"El siglo XXI ha traído el desconcierto, la incertidumbre, la
falta de confianza en el progreso colectivo y en la democracia. ¿Cómo
hemos llegado hasta aquí? Josep Fontana reconstruyó en el 2011 el camino recorrido en un libro de 1.200 páginas, Por el imperio, que llegaba hasta la primavera árabe y el movimiento de los indignados.
En El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914 añade
y revisa su copiosa documentación, actualizada hasta hoy mismo. Los
datos que proporciona en el capítulo “La era de la desigualdad” son
escalofriantes y, si la tendencia no se corrige, muchos de los lectores
de hoy serán los futuros pobres. (...)
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Por muchos factores. Uno
de ellos es el miedo. El miedo es determinante en las actitudes
políticas. El miedo exagerado a la revolución rusa fue determinante en
el fracaso de la II República española o del reformismo de la República
de Weimar. Por otra parte este mismo miedo y la fuerza de los sindicatos
favorecieron la negociación y las políticas reformistas para contentar a
la población.
¿No sucede ahora que hemos olvidado el estupor
ante la barbarie de las dos guerras mundiales, cuando se optó por un
juego de alternancias, un partido de derechas creador de riqueza y una
socialdemócrata para repartirla?
La socialdemocracia tuvo un
papel muy importante en la consecución de beneficios como los del estado
de bienestar, que se concedían como antídotos a la revolución. En 1968
se pudo ver que la amenaza de nuevos movimientos revolucionarios había
pasado, cuando el partido comunista francés se negó a apoyar las
protestas estudiantiles, mientras en Praga se frustraban las opciones de
un socialismo de rostro humano.
Perdido el miedo a la URSS y a la
amenaza de la revolución, la minoría del 1 por 1.000 de los más ricos
pudo dormir tranquila. ¿Para qué hacer concesiones innecesarias?
¿Qué fecha pone?
El
progreso social, entendido como la suma de una distribución más
equitativa de los beneficios del crecimiento económico y de una mejora
de las condiciones de vida, terminó hacia 1975.
¿Qué sucedió?
Tomando
como excusa la crisis de petróleo se emprendió la lucha contra los
sindicatos y se favoreció la deslocalización de empresas, lo que
debilitó la capacidad de los obreros para mejorar sus condiciones de
trabajo y sus salarios. Todo ello contribuyó a una reestructuración
económica mundial como base de un nuevo orden corporativo global, sin
los obstáculos que oponía el estado-nación.
¿Y ahora?
La
crisis que empezó en el 2007 y 2008 empeoró la situación. Lo más grave
es que, superada la crisis, la desigualdad se ha desbocado y sigue
creciendo día a día. Las consecuencias pueden ser muy serias. (...)" (Entrevista a Josep Fontana, La Vanguardia, 13/02/17)
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