"(...) No solo la economía, también la psicología y la filosofía dedican
cada vez más atención a este campo de investigación, conocido como
"ciencia de la felicidad". Incluso los institutos de estadística
nacionales e internacionales vienen demostrando su interés por medir el
nivel de bienestar dentro de su habitual seguimiento de la vida de los
países.
Todos quisiéramos ser felices, pero una gran parte del mundo está hoy
preocupada porque los programas de austeridad que muchos países padecen
nos harán infelices, quizá durante bastantes años. (...)
La investigación sobre el bienestar pregunta acerca de las vidas de las
personas. Los investigadores inquieren sobre ingresos, sobre empleos y
sobre lo que la gente hace. Además, las encuestas preguntan a la gente
sobre cómo piensa que le van las cosas -lo que sirve para valorar la
satisfacción vital- y también sobre su vida emocional.
Hay diversos
modos de preguntar por las emociones, pero una de ellas -la que utiliza
Gallup en sus encuestas- consiste en preguntar a una persona sobre sus
experiencias del día anterior: si sintió mucha felicidad, o tristeza, o
preocupación, o estrés, o cólera. Resulta que todas estas dimensiones de
nuestra vida son distintas. Alguien puede decir que su vida va muy
bien, pero que ayer estaba triste: tal vez ha conseguido un ascenso,
pero está llorando la pérdida de un ser querido.
Otro puede estar en
paro, tener malas perspectivas laborales, y decir que su vida va fatal,
pero informar de que ayer se lo pasó genial con sus amigos. Las vidas
emocionales son complejas, y la nueva investigación intenta tener en
cuenta todas estas dimensiones. Es algo muy útil cuando pensamos en los
efectos que la austeridad tiene en la vida de las personas. (...)
cuando la gente pierde su trabajo no solo pierde dinero, sino otra
dimensión de su vida que es valiosa. Esto no significa que el dinero no
tenga importancia por sí mismo. La gente de los países más pobres suele
estar menos satisfecha con su vida, y no hay un solo país donde la gente
con más ingresos no tenga en más alta estima su vida que la gente que
gana menos. Son estas medidas para valorar la vida las que revelan el
dolor que provoca la austeridad. (...)
Como nos dicen los poetas y los filósofos, el dinero no lo es todo, y
puede que ni siquiera sea lo más importante. Nuestros estudios han
demostrado que las vidas emocionales son más resistentes a las
circunstancias económicas que nuestra percepción de cómo nos va la vida.
El sentimiento de felicidad, alegría, preocupación, tristeza, enfado,
dolor o placer que forman el tapiz de nuestra experiencia día a día
guarda mucha menos relación con nuestras circunstancias económicas.
Aquello que nos produce alegría -nuestros amigos, la familia, los niños,
o en mi caso, mis nietos- no depende tanto del dinero. Los datos de la
Encuesta Mundial Gallup demuestran que en los países más pobres del
mundo la gente experimenta felicidad con tanta frecuencia como en los
países más ricos, y también que algunos de los países del mundo con
mayor nivel de satisfacción vital -Dinamarca sería un ejemplo- van
bastante peor en el asunto de la felicidad. Este no es el caso de
España, que hoy por hoy ocupa el puesto 25 (de 158) en satisfacción
vital y el 26 en felicidad.
Las vidas emocionales no son completamente ajenas al dinero. Si yo
fuera tan pobre que no pudiera visitar a mis nietos, sería muy infeliz.
En general, la falta de dinero -la pobreza- puede interferir gravemente
en nuestras vidas emocionales, seguramente porque no tengamos suficiente
ni siquiera para hacer vida social, comer con los amigos o practicar
deporte con ellos. Pero más allá de eso, el dinero no importa tanto.
Son buenas noticias, y supone también una advertencia. La advertencia
de que los programas de austeridad deben diseñarse para proteger a los
más desfavorecidos, porque la pobreza puede arruinar gran parte de lo
que importa a la gente. Pero si eso se logra, por más que la gente
percibe la austeridad con enorme fastidio, hay muchas menos razones para
preocuparse por la felicidad.
La gente seguirá siendo igual de feliz (o
infeliz) que antes, se preocupará quizá un poco más, pero no por ello
estará más triste, o más enfadada, y disfrutará igual de sus vidas. La
austeridad es mala -ya lo creo que lo es-, pero no tiene por qué
destruir nuestros placeres diarios." (
Angus Deaton (Premio Nóbel), El País,
11 MAR 2012)
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