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Hay casos anteriores de atletas mujeres con test de XY. Le sucedió en 1985 a la española María José Martínez Patiño, que tiene un síndrome que la hace insensible a los andrógenos, las hormonas masculinas: sus cromosomas son de hombre, pero su cuerpo no sabe administrar la testosterona, por lo que no desarrolla todos esos rasgos fisiológicos externos que les suponemos a los hombres: ni pene, ni vello, ni más musculatura. Patiño ganó su caso y pudo volver a competir como mujer... a la bicampeona olímpica de 800 metros Caster Semnya, la Federación le exige desde 2018 someterse a un tratamiento hormonal para reducir su nivel de testosterona —su organismo produce más de esta hormona de lo que considera la ciencia habitual en una mujer— para poder competir en las pruebas entre los 400 y los 1.500m... compareció ante el Tribunal de Derechos Humanos el pasado mayo, con el caso aún abierto y en estudio

 "Me dolió mucho, nunca me habían dado un golpe tan fuerte”, decía la italiana Angela Carini tras dos golpes de la argelina Imane Khelif que desajustaron su casco. 

En 46 segundos, la boxeadora abandonaba el combate con un fuerte dolor en su nariz. Y lloraba de rodillas. “Puse fin al combate porque después del segundo golpe, después de años de experiencia en el ring y una vida de lucha, sentí un fuerte dolor en la nariz. Dije: ‘es suficiente. Ya hay boxeadoras que están diciendo que no van a subir al cuadrilátero porque esto no es jugar en igualdad de condiciones”, aseguró la italiana tras el combate. Pero el nombre de Khelif no ha resonado por su victoria y pase a cuartos de final, sino por la controversia que se generó el año pasado y en la que se ha visto sumida la boxeadora tras críticas y rumores sobre su identidad de género. En el Mundial de 2023, junto a la taiwanesa Lin Yu-ting, fue descalificada por la Asociación Internacional de Boxeo (IBA) por no encajar en los criterios de elegibilidad y exceso de testosterona. Sin embargo, ambas boxeadoras siempre han competido en las categorías femeninas. “Todas las atletas que compiten en categoría femenina cumplen con las reglas de elegibilidad de la competencia”, aseguró el portavoz del COI, Mark Adams. Además, los libros de reglas para estos Juegos están basados en la versión de los Juegos de Río 2016, y que también funcionaron para Tokio 2020. “Son mujeres en sus pasaportes y se establece que así es, que son mujeres. Es más, recordaría que esto afecta a gente real y que, por cierto, no es una cuestión transgénero. Me gustaría que quedara absolutamente claro”, añadió Adams.

Hasta el año pasado, tanto Khelif como Yu-ting, desarrollaron su carrera con normalidad, aunque siempre perseguidas por los estereotipos de género y las dudas. “Han competido y siguen compitiendo en la competición femenina. Han perdido y han ganado contra otras mujeres a lo largo de los años”, aseguró Adams. Ambas participaron en Tokio 2020 sin ningún problema —Khelif llegó a los cuartos de final—, y también en las competiciones IBA desde su debut. Yu-ting ganó el mundial de 2018 y también el de 2022, año en el que Khelif quedó segunda. Todo hasta el Mundial de 2023 en Nueva Delhi, India: ambas mujeres fueron descalificadas por la IBA justo cuando Khelif iba a disputar la final y Yu-ting, que perdió en semifinales, ya tenía el bronce. “Las atletas no se sometieron a un examen de testosterona, sino que fueron sometidas a una prueba separada y reconocida, por la que los detalles siguen siendo confidenciales. Esta prueba indicó de manera concluyente que ambas atletas no cumplían con los criterios de elegibilidad necesarios y se encontró que tenían ventajas competitivas sobre otras competidoras”, ha asegurado la IBA en un comunicado este jueves. El presidente del organismo, Umar Kremlin, llegó a asegurar en aquel momento a la agencia rusa TASS que “varios atletas intentaron engañar a sus compañeros y fingieron ser mujeres”. Y añadió: “Según los resultados de las pruebas, tienen cromosomas XY”.

Hay casos anteriores de atletas mujeres con test de XY. Le sucedió en 1985 a la española María José Martínez Patiño, que tiene un síndrome que la hace insensible a los andrógenos, las hormonas masculinas: sus cromosomas son de hombre, pero su cuerpo no sabe administrar la testosterona, por lo que no desarrolla todos esos rasgos fisiológicos externos que les suponemos a los hombres: ni pene, ni vello, ni más musculatura. Patiño ganó su caso y pudo volver a competir como mujer tras el calvario.

Lo mismo que la argelina y la taiwanesa. Tras el Mundial, ambas boxeadoras continuaron compitiendo, y consiguieron su billete a París 2024 en sus respectivos clasificatorios. La IBA había sido el máximo organismo del boxeo amateur, pero a partir de los Juegos de Tokio, el COI pasó a asumir el mando de la competición, por lo que aceptó la participación de ambas atletas al haber obtenido su plaza. Según la base de datos del Comité Olímpico, Khelif fue eliminada de su pelea por el oro en India por niveles elevados de testosterona, mientras que, en el caso de la taiwanesa, fue por “una prueba bioquímica”. Tras el revuelo generado, el pasado miércoles, el Comité Olímpico y Deportivo Argelino denunció en un comunicado los “ataques maliciosos y no éticos” dirigidos a Khelif “por parte de algunos medios extranjeros”. “Estos intentos de difamación, basados en mentiras, son totalmente injustos”, aseguró el organismo.

