19/1/22

Jorge Dioni: De cómo el conflicto taxis-Uber explica todo, desde Trump hasta el Brexit

 "La puesta en escena está muy clara: lo viejo contra lo nuevo; mejor dicho, lo viejo, lo analógico, que se resiste a morir, contra lo nuevo, lo digital, a lo que no dejan nacer. Un mundo esclerotizado y burocrático, los taxis, frente al dinamismo y la agilidad de Uber; la lucha espiritual del Fary contra Steve Jobs. 19 preguntas para entender toda la guerra Nación Taxi-Uber-Cabify. Qué es la 'uberización' de la economía y cómo utilizar esta expresión correctamente. La estrategia de Uber para que le perdones todos sus pecados. ¿Diremos adiós a Uber y Cabify en cuatro años?

 El mundo del taxi es viejo y cerrado, gremio es una palabra pertinente, y todas las pegas que queramos ponerle encajan. Sin embargo, conviene no olvidar que son un servicio público y, por tanto, regulado por el Estado: horarios, capacitación y condiciones de uso. Las licencias en las que basan su actividad, aunque sean objeto posterior de especulación, son visadas por instituciones públicas, que las cobraron en el momento de su expedición. El Estado recauda, con matices, como todo en el mundo del taxi, el impuesto de plusvalía en caso de traspaso y también cobra las tasas del examen del permiso, así cómo los impuestos de la actividad, los directos y los indirectos.

Parece obvio, pero el pago de impuestos y el cumplimiento de la ley son dos de los elementos claves en el pacto institucional que sirve de base a nuestro mundo. Los taxistas, como el resto de ciudadanos de la época industrial, aceptan que haya un ente, el Estado, que les imponga todas las cuestiones anteriores. A cambio de esa legitimidad, el Estado protege a esos grupos con actuaciones que van desde la protección a través de las diversas policías, la persecución de la competencia desleal, al asfaltado de las vías o la redistribución de la riqueza para aumentar la demanda.

 Sin embargo, el actual modelo, concretado en el consenso de Washington (1989), rompe ese pacto. Desde los años 80, los Estados han ido reduciendo la protección de los grupos sociales que pagan impuestos, cumplen la ley y, en definitiva, le otorgan su legitimidad. Al no haber contrapesos, modelos alternativos o peligro de rebeliones, los Estados se han puesto al servicio de un grupo muy reducido de actores, una élite empresarial y financiera, con el que ya tenían un frecuente contacto previo a través de los lobbies, la vida social compartida o las dinámicas de la corrupción.

 Por ejemplo, Uber, o Cabify, o cualquier otra empresa de transporte de viajeros. El Estado, que no deja de recaudar el dinero del gremio del taxi y de regularlo, abre la puerta sin problemas a esos nuevos modelos, cuyas exigencias son mínimas. No son un servicio público, luego no hay licencia institucional, ni apenas regulación y lo más importante: las empresas son multinacionales que apenas* tributan en los países donde operan. Las exigencias, cuando se plantean, se centran en el trabajador ocasional de esas empresas, a quien sí se le exige capacitación o el pago de impuestos localizado.

Todos los países occidentales han facilitado el desarrollo de empresas-mundo que actúan como metrópoli colonizadora, destruyendo así su tejido productivo. Por ejemplo, a través de la promoción de los paraísos fiscales o de la deslocalización a través de los acuerdos de servidumbre, habitualmente llamados de libre comercio. La palabra libertad ha sido una buena excusa para desregularizarlo todo en la parte alta de la sociedad, esa élite.

 Para el resto de la sociedad, las derivaciones de la palabra libertad, libre mercado, libre elección de centro en educación y sanidad, liberalización de horarios o del mercado de trabajo, han implicado habitualmente una subversión del significado de la palabra: «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos». Para tener esa facultad, es preciso poder disponer los territorios socioeconómicos para ejercerla, como dinero, seguridad, tiempo, espacios o educación, todos acaparados por la élite.

 La próxima palabra en ser abducida, la que está permitiendo la implantación de este sistema de servidumbre, es colaboración. Su definición, trabajar con otra u otras personas en la realización de una obra, no tiene nada que ver con la economía colaborativa, ni con conceptos como colaboración público-privada, puesto en circulación para evitar una palabra que perdió su encanto: privatización.

Colaboración implica un sistema tendente a la horizontalidad, una red distribuida, en la que todos los actores aportan y recogen con un fin común. Incluso, podría usarse la palabra en una red descentralizada, en la que algunos miembros asumiesen el papel de coordinador o nodo, con cierta preponderancia incluso ganancial. El modelo Uber, donde millones de elementos sin capacidad de decisión, salvo negarse, trabajan para un centro, que concentra capacidad y plusvalía, no tiene nada que ver con la colaboración.

