"¿Cómo funciona, de verdad, una
economía capitalista? No como dicen los neoliberales o parte de la izquierda
académica que se traga estos cuentos. Una economía capitalista es dirigida
siempre por la demanda efectiva, no por la oferta; y para que una economía
capitalista actual funcione, tiene que haber un estímulo público de esa demanda
efectiva agregada.
En el capitalismo socialmente reformado posterior a la II Guerra
Mundial, parte de ese estímulo procedía de una Constitución social,
políticamente blindada, que permitía y aun estimulaba la negociación colectiva
sindicatos obreros/patronal y que resultó en el crecimiento paralelo de la
productividad y de los salarios reales.
En eso anduvo la socialdemocracia
reformada en sentido pro-capitalista de posguerra. Y funcionó bien por un
tiempo: nunca el capitalismo fue tan estable como entre 1945 y 1980. Pero
colapsó en la segunda mitad de los ‘70.
La crisis del petróleo, el auge
espectacular de los movimientos populares, de los sindicatos obreros, la
radicalización de las luchas de los trabajadores (la huelga general de mayo de
1968 en Francia, el otoño caliente italiano y el “Cordobazo” de 1969 en
Argentina), del movimiento popular vecinal, del anticolonialismo, del
antiimperialismo.
La situación económica de fondo, además, se complicó y alteró
radicalmente por el hecho de que los países vencidos en la II Guerra Mundial, y
sobre los que en buena medida había pivotado la restauración de un capitalismo
reformado en la posguerra, Alemania y Japón, empezaron a convertirse en grandes
potencias exportadoras, lo que trajo consigo una reducción de las tasas de
beneficios de las empresas norteamericanas. A fines de los ‘60, muchos —también
los capitalistas— pensaban en el final del orden capitalista.
- Y entonces vino la
reacción…
Entonces, a modo de reacción, si así puede decirse, y tras distintos
tanteos, vino la innovación para mí crucial del “neoliberalismo”: desacoplar la
demanda efectiva agregada de los
salarios reales.
¿Cómo? Financiando la demanda efectiva y el consumo popular a
partir de un colosal fraude financiero piramidal –una especie de estafa como la
celebérrimamente cometida hace poco por Bernard Madoff, pero a gran escala y consentida
y aun activamente estimulada por los poderes públicos— que facilitó el crédito
barato e “irresponsable”.
O sea, financiar el consumo para que, sin aumentar
los salarios reales, los trabajadores puedan comprarse coches, casas, etc.: el
famoso “capitalismo popular”.
El truco básico del neoliberalismo, en Europa y América del Norte, fue
sustituir el incremento del salario real por el crédito barato; la inflación de
activos inmobiliarios y financieros fue el medio.
Esa política contribuyó a la
idiotización (es decir, al encapsulamiento particularista en lo propio) de la
población trabajadora, la hizo más individualista, desbarató a las
organizaciones obreras reformistas tradicionales al arrebatarles el propósito
central que es la lucha por la subida de los salarios reales.
Muchos se creyeron ricos a base de una
creación de dinero ficticio por parte de las entidades bancarias mal reguladas,
y cuando la pirámide fraudulenta se desplomó en 2008, fue la muerte del
“neoliberalismo”: lo que queda es sólo un zombi, aunque peligrosísimo. (...)
-
Usted decía también que hoy parece no haber Plan B, ¿por qué la respuesta
social no alcanza y por qué cree que las elites dominantes no saben qué hacer?
El neoliberalismo no sólo ha corrompido en sentido idiotizador la
consciencia de amplios estratos de la población trabajadora, sino también la de
los estratos socialmente dominantes.
Hubo tradicionalmente unas elites
políticas capitalistas con distancia suficiente respecto al mundo de los
negocios: verdaderos agentes fiduciarios con altura de miras y visión general.
Observe, en cambio, a las elites políticas generadas por el neoliberalismo, con
sus características puertas giratorias entre el mundo de los grandes negocios
(frecuentemente fraudulentos) y el mundo de la gran política: tipos como Felipe
González, o Aznar, o Geithner (o cualquier secretario del Tesoro estadounidense
de las últimas décadas: todos, todos, hombres de Goldman Sachs, como, en
Europa, Draghi y Trichet).
Hay algo aquí mucho peor que la corrupción en
sentido moral: la visión corrompida, son idiotas ópticos incapaces de ver más
allá de la luz glauca proyectada por la oportunidad inmediata del negocio
(fraudulento).
Para las clases dominadas, para los condenados de la Tierra,
esta crisis se desarrolla, por ahora, como una tragedia griega; pero si ves el
espectáculo ofrecido por las elites, es un esperpento valleinclanesco." (“Para
los trabajadores, esta crisis se desarrolla como una tragedia griega,
pero el espectáculo ofrecido por las elites es un esperpento
valleinclanesco.” Entrevista en Buenos Aires
Antoni Domènech, Sin Permiso, 10/02/2013)
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