"Una de las percepciones más extendidas que existen sobre las causas del
desempleo en España es la que asume que la introducción de nuevas
tecnologías, como robots, está destruyendo un gran número de puestos de
trabajo, pues lo que antes hacían seres humanos ahora lo hacen máquinas.
De esta percepción se llega a concluir que en el futuro apenas habrá
trabajo, pues los trabajadores serán sustituidos por robots.
(...) los vaivenes en el tamaño de la
población activa (es decir, personas que están en el mercado laboral)
dependen muy poco de la introducción de nuevas tecnologías.
Estoy
hablando de toda la población ocupada o que busca trabajo y no de
sectores específicos en los que el tamaño de la población activa sí que
puede variar según la densidad tecnológica del sector. Pero las
variables más importantes para determinar el tamaño de la población
activa son variables políticas, no variables tecnológicas.
La evidencia
científica acumulada a lo largo del siglo XX muestra claramente que el
porcentaje de la población que trabaja en un país depende en gran manera
del contexto político que configura las relaciones laborales en dicho
país.
En general, en Europa, a mayor la fuerza de mundo del trabajo,
mayor es el porcentaje de la población que trabaja, mayores son los
salarios, mejores son las condiciones de trabajo y menores son las
desigualdades de renta en un país.
La importancia del contexto político
No es, pues, la tecnología en sí, sino
cómo se utiliza y para qué objetivos, lo que afecta al proceso del
trabajo. Los robots, por ejemplo, pueden sustituir personas en trabajos
altamente repetitivos, pero necesitarán siempre gestión y dirección
humana, lo cual quiere decir que destruirán puestos de trabajo, en
general de poca cualificación, requiriendo, sin embargo, otros de
elevada cualificación, que generarán mejores salarios, que quiere decir
mayor demanda doméstica, produciendo mayor actividad económica y mayor
número de puestos de trabajo.
Por otra parte, el aumento de la
productividad puede generar mayor rentabilidad en la inversión
productiva, con un aumento de beneficios que, en lugar de destinarse a
enriquecer a unos pocos, se puedan dedicar a inversión de nuevo para
crear empleo. Que se cree empleo o no depende primordialmente de quién
controla el uso de los beneficios, es decir, de quién es el que controla
el capital.
No es, pues, la tecnología –los robots-, sino quién los
posee, es decir, quiénes son sus propietarios, lo que determinan a qué
usos se asigna el capital producido. En realidad, el enorme incremento
de la productividad que ha habido en los últimos cien años no ha
producido un descenso del número de trabajadores, ni siquiera un
descenso de las horas trabajadas.
John Maynard Keynes, por cierto, creía
que a principios del siglo XXI, es decir, ahora, la gente trabajaría
solo dos días a la semana. El potencial –es decir, la riqueza creada-
para que ello ocurriera está ahí, pero no se está utilizando para este
fin.
Hay que insistir en que el tiempo de
trabajo (así como las condiciones del trabajo) no dependen de la
productividad, ni de la tecnología, sino de la fuerza política que tenga
el mundo del trabajo, tanto en las instituciones políticas como en las
financieras, económicas, sociales y culturales de un país.
La historia
del siglo XX muestra que cada reducción del tiempo de trabajo ha sido
consecuencia primordialmente de decisiones políticas, derivadas de la
presión del mundo del trabajo.
Las necesidades humanas desatendidas
Depende también de decisiones políticas
la configuración no solo del número sino también del tipo de trabajo que
se cree. Por ejemplo, España tiene solo un adulto de cada diez que
trabaja en los servicios públicos del Estado del Bienestar (sanidad,
educación, servicios sociales, escuelas de infancia y servicios
domiciliarios, entre otros).
Si tuviera alrededor de una de cada cuatro,
como en Suecia, España tendría unos tres millones y medio más de
puestos de trabajo, eliminando una parte muy importante del desempleo.
El hecho de que España tenga tan poca gente en los servicios del Estado
del Bienestar se debe precisamente a la enorme debilidad del mundo del
trabajo.
El mayor desarrollo del Estado del Bienestar en los países
escandinavos se debe primordialmente a la mayor fuerza del movimiento
obrero en aquellos países que no en el sur de Europa, donde
históricamente el movimiento obrero ha sido débil y ha estado dividido.
En realidad, las necesidades humanas desatendidas en los países del sur
de Europa son enormes, siendo los servicios del Estado del Bienestar una
de las canteras más importantes de puestos de trabajo. El hecho de que
exista un desempleo tan alto en estos países del sur de Europa –como en
Grecia y en España- no tiene nada que ver (repito, nada que ver) con la
introducción de la tecnología, sino única y exclusivamente con el enorme
domino que las fuerzas conservadores y liberales han tenido sobre los
aparatos del Estado, responsables de unas políticas tributarias y
fiscales enormemente regresivas, y de un escaso gasto público social.
España tiene la riqueza para desarrollar un buen Estado del Bienestar.
Si su Estado no la tiene (y la evidencia de que no la tiene es
abrumadora), se debe a que el Estado (a nivel central, autonómico y
local) no la recoge. Los ingresos al Estado están entre los más bajos de
la Unión Europea. (...)"
(Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 5 de noviembre de 2015, en www.vnavarro.org, 05/11/15)
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