12/11/15

La conclusión de que en el futuro apenas habrá trabajo, pues los trabajadores serán sustituidos por robots, es falsa

"Una de las percepciones más extendidas que existen sobre las causas del desempleo en España es la que asume que la introducción de nuevas tecnologías, como robots, está destruyendo un gran número de puestos de trabajo, pues lo que antes hacían seres humanos ahora lo hacen máquinas. 

 De esta percepción se llega a concluir que en el futuro apenas habrá trabajo, pues los trabajadores serán sustituidos por robots. 

(...) los vaivenes en el tamaño de la población activa (es decir, personas que están en el mercado laboral) dependen muy poco de la introducción de nuevas tecnologías. 

Estoy hablando de toda la población ocupada o que busca trabajo y no de sectores específicos en los que el tamaño de la población activa sí que puede variar según la densidad tecnológica del sector. Pero las variables más importantes para determinar el tamaño de la población activa son variables políticas, no variables tecnológicas.

 La evidencia científica acumulada a lo largo del siglo XX muestra claramente que el porcentaje de la población que trabaja en un país depende en gran manera del contexto político que configura las relaciones laborales en dicho país. 

En general, en Europa, a mayor la fuerza de mundo del trabajo, mayor es el porcentaje de la población que trabaja, mayores son los salarios, mejores son las condiciones de trabajo y menores son las desigualdades de renta en un país. 

La importancia del contexto político

No es, pues, la tecnología en sí, sino cómo se utiliza y para qué objetivos, lo que afecta al proceso del trabajo. Los robots, por ejemplo, pueden sustituir personas en trabajos altamente repetitivos, pero necesitarán siempre gestión y dirección humana, lo cual quiere decir que destruirán puestos de trabajo, en general de poca cualificación, requiriendo, sin embargo, otros de elevada cualificación, que generarán mejores salarios, que quiere decir mayor demanda doméstica, produciendo mayor actividad económica y mayor número de puestos de trabajo.

Por otra parte, el aumento de la productividad puede generar mayor rentabilidad en la inversión productiva, con un aumento de beneficios que, en lugar de destinarse a enriquecer a unos pocos, se puedan dedicar a inversión de nuevo para crear empleo. Que se cree empleo o no depende primordialmente de quién controla el uso de los beneficios, es decir, de quién es el que controla el capital.

 No es, pues, la tecnología –los robots-, sino quién los posee, es decir, quiénes son sus propietarios, lo que determinan a qué usos se asigna el capital producido. En realidad, el enorme incremento de la productividad que ha habido en los últimos cien años no ha producido un descenso del número de trabajadores, ni siquiera un descenso de las horas trabajadas. 

John Maynard Keynes, por cierto, creía que a principios del siglo XXI, es decir, ahora, la gente trabajaría solo dos días a la semana. El potencial –es decir, la riqueza creada- para que ello ocurriera está ahí, pero no se está utilizando para este fin.

Hay que insistir en que el tiempo de trabajo (así como las condiciones del trabajo) no dependen de la productividad, ni de la tecnología, sino de la fuerza política que tenga el mundo del trabajo, tanto en las instituciones políticas como en las financieras, económicas, sociales y culturales de un país. 

La historia del siglo XX muestra que cada reducción del tiempo de trabajo ha sido consecuencia primordialmente de decisiones políticas, derivadas de la presión del mundo del trabajo.

Las necesidades humanas desatendidas

Depende también de decisiones políticas la configuración no solo del número sino también del tipo de trabajo que se cree. Por ejemplo, España tiene solo un adulto de cada diez que trabaja en los servicios públicos del Estado del Bienestar (sanidad, educación, servicios sociales, escuelas de infancia y servicios domiciliarios, entre otros). 

Si tuviera alrededor de una de cada cuatro, como en Suecia, España tendría unos tres millones y medio más de puestos de trabajo, eliminando una parte muy importante del desempleo. El hecho de que España tenga tan poca gente en los servicios del Estado del Bienestar se debe precisamente a la enorme debilidad del mundo del trabajo. 

El mayor desarrollo del Estado del Bienestar en los países escandinavos se debe primordialmente a la mayor fuerza del movimiento obrero en aquellos países que no en el sur de Europa, donde históricamente el movimiento obrero ha sido débil y ha estado dividido.

 En realidad, las necesidades humanas desatendidas en los países del sur de Europa son enormes, siendo los servicios del Estado del Bienestar una de las canteras más importantes de puestos de trabajo. El hecho de que exista un desempleo tan alto en estos países del sur de Europa –como en Grecia y en España- no tiene nada que ver (repito, nada que ver) con la introducción de la tecnología, sino única y exclusivamente con el enorme domino que las fuerzas conservadores y liberales han tenido sobre los aparatos del Estado, responsables de unas políticas tributarias y fiscales enormemente regresivas, y de un escaso gasto público social. España tiene la riqueza para desarrollar un buen Estado del Bienestar.

 Si su Estado no la tiene (y la evidencia de que no la tiene es abrumadora), se debe a que el Estado (a nivel central, autonómico y local) no la recoge. Los ingresos al Estado están entre los más bajos de la Unión Europea.  (...)"            

 (Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 5 de noviembre de 2015, en www.vnavarro.org, 05/11/15)

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