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16/2/23

La influencia musulmana en Europa... Durante medio milenio, el territorio de la España contemporánea fue dominado por reinos musulmanes que estuvieron a la cabeza de un experimento cultural extraordinario

 "Un siglo después de haber surgido en el oeste de la península arábiga a comienzos del siglo siete, el Islam conquistó Medio Oriente, África y parte del sur de Europa. Esta religión dinámica y expansiva estableció su puesto fronterizo en el territorio que hoy comparten una buena parte de España y Portugal.

Aunque esto tal vez sorprenda a quienes tienen cierta familiaridad con la historia de las políticas religiosas medievales de ambos lados del Mediterráneo, en este territorio, más que en ninguna otra parte del mundo musulmán —por no decir nada de los Estados cristianos de Europa— las religiones minoritarias gozaban de cierto nivel de tolerancia. Al menos durante un tiempo, judíos y cristianos pudieron seguir practicando su fe, muchas veces junto a los musulmanes.

El Corán defendía la aceptación de lo que Mahoma había denominado las otras «religiones del Libro», como el cristianismo y el judaísmo. Sin embargo, esta aceptación estuvo generalmente acompañada, en la práctica, de ciertas formas de discriminación contra los seguidores de estas religiones, especialmente la exigencia de pagar impuestos adicionales.

Con todo, en Al-Ándalus esta tolerancia fluctuante —que, dependiendo del período, a veces adquiría un rango bastante amplio y otras veces quedaba reducida a nada— estuvo combinada con préstamos culturales significativos. Algunos autores hablan incluso de una verdadera Ilustración andaluza.

En una Europa donde el rol político pasado y presente del Islam es objeto de polémica, la experiencia de Al-Ándalus es fascinante. Pero, ¿en qué condiciones fue posible esta experiencia?

Pluralismo por necesidad

Una primera respuesta está en las circunstancias en las que Al-Ándalus tomó forma y se desarrolló. Durante medio milenio, la península ibérica representó una parte significativa del mundo musulmán (de su población, su economía, su poder político y su cultura). Desde comienzos del siglo ocho, el nuevo reino musulmán fusionó de manera inextricable el elemento árabe, que representaba a una pequeña minoría de la población, con elementos ibéricos y bereberes, que representaban a la gran mayoría.

La Andalucía musulmana no tardó en alcanzar un callejón sin salida, bloqueada en su avance hacia el norte por la resistencia de los francos, y amenazada simultáneamente en el sur por la insubordinación de las poblaciones bereberes del Magreb. Por este motivo, tuvo que buscar un compromiso entre el orden socioeconómico que dependía del poder del califato de los omeyas de Damasco y el sistema protofeudal de las élites cristianas visigodas derrotadas de Iberia.

 En este sentido, el Islam ibérico nació bajo el signo de la hibridación social, política y cultural, porque no fue capaz de sacar mucho provecho de los botines de las nuevas conquistas, como había sucedido en Medio Oriente. Esta especificidad fue el punto de partida de la relativa tolerancia religiosa que mostró en sus inicios, en un período en el que el imperio de los omeyas de Damasco tendía, por el contrario, a restringir los derechos de las otras religiones.

A mediados del siglo ocho, ante la caída del califato de los omeyas y la emergencia de pequeños Estads bereberes en el Magreb, enriquecidos por el comercio sahariano de oro y esclavos, y gobernados por un Islam disidente y culturalmente abierto, Al-Ándalus tuvo que reinventarse. La formación de un emirato musulmán independiente combinó el rigor conservador del estado con la apertura a la diversidad de una sociedad civil heterogénea.

Este compromiso renovado favoreció el desarrollo de fuerzas políticas centrífugas con las que tuvieron que lidiar más tarde los emires de Córdoba. Desde mediados del siglo nueve, debiendo pagar los costos de una larga guerra civil, los emires derrotaron gradualmente a los caudillos y a las ciudades rebeldes.

En el año 929, Abd al-Rahman III, triunfante en la batalla contra sus enemigos, asumió el rol de califa desafiando el poder de los califatos abasí y fatimí. Construyó una maravillosa ciudad palaciega y promovió el desarrollo cultural de su corte. A partir de entonces, su reino intentó fascinar y apropiarse de sus oponentes en vez de aniquilarlos.

Esta hegemonía sin oposición brindó una glosa particular a la diversidad cultural de Al-Ándalus. El país también estaba experimentando un espectacular boom económico en la agricultura, la industria y el comercio, y alentó la urbanización y el aumento regular de la recaudación impositiva. De esta manera, una formación social tributaria islámica triunfó sobre los vestigios feudales de la vieja Hispania.

Sin embargo, a comienzos del siglo once, la base territorial del califato mostró ser demasiado estrecha. No era suficientemente grande como para soportar la presión militar de los reinos cristianos del norte y el control del comercio sahariano del imperio de Ghana en el sur. El califato terminó dividiéndose entre principados rivales conocidos como taifas.

