20/1/21

Las legislaciones inspiradas en el transgenerismo no promueven ningún derecho efectivo, pero amenazan numerosas conquistas democráticas y derechos humanos. Si no es el sexo, sino un sentimiento, lo que define a una mujer, todos esos avances legislativos, todas las políticas públicas de reequilibrio, quedan automáticamente en entredicho, carentes de fundamento. Empieza a haber suficientes experiencias de las nefastas consecuencias de las leyes transgeneristas en países como Canadá, Inglaterra o Suecia como para escuchar la crítica feminista

 "  Triste profeta aquel que vaticina desgracias… y se cumplen. Hace hoy exactamente un año, refiriéndome a las turbulencias que previsiblemente debería afrontar el gobierno de izquierdas en ciernes, escribía en este blog:  

“La izquierda alternativa tiene mal resueltos algunos de los debates más importantes que atraviesan al movimiento feminista. (…) La aceptación de la prostitución como “trabajo sexual” goza de mucho predicamento en sus filas. Sería difícil desarrollar con coherencia un proyecto legislativo como el concerniente a la trata de seres humanos con finalidad de explotación sexual, si admitiésemos como legítima la compra de favores sexuales por parte de los hombres. Como también sería problemático que alguien quisiera hacer de éste un gobierno queer, con políticas públicas basadas en la idea de que las mujeres no existen como sujeto político frente al dominio patriarcal, sino como un “constructo” más entre una miríada de identidades”.

           Bien, parece que ya estamos en ello. “Ley Trans, crónica de un polvorín político”, escribe Pedro Vallín en “La Vanguardia”. Si lo dice La Vanguardia… Los datos del artículo corresponden a un periodismo sin duda bien informado acerca de los entresijos del gobierno. El análisis adolece, sin embargo, de una visión tan sesgada del problema como interesadamente difundida por numerosos medios.

 En resumidas cuentas, el relato vendría a ser el siguiente… Tras la llegada de “derechos de nueva generación”, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, un nuevo consenso va abriéndose paso en las sociedades más avanzadas: la aceptación de la “autodeterminación de género”. Si alguien dice sentirse hombre o mujer, a pesar de haber nacido con el sexo opuesto, ¿con qué autoridad podría negársele un reconocimiento a todos los efectos? Organismos internacionales, instituciones, legislaciones, programas de partidos… De modo imparable, el mundo va adhiriendo a esa visión tolerante y abierta. 

Entonces, ¿toda la Galia es ya romana? ¡No! Un reducto de venerables feministas académicas, amodorradas en sus marchitos laureles, ha puesto de pronto el grito en el cielo, diciendo que alguien pretende “borrar a las mujeres”. ¿A qué privilegios se aferran estas señoras? ¿No estarán acaso movidas por un incontenible sentimiento de odio? Y he aquí que a las feministas socialistas, soliviantadas por tales referentes, les da por oponerse a la Ley Trans, a cuya aprobación se comprometió el PSOE en su pacto de gobierno con Podemos y de la cual hace bandera la formación morada. 

La veterana Carmen Calvo frente a la moderna Irene Montero. Una escaramuza entre mujeres capaz de poner en peligro la estabilidad del gobierno. Es hora de que los hombres del ejecutivo den un viril puñetazo sobre la mesa y pongan fin a esa lucha en el barro. Ya se sabe: las chicas son guerreras, pero les falta visión estratégica.

           Lo malo es que esa reconfortante narrativa es pura intoxicación. Las feministas no se han vuelto locas, ni adolecen de una exagerada susceptibilidad. Las legislaciones inspiradas en el transgenerismo no promueven ningún derecho efectivo, pero amenazan numerosas conquistas democráticas y derechos humanos. 

Todos los logros obtenidos por la lucha feminista en pro de la igualdad, se basan en el reconocimiento de toda clase de discriminaciones, violencias e injusticias cometidas sobre ellas en razón de su sexo. Si no es el sexo, sino un sentimiento, lo que define a una mujer, todos esos avances legislativos, todas las políticas públicas de reequilibrio, quedan automáticamente en entredicho, carentes de fundamento.

