4/6/08

Cambios cerebrales producidos por la electricidad (los rayos), o la proximidad de la muerte

“La música nunca le había interesado especialmente a Tony Cicoria. Pero algo cambió el día en que recibió la descarga de un rayo. Perdió el conocimiento, y al recuperarse todo parecía en su sitio. Salvo una cosa: oía sin cesar melodías de piano en su cabeza y sentía la irresistible necesidad de interpretarlas. (…)

La vida había vuelto a la normalidad, aparentemente, cuando “de repente, en dos o tres días, me entraron unas ganas irrefrenables de escuchar música de piano”. Esto no guardaba ninguna relación con nada de su pasado. De pequeño había recibido unas pocas clases de piano, “pero no me interesaba realmente”. Ni siquiera tenía piano en casa. La única música que escuchaba era rock. (…)

Y entonces, inmediatamente después de sentir este repentino deseo por la música de piano, Cicoria comenzó a oír música en su cabeza. “La primera vez”, explica, “fue durante un sueño. Yo iba de esmoquin, estaba en un escenario, tocando algo que había compuesto yo. Me desperté sobresaltado y la música seguía en mi cabeza. Salté de la cama y empecé a escribir todo lo que recordaba. Pero apenas sabía cómo plasmar lo que oía”. Aquello no salió muy bien porque él nunca había intentado escribir o anotar música antes. Pero cada vez que se sentaba al piano a practicar Chopin, su propia música “venía y le embargaba. Tenía una presencia muy poderosa”.

Yo no sabía muy bien cómo entender esta música tan perentoria, que le invadía casi irresistiblemente y le inundaba. ¿Estaba experimentando alucinaciones musicales? No, respondió el doctor Cicoria, no eran alucinaciones. “Inspiración” era un término más adecuado. La música estaba ahí, en lo más profundo de su interior, o en alguna parte, y lo único que tenía que hacer era dejar que le viniera. “Es como una frecuencia, una emisora de radio. Si me abro, viene. Me gustaría decir que viene del cielo, como afirmaba Mozart”.

Su música no cesa. “Nunca se agota”, proseguía él. “En todo caso, tengo que apagarla yo”. (…)

Al tercer mes del accidente del rayo, Cicoria, que antaño fue un hombre de familia afable y cordial, casi indiferente a la música, se veía inspirado, casi poseído, por la música y apenas tenía tiempo para nada más. (…)

Él mismo llegó a pensar que en cierto sentido se había reencarnado, que se había transformado y había recibido un don especial, una misión: “sintonizar” con la música que él llamaba, medio metafóricamente, “música del cielo”. Ésta solía manifestarse como un “torrente absoluto” de notas sin pausas, sin descansos, a las que él tenía que dar estructura y forma. (…)

En la época en que le alcanzó el rayo, Cicoria tuvo tanto una experiencia cercana a la muerte como un viaje astral. Se han dado muchas explicaciones sobrenaturales o místicas a los viajes astrales, pero también llevan siendo objeto de la investigación neurológica un siglo o más. Dichas experiencias parecen tener un formato relativamente estereotipado: uno parece no estar en su propio cuerpo, sino fuera de él y, en la mayoría de los casos, mirándose a sí mismo desde arriba a unos dos metros y medio de distancia (los neurólogos se refieren a esto con el término “autoscopia”). Uno cree ver claramente la habitación o el espacio a su alrededor y a otras personas y objetos cercanos, pero desde una perspectiva aérea. La gente que ha vivido dichas experiencias suele describir sensaciones vestibulares como “flotar” o “volar” por el aire. Los viajes astrales pueden inspirar miedo, alegría o un sentimiento de distanciamiento, pero se suelen definir como intensamente “reales”, nada que ver con un sueño o una alucinación. Esto se ha registrado en muchas clases de experiencias cercanas a la muerte, así como en ataques epilépticos en el lóbulo temporal. Hay pruebas que indican que los aspectos visoespaciales y vestibulares de los viajes astrales están relacionados con un trastorno funcional en la corteza cerebral, en especial en la región en la que se unen los lóbulos temporales y los parietales.

Pero no fue sólo un viaje astral lo que relató Cicoria. Vio una luz blanquiazul, vio a sus hijos, su vida pasó ante sus ojos, tuvo una sensación de éxtasis y, sobre todo, de estar experimentando algo trascendental y extremadamente significativo. ¿Cuáles podrían ser las bases neuronales para esto? Otras personas han descrito con asiduidad experiencias cercanas a la muerte de este tipo cuando corrían –o creían que corrían– un gran peligro, ya fuera porque de repente se vieron envueltos en un accidente, porque les cayera un rayo o, en la mayoría de los casos, porque revivieran tras una parada cardiaca.

Todas éstas son situaciones que no sólo provocan pavor, sino que tienen muchas probabilidades de causar una bajada repentina de la tensión sanguínea y del riego cerebral (y, en el caso de la parada cardiaca, una falta de oxígeno en el cerebro). Es probable que haya un despertar emocional intenso y un aumento de la noradrenalina y de otros neurotransmisores en dichos estados, ya sean inducidos por el terror o por el éxtasis. Hasta la fecha, sabemos muy poco de los verdaderos correlatos neuronales en dichas experiencias, pero las alteraciones de la conciencia y la emoción que ocurren son muy profundas y deben de implicar a las partes emocionales del cerebro –las amígdalas y el núcleo del tronco cerebral–, así como a la corteza.

Mientras que los viajes astrales tienen un carácter de ilusión perceptiva (a pesar de ser compleja y singular), las experiencias cercanas a la muerte cuentan con todas las características de una experiencia mística, tal y como William James las define: pasividad, inenarrabilidad, fugacidad y una cualidad intelectual. La persona está completamente inmersa en una experiencia cercana a la muerte, sumergida –casi de forma literal– en unos haces de luz (a veces un túnel o una chimenea) que la atraen hacia el más allá, una vida más allá, un espacio y tiempo más allá. Se tiene la sensación de mirar por última vez, de despedirse (a un ritmo extremadamente acelerado) de las cosas terrenales, de los lugares, de las personas y de los acontecimientos que forman parte de la propia vida, y una sensación de éxtasis o alegría a medida que uno se eleva hacia su destino, un simbolismo arquetípico de la muerte y la transfiguración. La gente que ha vivido experiencias de este tipo no las olvida fácilmente y pueden tener como consecuencia una conversión o una metanoia, un cambio de mentalidad, que altera la dirección y la orientación de la vida. Uno no puede suponer, así como tampoco lo puede hacer con los viajes astrales, que estas experiencias sean un mero capricho; hay características muy parecidas en las que la gente hace hincapié en muchos relatos. Las experiencias cercanas a la muerte deben de tener también su propia base neurológica, una que altere profundamente la propia conciencia.

¿Y qué hay del extraordinario arrebato de musicalidad de Cicoria, su repentina musicofilia? Los pacientes que experimentan una degeneración de las partes frontales del cerebro, la “demencia frontotemporal”, a veces desarrollan una aparición o una liberación asombrosas de talentos musicales y de pasión por la música al perder las capacidades de abstracción y del lenguaje, pero está claro que éste no era el caso de Cicoria, que podía expresarse perfectamente y era muy competente en todos los sentidos. En 1984, Daniel Jacome describió el caso de un paciente que había sufrido un ataque al corazón que le había dañado el hemisferio izquierdo del cerebro y, como consecuencia de ello, había desarrollado “hipermusia” y “musicofilia”, junto con afasia y otros problemas. Pero nada hacía suponer que Tony Cicoria hubiera sufrido un ataque o que hubiera experimentado un daño cerebral significativo, aparte de unas molestias transitorias en sus sistemas de memoria durante una o dos semanas después de que lo alcanzara el rayo. (…)

Cicoria tiene la sensación de que ahora es “una persona diferente”, desde un punto de vista musical, emocional, psicológico y espiritual. Ésa era también la impresión que me daba a mí mientras escuchaba su historia y contemplaba algunas de las nuevas pasiones que lo habían transformado. Si lo vemos desde una perspectiva neurológica, supongo que su cerebro debe de ser muy distinto ahora de como era antes de que el rayo lo alcanzara o en los días que siguieron al accidente, cuando las pruebas neurológicas no mostraban nada fuera de lo común. Parece ser que los cambios se dieron en las semanas posteriores, cuando su cerebro estaba reorganizándose, preparándose, por así decirlo, para la musicofilia. ¿Podemos ahora, 12 años después, definir esos cambios, identificar las bases neurológicas de su musicofilia? Desde que Cicoria se lesionó, en 1994, se han desarrollado pruebas nuevas, mucho más precisas, para medir la función cerebral. Él admitió que sería interesante seguir analizando su caso, pero, después de unos instantes, recapacitó y dijo que quizá sería mejor dejar las cosas como estaban. Había sido un golpe de suerte, y la música, fuera cual fuera su origen, había sido una bendición, una gracia que no había que cuestionar.” (OLIVER SACKS: Musicofilia. Como caída del cielo. El País Semanal, 25/05/2008, p. 70/8)

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