 La puesta en escena, los campos semanticos (coñac, torreznos y radio a toda hostia frente a té verde, muffins e iPhone), nos impiden ver el cambio socioeconómico que hay detrás: la sustitución de un modelo laboral industrial, regulado, previsible y tendente al equilibrio, por otro que se parece demasiado a la servidumbre agraria, una red centralizada que promueve precaridad, desregulación y sumisión. Sin el envoltorio tecnológico, Uber proporciona peonadas; peonadas por iPhone, pero peonadas.

 El modelo taxis-Uber es replicable es cualquier sector. Zapatos Martí, de Manises, sometida a la regulación de las diferentes administraciones, compite desde hace años con el calzado que llega en contenedores al puerto de Valencia que, gracias a las leyes de libre comercio, ha sido elaborado por empresas y personas no sometidas a la misma regulación. No fue un suceso meteorológico, sino una decisión política tomada por el Estado al que los propietarios y los trabajadores de Zapatos Martí llevan legitimando décadas.

 En el combate espiritual del Fary contra Steve Jobs, el primero tiene una mano atada a la espalda y los pantalones bajados. Quizá, por decisiones propias, como el voto, la indiferencia o la ausencia de inversión, todas relacionadas con el conformismo. Se lo merecen, se lee, han sido egoístas y la historia les está pasando por encima. Conviene guardarse la superioridad moral y el deseo de estar en el carro de los vencedores. Reducir el foco y pensar sólo en la bajada de la tarifa o en lo baratos que están esas deportivas es absurdo. En este nuevo modelo, nada es sólo demanda. Todo es también oferta.

Para el Estado, como concepto, debería ser un suicidio dejar de trabajar para los grupos sociales que lo legitiman, pero ya no hay modelos alternativos y los taxistas, como los ciudadanos, son inofensivos a pesar de ser muchos (o quizá por eso mismo).Uber es una y puede persuadir en los lugares adecuados con la gente adecuada (Neelie Kroes, ex comisaria de Competencia de la UE o Ray Lahood, secretario de Transportes con Obama trabajan para Uber).

En enero de este año, Uber completó una nueva ronda de financiación y su capitalización en bolsa era de 62.500 millones de dólares** . Ahí, hay fondos de inversión, de pensiones, bancos, etc. Comienza a ser muy grande para caer. Los taxistas, no. Mueven más dinero, sí, pero no circula por los canales adecuados. Pese a lo que pueda parecer, en esa lucha espiritual, ‘papá-estado’ no está del lado del Fary.

El conflicto taxis-Uber no tiene nada que ver con lo nuevo y lo viejo, ni con la libertad, ni siquiera con la tecnología. Internet puede facilitar modelos de red distributiva, sistemas comunales de propiedad y consumo o modelos muy parecidos a los falansterios. En el transporte privado, se podría facilitar la conversión del sector en un modelo cooperativo, pero las élites, con ayuda de los Estados, promueven otro modelo que, como suele suceder en la historia, es vertical y extractivo. Es lógico que las élites lo intenten, pero no lo es tanto que los Estados, con la indiferencia de los ciudadanos, lo faciliten.

 Los Estados no han perdido legitimidad por la crisis, sino por la gestión de la misma. No han respetado la bidireccionalidad del flujo: piden más ofreciendo mucho menos. La ruptura de ese pacto social, base del funcionamiento de nuestro modelo, es la que provoca las convulsiones de los sistemas políticos. Fenómenos políticos o sociales basados en la indignación o, incluso, la desconexión (el voto del cabreo del Brexit, Trump, Sanders, Le Pen, Corbyn o el Movimiento Cinco Estrellas de Italia ) tienen su origen en esa ruptura del pacto social. Se vota, se actúa, contra esa élite, sin saber muy bien cómo. También, la integración en otras organizaciones pseudoestatales, como cárteles de la droga o grupos religiosos fanáticos. Si no hay Estado, se buscan otros pactos.

El Estado no sólo desampara a los que lo financian y cumplen su ley (los ciudadanos), sino que ampara a los que no lo financian y no cumplen su ley (esa élite empresarial y financiera). En 2008, los estados decidieron rescatar a la segunda a costa de los primeros y no se han revertido ni atenuado las consecuencias. No es una situación excepcional, sino un modelo. El sistema actual, la nueva servidumbre, es el modelo. Esto es lo que había después de la crisis.


*ACTUALIZADO (13-07-2016, 13:00) Tras ser contactados por la agencia de comunicación de Cabify en España para explicarnos las razones por las que tienen su sede en Delawere (EE UU), hemos decidido incluir este link a una pieza de Voz Populi donde la propia empresa explica su modelo de fiscalidad.

**ACTUALIZADO (24-01-2019, 09:00) Según el Wall Street Journal, Uber prepara su salida a bolsa este año. La compañía está valorada actualmente en 76.000 millones de dólares, pero sus asesores informan que podría salir a la bolsa de valores con una capitalización de mercado de hasta 120.000 millones de dólares."                                      (Jorge Dioni,  GQ, 04/07/16)

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