Desde mediados del siglo once hasta las primeras décadas del siglo trece, las dos dinastías norteafricanas de los almorávides y los almohades, lograron revertir esta tendencia hacia la fragmentación. Fueron suficientemente fuertes como para recuperar el control del comercio en el Sahara, en el Magreb y en Al-Ándalus. A pesar de su propio fundamentalismo religioso, también presidieron un nuevo renacimiento de las ciencias y las artes, llevando a la consumación la Ilustración hispanomusulmana.

Conquista y consolidación

Desde las primeras victorias de Táriq ibn Ziyad, que dio su nombre a Gibraltar (Yabal Tarik) después de cruzar el estrecho en el año 711, los árabes y los bereberes que habían invadido la península ibérica necesitaban pactar un armisticio con sus antiguos señores visigodos. La cantidad precisa de aquellos que llegaron en las primeras décadas del siglo ocho sigue siendo un tema debatido entre los historiadores: Eduardo Manzano Moreno sugiere que fueron aproximadamente cincuenta mil árabes y ciento veinte mil bereberes.

 Alcanzar un pacto con los conquistados permitió que los nuevos amos de la península triunfaran sin necesidad de desplegar una gran cantidad de tropas. A falta de expansión territorial, la remuneración  que habrían recibido estos ejércitos no habría sido suficiente para garantizar el crecimiento de nuevas ciudades.

A diferencia de Egipto y de Irak, las ciudades militares de Alcalá y Castilla no duraron mucho. Los conquistadores se instalaron rápidamente en las áreas rurales para vivir de los tributos. Crearon una moneda de cobre con la que se pagaban los tributos y se desarrollaba el comercio. Esta moneda de poco valor intrínseco jugó un rol importante durante las primeras décadas de la conquista.

Desde el año 721 hasta el año 732, los jefes de Al-Ándalus desplegaron una serie de redadas a través de los Pirineos contra las sedes episcopales de Narbona, Toulouse, Nîmes, Carcassone, Bordeaux y Autun. Las campañas fueron finalmente interrumpidas por las fuerzas francas, borgoñesas y aquitanas. Los andaluces terminaron aliándose con los provenzales de la región, y un levantamiento bereber contra los impuestos y el reclutamiento de esclavos del imperio omeya (739-743) debilitó el interior.

Los historiadores otorgan mucha importancia a la victoria de Charles Martel, abuelo de Carlomagno, contra las fuerzas musulmanas en la batalla de Tours de 732, y presentan esta campaña como un punto decisivo en la historia de Europa. Muchos grupos políticos islamofóbicos de extrema derecha alaban a Martel.

Sin embargo, fue la resistencia de las tribus bereberes más que la de los francos la que realmente detuvo el avance musulmán en Europa. También sobrevivieron varios reinos cristianos pequeños en lo que hoy es el norte de España, Cataluña y el País Vasco, y esto fue muy significativo para el futuro de Iberia.

Animadas por el descontento político, las tribus seminómadas del norte de África fundaron varios Estados independientes en el Magreb y dominaron el comercio de oro y de esclavos en el sur del Sahara. Los seguidores del jariyismo, la más antigua corriente disidente del Islam, pero también los de una forma primitiva de chiismo, decidieron volver a la «democracia tribal» de los tiempos del profeta, y rechazaron la influencia creciente de las tradiciones monárquicas bizantina y persa sobre el Islam de Medio Oriente.

El antropólogo marxista Pierre-Philippe Rey identificó una tensión creciente entre la ideología contractual de las confederaciones tribales, abierta a debate, investigación empírica y pensamiento racional, y la de los imperios territoriales, basados en el principio de autoridad. Durante un siglo y medio, desde mediados del siglo ocho hasta comienzos del siglo diez, estos pequeños Estados bereberes desarrollaron una civilización rica y abigarrada.

 Era una sociedad abierta a las diferencias, que vinculaba un Islam escasamente codificado con elementos de la democracia de clanes, y que resistía a todo poder autoritario central. Según Rey, esta civilización siguió influyendo en las civilizaciones hispanoislámica y soninké hasta el siglo dieciséis.

La economía de Al-Ándalus

A mediados del siglo ocho, el islam ibérico, distante de la metrópolis siria, adoptó como líder a un sobreviviente de la dinastía omeya, Abd al-Rahman I. Ahora Al-Ándalus podía reclamar la independencia política del nuevo imperio abasí, que tenía su centro en Bagdad y que había reemplazado a los omeyas.

Aunque siguió perteneciendo al mundo de los abasíes en términos económicos y culturales, estaba separado geográficamente de su dominio por el Magreb occidental y central, emancipado del control del califato de Bagdad. También se distinguía de él como formación social todavía híbrida, que retenía ciertos rasgos protofeudales.

Las clases dominantes islamizadas de la península, desprovistas de toda posibilidad real de expansión, dependían de sus territorios agrícolas del interior como medio de obtener riqueza. Por eso aprovechaban los vínculos de dependencia personal fundados por la nobleza visigoda, que garantizaban la solidez del vínculo entre los campesinos y la tierra.

A cambio, los musulmanes permitían la conservación de los cementerios y las iglesias cristianas. Los musulmanes rezaban y eran sepultados junto a los cristianos, como prueba el descubrimiento de restos que descansan sobre su lado derecho, con sus caras apuntando a la Meca.

