8/6/09

Un vividor, que no quería que lo tomaran por un farsante

"La mayoría de las acrobacias que la gente veía en mis películas de acción", señala el actor en Aventuras de un vividor, "puedo decirlo sin faltar a la verdad, las hice yo. He librado duelos a espada sobre parapetos, he montado caballos sobre barreras altas y barrancos profundos, he luchado con indios que eran especialistas duros y reales; todos muy buena gente. En Robin de los bosques hice todas mis acrobacias. Maldita sea, me decía, yo no quiero ser un farsante.

La razón de fondo era que tenía miedo y que tenía que enfrentarme a ese miedo. Si me da miedo hacer algo, yo lo acorralo, intento combatirlo y derrotarlo". Todo un autorretrato de su actitud ante el cine y ante la vida. De este modo, Errol Flynn cimentó su fama tanto en la pantalla como fuera de ella porque los espectadores, y de modo singular las espectadoras, sabían que sus papeles no respondían a un actor de cartón-piedra, sino de carne y hueso. (...)

Polígamo y mujeriego reconocido, Errol Flynn defendía, no obstante, la posibilidad de convertir a antiguas amantes en amigas. "Muchas relaciones", escribe, "han acabado en amistades permanentes o por lo menos sin animosidad. No siempre han sido mutuamente satisfactorias, pero ellas sabían lo que hacían".

Fruto en parte de su deseo de aventura, de simpatías con la República y de una necesidad de huida de su matrimonio con Lili, el actor viajó con un amigo médico a la guerra civil española con un carné de corresponsal con el que pudo visitar los frentes durante unos meses de 1938. Como no podía ser de otro modo, Errol Flynn tuvo una historia amorosa con una española, de nombre Estrella, durante la guerra. "Era muy guapa, muy española, con un sentido del humor que no abundaba entre las mujeres españolas. Cuando estaba de pie, desnuda, era hechizante como una sirena (...). Allí donde he ido, en cualquier situación, siempre una mujer ha simbolizado finalmente mi presencia. Estrella fue mi simbolización de España". (...)

"Vivir he vivido muchísimo", escribe en el último capítulo de sus memorias, "como un glotón comiéndose el mundo, y no creo que sea egolatría sugerir que pocos de los que han vivido en este siglo han tragado más mundo que yo. En el mar, en su fondo, en el aire, en todas las partes de casi todas las tierras, yo no he ido en busca de fama o fortuna, sino de la vindicación del acto de vivir". (El País, Domingo, 07/06/2009, p. 10)

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