17/11/15

Todos quisiéramos ser felices, pero una gran parte del mundo está hoy preocupada porque los programas de austeridad que muchos países padecen nos harán infelices

"(...) No solo la economía, también la psicología y la filosofía dedican cada vez más atención a este campo de investigación, conocido como "ciencia de la felicidad". Incluso los institutos de estadística nacionales e internacionales vienen demostrando su interés por medir el nivel de bienestar dentro de su habitual seguimiento de la vida de los países.

 Todos quisiéramos ser felices, pero una gran parte del mundo está hoy preocupada porque los programas de austeridad que muchos países padecen nos harán infelices, quizá durante bastantes años. (...)

La investigación sobre el bienestar pregunta acerca de las vidas de las personas. Los investigadores inquieren sobre ingresos, sobre empleos y sobre lo que la gente hace. Además, las encuestas preguntan a la gente sobre cómo piensa que le van las cosas -lo que sirve para valorar la satisfacción vital- y también sobre su vida emocional.

 Hay diversos modos de preguntar por las emociones, pero una de ellas -la que utiliza Gallup en sus encuestas- consiste en preguntar a una persona sobre sus experiencias del día anterior: si sintió mucha felicidad, o tristeza, o preocupación, o estrés, o cólera. Resulta que todas estas dimensiones de nuestra vida son distintas. Alguien puede decir que su vida va muy bien, pero que ayer estaba triste: tal vez ha conseguido un ascenso, pero está llorando la pérdida de un ser querido. 

Otro puede estar en paro, tener malas perspectivas laborales, y decir que su vida va fatal, pero informar de que ayer se lo pasó genial con sus amigos. Las vidas emocionales son complejas, y la nueva investigación intenta tener en cuenta todas estas dimensiones. Es algo muy útil cuando pensamos en los efectos que la austeridad tiene en la vida de las personas. (...)

cuando la gente pierde su trabajo no solo pierde dinero, sino otra dimensión de su vida que es valiosa. Esto no significa que el dinero no tenga importancia por sí mismo. La gente de los países más pobres suele estar menos satisfecha con su vida, y no hay un solo país donde la gente con más ingresos no tenga en más alta estima su vida que la gente que gana menos. Son estas medidas para valorar la vida las que revelan el dolor que provoca la austeridad. (...)

Como nos dicen los poetas y los filósofos, el dinero no lo es todo, y puede que ni siquiera sea lo más importante. Nuestros estudios han demostrado que las vidas emocionales son más resistentes a las circunstancias económicas que nuestra percepción de cómo nos va la vida. El sentimiento de felicidad, alegría, preocupación, tristeza, enfado, dolor o placer que forman el tapiz de nuestra experiencia día a día guarda mucha menos relación con nuestras circunstancias económicas. 

Aquello que nos produce alegría -nuestros amigos, la familia, los niños, o en mi caso, mis nietos- no depende tanto del dinero. Los datos de la Encuesta Mundial Gallup demuestran que en los países más pobres del mundo la gente experimenta felicidad con tanta frecuencia como en los países más ricos, y también que algunos de los países del mundo con mayor nivel de satisfacción vital -Dinamarca sería un ejemplo- van bastante peor en el asunto de la felicidad. Este no es el caso de España, que hoy por hoy ocupa el puesto 25 (de 158) en satisfacción vital y el 26 en felicidad.

Las vidas emocionales no son completamente ajenas al dinero. Si yo fuera tan pobre que no pudiera visitar a mis nietos, sería muy infeliz. En general, la falta de dinero -la pobreza- puede interferir gravemente en nuestras vidas emocionales, seguramente porque no tengamos suficiente ni siquiera para hacer vida social, comer con los amigos o practicar deporte con ellos. Pero más allá de eso, el dinero no importa tanto.

Son buenas noticias, y supone también una advertencia. La advertencia de que los programas de austeridad deben diseñarse para proteger a los más desfavorecidos, porque la pobreza puede arruinar gran parte de lo que importa a la gente. Pero si eso se logra, por más que la gente percibe la austeridad con enorme fastidio, hay muchas menos razones para preocuparse por la felicidad. 

La gente seguirá siendo igual de feliz (o infeliz) que antes, se preocupará quizá un poco más, pero no por ello estará más triste, o más enfadada, y disfrutará igual de sus vidas. La austeridad es mala -ya lo creo que lo es-, pero no tiene por qué destruir nuestros placeres diarios."                   ( (Premio Nóbel), El País 11 MAR 2012)

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