"Cerillita. Algún malvado niño decidió apodar así en su Ferrol natal al pequeño Francisco Franco, un crío bajito y cabezón que sufriría en su infancia y adolescencia eso que hoy llamaríamos, tirando de anglicismo, bullyng. El futuro dictador no solo sería una víctima de la crueldad infantil, sino también del maltrato de su propio padre, un personaje complejo, traumático tanto en su presencia como en su ausencia de un hogar familiar en el que nunca estuvo cómodo.
Poco agraciado, sin demasiada simpatía ni encanto personal, y con una característica voz aflautada, Franco fue un estudiante mediocre en la Academia Militar de Toledo, y durante 40 años el segundón de una familia en la que solo había sitio para una estrella, su hermano Ramón Franco, aviador, heróe de la travesía del Plus Ultra, el hidroavión que en 1926 realizó por primera vez un vuelo entre España y Sudamérica.
“Tío de mundo, extroverdido, carismático y viva la virgen“, como le describe el historiador Fernando Hernández, Ramón Franco, también militar, se interesó por la política antes que Francisco. En 1931 se presentó a las elecciones en las filas del Partido Republicano Revolucionario en dos circunscripciones, Sevilla y Barcelona. Salió elegido en ambas, así que renunció al escaño sevillano para quedarse con el barcelonés, donde el hermano del futuro dictador se había presentado en coalición con Esquerra Republicana de Catalunya. En 1938 fallecería en un accidente de aviación tras haberse pasado al bando sublevado, a las órdenes de su hermano, que ninguneó a su viuda, Engracia.
Ramón tenía fama, reconocimiento, don de gentes, y algo que probablemente envidiaba todavía más su hermano: el cariño del padre. Y es que el patriarca Nicolás Franco es un personaje que merece mención aparte. Oficial de la Armada, alcohólico, autoritario, jugador y mujeriego, Nicolás estuvo destinado en Cuba y Filipinas, donde se le atribuye haber un bastardo, Eugenio. En 1890 contrajo matrimonio en Ferrol con Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade, una mujer que representaba el polo opuesto a él. Tuvieron cinco hijos: tres hombres y dos mujeres.
El progenitor siempre despreció a Francisco, al que llamaba despectivamente “Paquita”, llegando incluso al maltrato físico. Fue su madre María Pilar, prototipo de la mujer católica y abnegada, la que protegió a su hijo de los golpes y humillaciones de su marido, que finalmente les abandonaría por la joven maestra Agustina Aldana, probablemente madre soltera, y con la que contraería matrimonio civil. Ni siquiera tras el triunfo del bando sublevado mejoraría la opinión del padre, masón y de ideas liberales, sobre su hijo Francisco. Le despreciaría hasta el final de sus días.
Nicolás moriría en Madrid en febrero de 1942, completamente distanciado de su hijo, a cuya boda ni siquiera había querido asistir. Sin embargo, Francisco, preocupado por guardar las formas, organizaría un funeral con todos los honores, vestido de intendente general, a su odiado padre. De las exequias quedarían excluidas su hijastra y Agustina menospreciada por unos hermanos Franco que se referían a ella como “el ama de llaves”.
Avergonzado de estos orígenes familiares, Franco escribió al término de la Guerra Civil una novela, “Raza”, que firmó con el pseudónimo de Jaime de Andrade, y en la que inventaba al padre que habría querido tener, Pedro Churruca, un patriota y héroe de guerra descendiente del legendario marino Cosme Churruca. En “Raza”, adaptada al cine en 1942, con supervisión del propio dictador, el padre es un hombre bondadoso, amante de su mujer y sus hijos, y que fallece combatiendo por España en la Guerra de Cuba. Franco también se venga de su hermano Ramón a través de un personaje, Pedro, que es un republicano corrupto y avaro. En cambio para sí mismo se reserva como alter ego a José, el héroe de la película, interpretado nada más y nada menos que por Alfredo Mayo, el gran galán del cine español de la época. Fernando Hernández, autor del libro “Francofacts. Desmontando los bulos sobre el franquismo” define la película como “una sesión de psicoterapia filmada que permite al dictador recomponer todos los pedazos rotos de su biografía”.
