"La noche de este domingo, el programa 'Salvados' de Jordi Évole
ha escogido un asunto tan desconocido como necesario. Nos referimos a
la España rural, esa amplia zona geográfica a la que generalmente se
mira con una mezcla de pena y desprecio desde los años ochenta, cuando
se impusieron las ansias (un poco paletas) de integrarse a toda mecha en el sueño europeo y copiar en todo lo posible a ingleses, franceses y alemanes. (...)
Pedimos a Del Molino su opinión sobre la visión hegemónica, que presenta
al campo español como patriarcal, derechista y atrasado. “El campo
español -suponiendo que exista, yo lo dudo y casi lo doy por extinguido-
es menos plural y diverso que las ciudades, pero hace tiempo que dejó
de ser un territorio inculto, machista o reaccionario.
En el plano
político, las elecciones demuestran que la proporción de votos en las
provincias rurales es muy similar a la de las grandes ciudades. Si da la
impresión de que tienden a ser más conservadoras es por el reparto de escaños en la ley electoral,
que hace que el sistema se comporte como mayoritario en las
circunscripciones menos pobladas, haciendo inútiles los votos que no
vayan a la lista que obtiene el primer puesto”. (...)
¿Cuáles son esas resistencias? Nos lo explica Paco Cerdá, autor del aclamado 'Los últimos. Voces de la Laponia española' (2017,
Pepitas de Calabaza), publicado recientemente, pero que va ya por la
tercera edición.
“Para escribir mi libro, conocí la vida de los últimos
resistentes de ese territorio tan deshabitado, que abarca al 13% del
país y donde solo vive el 1% de la población española. También conocí muchas otras formas de vida, desmarcadas del capitalismo salvaje.
Y comprobé que no hay bandera ni pancarta de amor a una tierra que
iguale la dignidad y la defensa de un territorio que mantienen estos
últimos habitantes, condensada en una frase que me dijo Antonio en
Bubierca (Zaragoza, 25 habitantes): ‘Mientras estemos, aquí estaremos’.
Aprendí que la despoblación extrema que afecta al interior de España
está mermando la vida de estos resistentes”. (...)
Cerdá explica con precisión la pinza de falsos mitos que atenaza la imagen del campo español. “El medio rural ha sido víctima de una campaña persistente de demonización,
por un lado, y de falso espejismo bucólico, por el otro.
En ‘Los
últimos’ hay una voz que aparece para subrayar que las zonas gravemente
despobladas tienen una parte de Belfast, en el sentido de que hay un
conflicto político invisibilizado que genera desigualdades a sus
víctimas, pero también de Toscana: tierra sin contaminación y reserva
espiritual de valores en peligro de extinción a escala urbana como lo
son el silencio, la ausencia de consumismo compulsivo, la
'tecnoadicción' o un ritmo de vida más humano”, explica. (...)
Además, ofrece datos capaces de hacernos abrir los ojos. “No es
conocido que casi 5.000 pueblos tienen menos de 1.000 habitantes en este
país y todos juntos apenas suman el 3% de la población estatal.
O que en estas diez provincias que conforman la llamada Laponia
española hay una densidad de 7,3 habitantes por kilómetro cuadrado, la
única zona de Europa junto a la Laponia escandinava con semejante nivel
de desertificación humana (Barcelona supera los 15.000 habitantes por
kilómetro cuadrado). O que en ese territorio, que dobla en tamaño a
Bélgica y tiene 1.355 municipios, vive menos gente que en los distritos
madrileños de La Latina y Carabanchel juntos”, señala. (...)
Del Molino recuerda la inmensa obra de Miguel Delibes.
De ella podríamos subrayar ‘El disputado voto del señor Cayo’ (1978), un
clásico que contiene pasajes memorables, donde un político de la
capital, candidato a las primeras elecciones democráticas, acaba rendido
a la sabiduría del anciano protagonista, que sobrevive en un pueblo de
solo tres habitantes.
“Ese tío sabe darse de comer, es su amo, no hay
dependencia, ¿comprendes? Esa es la vida, Dani, la vida de verdad y no
la nuestra (...) Tú estás sofisticado, yo estoy sofisticado, este está
sofisticado, todos estamos sofisticados. No hemos sabido entenderlos a
tiempo y ahora ya no es posible.
Hablamos lenguajes distintos”, lamenta
el personaje. Poco después, se extiende con lucidez en plena borrachera.
“Imagina, por un momento, que un día los dichosos americanos aciertan
con una bomba como esa de neutrones que mata pero no destruye, ¿no?
Bueno, es una hipótesis, una bomba que matara a todo dios menos al señor Cayo y a mí,
¿te das cuenta? Es una hipótesis absurda, ya lo sé, pero funciona.
Pues
bien, si eso ocurriera, yo tendría que ir corriendo a Curueña,
arrodillarme ante el señor Cayo y suplicarle que me diera de comer,
¿comprendes? –casi sollozaba–: el señor Cayo podría vivir sin Víctor,
pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo. Entonces, ¿en virtud de
qué razones le pido yo el voto a un tipo así, Dani, ¿me lo quieres
decir?”. (...)" (Victor Lenore, El Confidencial, 12/03/17)
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