Hay dos características de la actual situación en Italia que pueden ayudarnos a avanzar hacia una respuesta. La primera está relacionada con el significado ideológico del "berlusconismo". Lo veamos como lo veamos, el discurso berlusconiano se muestra siempre como la expresión de una voluntad de poder irracional, de tipo casi nietzscheano, surgida brutalmente en el corazón mismo del sistema político italiano. Puesta en escena por el comportamiento de Il Cavaliere, dicha voluntad de poder es inyectada diariamente en el imaginario de la sociedad a través de su imperio mediático. Éste, a su vez, se parece de facto a una suerte de poder "totalitario democrático", si semejante fórmula no fuera contradictoria en sí misma. Pero, ¿no es Berlusconi el propietario legal de este inmenso imperio puesto al servicio de sus ambiciones políticas? ¿No es, aquí, el poder del dinero la base democrática de la voluntad de poder?
Esta situación, de la que todo el mundo es consciente en Italia, viene provocada por la destrucción dramática del sistema de partidos que dominó la vida política durante el último medio siglo. Varios son los factores que han conducido al debilitamiento estructural tanto de las instituciones estatales como del poder de las leyes (hechas, deshechas y rehechas según las necesidades de la voluntad de poder berlusconiana): la disgregación de los grandes bloques políticos, la emergencia de fuerzas minoritarias que han formado alianzas coyunturales, la existencia de un sistema electoral fabricado para que sea imposible crear mayorías amplias y portadoras de programas con vocación estructural, la corrupción localizada en el seno de las políticas públicas con el fin de engendrar lealtades paralelas a la legalidad (clientelismo, zonas de sombra para las actividades mafiosas en la economía...).
La maquinaria berlusconiana se ha compuesto así en el espacio que históricamente dejaron libre, por su desaparición, la democracia cristiana y la izquierda reformista de aquel entonces, encarnada por el difunto Partido Comunista. (...)Desde hace casi 20 años, el berlusconismo ha desempeñado fundamentalmente el papel de sustituto de la decadencia de los grandes partidos políticos. Ha introducido una forma de hacer política que no tenía precedentes en Italia desde el fin del fascismo, basada íntegramente en un populismo reaccionario y trivial, típico de los partidos de la extrema derecha tradicional.
Entre el racismo de la Liga Norte de Umberto Bossi y el neofascismo soft y empalagoso de Gianfranco Fini en el sur, Berlusconi ha añadido una nota propia: ataques constantes al poder judicial, odio visceral hacia el mundo del espíritu, conversión de los inmigrantes en chivos expiatorios... Este conglomerado de partidos, cimentado sólo para la conquista y conservación del poder, se apoya sin embargo en los estratos de la sociedad que tradicionalmente sostienen a los regímenes autoritarios: clases medias comerciantes, alta aristocracia financiera, bajo proletariado, asalariados abandonados por la izquierda. (...)
La segunda característica que también puede explicar la preeminencia política de la voluntad de poder berlusconiana se refiere al debilitamiento de las condiciones de expresión de la voluntad general en Italia. La existencia de un sistema electoral basado en la representación proporcional integral supone la disolución de la voluntad general en una multitud de voluntades que acaban anulándose. (...)
En realidad, la cuestión de fondo estriba en la descomposición prolongada, desde hace casi 20 años, de las élites políticas y culturales italianas de derechas y de izquierdas. El berlusconismo se manifiesta ante todo como el síntoma de tal descomposición, pero como su base social es ampliamente popular, parece evidente que la responsabilidad de la izquierda italiana también es aplastante.
La principal consecuencia de esta situación es más grave de lo que parece. La disgregación de la voluntad general mayoritaria, unida a la emergencia de la voluntad de poder berlusconiana, conduce de pleno a uno de los vicios más letales de la democracia, denunciado en la Antigüedad griega por Aristóteles: la transformación del sistema democrático en un sistema demagógico. Porque la demagogia, además de ser lo contrario a la ley democrática del término medio, es también la forma de expresión privilegiada de todos los populismos." (SAMI NAÏR: ¿De qué es síntoma Berlusconi?. El País, ed. Galicia, Opinión, 27/06/2009, p. 33 )
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