Al-Ándalus fue el primer laboratorio de una forma de dominación árabe musulmana que renunció a la conquista para apostar al desarrollo económico de su territorio. Esta forma social tendió a imponerse gradualmente sobre los nativos, y los condujo a adoptar el lenguaje, la cultura y las creencias de los árabes sin ejercer una presión excesiva.

 La corte de los emires también recibió muchos juristas, científicos y artistas orientales. El célebre Ziryab (857), músico, escritor y filósofo de Mosul, introdujo en Andalucía el ancestro de la guitarra (el laúd), le agregó una quinta cuerda y empezó a tocar el instrumento con una púa. Una novela de Jesus Greus, Zyriab, recrea la tumultuosa vida cultural de la corte de Abd al-Rahman II en Córdoba durante la primera mitad del siglo nueve. 

Mientras tanto, la costa levantina de la parte este y centroccidental de la península profundizó su decadencia. En contraste, el sur y el este de Andalucía y del valle del Ebro, dos regiones donde la islamización había sido rápida y masiva, no hizo más que crecer.

Las cuencas de Guadiana y de los ríos de Guadalquivir, y las cinco grandes ciudades de Córdoba, Sevilla, Mérida, Toledo y Zaragoza, expandieron sus suburbios y fueron el centro de gravedad del emirato. La red administrativa del país dependía de una red de ciudades secundarias situadas en las cuencas de Tagus y del Ebro, y también en el sudeste.

Una formación social tributaria

A mediados del siglo ocho todavía había profundas diferencias económicas, culturales y religiosas en el emirato de Córdoba. Esta heterogeneidad alentó una dinámica centrífuga que se hizo cada vez más amenazante. El Estado central corría el riesgo de desaparecer si no lograba contenerlas por la fuerza.

Esta confrontación inevitable sumió al país en una larga guerra civil. Buscando amparo en sus fuertes, en sus ciudades y en los caudillos locales, la población resistió con firmeza los intentos de centralización de los emires. Finalmente, en 929 triunfó Abd al-Rahman III y se convirtió en califa.

Según los cálculos más precisos de los que disponemos, en la segunda mitad del siglo diez el mundo musulmán representaba casi un quinto de la población mundial. En Oriente, desde Irak hasta Tayikistán, vivían entre quince y veinte millones de personas sujetas a la autoridad espiritual de los califas suníes abasíes.

La parte central, desde Siria hasta el este del Magreb, tenía un peso demográfico similar, y estaba bajo dominio de los califas chiitas fatimíes. Por último, la parte occidental hispánica, con una población de entre siete y nueve millones, conformaba un tercer califato dirigido por los descendientes de los omeyas de Damasco.

El nuevo estado había liquidado las relaciones de dependencia personal de la sociedad visigoda y ahora gobernaba una formación social islámica tributaria típica. En estas sociedades tributarias, la posición de la clase dominante se confundía con la del Estado. En la variante islámica, dos tipos de actores sociales, las tribus seminómades y los comerciantes urbanos, jugaban un rol específico.

La colonización de tierras que no habían sido cultivadas fomentó la creación de nuevos poblados. El cultivo de algodón y la crianza de gusanos de seda requería complejos sistemas de irrigación. De esta manera, el califato de Córdoba se convirtió en un socio fundamental del comercio mediterráneo, y estableció vínculos con África del Norte, el Sahara, el sur de Italia, Bizancio y Egipto. Sus recursos empezaron a crecer significativamente.

 El nuevo jefe de los creyentes demostró su liderazgo indiscutible construyendo la lujosa ciudad palaciega de Madinat al-Zahra, en las afueras de Córdoba, donde vivían casi trescientas cincuenta mil personas. A cargo de la escuela de derecho malikí, el nuevo gobierno trabajó en lo que Manzano Moreno denomina «un vasto programa de legitimación ideológica».

El sucesor, Al-Hákam II, empezó a delegar cada vez más sus obligaciones políticas en sus ministros, y terminó ocupando el rol de símbolo del poder más que el de gobernante. Nunca más abandonó la capital, donde presidió un renacimiento cultural sin precedentes, como prueba su biblioteca, que supuestamente albergaba cuatrocientos mil títulos.

Conquistadores del Magreb

Después de que Al-Hákam muriera a los 61 años en 976, se produjo una rápida decadencia de los omeyas de Córdoba. Su base territorial fue insuficiente para resistir a los reinos cristianos del norte, que empezaron a expandirse hacia el sur, y tampoco pudieron extender su control a las turbulentas tribus del Magreb.

A mediados del siglo once, una confederación tribal de pastores de camellos del desierto del norte de África, los almorávides, aprovecharon este vacío político para construir un Estado hispanoislámico. Un siglo más tarde, los almorávides cedieron su lugar a un joven grupo de conquistadores que dirigió el movimiento de protesta social iniciado por la secta bereber de los almohades.

 Estas dos dinastías sentaron las bases de una nueva civilización que duraría un siglo y medio. Esta civilización inspiró al historiador del siglo catorce, Ibn Khaldun, a construir una de las primeras teorías del cambio histórico que destacaba la importancia del ambiente social en la dinámica de las transformaciones políticas y religiosas.

La fuerza de los almorávides descansaba en las confederaciones tribales de los Lamtuna, que tenían un sistema de parentesco matrilineal: las mujeres no usaban velos, pero los hombres usaban pañuelos que cubrían sus bocas. Durante el siglo once, lograron recuperar el control del comercio de oro y esclavos del reino de Ghana. Fundaron Marrakesh y sometieron las regiones agrícolas de los alrededores. También ocuparon las ciudades de Fez, Tánger, Ceuta, Tremecén, Orán y Argelia.

Los almorávides restauraron la unidad de Al-Ándalus. Acuñaron monedas de oro y sostuvieron vínculos comerciales rentables con los mercaderes cristianos de Almería. Sin embargo, su riqueza dependía sobre todo de los botines de las conquistas. Cuando estas conquistas encontraron un tope, tuvieron que incrementar los impuestos, y esto alimentó nuevas formas de disidencia política y religiosa.

Más tarde los almohades reemplazaron a los almorávides. Los nuevos gobernantes habían recibido de la confederación tribal Masmuda del Atlas todo su poder bélico, y el carisma de su predicador, Ibn Tumart. Ibn Tumart se presentaba como el redentor de su comunidad, y combinaba su fe en la unidad de Dios con la idea de la unidad de las tribus de las montañas.

Florecimiento tardío

La doctrina ecléctica de Ibn Tumart manaba de cuatro fuentes de la historia del Islam: el jariyismo, con su fe en el poder colectivo de los concilios; el chiismo, con su milenarismo; el zahirismo, con su literalismo textual; y el mutazilismo, con su apelación a la razón. Esta mezcla despertó el entusiasmo del joven Ibn Rushd, que terminó siendo conocido en todo el mundo como el filósofo Averroes. 

A mediados del siglo dice, los almohades tomaron Marrakesh, la costa atlántica de África del Norte y Al-Ándalus. Forzaron a los judíos y a los cristianos a convertirse o a exiliarse, y obligaron los territorios musulmanes del este del Magreb a pagar los mismos impuestos que los infieles.

Sin embargo, la beligerancia de los reinos de la Iberia cristiana y la insubordinación del Magreb oriental terminaron debilitando el nuevo califato, proclamado en 1195. Como los almorávides, los almohades fracasaron en su intento de arraigar su poder en las sociedades que dominaban. A mediados del siglo trece, el triunfo militar quedó del lado de los gobernantes cristianos de Iberia.

 A pesar de su compromiso con el fundamentalismo religioso y de la dependencia creciente de los juristas malikíes, había sido una oleada creciente de protestas sociales la que había llevado a los almohades al poder, y había fomentado reivindicaciones intelectuales y espirituales que encontraron su concreción en el refinamiento del sufismo y en el progreso de la filosofía racional. El reinado de los almohades albergó el desarrollo de las expresiones más avanzadas de la cultura árabe musulmán: la filosofía autodidacta de Ibn Tufayl (1110-1185), el realismo crítico de Ibn Rushd (1126-1198) y la imaginación creativa de Ibn Arabi (1165-1240).

Estos regímenes autoritarios, que inicialmente habían intentado imponer sus concepciones religiosas, terminaron brindando un espacio de libertad inesperado para el misticismo disidente y el pensamiento racional. Es cierto que en 1197, los guardianes de la ley religiosa forzaron a Ibn Rushd, el gran cadí de Córdoba y médico personal del califa Abu Yakub Yusuf al-Mansur, a exiliarse y quemaron todos sus libros. Sin embargo, dieciocho meses después, su maestro en Marrakesh lo trajo de vuelta y logró que lo perdonaran.

¿Cómo fue posible? En primer lugar, porque las formas más rigurosas del Islam siempre estuvieron más preocupadas por la ortopraxis (observancia de las prácticas) que por la ortodoxia (observancia de las creencias). En segundo lugar, el fuerte desarrollo del comercio, al que contribuyeron mucho los dos imperios bereberes, reanimó las concepciones contractuales del «pueblo del oro», en detrimento de las monárquicas de los califatos orientales.

Un espacio único

En síntesis, la «Ilustración» andaluza e hispanislámica tuvo su origen en realidades distintas y muchas veces contradictorias. Primero, estableció una especie de «libertad negativa», debido a la fragilidad de una conquista que fue interrumpida por la resistencia cristiana del norte y por el disentimiento bereber en el sur. Esto hizo que el islam andaluz tuviera que hacer concesiones.

 La fase siguiente vino con el triunfo de una nueva formación social tributaria respaldada por un poder central que fue capaz de promover el espectacular crecimiento económico del nuevo califato. En este momento los príncipes de Córdoba sintieron que tenían suficiente poder como para convertirse en los promotores de una cultura abierta, como los señores de Bagdad a fines del siglo ocho y comienzos del siglo nueve, o como sus contemporáneos fatimíes.

