"(...) Los crímenes de pareja forman parte de una obstinada violencia privada
cuyas raíces son casi insondables. Como en todas las formas de
violencia, el sexo masculino destaca en su papel de agresor, y como en
todas las formas de violencia, la civilización va introduciendo lentas
pero sustanciales rebajas.
España es un país azotado por esa forma de
crimen a niveles de tipo medio, lejanos de las altas cifras que
alcanzan, por ejemplo, la mayoría de las sociedades nórdicas,
caracterizadas desde hace tiempo por niveles mucho mayores de igualdad
sexual.
Las manifestantes de Madrid pretenden hacer de esa violencia una causa
política. Para que su objetivo tuviera algún sentido deberían demostrar,
sin embargo, que esos crímenes son desatendidos por la instituciones.
Por la política, por las leyes, por los jueces, por la policía e incluso
por los medios. No parece que, salvo errores aislados, sea el caso de
España. Y si no tuviera un lado repugnante, me gustaría comparar la
atención institucional y social que reciben los crímenes de pareja
respecto de los accidentes laborales o el suicidio.
La ausencia de una desatención institucional obliga a las manifestantes a
elevar la abstracción de su protesta. Es lo que insinuó (...) la alcaldesa Colau en la propia
manifestación: "Si esto le pasara a los hombres...".
Si esto le pasara a
los hombres (que por cierto: les pasa, aunque sea en un grado menor)
sucedería exactamente lo mismo. O quizá sucedería algo aún peor. Lo que
sucede, por ejemplo, con el suicidio: donde los hombres mueren mucho más
que las mujeres sin que hasta ahora consten, al menos en España,
programas de atención sexualmente específica. (...)
El crimen de pareja no es un crimen político que implique organizaciones
y colectivos, ni es un crimen de sexos. Es un crimen de individuos,
cuyo tratamiento y persecución ha de corresponder a sus características. (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 12/11/15)
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