“La música nunca le había interesado especialmente a Tony Cicoria. Pero algo cambió el día en que recibió la descarga de un rayo. Perdió el conocimiento, y al recuperarse todo parecía en su sitio. Salvo una cosa: oía sin cesar melodías de piano en su cabeza y sentía la irresistible necesidad de interpretarlas. (…)
La vida había vuelto a la normalidad, aparentemente, cuando “de repente, en dos o tres días, me entraron unas ganas irrefrenables de escuchar música de piano”. Esto no guardaba ninguna relación con nada de su pasado. De pequeño había recibido unas pocas clases de piano, “pero no me interesaba realmente”. Ni siquiera tenía piano en casa. La única música que escuchaba era rock. (…)
Y entonces, inmediatamente después de sentir este repentino deseo por la música de piano, Cicoria comenzó a oír música en su cabeza. “La primera vez”, explica, “fue durante un sueño. Yo iba de esmoquin, estaba en un escenario, tocando algo que había compuesto yo. Me desperté sobresaltado y la música seguía en mi cabeza. Salté de la cama y empecé a escribir todo lo que recordaba. Pero apenas sabía cómo plasmar lo que oía”. Aquello no salió muy bien porque él nunca había intentado escribir o anotar música antes. Pero cada vez que se sentaba al piano a practicar Chopin, su propia música “venía y le embargaba. Tenía una presencia muy poderosa”.
Yo no sabía muy bien cómo entender esta música tan perentoria, que le invadía casi irresistiblemente y le inundaba. ¿Estaba experimentando alucinaciones musicales? No, respondió el doctor Cicoria, no eran alucinaciones. “Inspiración” era un término más adecuado. La música estaba ahí, en lo más profundo de su interior, o en alguna parte, y lo único que tenía que hacer era dejar que le viniera. “Es como una frecuencia, una emisora de radio. Si me abro, viene. Me gustaría decir que viene del cielo, como afirmaba Mozart”.
Al tercer mes del accidente del rayo, Cicoria, que antaño fue un hombre de familia afable y cordial, casi indiferente a la música, se veía inspirado, casi poseído, por la música y apenas tenía tiempo para nada más. (…)
Él mismo llegó a pensar que en cierto sentido se había reencarnado, que se había transformado y había recibido un don especial, una misión: “sintonizar” con la música que él llamaba, medio metafóricamente, “música del cielo”. Ésta solía manifestarse como un “torrente absoluto” de notas sin pausas, sin descansos, a las que él tenía que dar estructura y forma. (…)
En la época en que le alcanzó el rayo, Cicoria tuvo tanto una experiencia cercana a la muerte como un viaje astral. Se han dado muchas explicaciones sobrenaturales o místicas a los viajes astrales, pero también llevan siendo objeto de la investigación neurológica un siglo o más. Dichas experiencias parecen tener un formato relativamente estereotipado: uno parece no estar en su propio cuerpo, sino fuera de él y, en la mayoría de los casos, mirándose a sí mismo desde arriba a unos dos metros y medio de distancia (los neurólogos se refieren a esto con el término “autoscopia”). Uno cree ver claramente la habitación o el espacio a su alrededor y a otras personas y objetos cercanos, pero desde una perspectiva aérea. La gente que ha vivido dichas experiencias suele describir sensaciones vestibulares como “flotar” o “volar” por el aire. Los viajes astrales pueden inspirar miedo, alegría o un sentimiento de distanciamiento, pero se suelen definir como intensamente “reales”, nada que ver con un sueño o una alucinación. Esto se ha registrado en muchas clases de experiencias cercanas a la muerte, así como en ataques epilépticos en el lóbulo temporal. Hay pruebas que indican que los aspectos visoespaciales y vestibulares de los viajes astrales están relacionados con un trastorno funcional en la corteza cerebral, en especial en la región en la que se unen los lóbulos temporales y los parietales.
Cicoria tiene la sensación de que ahora es “una persona diferente”, desde un punto de vista musical, emocional, psicológico y espiritual. Ésa era también la impresión que me daba a mí mientras escuchaba su historia y contemplaba algunas de las nuevas pasiones que lo habían transformado. Si lo vemos desde una perspectiva neurológica, supongo que su cerebro debe de ser muy distinto ahora de como era antes de que el rayo lo alcanzara o en los días que siguieron al accidente, cuando las pruebas neurológicas no mostraban nada fuera de lo común. Parece ser que los cambios se dieron en las semanas posteriores, cuando su cerebro estaba reorganizándose, preparándose, por así decirlo, para la musicofilia. ¿Podemos ahora, 12 años después, definir esos cambios, identificar las bases neurológicas de su musicofilia? Desde que Cicoria se lesionó, en 1994, se han desarrollado pruebas nuevas, mucho más precisas, para medir la función cerebral. Él admitió que sería interesante seguir analizando su caso, pero, después de unos instantes, recapacitó y dijo que quizá sería mejor dejar las cosas como estaban. Había sido un golpe de suerte, y la música, fuera cual fuera su origen, había sido una bendición, una gracia que no había que cuestionar.” (OLIVER SACKS: Musicofilia. Como caída del cielo. El País Semanal, 25/05/2008, p. 70/8)
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