerzas políticas con discursos tóxicos muy similares (al de los aliados de Berlusconi) ahora han llegado al poder en los Estados Unidos, en una situación de tensión social mucho más dramática.

En este sentido, el caso italiano representa una seria advertencia, incluso pese a que Berlusconi fue destituido de su cargo parlamentario. Hoy en día la coalición liderada por el Partido Demócrata continúa con un programa que demuele los derechos laborales conquistado en la posguerra, alejando al partido de cualquier vestigio de izquierda.

La oposición de masas al régimen no proviene de los movimientos sociales o de Refundación Comunista, sino de un “populista individualista” que ha ganando un enorme apoyo, incluso en los bastiones históricamente “rojos” del norte de Italia.

Como el Partido Demócrata Italiano se ha trasladado a ocupar el centro (y la centro-derecha) el espacio político ocupado por el partido de Berlusconi esta en crisis. Los verdaderos izquierdistas que se unieron a la cruzada anti-Berlusconi ahora están en ruinas.

En la península no existe un Podemos, Italia tiene el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte, ambos movimientos “anti-políticos” que No se nuclean entorno a la lucha social o a una visión de progreso, pero si estimulan la atomización con un “sentido común” reaccionario, incluso xenófobo.
La alineación de la izquierda con los centristas neoliberales -contra Berlusconi- no contuvo el populismo de derecha ni logró mantener el racismo y la xenofobia fuera de la política.

Los millones de votantes de izquierda en Italia todavía esperan una respuesta sin embargo en este trance se ha destruido su voz alternativa. Observando en perspectiva la campaña electoral (de 2016) la izquierda de los EE.UU. debe evitar cometer errores similares."               (David Broder, historiador estadounidense , doctorado en estudios de los comunistas italiano, Salir del euro, articulo publicado por la Revista Jacovinmag.com

16/2/11

Berlusconi y la Iglesia Católica

"Mientras tanto, la jerarquía de una Iglesia presionada por las bases, y abandonada a su suerte por una oposición desaparecida en las castas fiestas de los salones romanos, se ve forzada a mostrar su cara más cínica y pragmática, y a tratar de justificar lo que parece imposible.

Los que siempre apoyaron al político ateo saltan al campo sin tapujos, animados por Vittorio Messori -"mejor un putero que haga buenas leyes para la Iglesia que uno catoliquísimo que nos perjudique"-, mientras el Vaticano y la Conferencia Episcopal Italiana conciertan mansas amonestaciones, imploran "sobriedad y decoro", y prorratean entre tirios y troyanos la culpa de lo que Angelo Bagnasco, líder de los obispos, define como acumulación de "situaciones anormales" y "catástrofe antropológica".

Queda claro que el berlusconismo se asienta en las dos estructuras fundamentales del país: por un lado, la Iglesia, o mejor dicho esa treintena de obispos (sobre 255) que todavía ven en el octogenario y ultra Camillo Ruini a su padre espiritual; y, por otro lado, las familias, categoría amplia que incluye, según el filósofo Carlo Cuchio, a las mafias del sur, cruciales en toda elección; y según Eugenio Scalfari, fundador de La Repubblica, a "ese tercio de ciudadanos pasotas y desinformados que han dado un cheque en blanco a Berlusconi y son capaces de perdonarle cualquier cosa".

El vaticanista Sandro Magister, autor del blog chiesa.it, cercano a las posiciones del gran cofrade de Berlusconi, el potente movimiento Comunión y Liberación, opina:

"No es cierto que sean los negocios lo que mueve a la jerarquía católica a apoyarle, sino el pragmatismo, la conciencia de que el Gobierno de centro derecha garantiza más y mejor que la oposición las cosas que importan más a la Iglesia: la defensa de la vida, el aborto, la eutanasia, la educación libre".

"Naturalmente", añade, "la Iglesia no es feliz con ese estilo de vida intolerable para la moral católica, pero eso no compromete el programa del Gobierno, es una inmoralidad privada y la Iglesia no la juzga salvo en el confesionario.

Por eso Bagnasco ha resistido la presión de las bases que pedían una clara petición de dimisión. Por eso y porque la Iglesia no es un tribunal y cree en el arrepentimiento y el perdón. Y porque teme que la batalla contra la familia que se lucha en Europa se pueda traducir en leyes peligrosas".

