"Acaba de morir mi ser más querido. La causa ha sido un melanoma o tumor
negro. Se trata de un cáncer extremadamente agresivo y que sortea
cualquier defensa. Una vez que la metástasis se ha extendido es casi
imposible hacerle frente. (...)
En algunas personas está funcionando esta nueva terapia. En la
persona querida no ha funcionado. Entonces el tumor se desborda. Y ante
la inutilidad del medicamento ingresó en la Unidad de Cuidados
Paliativos del Hospital Universitario de La Paz.
Tengo que decir que el
trato profesional y humanitario de todo el personal sanitario fue
excelente. Quede constancia aquí de la gratitud a tales profesionales.
Los paliativos cubren un campo que en modo alguno minimizaría.
Por eso
serán bienvenidos más y mejores servicios paliativos.
Lo que sucede es que si bien puede ser una solución para algunos no
son la solución para otros muchos. Y es que el hueco o boquete que se
abre entre el momento en el que la medicina se muestra impotente para
prolongar una vida razonablemente digna y el fallecimiento del paciente
se incrustan las opciones libres de los individuos en su relación con la
muerte.
Es verdad que en el hueco o boquete citado se dispone hoy y en
nuestro entorno de medios que mitigan o anulan, si tomamos un tono
optimista, el dolor. Pero no el sufrimiento. Desconocemos los grados de
conciencia de un moribundo y, así, la tortura que podría causarle verse
aproximarse a un inevitable final. Por otro lado, un enfermo
despidiéndose de sus seres queridos puede llegar a parecerse, contra
tanta falsa evidencia, a un reo expresando su última voluntad.
A algunos
les sonará entrañable. Otros sospechamos que es un sufrimiento añadido
al físico que, por atenuado que sea, es difícil que desaparezca del
todo. Y esto nos da pie a introducirnos una vez más en esa palabra, aún
rodeada por un halo de tabú, y que no es otra sino la eutanasia.
No es cuestión de trivializar o dogmatizar sobre lo que se sitúa en
esa parte de la vida que es la muerte. Ni de minimizar los avances que
se han hecho en Francia, y más aún en Canadá al colocar la sedación en
la voluntad del paciente y no en las pautas o protocolos médicos,
siempre timoratos.
Son pasos, sin duda, importantes aunque insuficientes
y que no tocan el núcleo de lo que es el querer de los individuos
cuando desean que su vida finalice. Necesitamos despertar y no
permanecer dormidos ante la inercia de la tradición, los prejuicios de
algunas religiones, la simple indiferencia o el temor a la espada del
Código Penal.
No repetiré los bien conocidos argumentos a favor de la eutanasia
basados en la incuestionable libertad de las personas o en la
perversidad de prolongar un sufrimiento inútil. Solo recordaré que si a
nadie se le puede prohibir que se suicide, por mucho que se le pueda
aconsejar lo contrario, en buena lógica tampoco se puede castigar a
quien, especialmente en aquellos casos en donde hay solo vida biológica y
no biográfica, ayude al que decide, libremente, desaparecer.
Por otro
lado, habría que desterrar la inveterada manía de arreglar y controlar
la existencia de los otros. Dejemos que cada uno resuelva, a su manera,
el modo de existir elegido y, en consecuencia, de rematar, dentro de sus
posibilidades, dicha existencia.
Dos palabras, finalmente, sobre esa sombra que nos persigue desde que
nacemos y que es la muerte. Todas las culturas se las han ingeniado
para hacer más digerible el hecho ineludible de la cesación total y que
acompaña a los humanos. Como los individuos nos insertamos en las
distintas culturas, unos la viven como fervorosos creyentes, otros con
impostado o real estoicismo y otros como Dios o el Diablo les dé a
entender.
Todos, en cualquier caso, se ven obligados a atravesar el río
helado del trauma mortal. Si la ingeniería genética alargará
indefinidamente la vida está por ver. Nosotros, desde luego, no lo
veremos. Desde el poema sumerio de Gilgamesh nos seguimos preguntando
por qué tiene que morir el humano. Desde un punto de vista genético la
respuesta es relativamente fácil.
Somos seres pluricelulares con una limitada división celular. Lo que
ocurre es que podemos levantarnos sobre nuestros genes y mirar el
horizonte. Y ahí la muerte se muestra como una traición a la vida.
Algunos dicen contemplarla como algo natural y se encogen de hombros.
Pienso que valoran tanto la naturaleza que la convierten, en la línea de
Spinoza, casi en sobrenatural. Jesús Mosterín, un amigo, y yo somos de
Bilbao y, por tanto, paisanos de Unamuno. Él dice no temer a la muerte.
Yo estoy con don Miguel y confieso mi miedo a morirme y, cómo no, a que
mueran los que amo. E incluso a que mueran los que no he conocido ni
conoceré. No iré de llorón como Job, ni jugaré el juego de la rebelión
al modo de Drácula o preferiré el infierno a la obediencia siguiendo a
Satán.
Solo pido que no nos agudicen la tortura cuando ésta es su
antesala y que respeten mi modo de vivir y morir como yo respeto el de
los que no opinan como yo. Por lo demás, siempre nos queda el consuelo
del poeta. Y es que la belleza pervive en el recuerdo." (
Javier Sádaba
, El País, 23 ABR 2015)
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