Durante todo este período, los disidentes jariyistas y chiitas del Magreb nunca dejaron de sostener una visión contractual de las relaciones sociales que resistía a la concepción monárquica del poder. Esta peculiar forma de antiautoritarismo reflejaba la posición de las clases dominantes, que derivaba más del comercio que de la agricultura.

Estos disidentes encontraron respaldo en el pensamiento filosófico antiomeya, que había nacido entre los luchadores árabes musulmanes que habían sido privados de los principales beneficios económicos y políticos de las conquistas. Algunos de estos personajes buscaron refugio en el Magreb y tuvieron una influencia directa sobre Andalucía.

Desde este punto de vista podemos definir la Ilustración hispanoislámica, a pesar de su naturaleza desigual y contradictoria, como la reelaboración más abstracta de una cosmovisión que había nacido inicialmente en la ciudad iraquí de Basora bajo influencia griega, persa, india y malaya, antes de anclar en el oeste del Magreb, donde la llevaron los refugiados. Fue de ahí que el jariyismo berebere y soninké tomó su visión del mundo y la desarrolló, defendiendo las acciones racionales fundadas en la naturaleza y en el gobierno consensuado de los hombres.

 Estas ideas tuvieron una influencia duradera y dieron forma a la filosofía de Ibn Rushd. Poco tiempo después de la muerte del filósofo andaluz, la campaña cultural iniciada por el emperador romano Federico II en el sur de Italia terminó convirtiéndolo en un personaje conocido y sus obras fueron traducidas al latín junto a las de muchos pensadores griegos, musulmanes y judíos. De hecho, esta campaña fue una de las corrientes que alimentó el Renacimiento europeo.

Después de 1492

Pierre-Philippe Rey sugiere que en el siglo trece, en Europa y en el Mediterráneo, podría haber surgido un espacio cultural compartido que trascendiera los conflictos entre musulmanes y cristianos. Desafortunadamente, los papas y los príncipes decidieron luchar contra las posibilidades que ofrecía este encuentro fascinante, y terminaron ganando. Cuando las monarquías cristianas de Castilla y Aragón expulsaron el último reino musulmán de Granada en 1492, impusieron una cultura religiosa monolítica y forzaron a judíos y musulmanes a convertirse o a abandonar el país.

El grado de «tolerancia» ideológica de Al-Ándalus durante la Edad Media es un tema que sigue en discusión, y las ideas sobre el islam que dominan el mundo occidental contemporáneo, positivas o negativas, influyen mucho en este debate. Pero no cabe duda de que el mundo musulmán, especialmente la parte hispanoislámica, no experimentó una represión del pensamiento crítico equivalente a la de la cristiandad europea, sobre todo después de la Inquisición y hasta fines del siglo doce.

Sin embargo, tampoco deberíamos atribuir a este mundo un concepto anacrónico de libertad intelectual y religiosa. Esta libertad simplemente no existía en esa época, ni en Europa, ni en África del Norte ni en Oriente. Espero haber mostrado que ningún enfoque simplista de Al-Ándalus resiste los datos de la investigación histórica, y aunque tal vez esta exposición decepcione a quien busca respuestas fáciles, tiene el mérito de ceñirse a lo que esta investigación nos enseña."                    

(Jean Batou, profesor de Historia Moderna Internacional en la Universidad de Lausana. JACOBINLAT, 27/12/22)

 

27/9/19

«En Al-Andalus hubo una cultura laica»... sorprende por su enorme dinamismo social, por su riqueza cultural y por la gran creatividad que se despliega. Podíamos compararlo con la Roma clásica: hay tal explosión de creatividad, de elementos novedosos que se reciclan...

"Después de analizar a fondo la época andalusí en Conquistadores, emires y califas. Los Omeyas y la formación de al-Andalus, entre otras obras, Eduardo Manzano Moreno, historiador y profesor de investigación en el Instituto de Historia del CSIC, dedica su último libro a un hallazgo extraordinario: los anales de un funcionario y cronista de la corte de Al Hakam II, donde se recoge de forma pormenorizada la vida en el califato de Córdoba entre 971 y 975.

La corte del Califa (Crítica) supone así una aproximación privilegiada a la figura de Al Hakam, conocido por poseer una de las mayores bibliotecas de su época y por ser el morador de la suntuosa Medina Azahara, y de quienes le rodeaban en aquel momento de esplendor cultural y económico. Manzano, que parece tan cómodo ante la prensa como ante sus alumnos, se muestra interesado sobre todo en desterrar tópicos desde el principio de la entrevista. Afuera, el sol de Sevilla se antoja el mismo que alumbraba a los almohades.

Al Andalus, ¿es un periodo demasiado idealizado, o nos quedamos cortos a la hora de admirarlo?

No es ni una cosa ni la otra. No se puede hacer una idealización poética, como si se tratara de un periodo, digamos, paradisíaco, donde se concentran muchos mitos. Pero tampoco se puede ignorar que es un periodo que, cuanto más lo investigas, más sorprende por su enorme dinamismo social, por su riqueza cultural y por la gran creatividad que se despliega. Podíamos compararlo con la Roma clásica: hay tal explosión de creatividad, de elementos novedosos que se reciclan… 

Y a los que lo hemos investigado muy bien nos da rabia que haya una especie de barrera cultural, de rechazo a algo que parece que no corresponde a nuestra identidad. Y esa barrera, la gente no siempre está dispuesta a traspasarla.

