6/5/08

La evolución nos hace ser obedientes, no malos

“La evolución nos ha dotado de un cerebro para sentir y para pensar, un órgano asombroso que crea, ama y sueña. Pero somos imperfectos. Al cerebro humano le lastra el miedo. Programado para sobrevivir, observa desde su caja negra los peligros que le acechan. Y a diferencia del cerebro de otros animales, escudriña y teme también aquello que posiblemente podría ocurrirle: la muerte de un ser querido o la mirada del jefe que tal vez esté barruntando despedirnos. Atrincherado en su miedo a no sobrevivir, el cerebro nos tiende trampas para aliviar su soledad, para poblar de certezas su universo incierto y cambiante.

A golpe de etiquetas dividimos el mundo en bueno o malo, es decir, en seguro e inseguro. Vivimos con la mirada del inconsciente fija en el código evolutivo heredado de los muertos: lejos de la manada, acecha la muerte. El desprecio de los otros nos aterra. Intentamos pertenecer al grupo, político, familiar o artístico, amparados al abrigo de las verdades de un ego colectivo que defiende un espacio seguro. Ulteriormente, los humanos tienden naturalmente a la justicia social y a la empatía, pero éstas se inhiben si el entorno y el cerebro así se lo aconsejan.

No somos malos, somos obedientes porque tenemos miedo, aunque esa contradicción entre lo sentido y lo vivido crea más soledad y dolor del que siempre quisimos evitar.

En ese espacio grupal seguro, renunciamos a nuestro ser transparente, único y vulnerable, rechazamos enfrentarnos a las emociones que producen miedo y ansiedad.” (ELSA PUNSET: ¿Hay vida antes de la muerte?. El País, ed. Galicia, Cultura, 01/05/2008, p. 37)

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