"Y sin embargo, se mueve” es una afirmación que se le atribuye a
Galileo Galilei quien, aún condenado, se negó a retractarse de su teoría
heliocéntrica.
Demasiadas personas a lo largo de la historia han sido
condenadas de diferentes formas por atreverse a afirmar evidencias o a
proponer avances que en su momento se consideraron imposibles y hoy
sabemos que son lo que nos hace mejores.
Demasiadas personas que
contestaron a prejuicios, supersticiones e injusticias fueron duramente
penalizadas y, sin embargo, son quienes han hecho de este un mundo
mejor, más justo e igualitario.
El movimiento feminista ha sido ejemplo relevante de ello. Cuando
defender la igualdad entre los sexos podía costar la vida (y aún sucede
en buena parte del mundo), muchas lo hicieron, enfrentándose, en el
mejor de los casos a la incomprensión y en el peor, a ver comprometida
su integridad, personal y física, cuando no a verse abocadas a una vida
extremadamente solitaria y hostil. Y, sin embargo, la razón y la
justicia estaba, está y estará con ellas, con nosotras.
Hoy no se tacha a las feministas de histéricas, de varones frustrados
o de peligro para la sociedad. O, al menos, no abiertamente. Al menos,
no sin disimulo, no sin el rodeo oportuno. No obstante, sigue siendo
duro, muy duro, militar por la causa de la igualdad entre los sexos.
Por
todas partes surgen, como advirtiera Susan Faludi, reacciones
patriarcales dispuestas a arruinar lo logrado. Algunas son fácilmente
detectables. Los ataques a la igualdad entre los sexos promovidos por el
conservadurismo o la extrema derecha son una constante y manejarse con
ellos es duro, agotador, pero, al menos, previsible y por ello, más
“sencillo”.
Pero otras reacciones contra la igualdad entre los sexos provienen de
sectores a priori poco sospechosos de poder suponer una involución.
Poco sospechosos por utilizar la ya advertida estrategia del Caballo de
Troya, como han advertido Valcárcel o Miyares pueden causar, sin
embargo, involuciones mucho más severas que las propias de la extrema
derecha o los fundamentalismos conocidos.
Me estoy refiriendo a la teoría queer y a los sectores organizados
entorno a ella, lo que Alicia Miyares ha denominado “transgénero
neoliberal”. Lo que hace poco tiempo parecía un debate teórico muy poco
relevante para el día a día de las mujeres e incluso innecesario
combatirlo en la agenda feminista hoy se ha convertido en una gran
disputa capaz de arrinconar al movimiento feminista. O de intentarlo.
Resulta inexplicable cómo una teoría de bagaje eminentemente pobre y
un barullo conceptual significativo pueda oponerse a un marco
teórico-explicativo amplio y preciso de tres siglos con éxitos concretos
y esenciales: todos los derechos y libertades que hemos conquistado las
mujeres. Se opone generando sorprendentemente no pocas adhesiones, tan
rápidas como acríticas.
El feminismo defiende la igualdad entre los sexos. Esto es, que
hombres y mujeres, o, en términos más apegados a la biología, los machos
y las hembras que componemos la especie humana debemos tener los mismos
derechos y libertades y gozar de la misma consideración y la misma
dignidad. En consecuencia, se denuncia como ilegítima toda desigualdad
provocada por el patriarcado, es decir, el sistema de dominación que
privilegia a los hombres, como grupo, y subordina y oprime a las mujeres
por el hecho mismo de ser mujeres, es decir, por ser las hembras de la
especie humana.
Teniendo el feminismo una gran capacidad y solvencia
explicativa ha empleado el término género para señalar al conjunto de
normas, estereotipos, prohibiciones y prescripciones que se imponen a
cada sexo de modo ilegítimo, injusto e insustentable racional y
científicamente. Lo hace con el fin de reproducir y mantener la
desigualdad entre los sexos y, en consecuencia, la subordinación del
sexo femenino al sexo masculino que acabo de subrayar. El género
subordina al sexo femenino y privilegia al masculino.
El feminismo no niega la evidencia científica de la diferencia
sexual, ni la impugna ni la lamenta, pues sería tan absurdo como negar,
impugnar o lamentar que la especie humana sea bípeda o implume. Existen
dos sexos. Lo que impugna radicalmente es que a partir de la
constatación empírica del dimorfismo sexual de la especie, se haya
establecido una jerarquía absoluta y que el sexo masculino haya
sometido, violentado, dominado y explotado al femenino.
(No hablamos de
que absolutamente todos los hombres hayan sometido a las mujeres, sino
de los hombres como grupo, en tanto que mitad privilegiada, al margen de
que muchos de ellos no ejerzan la dominación para la que el sistema les
legitima plenamente).
Lo que el feminismo niega e impugna es el género,
por ser la herramienta de opresión patriarcal, es decir: todo el
conjunto de estereotipos que, por aplicarse ilegítimamente a los sexos,
reproducen la jerarquía patriarcal que el feminismo lleva denunciando
más de tres siglos.
La teoría queer, intenta, en vano, impugnar el núcleo teórico del
feminismo al negar que el sexo sea una realidad material biológica y al
negar también el carácter opresor del género. Considera a ambos, sexo y
género, construcciones culturales, artificiales, inventadas y reivindica
no la abolición del género en tanto que resultado de la opresión
patriarcal sino su legítima afirmación como identidad deseable y
modificable al gusto del sujeto, como identidad paródica asumible o no
en cada momento por un sujeto que “juega” con el género y asume,
parodiándolos, los estereotipos de género (y, por tanto, patriarcales)
preferidos en cada momento.
Así, el género no es más que una identidad
sentida por el individuo, deseable, mutable y elegible y el sexo, ya no
es realidad biológica sino también constructo cultural y social,
dependiente de lo sentido por cada individuo en cada momento y, en
consecuencia, inverificable objetivamente. Desde la teoría queer,
antifeminista y antimaterialista, se niega la existencia del patriarcado
por considerar que aporta un marco explicativo excesivamente rígido
para una pluralidad de individualidades que desborda el modelo de
subyugación de un sexo a otro. En este sentido, se da al feminismo por
finiquitado y superado. (J. Butler, El género en disputa).
Partiendo de los presupuestos teóricos resumidos en este texto,
ciertos colectivos queer están intentando frenar la agenda feminista
para imponer la suya. Otra agenda en la que la opresión de las mujeres
deja de ser el centro de análisis y acción política para alcanzar la
emancipación de las mujeres y igualdad entre los sexos.
A cambio, se
propone (o, mejor dicho, se impone) la defensa de los géneros como
identidades vindicables y asumibles según el deseo de cada individuo,
pues se definen como mutables y variables a lo largo de la vida de un
ser humano, algo que en España empieza a cristalizar en los últimos
anteproyectos de ley presentados por el actual gobierno (Ley Orgánica de
Garantía de la Libertad Sexual, perfectamente analizada por la Alianza
contra el Borrado de las mujeres)[1],
De este modo y como acabamos de decir, los géneros ya no son
conceptualizados como herramientas de opresión sino identidades inocuas y
vindicables que el individuo asume a su gusto y con pleno derecho. Al
mismo tiempo, se niega el sexo como realidad material, de modo que ser
hombre o ser mujer ya no es una realidad biológica y empírica
constatable y evidenciable sino un sentimiento subjetivo de cada persona
inverificable y sólo sujeto a una sensación personal de cada cual.
La consecuencia política de dicha teoría es que si ser mujer
ya no es una realidad material y biológica concreta, el sujeto político
del feminismo desaparece. Y sin sujeto político que busque su
propia emancipación, esta misma deja de ser un objetivo teórico y
político concreto y defendible. Si no hay sujeto político concreto que
vindique su emancipación, las mujeres desaparecen o se diluyen o rebajan
a “mero sentimiento subjetivo e interno de un sujeto” y sus
posibilidades de emancipación se vuelven impracticables.
Cuando se aseveran afirmaciones como las que estoy defendiendo en
este texto, es frecuente que a quien las emite se le acuse de transfobia
o de TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminist, esto es, feminista
radical que excluye a las trans del movimiento feminista). A las
feministas críticas con la teoría queer y con el transgénero
neoliberal, en la terminología siempre precisa de Alicia Miyares[2],
se nos acusa de mantener un discurso ultraconservador alineado con el
de la derecha más integrista o con el de la iglesia católica que
afirmaba “Los niños tienen pene, las niñas tienen vagina. Pero, ¿qué hay
de cierto en estas acusaciones? Nada.
El feminismo no sólo reivindica la igualdad entre los sexos y el fin
de la opresión de las mujeres. En tanto que universalismo e
internacionalismo, sostiene la plena igualdad de todos los seres
humanos, su dignidad plena y la plena consecución de derechos y
libertades para que la humanidad como grupo y cada uno de sus individuos
particulares goce de una vida digna, segura, plena en libertad donde
desarrollarse íntegramente. Eso incluye, como no podría ser de otro
modo, a las personas transexuales.
Esto es perfectamente compatible con denunciar la incoherencia teórica del planteamiento queer.
Decir que existen dos sexos, que son realidad material biológica y que
son una evidencia empírica constatable no compromete, en absoluto, la
dignidad y libertad de las personas transexuales. No entorpece la
vindicación de igualdad de derechos y oportunidades y no impide la
persecución de trato vejatorio o discriminatorio que se pueda cometer
contra dicho colectivo.
Lo que se cuestiona son las
incoherencias teóricas que ciertos discursos queer han introducido y que
arruinan la posibilidad de igualdad entre los sexos. Discursos queer
que, en tanto que niegan la materialidad del sexo y lo fían todo a un
sentimiento subjetivo también resultan preocupantes e indeseables
también para algunas transexuales feministas como Olga Baselga,
abolicionista y traductora de textos críticos con la teoría queer o
Lucía Siading Bisbal, colaboradora en Tribuna Feminista.
Es posible defender lo anterior al tiempo que se evidencia cómo la teoría queer es esencialista y sexista. El
género elevado a categoría vindicable supone la aceptación acrítica de
los estereotipos patriarcales. Supone que el sujeto político de las
mujeres pasa a ser indeterminado y el feminismo deja de ser una lucha
por la igualdad y la emancipación sexual para pasar a ser la vindicación
acrítica de un conglomerado de identidades subjetivas e individuales
perfectamente compatibles con el mandato patriarcal que esencializa y
naturaliza el género.
Si ser una mujer no depende del sexo biológico sino de ajustarse al
rol sexista de lo que el patriarcado ha prescrito para el sexo femenino,
lo hasta ahora revolucionario (dejar de cumplir la norma sexista) deja
de considerarse éticamente justo, y cumplir el rol de género pasa a ser
de nuevo el modelo legítimo y el único modo de definir lo que es (y lo
que debe ser) una mujer (o un hombre).
En este sentido, se observa en redes cómo a las feministas que
enjuician críticamente los postulados queer se les amenaza, se les
insulta, se les acusa de transfobia aun cuando repitan por activa y por
pasiva su plena y convencida adhesión a la defensa de los derechos y las
libertades de las personas transexuales. Pese a ello les rebaten
afirmando que “son más mujeres que ellas”, que “son mujeres mejoradas
porque no sangran como ellas” o con numerosas mofas riéndose de los
dolores menstruales que ellas, a diferencia de las “cis”, no tienen que
sufrir pese a ser mujeres, y un largo etcétera.
Acoso similar, e incluso más vehemente, sufren las lesbianas que
hacen valer y expresan abiertamente su opción sexual. Como respuesta,
reciben afirmaciones como “las buenas lesbianas practican felaciones” o a
“las lesbianas les gustan los penes femeninos” que se repiten
diariamente acompañadas de amenazas e insultos a las que subrayan que su
preferencia sexual se dirige concretamente a las hembras humanas de su
especie (parece forzado subrayarlo así, pero lamentablemente las
aclaraciones de lo hasta hace poco evidente se han vuelto necesarias).
De hecho, las que insisten en la legitimidad de su opción sexual tienen
que soportar que les digan que sufren una filia enfermiza respecto a los
genitales femeninos ya que, se les explica, no les gustan las mujeres
sino las “mujeres con vulva” y que por tanto se reducen a sí mismas y al
resto de las mujeres a la mera genitalidad. ¿No es evidente, por muchas
palabras “nuevas” que se le ponga y por mucho que se retuerza el
argumento para que parezca aceptable, que lo único que enfada es que las
mujeres vindiquen su plena autonomía sexual al margen del modelo
falocéntrico?
Las mujeres fuimos “los varones en potencia”, los “varones
imperfectos”, “lo que no era un hombre” o, en definitiva, como aseveraba
Simone de Beauvoir, “lo otro”. Siempre a expensas de un modelo definido
y concreto del que nosotras éramos copia imperfecta, fallo lamentable,
aborto de la naturaleza, frente al ideal consagrado en el
androcentrismo.
Ahora, que ya no se nos puede negar la humanidad y que
ya habíamos adquirido una entidad de significado autónoma y completa, se
reedita el ser “lo otro” y se impugna de nuevo nuestra realidad
biológica de las mujeres, siempre negada, siempre rebajada.
Definir a las mujeres trans como las que no están conformes con el
género asignado frente a las mujeres cis, que sí lo estarían, es un
insulto intolerable. Como subraya Ángeles Álvarez, “lo contrario a una
mujer cis, es una mujer feminista”. Porque el género no es identidad
deseable sino opresión que rechazar y abolir. Ninguna feminista acepta
su género. Ninguna.
El sujeto del feminismo somos las mujeres. Mujeres somos las hembras
de la especie humana. Y ser hembra de la especie humana depende de la
evidencia biológica. Si a las mujeres no se nos define por la
biología, la otra opción es definirnos en función de lo que el género,
y, por tanto, según lo que el patriarcado dice que debe ser una mujer.
Las mujeres y hombres transexuales merecen pleno respeto, plena
dignidad y que se persiga cualquier trato vejatorio y discriminatorio
contra ellos. Pero afirmar que las mujeres o que las mujeres
lesbianas responden a una definición objetiva, concreta y estable, y,
por supuesto, legítima, no puede considerarse nunca, en ningún caso,
transfobia. Demasiado tiempo siendo “lo otro” por exigencia misógina como para volver a serlo por exigencia queer.
Y sin embargo, pese a la misoginia queer, las mujeres existimos." (Ana Pollán, elComún.es, 11/06/20)
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