¿Mejor entonces un buen legislador de dudosa o evidente inmoralidad, pues, que uno intachable que no garantice su apoyo? "Dicho de un modo áspero, es así. La Iglesia cree que el actual Gobierno no tiene una alternativa capaz de liberar al país de la fragmentación social, de ese desastre antropológico", afirma Magister.

El sacerdote y militante del centro izquierda Filippo di Giacomo lo ve de otro modo, y lo explica así: "Si la Iglesia no se divorcia de Berlusconi es porque sigue vivo el sistema que lleva 20 años haciendo negocios con él.

A Comunión y Facturación la doctrina les importa cuando implica una ganancia. Partiendo de la Lombardía del emir Roberto Formigoni (el gobernador regional), su gigantesca maquinaria electoral, mediática y económica arropa cualquier desnudo del sultán".

Pero Di Giacomo llama también la atención sobre el abandono en el que el centro izquierda ha dejado a sus votantes. "A estas alturas sabemos bien lo que podemos esperar de nuestra izquierda. Cero. Cuando ha tenido el poder, D'Alema ha sido cómplice de Berlusconi, y su rival Walter Veltroni ha competido con él en ver quién era más cómplice. Esa es la realidad.

Ya no tienen credibilidad. Los privilegios, la corrupción, el amiguismo, la riqueza, el conflicto de intereses, repiten uno a uno todos los vicios del emperador. La imagen de Veltroni reapareciendo de la nada en Turín ante tres filas de sesentones recién bronceados en sus villas de Kenia y Tailandia mientras los obreros de la Fiat firmaban la renuncia a sus derechos de enfermedad y huelga define a la izquierda italiana". (El País, Domingo, 30/01/2011, p. 2/3)

7/2/11

¿Por qué los italianos apoyan a Berlusconi?

"El triunfo del estilo Berlusconi es demostrar que la corrupción cuando se expone, maravilla. Fascina la capacidad de saltarse todos los controles y esquivar la justicia hasta el final. El que fracasa, el que es finalmente atrapado y juzgado, viene a significar el prototipo actual del perdedor.

Berlusconi es el triunfador, sus harenes particulares en sus casas de Cerdeña o Roma, cada día dejan de ser oprobiosos para difundir una complicidad escapista con el hombre común. Las revelaciones sobre este harén, las cenas copiosas de sustancias y sexo, según algunos o de "conversaciones cultas y educadas", de acuerdo con sus defensoras, terminan por suscitar un cosquilleo de querer verlas por dentro.

Observar estas nuevas diosas del sexo, labios intervenidos imitando los morros de Monica Bellucci, melenas atiborradas de productos químicos para lucir mas "naturales". Todas paseándose delante de hombres que no han tenido ni la suerte ni el dinero de Berlusconi para frenar el paso del tiempo. En ese cuadro decadente y actual, resalta otro ingrediente del glamour berlusconiano: la importancia del calzado.

El sexy actual, al menos en las velinas, no está tanto en el traje sino que se mueve serpentino en el triángulo pelo, busto, pie. Más busto, más poder. Y el zapato de la velina, perturba por su tacón, su sádico diseño. La comodidad queda para los que no están en la fiesta, el electorado que aplaude." (BORIS IZAGUIRRE: Quo vadis, Silvio. El País, 06/02/2011, p. 46)

2/7/09

El apoyo social al berlusconismo...

"Ellos saben que la mayor parte del país está de su parte. Que nadie sale a la calle a protestar por nada, que la gente adora ser representada por políticos que encarnan sus contradicciones. La gente siente que Berlusconi tiene los mismos vicios y contradicciones que ellos, por eso están cómodos con él. Si tratas de cambiar eso, les quitas el sueño. Pero no hablar de las cosas solo sirve para esconderlas y escurrir el bulto.

La indiferencia de los italianos, esa forma de acostumbrarse a cualquier cosa, ha contagiado a la sociedad civil, a los periodistas, a los líderes de opinión. Pensar o escribir que las cosas deben cambiar te convierte en un apestado. Dicen que lo haces porque no has llegado donde esperabas, porque no tienes enchufe… Te llaman inadaptado, dicen que eres poco fiable, que estás fuera del sistema. Ese cinismo está devorando el país." (ROBERTO SAVIANO:"Escribir que las cosas deben cambiar te hace ser un apestado". El País, ed. Galicia, Cultura, 30/06/2009, p. 48)

30/6/09

Las "velinas" son de la Mafia... claro...