Volveremos sobre eso, pero lo que parece cierto es que Al Andalus logró conciliar eso que ahora parece tan difícil, como es el desarrollo económico y el esplendor cultural. ¿Cómo lo hicieron?

Es completamente cierto. En el siglo X, que es la época que trato en el libro, hay una prosperidad económica generalizada. Es una época de expansión agraria y comercial, hay una artesanía muy potente también. El Califato centraliza muchos recursos, a través de un sistema fiscal muy desarrollado, y los redistribuye. En ese sentido, funciona como una especie de motor de crecimiento, un centro de demanda que espolea mucha oferta. 

Así, los recursos se redistribuyen, y crea un efecto fuente que llega cada vez a más a capas más bajas… Con los impuestos paga al ejército, a los cortesanos, a los poetas, y estos a su vez los gastan en sirvientes, en adquirir caballos, cerámicas… Así alcanza a todas las capas de la sociedad.

De lo que no estaban libres, ni siquiera en aquella época, era del azote de la corrupción, aunque no fuera comparable a lo de nuestros días…

Cuando tienes cinco millones de dinares, como les entraban todos los años, controlar toda la maquinaria que controlaba esos recursos era muy difícil. Y el califa estaba desesperado por lograrlo. Ve que hay oficiales, recaudadores, que si se decreta una bajada de impuestos, no se lo dicen a la gente y se embolsan la diferencia. Y está quien detrae moneda de la fábrica, y se quedan con una parte.

Hace poco oímos a Vox lanzar mensajes xenófobos, pero solo en nombre de la defensa de una identidad cultural europea. ¿Se puede entender dicha identidad sin el elemento árabe?

Es curioso lo que está pasando: algunos están tratando de secuestrar la identidad europea como algo propio, entroncando con una genealogía harto discutible, porque muchas partes de esa identidad no han surgido precisamente gracias a los elementos más reaccionarios de nuestra sociedad. Lo mejor de la identidad cultural europea se caracteriza por su interés, por su conocimiento del otro, y su deseo de explicar al otro, y hacerlo de manera honesta, rigurosa y equilibradas. Por eso estas visiones sectarias lo que niegan en última instancia es esa tradición cultural, y nos quieren llevar a otra muy limitada, muy alicorta.

En eso juega un papel importante la vieja idea de los mundos irreconciliables, Oriente y Occidente, y del español matamoros que rescata al territorio de los malvados invasores. ¿Qué hay de verdad y de mito ahí?

Es un intento de tratar de reforzar una identidad muy específica a través de la Historia, desde un punto de vista excluyente, parcial y sesgado. Creo que si algo puede permitirnos el desarrollo en el siglo XXI es generar identidades críticas. Mirar al pasado con una visión crítica de nosotros mismos, que nos haga replantearnos. El conocimiento del otro es lo que nos permite no quedarnos anclados en una visión del pasado que hoy no tiene sentido, no ayudan a nadie.

Es usted muy crítico con las tesis de Olagüe. Pero, sin comulgar con sus ideas, ¿es todavía sostenible la idea de invasión pura y dura?

Olagüe era un fascista, para empezar. Un falangista desocupado que tuvo una ocurrencia, que era una barbaridad. Tratar de mantener esas tesis hoy en día, incluso desde posturas muy antagónicas, es tratar de adaptar a nuestro discurso elementos de la Historia que no nos gustan, como una especie de fake news, aunque sea con calzador. Ya sea para venderte a ti mismo y que te inviten a dar conferencias. Si falseas eso, ¿por qué no vas a negar el holocausto, por ejemplo? ¿Dónde queda el conocimiento?

¿No cree, entonces, en la idea de una islamización progresiva? ¿Fue todo campaña militar por parte de señores de tez morena?

Bueno, es evidente que hubo conquistas, nos guste o no. Y como toda conquista, tuvo sus elementos violentos, también pactos, y puso en marcha procesos que se desarrollaron a lo largo del tiempo. No es una invasión, en eso estoy de acuerdo contigo, es una conquista militar por parte del Califato omeya de Damasco, un imperio muy centralizado. 

Si se pudiera comparar con algo, sería con la conquista romana, que a veces se impone por la fuerza, a veces con pactos, y que pone en marcha la romanización. Aquí lo mismo. No se puede minusvalorar la conquista, que debió de ser violenta, y nos consta que hay gente que la rechaza, aunque también quien decide colaborar. Una vez dicho eso, es verdad que la idea de nómadas camelleros que vienen aquí, ya nadie la sostiene.

¿Quiénes eran, entonces?

Los contingentes no fueron cientos de miles, serían decenas de miles… Y hay que acabar con la idea de una conquista realizada por unos salvajes, tribus enloquecidas. Todo lo que sabemos es que son conquistas muy bien organizadas, que ponen en marcha rápidamente una organización potente, como se ve en los papiros de primera época que se han encontrado en Egipto. 

