19/3/18

El experimento finlandés de la renta básica de ciudadanía

"(...) Tomemos el caso más conocido: el experimento finlandés. El tratamiento aquí se aplica a una muestra de 2.000 parados que cobran la prestación asistencial por desempleo, y consiste en alterar dos rasgos en el diseño de dichas prestaciones: suprimir cualquier requisito de activación (incluido el de aceptar ofertas de empleo) y mantener la prestación íntegramente si se obtiene cualquier tipo de empleo (ahora sólo se compatibiliza el 50% en caso de empleo temporal o a tiempo parcial).

 ¿Tiene mucho sentido, aparte de un cierto marketing político, decir que Finlandia está experimentando con una RB?

El ejemplo finlandés también ilustra otro de los motivos que mueven al escepticismo: los condicionantes políticos de todo tipo que envuelven estas experiencias, sobre un tema muy sensible y políticamente cargado. Considérense algunos de ellos. 

Primero, el Gobierno de Finlandia, fruto de un acuerdo entre un partido de centro-derecha y dos más de derecha dura, mantuvo desde el principio cierta división interna sobre la conveniencia de la prueba piloto. La oposición de izquierdas se opone: los socialdemócratas, porque siempre han sido contrarios a la RB; pero también los verdes y la izquierda, que siempre han sido favorables, ven el programa como insuficiente y/o mal diseñado.

 De hecho, las motivaciones del Partido del Centro, que es el valedor de esta prueba en el Gobierno finlandés, tienen en realidad poco que ver con las habitualmente esgrimidas por los defensores de una RB. Su principal interés es comprobar si esas dos reformas en el diseño de las prestaciones pueden ahorrar costes administrativos en los servicios de empleo y sociales, así como incrementar la inserción laboral produciendo también un ahorro en prestaciones. 

Se habla, asimismo, de simplificar el mapa de prestaciones e ir a un Estado del bienestar más pequeño y barato, en la línea del Universal Credit aprobado por los conservadores británicos (con nefastas consecuencias para la población más débil).

Segundo: en un completo y riguroso informe, las principales recomendaciones de una competente comisión de expertos fueron en su mayor parte desestimadas por el Gobierno, que impuso finalmente un diseño muy simple y metodológicamente débil: con sólo un grupo de tratamiento, pero dos variables fundamentales afectadas, será imposible determinar si cualquier diferencia significativa se debe a uno u otro de los dos rasgos alterados, o a ambos en combinación.

Tercero: la administración fiscal se ha negado a participar en el programa, escudándose en la imposibilidad constitucional de tratar de forma desigual a los contribuyentes. Ello impide cualquier inclusión del coste fiscal y, por ende, la extensión de la muestra entre otros colectivos que no fuesen beneficiarios netos de una RB, algo crucial para la propuesta, pues las encuestas disponibles muestran que la mayoría favorable a una RB en Finlandia (pero también en otros países) cambia abruptamente a una mayoría contraria cuando se mencionan los tipos fiscales necesarios para sufragarla.

¿Reforzará políticamente el experimento las posiciones de los defensores de una RB? En mi opinión, sólo lograrían ese efecto unos improbables resultados que mostraran niveles de inserción laboral significativamente mucho más altos en la muestra que en el resto de la población desempleada. 

Cualquier otro resultado (incluso un nivel de inserción similar, que mostraría que una mayor incondicionalidad no supone un desincentivo laboral) quedaría sujeto a la discusión y la interpretación política, y sería poco concluyente.

 El programa finaliza en diciembre de 2018, y sólo cuatro meses después hay elecciones generales en Finlandia. Ante resultados no terminantes y poco espectaculares, el Gobierno probablemente decidiría congelar el tema en su agenda, lo que, seguramente, paralizaría durante años cualquier avance en la dirección de una RB.

Quizá hubiese sido más audaz, y también mucho más útil para la población más desfavorecida, haber empezado a implementar algunas de esas reformas de diseño en el sistema de prestaciones mínimas sin necesidad de hacer un experimento piloto, de esperar dos años a su finalización, y de condicionar la adopción de reformas al resultado de la siempre incierta, y políticamente interesada, valoración de unos efectos siempre interpretables. 

De hecho, muchas reformas de las políticas sociales y los estados de bienestar se han llevado a cabo sin experimento alguno, y nunca han sido adecuadamente evaluadas. No parecería tan atrevido desoír un poco más a Eugeni D’Ors y atreverse a dar pasos de política real; eso sí, evaluando su impacto con rigor.

Ésa es, por ejemplo, la vía que algunos programas de rentas mínimas de algunas comunidades autónomas en España (como Valencia, Baleares, Navarra, Aragón o Cataluña) están explorando o llevan ya años aplicando con interesantes resultados (caso del País Vasco).

 Existe un amplio margen para medidas viables que mejoren la eficiencia y la utilidad social de estas medidas: compatibilizando prestaciones con salarios para evitar la trampa de la pobreza y combatir la laboral; eliminando condiciones de activación punitivas y neopuritanas de dudosa eficacia insertadora; estableciendo tramos de prestación independientes de planes de inserción junto con otros, complementarios, condicionados a su firma; erradicando controles invasivos o humillantes a la hora de acceder a la prestación o de mantenerla; o introduciendo innovadoras estrategias conductuales para reducir el estigma y el non take-up (esto es, cuando los beneficiarios potenciales no solicitan la prestación). 

 Todo ello nos acerca a la lógica de algunos rasgos de la RB sin incurrir en su abultado coste económico, posibilitando al mismo tiempo una evaluación rigurosa en el campo de las políticas reales.

Los experimentos piloto son sin duda interesantes desde un punto de vista científico para explorar cómo determinadas intervenciones o modificaciones muy concretas en el diseño de los programas pueden influir en la conducta de los beneficiarios. Sin embargo, desde el punto de vista político son mucho menos concluyentes para determinar la elección entre grandes opciones. 

Un programa de este tipo no nos dirá si optar por una RB universal es mejor o peor que una Renta Garantizada o una Renta Mínima de Inserción sino, por ejemplo, si hacer una prestación compatible con determinados tramos de ingresos salariales favorece una mayor tasa de empleo entre los beneficiarios que las medidas de activación punitivas. 

En este sentido, la demanda política creciente de experimentos piloto sobre Renta Básica debería tener esto muy en cuenta para no generar expectativas infladas que pueden verse fácilmente defraudadas.

 Es obvio que cuanta más evidencia tengamos, mejores decisiones podremos tomar, pero también que los recursos son limitados, y que si los programas no están diseñados de manera metodológicamente óptima (algo difícil debido a los condicionantes políticos que afrontan), pueden acabar generando más confusión que claridad y devolviéndonos al punto inicial del debate. 

No es realista pensar que los resultados de programas como los que se están llevando a cabo otorgarán a los defensores de la RB el arma argumental definitiva para imponerse.

En suma, los partidarios de la RB harían bien en calibrar si es razonable ser muy entusiastas con estos experimentos que no la testan realmente y no está claro en qué acabarán, mientras siguen siendo quizá demasiado críticos con medidas políticas reales que se toman en muchos programas de rentas mínimas en la dirección de una mayor incondicionalidad de las mismas. Una curiosa paradoja, sin duda."               (José Antonio Noguera, Agenda Pública, 13/03/18)

No hay comentarios: