"(...) Sobre todo, acierta plenamente cuando define a los humoristas como una
suerte de niños grandes, gamberros y pernipeludos que desempeñan la
indispensable función social de protegernos contra nuestros propios
ridículos: nos reímos de nosotros al reírnos con los niños o con los
humoristas, aprendemos a no tomarnos demasiado en serio a nosotros
mismos al comprender su broma como broma, mientras que sí tomamos en
serio lo que dicen los “eruditos sabios y considerados”.
Así al menos
deberían ser las cosas, aunque no estoy tan seguro de que esto ocurra
“en la mayoría de las sociedades”, que según el autor serían
inteligentes combinaciones de civismo y sentido del humor. Yo diría más
bien que las sociedades donde se intenta mantener ese equilibrio son,
por desgracia, una exigua minoría, y que incluso en ellas lo más
corriente es reírse de los sabios como si fueran niños latosos y tomarse
completamente en serio a los enfants terribles.
He aquí
algunos ejemplos, de menos a más: igual de “pueril” que cada invención
de Gila, Wolinski o Tim Burton es la prohibición de que un catedrático
universitario critique públicamente a la Asociación Nacional del Rifle,
lo que pasa es que no nos reímos de esa prohibición porque, según nos
cuenta Brooks, al tal catedrático lo despidieron de su trabajo por hacer
esa crítica en twitter, y eso no tiene ninguna gracia.
Puede suceder, sin duda, que algunas palabras y viñetas “ofendan” o
“falten al respeto” a algunas personas (sobre lo que volveremos en
seguida), pero es preciso notar que la Asociación Nacional del Rifle no
es una persona, como tampoco lo son “el islam” o “el islamismo
radical”.
Por el contrario, quienes se arrogan, sólo en nombre de sus
sentimientos de ofensa, la representación directa y personal del
“islam”, del “pueblo americano”, del “pueblo catalán” o del “pueblo
vasco” están ya, lo sepan o no, haciendo una caricatura pueril y
desvergonzada del islam, de América, de Cataluña o de Euskadi; son ellos
quienes, como niños traviesos, caricaturizan aquello en cuyo nombre
dicen hablar: ¿por qué a estos humoristas sí deberíamos tomárnoslos en
serio? ¿No será porque, como al catedrático del ejemplo de Brooks, nos
da miedo que nos despidan?
Muy en serio nos tomamos durante muchos años la caricatura que ETA
hacía de los vascos (arrogándose su representación exclusiva), no porque
la cosa no fuera de chiste, sino porque era un chiste cargado de goma 2
y 9 milímetros parabellum. Análogamente, y salvando todas las distancias, es un error pensar que son los dibujantes de Charlie Hebdo
quienes caricaturizan “ofensivamente” el islam: ellos se limitan a
retratar con total verosimilitud y realismo la caricatura que del islam
hacen los terroristas, lo que pasa es que éstos últimos no nos hacen
gracia porque llevan pistolas lanzagranadas.
La historia nos enseña que
había mucha más sátira contra el cristianismo cuando los cardenales
pretendían influir en las decisiones políticas y reinar sobre la vida
civil, y que el nivel de sarcasmo anticlerical ha descendido tanto más
allí donde más la religión se ha convertido en asunto privado.
Por eso,
el argumento de Brooks es: “Yo no soy Charlie Hebdo… pero me gustaría serlo (en lugar de soportar la hipócrita corrección política de los campus
estadounidenses o —podríamos añadir nosotros— el cinismo de quienes
llevan la pegatina sin estar a su altura)”; y por ello termina abogando
liberalmente contra toda prohibición en el ámbito del discurso público y
oponiéndose a quienes ven en ese tipo de sátiras un “exceso” de la
libertad de expresión que debería ser “limitado” o restringido. (...)" (
José Luis Pardo , El País, 14 ENE 2015)
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