Pero tampoco hay duda de que la conquista divide rápidamente a la sociedad entre conquistadores y conquistados. ¿Qué ocurre? Lo comparo todo con el big bang: hay muchos elementos que se van conjuntando para crear una realidad muy distinta al origen. Claro que de ahí a, como pretenden algunos, que tengan que pedirnos perdón…

Fue Aznar quien dijo eso. ¿Cómo lo califica un experto?

Aznar es el típico exponente del pensamiento conservador español, convencido de que la nación española surge con la Reconquista, y que este país está en lucha con el islam desde el siglo VIII hasta nuestros días. Y mucha otra gente aboga por eso, publicistas, periodistas, profesores universitarios… Un mensaje político que refuerza esa identidad del nosotros contra ellos. Una identidad muy sectaria, como decía antes, que no sirve para planificar bien el futuro.

También hay un andalucismo que sublima esta época en sentido contrario. Y desde el mundo musulmán, se ha llegado incluso a pedir la devolución del territorio. ¿De qué beben esas otras mitologías?

Es una cosa muy potente. Las identidades conforman el pasado, y no al revés. Lo condicionan. Adaptamos el pasado para que sea un nosotros contra ellos. Frente a eso, tenemos que tratar de buscar el pasado como fuente de conocimiento y elemento crítico que nos haga dudar de nuestras identidades. No nos vendría mal en esta época de exacerbación dudar un poco de nuestras certezas. 

La Historia es un proceso de cambio continuo. Frente a los que tratan de decir que hay una esencia inmutable en el tiempo, la Historia nunca se detiene. No hay nada estático. Por eso soy contrario a los mitos y a los tópicos, que no te dejan comprender nada. Solo se refuerza en lo que ya piensa. El conocimiento histórico solo tiene razón de ser cuando nos cuestiona. Solo cuando lo entiendes, todo tiene sentido.

Una de las revelaciones de su libro es que se han hallado dinares andalusíes hasta en el condado de Barcelona. ¿Por qué no llegaron más lejos, hasta el norte de Europa, como otras monedas árabes de la época?

Curiosamente no fueron más allá, no les dio tiempo. Al norte de Europa llegan las monedas de los abasíes, que hacen todo un camino a través de Rusia, hasta Escandinavia. Allí se están encontrando cientos de miles de monedas, en Suecia, en Noruega, en Dinamarca… Al Andalus no duró tanto, y esas monedas estaban relacionas seguramente con el tráfico de esclavos.

¿Hablamos, en todo caso, de la primera vía comercial entre el Norte de África y Europa?

Ese es un tema que me interesa mucho. En el siglo VII y VIII, el comercio se interrumpe. Dicen que fue por las conquistas árabes, pero parece que no fue por eso. Y durante bastante tiempo no hay contactos comerciales. Se reanuda en el siglo X, y parece que la primera mercancía que empieza a recomponer esas redes son los esclavos. Es otra cosa que no nos gusta, pero yo no me puedo inventar que en Medina Azahara no había esclavos ni eunucos. Pero a partir de ahí comienzan a intensificarse lo que serían las grandes rutas comerciales medievales, que se enriquecerían con otros productos.

¿Qué lugar real ocupaba la religión en la estructura social de la época?

Eso también es muy interesante, Estamos muy distorsionados por las fuentes que tenemos, escritas por una clase ilustrada, para la cual la religión sería importante. Pero cuando tenemos atisbos, vemos que la religión no lo era todo en esta sociedad, y que hay una cultura laica, mucho más permeable. No siempre lo vemos bien, tenemos la religión muy omnipresente, pero no era sí…

Como la tenemos también hoy con el mundo árabe actual, ¿no?

Es una manera de definir al otro diciendo: “Claro, estos son unos fanáticos, le gente está rezando desde que se levanta hasta que se acuesta…” Y no es verdad, claro. Tenemos fogonazos, por ejemplo algunas sentencias que condenan el hecho de que los musulmanes vayan a celebrar la Navidad con los cristianos. Si lo condenan, es porque la gente lo hacía, cenaban juntos, se intercambiaban regalos. Pero los ulemas de Córdoba les decían que no se mezclaran. La religión levanta estas barreras, pero vemos también un cierto golferío [risas], donde se ve que la gente se está… frotando [risas].

Estamos acostumbrados a una Historia en masculino. ¿Dónde está la mujer aquí?

En las sociedades medievales, la mujer está excluida del espacio público. Pertenece al privado, donde sí parece que jugó un papel importante, pero no lo podemos ver. En la crónica que yo trabajo en mi libro, prácticamente no hay ninguna mujer. ¿Eso quiere decir que las mujeres no existían? Claro que existían, pero no las vemos, no podemos documentarlo. Cuando salen datos, no suelen ser siempre positivos.
¿En qué sentido?

La mujer del Califa concentra gran parte de la maledicencia. Pero hubo mujeres importantes como fundadoras de mezquitas, instituciones benéficas… Sabemos que manejaban sus propios patrimonios, pero la andalusí es una sociedad patriarcal, donde el mantenimiento del honor está vinculado al mantenimiento de la reclusión de las mujeres,

¿Aunque el erotismo asome en la literatura y el arte?

