"P: En el libro sostiene usted que el dinero no es
real y que nos hemos convertido en sus esclavos. Habla de que vivimos en
una economía ficticia. Y dice que en los años setenta el comercio era
seis veces el valor de los bienes y que en 1995 era 50 veces más.
¿Cuántas veces más lo es ahora?
R: Nadie lo sabe, pero debe de estar alrededor de
150. Lo más vergonzoso es que los números no están disponibles, o al
menos yo no he podido encontrarlos. (...)
P: ¿Y eso qué significa?
R: La ironía es que la globalización ha conducido a
lo opuesto de lo que prometía. Prometió competencia, y ha causado el
regreso a los oligopolios; prometió renovación del capitalismo, y ha
supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió el final del nacionalismo
feo [sostiene que también hay un nacionalismo positivo], y ha traído la
era más nacionalista desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento; prometió empleo, no
tenemos empleo… y así se puede seguir con la lista. Nada de lo prometido
ha ocurrido. (...)
Dijeron que con el keynesianismo se imprimía mucho dinero; que había
que controlar el dinero en circulación y que eso haría funcionar la
economía. El hecho es que todo este periodo ha llevado a la mayor
expansión en la cantidad de dinero en la historia del mundo, hemos visto
cientos de ejemplos de nuevos tipos de dinero: las tarjetas de crédito,
los bonos basura, los derivados…
Todo eso es imprimir dinero, pura
inflación de la cantidad de dinero. El argumento capitalista era que el
dinero era lo que engrasaba la maquinaria. Pero llegado un momento
dijeron: el dinero es real, por eso es bueno tener a gente trabajando en
el sector financiero.
¿Las fusiones y grandes adquisiciones de
empresas?: eso es imprimir dinero. Cada vez que una compañía compra
otra y se endeuda en, digamos, 700.000 dólares, eso quiere decir que se
acaban de imprimir 700.000 dólares, acaban de crear 700.000 dólares que
antes no existían.
Nunca tuvimos tanto dinero circulando en el mundo y
tan mal repartido. Y por eso cuando ocurre la crisis, la gente que es
parte de esa lunática inflación dice: hay que salvar a los bancos.
P: ¿Y no hay que rescatar a los bancos?
R: No hay razón para salvar a los bancos, no
necesitamos tanto dinero. Lo razonable habría sido aprovechar la
oportunidad para limpiar el desorden. No hay más que tomar el ejemplo
español de Bankia. Una buena política habría sido, por ejemplo, que el
Gobierno anunciase que pagaría todas las hipotecas hasta una cantidad
determinada, pongamos 300.000 euros.
Das el dinero a la gente que está
en su casa y que tiene una hipoteca, y de hecho salvas a los bancos: es
el ciudadano el que da el dinero a los bancos al cancelar su hipoteca.
De pronto, la gente ya no tiene deudas y puede gastar lo que gana. Así
es como se crea una clase propietaria y además se relanza la economía.
Es tan simple.
P: ¿Y eso es posible?
R: Por supuesto. Para mí la pregunta es: ¿es posible
que demos todo ese dinero a los bancos, que fueron los que crearon el
problema, para que no se gasten ese dinero y para que continúen
autoconcediéndose enormes bonus? ¿Es eso posible? ¿Es eso
legal? ¡Vamos, denme un respiro!
Hay otra opción: no queremos salvar a
todos los bancos, no queremos tanto dinero, así que paguemos 150.000
euros de esas hipotecas y cancelemos el resto de la deuda, 150.000.
Los
Gobiernos tienen el poder para hacerlo. De ese modo, 150.000 euros no
vuelven a los bancos, limpias el sistema bancario y reduces la cantidad
de dinero que circula, que es algo positivo. (...)
Se pueden hacer más cosas. Por ejemplo, dar una renta mínima a la
gente en vez de que tenga que hacer colas para acceder a prestaciones,
subsidios y ayudas, en vez de humillarla examinando sus requisitos una y
otra vez; ayudas que además resultan caras de administrar…
Muchos
conservadores, liberales y socialdemócratas responsables están de
acuerdo en que sería mucho mejor una renta garantizada anual. Supondría
liberar a la sociedad, devolver a la gente el respeto por sí misma. La
gente humillada o marginada se sentiría parte de la sociedad. Es
curioso, pero hay mucha gente que está de acuerdo con estas ideas.
P: ¿Ah, sí?, ¿y dónde están esos conservadores y liberales que piensan así?
R: ¡En todas partes! No están entre los neoconservadores, pero sí entre muchos conservadores. Muchos empresarios creen en esto.(...)
P: La Unión Europea está corroída por la deuda…
R: Hay quien plantea los eurobonos como solución a
la crisis europea. ¿Estamos de broma? Yo digo: acabemos con la deuda. No
pueden admitir que se han equivocado, así que hacen como que los bonos
son algo que les permite coger toda la deuda, colocarla en los bonos y
venderlos. Están colocando a la civilización europea bajo el peso de una
deuda que no existe.
Si tuvieran algo de imaginación y algo de coraje, convocarían una
cumbre y dirían: sí, los españoles han hecho mal esto, y los griegos han
hecho cosas horribles con esto, pero ninguno de nosotros es una parte
inocente; ¿cómo podemos resetear el reloj?
Básicamente, vamos a
envolver parte de esta deuda en un sobre, escribiremos en el sobre la
frase “Esto es muy importante”, lo pondremos en un cajón, lo cerraremos y
tiraremos la llave. ¡Hay que pasar página, hay que superarlo! En vez de
esto, están intentando volver a hacer lo mismo que vienen haciendo
durante años, pero como si no lo hicieran.
P: Una propuesta sorprendente…
R: La mía es responsable y honesta. Ellos están
haciendo una propuesta delirante e increíblemente complicada que no va a
funcionar y que no nos lleva a ningún sitio. Y en el camino hacen que
la gente sufra. ¿Qué piensan que van a decir los griegos cuando les
reduzcan el salario mínimo en un 22%?
Está claro que esto es como una
cuestión religiosa. Como la economía es la nueva religión, han aplicado
la moral a la economía. La deuda pública tiene peso moral, pero la
privada no. ¿Cómo se come eso? Este es uno de los fracasos de la
globalización. Si el sector privado se puede librar de la deuda, el
sector público también. (...)
En realidad, la globalización viene de un grupo de gente bastante
marginal que tomó unas viejas ideas de mediados del siglo XIX pasadas de
moda. Una de ellas era inglesa: el comercio libre, y la otra era el
capitalismo de bucaneros, que se remonta a finales del XIX en Inglaterra
y Estados Unidos.
Unieron las dos cosas y dijeron: esta es una gran
idea. Y no pensaron en las consecuencias de la unión de esas dos ideas.
En la crisis de los años setenta estábamos con excedentes de producción,
no se debía resolver el problema incrementando el comercio, porque ya
había demasiados bienes.
Es decir, la solución que encontraron para el
problema era la contraria a lo que se necesitaba. Llevamos 30 años de
abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido de la historia, ni
imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo y adónde
vamos: una gran banalidad con tremendos resultados." (John Ralston Saul: "No hay razón para salvar a los bancos", El País, 05/02/2013)
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