"Es aceptado por todos que las vivencias prenatales tienen una influencia fundamental en el comportamiento. Tras el nacimiento, con el cerebro en pleno desarrollo, las experiencias modelan aún más la arquitectura neuronal y, con ella, la personalidad del adulto. James Prescott sostiene que la violencia está íntimamente relacionada con el placer, o más precisamente con los circuitos cerebrales que dan la capacidad de gozar. En su opinión, las bases fundamentales para el arte del disfrute se adquieren a través del contacto físico y emocional con la madre, la primera fuente de amor. En esos primeros momentos se produce una asociación o disociación neuronal que quedará registrada en los circuitos en los que se gestionan el bienestar y el dolor. "Cuando no se toca y no se rodea de afecto a los niños, los sistemas cerebrales del placer no se desarrollan. La consecuencia de ello son unos individuos y una cultura basados en el egocentrismo, la violencia y el autoritarismo", asegura Prescott. (…)
Prescott quiso ver qué ocurre en humanos, y lo hizo estudiando las costumbres originales relativas al contacto madre-hijo de 49 tribus de todo el mundo. Tal como había predicho, los grupos poco afectivos con sus niños, y con muy poco contacto piel a piel, presentaron altos niveles de violencia en la edad adulta. Sin embargo, la agresividad era casi nula entre los pueblos que mantienen un contacto muy estrecho con sus hijos. (…)
Louis Cozolino, profesor de psicología de la Universidad de Pepperdine (EE UU) y autor de The neuroscience of human relationships (La neurociencia de las relaciones humanas), explica que "cuando no hay mucho contacto o existe una falta de cuidados es más probable que el cerebro desarrolle un sistema dirigido fundamentalmente por la adrenalina. Esto dará lugar a un tipo más violento, más agitado. Algo que tiene sentido desde un punto de vista evolutivo. Cuanto menos protegido esté un niño por sus padres, más agresivo tiene que ser para sobrevivir".
La ecuación contraria es igualmente válida. En un entorno de afecto, contacto y amor se activan los circuitos neuronales de la serotonina, un neurotransmisor del bienestar. Dicho de un modo simple, el cerebro registra las experiencias vitales en forma de códigos químicos que crean algo así como un ambiente neuronal específico para cada individuo. Cada vez que interaccionamos con una persona nueva lo hacemos desde ese escenario cerebral que condiciona totalmente nuestra forma de percibir el entorno y la respuesta ante él.
Michel Odent, un conocido obstetra francés, no duda en afirmar que "se producirá una revolución en nuestra visión de la violencia cuando el proceso del nacimiento se vea como un periodo crítico en el desarrollo de la capacidad de amar". La primera hora después del nacimiento es clave para que la biología y la psique reciban una impronta básica contra la violencia, según el médico. La razón es la descarga masiva de una hormona conocida popularmente como la hormona del amor (oxitocina), que se genera en el momento del parto. Ésta desencadena la respuesta maternal y favorece la creación de un fuerte lazo entre madre e hijo. La afirmación de Odent sobre el desarrollo de la capacidad de amar procede de la constatación de que la oxitocina interviene en casi todos los aspectos del amor y del gozo, desde el carnal hasta el puramente fraternal o filial.
En relación con los distintos tipos de amor, Prescott hizo una curiosa observación en su estudio de los indígenas. De las 49 tribus, 13 escapaban a sus predicciones sobre la relación entre contacto físico en la infancia y violencia en la edad adulta. Buscando en las costumbres descubrió el elemento que faltaba: otras relaciones de amor en la adolescencia suplían lo que el entorno más cercano les había negado. Un hallazgo directamente relacionado con uno de los aspectos más fascinantes y prometedores del cerebro, su plasticidad.
"Biología no significa destino", asegura Niehoff. "El cerebro es flexible y puede reaprender. Tenemos herramientas para reducir la violencia creando un entorno seguro y de amor". Y esto es cierto incluso en casos de niños que han sufrido abusos graves en el seno de la familia. Si había alguien que les trataba con amor, que se ocupaba de ellos, y les mostraba que el mundo no era sólo agresión y violencia, se estimulaban los recursos personales para superar el impacto negativo de los abusos. Esto se conoce como resiliencia. "Se produce una transformación cuando alguien se ocupa de estos niños. La cuestión es cuánto tiempo el sistema [el cerebro] se mantiene plástico", dice Cozolino. Obviamente, la prevención parece más sencilla que la reprogramación.
Si el cerebro es flexible, el ADN también, si las circunstancias acompañan. A principios de los años noventa, en plena fiebre del gen de?, un equipo de científicos identificó el de la violencia. Se trataba del fragmento de ADN que produce una proteína encargada de degradar neurotransmisores como la serotonina y la adrenalina, conocida como MAO. Los investigadores sostenían que tener una versión poco activa del gen de la MAO significaba tener tendencia a la violencia.
Casi 10 años después, un estudio del King's College (Londres) que siguió a más de 400 hombres desde su nacimiento hasta la edad adulta demostró que la presencia del gen no era suficiente para que una persona fuera agresiva. El interruptor de la violencia estaba en el exterior. Las personas que tenían el gen defectuoso y que sufrieron falta de atención o abandono emocional durante la infancia se convirtieron en adultos agresivos. Sin embargo, aquellos que también portaban una MAO poco activa, pero que vivieron en un entorno afectivo, escaparon a la predisposición genética.
Parece que las semillas de la paz están en nuestras manos. "La hipótesis es que una crianza adecuada en ausencia de estrés permite a nuestro cerebro desarrollarse de manera menos agresiva y emocionalmente estable. Creemos que este proceso permite a los humanos desarrollar más su potencial creativo", escribía en la revista Scientific American Martin H. Teicher, catedrático de psiquiatría de la Harvard Medical School (EE UU). O como sentencia Prescott: "La transformación de una cultura violenta en una de paz comienza por el individuo que en la infancia es colocado en un camino de aceptación en vez de en otro de rechazo". (Angela Boto: Donde nace la violencia; El País Semanal, 30-09-07, pp. 36/8)
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