Deportistas como la extenista Martina Navratilova o la nadadora Sharron Davies, junto a las organizaciones del Consorcio Internacional del Deporte Femenino y otras asociaciones, se han dirigido mediante una carta al presidente del COI, Thomas Bach, para que investigue “con urgencia la elegibilidad” de las dos boxeadoras para competir en pruebas femeninas, además de solicitar que se “restablezca la prueba de determinación del sexo con hisopo en la mejilla […] con el fin de garantizar equidad, dignidad e integridad en las competiciones olímpicas femeninas”.

Desde Tokio 2020, algunos organismos deportivos como la Federación Internacional de Natación, de Atletismo y también la Unión Ciclista Internacional, actualizaron sus normas de género, prohibiendo que atletas que no hicieron su tránsito antes de los 12 años participasen en competiciones femeninas. Y, en el caso concreto del atletismo, también se han endurecido las normas sobre aquellos atletas con diferencia en el desarrollo del sexo. El caso más mediático es el de la bicampeona olímpica de 800 metros Caster Semnya, a quien la Federación le exige desde 2018 someterse a un tratamiento hormonal para reducir su nivel de testosterona —su organismo produce más de esta hormona de lo que considera la ciencia habitual en una mujer— para poder competir en las pruebas entre los 400 y los 1.500m. Tras años de lucha en el juzgado y acosada por debates sobre su aspecto físico, compareció ante el Tribunal de Derechos Humanos el pasado mayo, con el caso aún abierto y en estudio.

Un debate sobre la inclusión de atletas con variaciones hormonales en las competiciones que ahora persigue a las boxeadoras. Khelif sigue fija en su objetivo, lejos de las polémicas, y disputará los cuartos de final, mientras que Yu-ting se medirá este viernes a la uzbeka Turdibekova. Su lucha seguirá dentro del ring, pero también fuera."              (Irene Guevara , El País, 01/08/24)

 

"En su empeño para encuadrar en la estructura binaria de sus competiciones (categoría masculina, categoría femenina) la complejidad de la vida y los géneros, las organizaciones deportivas siempre han establecido formas para evitar que los hombres, más fuertes, más resistentes, más rápidos, participaran y arrasaran en pruebas femeninas. 

Se trataba, en teoría, de luchar contra el fraude y por la igualdad en las pistas, pero siempre la realidad tan tozuda se lo complicó.

Inicialmente el método para distinguir a hombres de mujeres era puramente visual y humillante. En los años 60 del siglo pasado, antes de las competiciones, las mujeres desfilaban desnudas ante un grupo de expertos que examinaban que no tuvieran atributos sexuales masculinos. Cuando la mujer cobró cierto poder, en los años 80, el método se sustituyó por un análisis de laboratorio aparentemente infalible y mínimamente invasivo, el del cromosoma. La aparición en una muestra del cromosoma XY significaba que esa sangre pertenecía a un hombre y no a una mujer y se le excluía de la competición. Pero el método también cometía errores, como comprobó en su cuerpo y demostró la atleta española María José Martínez Patiño.

“Siempre habrá hombres y mujeres, pero la diferencia entre los sexos no es blanco o negro, una línea clara y definida como enseñan en las clases de biología”, declaraba a este diario en 2015 Martínez Patiño, quien fue excluida de la Universiada de Kobe en 1985 por tener una Y en su cromosoma, el índice de la masculinidad. Pese a ello, Martínez Patiño, de 57 años, es mujer, se siente mujer y vive como mujer. Tuvo vetada la competición durante varios años, hasta que después de varias demandas victoriosas logró incluso que la prueba del cromosoma se dejara de lado. “Si no mueres por algo, te haces más fuerte”, afirma Patiño, una pionera que luchó para ser readmitida por la IAAF, lo que consiguió, y que se revocara la prueba del cromosoma, lo que también logró.

Cada federación buscó una forma propia de discriminar los participantes. La IAAF eligió la fórmula de la testosterona, que intentaba eludir el debate del género: quien quisiera competir en categoría femenina debería simplemente tener un nivel de testosterona inferior a 5 nanomoles por litro de sangre. Esta norma frenó en un principio a Semenya, pero fue vetada transitoriamente tras una demanda de la india Dutee Chand por el mismo Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) que acaba de reaprobarla. “Lo de la sobreproducción de testosterona tiene su razón, porque si la testosterona no ayudara a mejorar el rendimiento, ¿por qué, entonces, dopaban a las niñas en la URSS y en la RDA con anabolizantes? Pero el asunto de la feminidad es mucho más complejo, no se puede reducir a la testosterona”, dice Patiño. “Hay un grupo de investigación de Brighton que está trabajando con el apoyo del COI, analizando la influencia real de la testosterona en la gente intersexual y transgénero”.

“Mi caso no era como el de Semenya, cuyo organismo sí que es sensible a la sobreproducción de testosterona”, explica la exatleta gallega, quien tras dejar el atletismo se doctoró en Ciencias del Deporte, ha investigado en la universidad UCLA, ha publicado en la revista científica The Lancet y es profesora en la Universidad de Vigo. Colabora con el COI. “Somos una de cada 20.000 mujeres las que tenemos lo que se llama insensibilidad a la testosterona: nuestro organismo produce la hormona masculina, pero los receptores que deben oírla para hacer del nuestro un cuerpo de hombre no funcionan y somos mujeres”. 

(Carlos Arrivas, El País, 02/05/19)

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