"El 19 de junio, mientras todos hablaban de las amigas de Berlusconi, su compañero del alma, Marcello Dell'Utri, acudía a la tercera audiencia del juicio en apelación en el que se defiende de haber fundado Forza Italia en coordinación con la mafia siciliana.

Dell'Utri fue condenado a nueve años de cárcel en 2004 por asociación mafiosa externa. La sentencia afirmó: "Está probado que Dell'Utri prometió a la mafia ventajas precisas en el campo político y, a cambio, está probado que la mafia, en ejecución de esa promesa, se comprometió a votar por Forza Italia en la primera confrontación electoral, y después".

Quizá por eso, desdramatizar es la consigna del momento en Berluscolandia. Y un buen asunto de faldas -si se olvida el pequeño detalle de las menores de edad- tiene desde luego mejor venta que un asunto de mafia." (El País, ed. Galicia, Internacional, 28/06/2009, p. 10/11)

29/6/09

¿De qué es síntoma Berlusconi?

"Es inútil recordar con detalle los rasgos, hechos y palabras del personaje: megalómano, vulgar, despiadado con sus adversarios, retorcido e hipócrita con sus aliados, manipulador, amoral y, sobre todo, frívolo, de una frivolidad que lo convierte en impermeable a la vergüenza y al ridículo. Pero es un hombre de negocios prudente, un político astuto, que utiliza su imperio mediático básicamente para fomentar los más bajos instintos de los sectores de la población que le brindan su apoyo. (...)

Hay dos características de la actual situación en Italia que pueden ayudarnos a avanzar hacia una respuesta. La primera está relacionada con el significado ideológico del "berlusconismo". Lo veamos como lo veamos, el discurso berlusconiano se muestra siempre como la expresión de una voluntad de poder irracional, de tipo casi nietzscheano, surgida brutalmente en el corazón mismo del sistema político italiano. Puesta en escena por el comportamiento de Il Cavaliere, dicha voluntad de poder es inyectada diariamente en el imaginario de la sociedad a través de su imperio mediático. Éste, a su vez, se parece de facto a una suerte de poder "totalitario democrático", si semejante fórmula no fuera contradictoria en sí misma. Pero, ¿no es Berlusconi el propietario legal de este inmenso imperio puesto al servicio de sus ambiciones políticas? ¿No es, aquí, el poder del dinero la base democrática de la voluntad de poder?

Esta situación, de la que todo el mundo es consciente en Italia, viene provocada por la destrucción dramática del sistema de partidos que dominó la vida política durante el último medio siglo. Varios son los factores que han conducido al debilitamiento estructural tanto de las instituciones estatales como del poder de las leyes (hechas, deshechas y rehechas según las necesidades de la voluntad de poder berlusconiana): la disgregación de los grandes bloques políticos, la emergencia de fuerzas minoritarias que han formado alianzas coyunturales, la existencia de un sistema electoral fabricado para que sea imposible crear mayorías amplias y portadoras de programas con vocación estructural, la corrupción localizada en el seno de las políticas públicas con el fin de engendrar lealtades paralelas a la legalidad (clientelismo, zonas de sombra para las actividades mafiosas en la economía...).

La maquinaria berlusconiana se ha compuesto así en el espacio que históricamente dejaron libre, por su desaparición, la democracia cristiana y la izquierda reformista de aquel entonces, encarnada por el difunto Partido Comunista. (...)

Desde hace casi 20 años, el berlusconismo ha desempeñado fundamentalmente el papel de sustituto de la decadencia de los grandes partidos políticos. Ha introducido una forma de hacer política que no tenía precedentes en Italia desde el fin del fascismo, basada íntegramente en un populismo reaccionario y trivial, típico de los partidos de la extrema derecha tradicional.

Entre el racismo de la Liga Norte de Umberto Bossi y el neofascismo soft y empalagoso de Gianfranco Fini en el sur, Berlusconi ha añadido una nota propia: ataques constantes al poder judicial, odio visceral hacia el mundo del espíritu, conversión de los inmigrantes en chivos expiatorios... Este conglomerado de partidos, cimentado sólo para la conquista y conservación del poder, se apoya sin embargo en los estratos de la sociedad que tradicionalmente sostienen a los regímenes autoritarios: clases medias comerciantes, alta aristocracia financiera, bajo proletariado, asalariados abandonados por la izquierda. (...)

La segunda característica que también puede explicar la preeminencia política de la voluntad de poder berlusconiana se refiere al debilitamiento de las condiciones de expresión de la voluntad general en Italia. La existencia de un sistema electoral basado en la representación proporcional integral supone la disolución de la voluntad general en una multitud de voluntades que acaban anulándose. (...)

En realidad, la cuestión de fondo estriba en la descomposición prolongada, desde hace casi 20 años, de las élites políticas y culturales italianas de derechas y de izquierdas. El berlusconismo se manifiesta ante todo como el síntoma de tal descomposición, pero como su base social es ampliamente popular, parece evidente que la responsabilidad de la izquierda italiana también es aplastante.

La principal consecuencia de esta situación es más grave de lo que parece. La disgregación de la voluntad general mayoritaria, unida a la emergencia de la voluntad de poder berlusconiana, conduce de pleno a uno de los vicios más letales de la democracia, denunciado en la Antigüedad griega por Aristóteles: la transformación del sistema democrático en un sistema demagógico. Porque la demagogia, además de ser lo contrario a la ley democrática del término medio, es también la forma de expresión privilegiada de todos los populismos." (SAMI NAÏR: ¿De qué es síntoma Berlusconi?. El País, ed. Galicia, Opinión, 27/06/2009, p. 33 )

28/6/09

"El sultán Berlusconi no caerá, es el dueño de todo el país"

"Pregunta. La idea del libro es que la Italia de Berlusconi no es una dictadura ni tampoco es una democracia, sino un sultanato.

Respuesta. Decidí el título antes de que salieran las noticias sobre las fiestas y las velinas [azafatas televisivas] y ha hecho fortuna, aunque algunos sultanes eran más violentos que él. Tenían brigadas de enanos acróbatas que asesinaban a los enemigos. En todo caso, es un régimen de corte, un harén.

P. ¿Y en qué se parece a una dictadura?

R. Él no es un dictador del siglo XX porque no ha cambiado la Constitución, aunque ha intentado vaciarla de contenido desde dentro para quitarle poder al Parlamento. Pero los italianos que lo votan dicen: "Estamos contentísimos con nuestro dictador". Le define la idea de la corte: hace lo que quiere, obtiene lo que necesita, no distingue entre público y privado, el placer del poder le gratifica. Está a medio camino entre dictador y no. Es el padrone a la antigua, el dueño del cortijo.

P. ¿Le han sorprendido los usos del harén?

R. No, el sultán hace lo que quiere y lo que le gusta. Sabíamos que las chicas siempre le gustaron. Forma parte del personaje: el lujo, las grandes fiestas, las menores. Todavía no hay pruebas de eso, pero es absolutamente verosímil, encaja con el personaje.

P. Verónica Lario habló de "vírgenes ofrecidas al dragón".

R. Es su mujer, así que es lógico pensar que está al corriente. Desde entonces calla. Él tiene muchos y muy fuertes mecanismos de presión. El primero son los hijos. Si Verónica habla otra vez, los puede desheredar.

P. ¿Cree que esto será el fin de Berlusconi?

R. Ahora será más cauto y estará más atento. Sigue teniendo apoyo popular y ganando elecciones. Dice: "Soy así, y a los italianos les gusta como soy, no cambiaré". Para protegerse aprobará la ley que restringe las escuchas judiciales, hecho gravísimo porque daña la actividad policial contra la mafia, pero a él esos daños colaterales jamás le han importado. (...)

P. Tampoco parece posible que dimita: pierde la inmunidad.

R. Si dimite, lo procesan. Antes de dimitir se haría garantizar la inmunidad como Pinochet. Vea su sonrisa: es genuina, auténtica. No miente. Trasluce: "Yo os doy la papilla. De los escándalos el país no sabe nada de nada. La televisión no informa, y el 80% de los italianos se informan a través de la televisión". Controla seis de siete canales, y el séptimo tiene miedo. Es imposible que le pasen la cuenta. No hay esperanza." (GIOVANNI SARTORI: "El sultán Berlusconi no caerá, es el dueño de todo el país". El País, ed. Galicia, Internacional, 27/06/2009, p. 10 )