           Vallín nos dice que se ha liado parda en la coalición… aún sin conocer el texto de la ley que se va a proponer. En realidad no es así. Y, unas vez más, las feministas críticas saben de lo que hablan. El borrador inicial de Podemos es conocido desde hace mucho tiempo. Catorce comunidades autónomas han adoptado legislaciones y protocolos trans. El Parlament de Catalunya está a punto de votar una modificación de la Ley de 5/2008 sobre el derecho de las mujeres a erradicar las violencias machistas para incluir en ella a las “mujeres transgénero”. (Señalemos que la ponencia ha rechazado incluir como violencias contra las mujeres la prostitución, la pornografía o la explotación reproductiva, pero ha considerado impostergable sentar el principio de que es mujer quien como tal se “autodetermina”). Incluso la reciente ley de educación incorpora esas nociones en su preámbulo, tras la insistencia en ello de Podemos.

           Ni las feministas se imaginan cosas raras, ni yerran al señalar que se está poniendo en peligro la salud de los menores, así como los derechos de gais y lesbianas y de las propias personas transexuales. Hablar de “infancia trans” constituye una irresponsabilidad que raya en lo criminal.

 ¿Qué superstición es esa de las almas que aterrizan en cuerpos equivocados? Un niño a quien le gusta jugar con muñecas, una chica a quien se le da bien patear un balón, no encajan con los estereotipos y pautas de comportamiento patriarcales; es decir, con lo que el feminismo ha identificado como el género: una imposición cultural destinada a perennizar el dominio de los varones sobre las mujeres. Ahora, pues, en lugar de educar en la igualdad y combatir tales prejuicios, deberíamos consagrarlos como la definición de una identidad… y empujar a los menores a adaptarse a ella. Incluso a golpe de inhibidores, tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas que mutilan cuerpos sanos.

 En lugar de acompañar y dar apoyo psicológico a adolescentes que puedan sufrir una angustiosa disforia – u otros trastornos -, se trataría de reafirmarlos en la convicción de que su cuerpo no está bien. “Despatologizar” llaman ahora a ese abandono y a esa frívola promoción de tratamientos de graves efectos secundarios y carácter irreversible. Es algo así como si a una adolescente aquejada de anorexia, so pretexto de no “estigmatizarla”, la reafirmásemos en la insoportable imagen de una muchacha obesa que cree ver reflejada en el espejo. 

¿Cuántos casos de autismo quedarán sepultados bajo el diagnóstico de una “adolescencia trans”? ¿Cuántas inclinaciones homosexuales, en lugar de expresarse con naturalidad, se verán violentadas? ¿Cuántas familias preferirán tener una hija o un hijo más o menos ajustados a la norma, aunque haya que moldearlos a golpe de bisturí, antes que a una “bollera” o a un “mariquita”? ¿Y qué sentido tendrá el sacrificio de aquellas personas que, de manera responsable y asesorada, han llevado a cabo una difícil transición?

           Hay mucho en juego como para colar semejantes leyes por la puerta de atrás, sin conocimiento ciudadano de sus graves implicaciones, dando por supuestos consensos y estados de opinión que no son sino el reflejo de una insistente propaganda. Diga lo que diga el pacto de gobierno, hay que parar motores y reflexionar. Empieza a haber suficientes experiencias de las nefastas consecuencias de las leyes transgeneristas en países como Canadá, Inglaterra o Suecia como para escuchar la crítica feminista. Y para eso harán falta agallas, porque las presiones serán tremendas. Quien se atreve a cuestionar las teorías queer es automáticamente acusado de transfobia. Asistimos a una verdadera campaña de intimidación en las redes sociales… y mucho más allá. Una histórica feminista como Lidia Falcón se ve inculpada por “delito de odio”. Escritoras como Lucía Echevarría sufren campañas de acoso y las librerías reciben presiones para que no expongan sus libros. El feminismo crítico afronta una nueva caza de brujas, y no meramente simbólica. (...)"               (Lluís Rabell, blog, 10/12/20)

No hay comentarios: