4/6/09

"¡Cómo mola, tengo un ictus!"

"La doctora Jill Taylor, neuroanatomista, sufrió una hemorragia cerebral. En 'Un ataque de lucidez' (Debate) cuenta esta experiencia, su posterior recuperación y lo que supuso para una especialista en la materia experimentar en carne propia el colapso de su cerebro.

Eran las siete de la mañana del 10 de diciembre de 1996. (...)

Inmediatamente sentí que una fuerte e insólita sensación de disociación se apoderaba de mí. (...)

Sintiéndome separada de la realidad normal, me parecía que estaba contemplando mi actividad en lugar de sentirme como una participante activa que realiza una acción. Me sentía como si estuviera observándome a mí misma en movimiento, como quien recupera un recuerdo. (...)

Al levantar la pierna para entrar en la bañera, me apoyé en la pared para sujetarme. Parecía raro que pudiera sentir las actividades internas de mi cerebro, que ajustaba y reajustaba todos los conjuntos musculares opuestos de mis extremidades inferiores para impedir que me cayera. Mi percepción de estas respuestas automáticas del cuerpo ya no era un ejercicio de conceptualización intelectual. Más bien tenía el privilegio momentáneo de experimentar con precisión lo mucho que se estaban esforzando los cincuenta billones de células de mi cerebro y mi cuerpo, trabajando al unísono para mantener la flexibilidad e integridad de mi estado físico. Con los ojos de una ávida entusiasta de la magnificencia del diseño humano, contemplé sobrecogida el funcionamiento autónomo de mi sistema nervioso, que calculaba y recalculaba cada ángulo de mis articulaciones. (...)

Ahora mis pensamientos verbales eran incoherentes, fragmentados e interrumpidos por un silencio intermitente.(...) Cuando mi charla cerebral empezó a desintegrarse, sentí una extraña sensación de aislamiento. (...)

Qué suerte tuve de que la parte de mi cerebro que registra el miedo, la amígdala, no hubiera reaccionado con alarma a estas insólitas circunstancias, arrastrándome a un estado de pánico. (...)

A esas alturas, ya había perdido el contacto con gran parte de la realidad física tridimensional que me rodeaba. Mi cuerpo se apoyaba en la pared de la ducha y me pareció extraño ser consciente de que ya no podía discernir con claridad las fronteras físicas, dónde empezaba y dónde terminaba yo. (...)

"Caramba, qué cosa más rara y asombrosa soy. Qué ser vivo tan extraño soy. ¡Vida! ¡Soy vida! Soy un mar de agua encerrado en esta bolsa membranosa. Aquí, en esta forma, soy una mente consciente y este cuerpo es el vehículo gracias al cual estoy VIVA. Soy billones de células que comparten una mente común. Aquí estoy, prosperando como vida. ¡Vaya! ¡Menudo concepto insondable! Soy vida celular... no, soy vida molecular con destreza manual y una mente cognitiva".

(...) Debo reconocer que el creciente vacío en mi dañado cerebro era totalmente seductor. Agradecí el alivio temporal que el silencio proporcionaba respecto a la constante cháchara que me relacionaba con lo que ahora percibía como los insignificantes asuntos de la sociedad. Dirigí con ansiedad mi atención hacia dentro, hacia el constante tamborileo de los billones de células brillantes que trabajaban diligente y sincronizadamente para mantener fijo mi cuerpo en estado de homeostasis. (...)

Mientras visualizaba el camino al hospital McLean, perdí de repente el equilibrio cuando el brazo derecho cayó completamente paralizado contra el costado. En aquel momento lo supe: "Dios mío, estoy teniendo un ictus. ¡Estoy teniendo un ictus! Y al instante siguiente, un pensamiento relampagueó en mi cabeza: ¡Jo! ¡Cómo mola!".

Me sentía como si estuviera suspendida en un peculiar estupor eufórico, y sentí un extraño regocijo cuando comprendí que aquella inesperada peregrinación a las intrincadas funciones de mi cerebro tenía en realidad una base y una explicación fisiológicas. No dejaba de pensar. "Caramba, ¿cuántos científicos han tenido la oportunidad de estudiar el funcionamiento y el deterioro mental de su propio cerebro desde dentro?". Toda mi vida había estado dedicada a comprender cómo crea el cerebro humano nuestra percepción de la realidad. ¡Y ahora estaba experimentando el más extraordinario ataque de lucidez! (...)

"Ay, qué cansada estoy. Qué cansada. Sólo quiero descansar. Sólo quiero tumbarme y relajarme un ratito". Pero en el fondo de mi ser, resonando como un trueno, una voz autoritaria me habló claramente: "Si te tumbas ahora, no volverás a levantarte".(...) Aun en esta condición, la mente egoísta de mi hemisferio izquierdo mantenía arrogantemente la creencia de que aunque estaba experimentando una dramática incapacidad mental, mi vida era invencible. (...)

Ahora, ¿qué hago? Buscar ayuda. Debo concentrarme y buscar ayuda". Y le rogué a mi reflejo en el espejo: "Recuerda, por favor, recuerda todo lo que estás experimentando. Que éste sea un ataque de lucidez ante la desintegración de mi mente cognitiva". (El País, domingo, 21/12/2008, p. 16/7)

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