Claro, el erotismo aparece siempre, aunque en época andalusí el erotismo es con esclavas, curiosamente. Hay una tesis bonita, según la cual las mujeres esclavas, paradójicamente, tenían más libertad en lo que a costumbres se refiere, que las libres."                       (Entrevista a Eduardo Manzano Moreno, Alejandro Luqe, m'sur, 15/09/19)

19/4/16

La herencia democrática islámica en España.. a través de Cervantes

"Apenas cerrada la experiencia de gobernador, el moro Ricote le recuerda a Sancho “que no hay ínsulas en tierra firme”. Y menos aún, cabría añadir, en pueblos de señorío, circunstancia además relevante, pues si el duque hizo posible el gobierno del escudero, también le hace sentir su jerarquía, acosándole con falsos peligros para ridiculizarle. 

Corrían malos tiempos para la utopía, conforme observará andando el siglo Gracián, y por eso el sueño de Barataria, en definitiva, un orden justo y racional, es de breve duración. En Utopía y contrautopia en el Quijote, José Antonio Maravall verá en el episodio de Barataria un punto de llegada, en cuanto a concreción de la utopía arcaizante de la edad de oro que Don Quijote expuso ante los cabreros. 

Su contenido es un gobierno por la razón natural, por el buen sentido, lo cual supone apartarse de la dominación jerárquica y el sistema de valores de la sociedad estamental. Sancho lo pone rápidamente de manifiesto al rechazar que le den el trato de don y no admitirá ventaja alguna derivada del linaje. 

Son los principios de que “cada uno es hijo de sus obras” y de que “la sangre se hereda y la virtud se adquiere”. Ideas que anticipan la democracia.

Pero hay en el gobierno de Sancho algo más que una sucesión puntual de decisiones ponderadas y equitativas. Su amo le fijó objetivos, que el escudero trató de cumplir. Uno de ellos, “procurar la abundancia en los mantenimientos”. El tiempo del Quijote, como destacó Pierre Vilar, y revelan las palabras del hidalgo, lo fue de hambre y pobreza. 

Entra en escena a continuación la imagen de una justicia dirigida a restablecer caso a caso con ejemplaridad el equilibrio social, tanto en su dimensión económica como moral. Maravall lo detectó con acierto: era la justicia del cadí, mencionada por Cervantes en varios pasajes de Los baños de Argel. 

A veces brutal, pues en la medida en que el cadí, juez y magistrado, aplica la sharía en sus sentencias, estas pueden ser muy duras, como los empalamientos o los desorejamientos, pero fuera del imperativo religioso, hace imperar la ecuanimidad.

 La sentencia sobre las cuarenta monedas a pagar por el judío al sacristán en Los baños hubiese podido ser incluida por Sancho Panza en su repertorio. Las resoluciones son inmediatas y se dirigen, como hará Sancho en Barataria, sobre todo a resolver los pleitos económicos, atendiendo asimismo a reforzar la moralidad social, incluso mediante duros castigos.

El propósito de restablecer, mediante la sentencia, el buen orden vulnerado por el fraude o el engaño, tiene como correlato la extensión a la vida social y económica de una acción de control. Es la función desempeñada en el islam por el guardián del doble elenco de deberes, derivados de la sumisión al orden mandado por Alá (hisba), sustancialmente en lo religioso, pero también en lo económico. 

La codificó Ibn Taymiyya y su legado está aún ahí en el Estado Islámico. El funcionario encargado era el mutashib, que pasará a la Castilla medieval como almotacén, inspector de mercados. Sus actuaciones se ajustan a lo que Sancho cuenta de su gestión al visitar las plazas, según le aconsejara su amo, castigando a la vendedora de avellanas que mete viejas entre las nuevas. 

Piensa en una regulación de precios y salarios, y de la calidad del vino, mientras en la esfera moral prohíbe las letras lascivas y manda examinar los cantares de ciego sobre milagros. La importancia de los castigos —contra el vicio del juego, las falsas denuncias— nos remite también a la hisba. Se trata de un orden social vuelto hacia Dios, la justicia y el bienestar, que sugiere la inspiración islámica.

La sociedad musulmana, fundada sobre el principio de promover lo mandado e impedir lo prohibido, que Don Quijote hace suyo secularizándolo —“sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios”—, debió ejercer una indudable atracción sobre el cautivo de Argel por encima del sufrimiento. 

Cervantes es un patriota español, rasgo que exhibe con orgullo desde La Numancia a Los baños de Argel, pero junto a esa inequívoca toma de partido, según la cual el moro es enemigo, tiende a propugnar una actitud de reconocimiento y respeto. 

Lo refleja la despedida entre don Guzmán y Alimuzel en la comedia Del gallardo español, localizada en el sitio turco de Orán. “Tu Mahoma, Alí, te guarde”, dice el primero, a lo cual el musulmán responde: “Tu Cristo vaya contigo”. Un espíritu de tolerancia y reconocimiento mutuo, lejos de verse hoy realizado."             (Antonio Elorza, El País, 06/04/16)