“El comandantín”
Tampoco la familia de su mujer, Carmen, contribuyó a fortalecer su autoestima. Los novios se conocieron cuando Franco llegó a Oviedo/Uviéu para reprimir la huelga general de agosto de 1917 y comenzó a frecuentar los ambientes burgueses de la capital asturiana. Casarse con una chica de buena familia, tal y como señala Fernando Hernández, “representaba subir un escalón más para la clase media aspiracional de provincias de la que venía Franco”. En la familia de la novia las cosas se veían sin embargo de manera diferente, y eso a pesar de que el joven militar comenzaría por fin a despuntar con su marcha al Marruecos español, una zona en conflicto, con alta mortalidad y rápidos ascensos por la vía de “que pase el siguiente”.
En el clasista entorno social en el que se movían los Polo Martínez-Valdés, el joven militar de voz aflautada y porte menudo era “El Comandantín”. Un apodo que, detrás de su aparente inocencia, encerraba toda la condescendencia de una élite que lo toleraba sin terminar de tomarlo en serio.
Venciendo todas las resistencias, la boda finalmente llegaría en octubre de 1923, y sería todo un acontecimiento social, con asistencia de la alta sociedad asturiana, e incluso el padrinazgo de Alfonso XIII, representado por el gobernador civil.
A pesar de todo este boato, aquel menosprecio social de los viejos burgueses por el advenedizo militar alimentó el afán del Comandantín por revestirse de grandeza, por erigir un aparato simbólico que lo elevara por encima de quienes, en privado, lo miraban por encima del hombro. Autoproclamado Generalísimo y Caudillo de España por la Gracia de Dios, tras la guerra, como apunta Hernández, Franco trataría de formar su propia dinastía. Una dinastía con dos palacios, el de El Pardo en Madrid, y el Pazo de Meirás en Galicia, antigua propiedad de la escritora Emilia Pardo Bazán. Una mansión “regalada” por los caciques locales al Caudillo, y que permite a Franco regresar a su tierra por todo lo alto, con ropajes aristocráticos.
La fallida dinastía Franco-Borbón
En 1926 el matrimonio tendría su única hija Carmen Franco y Polo, Nenuca. Casada con Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, la hija del dictador sería a su vez la madre de Carmen Martínez-Bordiú, que en 1972 contraía matrimonio con Alfonso de Borbón y Dampierre. Se cumplía así uno de los sueños del abuelo: emparentar a los Franco con los Borbones. El dictador nombraría a la joven pareja duques de Cádiz, con tratamiento de Alteza Real y Excelentísima Señora, casi rivalizando con el príncipe Juan Carlos y su esposa Doña Sofía. La operación Franco-Borbón sin embargo fracasaría por el factor humano. El matrimonio se rompería tras la muerte del dictador, y en una insólita decisión, que sería todo un escándalo social, la Nietísima cedería la custodia de sus hijos a su ex marido para emprender una nueva vida en París junto al anticuario francés Jean-Marie Rossi.
A esta biografía íntima se suma un último agravio: el rechazo que el dictador sufrió cuando intentó ingresar en la masonería, sociedad a la que pertenecían su padre y su hermano Ramón. Años después, ya instalado en la cima del poder, Franco convirtió a la masonería en una obsesión paranoica. No fue solo una cuestión ideológica: fue personal. Aquella negativa, interpretada por él como una afrenta y una humillación, se convirtió en el origen de una cruzada delirante que supuso la práctica erradicación de la masonería durante décadas.
Para Fernando Hernández el franquismo fue “el reino de la mediocridad”: “es difícil encontrar una clase política tan mediocre como la franquista, empezando por su máximo dirigente”. ¿Cómo un personaje así pudo tener tanto éxito como gobernante? En opinión del historiador, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, la crueldad jugó un papel clave en el sostenimiento del régimen: “El franquismo fue básicamente mediocridad más crueldad multiplicado por corrupción”."
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