“¿Desea usted un nuevo orden económico?” La respuesta del 88% de los
alemanes (del 90% en Austria) en una encuesta de la Fundación
Bertelsmann –ligada al establishment político-económico germano- fue
“sí”. Y es que el shock de la crisis ha mostrado un abismo que está
desgastando exponencialmente la marca capitalismo. (...)
Christian Felber (Salzburgo, 1972) propone dar un paso al frente en
busca de una solución, a la par que plantear un itinerario: la Economía
del Bien Común (EBC). Un “sistema económico alternativo completo” que
deja atrás la economía planificada comunista, pero también los excesos
del capitalismo financiero desregulado.
¿Por qué los valores que nos hemos otorgado constitucionalmente y
que, además, son los que todos impulsamos en nuestras relaciones humanas
–honestidad, aprecio, confianza, responsabilidad, solidaridad y
generosidad-, se comprueban radicalmente opuestos –avidez, envidia,
desconfianza, irresponsabilidad, desconsideración y egoísmo- a los que
rigen en la economía?
Para Felber y su equipo, se debe legislar en pos
de que las coordenadas de la gráfica –que suele expresar moviendo los
brazos- que perfilan el actual “orden económico legal” -afán de lucro y
competencia- dejen de ser seductoras para los empresarios, y enfocar y
recompensar el éxito económico remplazando (con el desarrollo de leyes
que serán explicadas en las próximas líneas) dichas coordenadas por las
de la contribución al bien común y la cooperación: las reglas del juego
económico en la EBC. (...)
El profesor Felber, de personalidad magnética y retórica consistente,
aboga por romper esta contradicción haciendo que el dinero ocupe su rol
original:
“Es un medio, un instrumento; no un fin: los indicadores del
éxito deben medir el nuevo objetivo final, que es el bien común”.
Actualmente, la unidad de medida en la macroeconomía es el PIB, y en la
microeconomía el balance financiero de las empresas. Ambos son
indicadores exclusivamente monetarios.
Así, en lo que califica de un
“error metodológico fundamental”, el PIB creciente de un país no nos
refleja si su ciudadanía padece un conflicto bélico, vive en una
dictadura o siente miedo, en vez de confianza, ante el futuro. Por
tanto, la EBC propone, a nivel macro, conocer, anualmente, mediante
encuestas y asambleas comunales, el nivel de bienestar de la población
midiendo una veintena de factores sobre la calidad de vida.
Pero es a nivel microeconómico donde la EBC muestra una practicidad, madurez y conectividad para con la sociedad, en un proyecto que se formula “de abajo a arriba”. (...)
la EBC propugna algo similar a una auditoría, merced a una
herramienta que Felber considera el “corazón” del sistema: La matriz del
Bien Común.
Esta -en constante evolución y mejora con la aportación de los
actores económicos que se están sumando al proyecto en todo el mundo-
consiste en un cuadrante que,
mediante puntuaciones correspondientes a la interacción de, por un
lado, los factores relacionados con valores constituciones (dignidad
humana, solidaridad, sostenibilidad ecológica, justicia social y
participación democrática y transparencia), que pueden sumar hasta 200
puntos cada uno y, por el otro, los grupos de contacto o ‘stakeholders’
(proveedores, financiadores, empleados –inclusive propietarios-,
clientes/productos/servicios/copropietarios y ámbito social), así como
los criterios negativos, que restan puntos, permite obtener la
puntuación final (entre 0 y 1.000) de cada empresa, ayuntamiento,
universidad, etc., de forma no solo cuantitativa, sino también
cualitativa.
Por tanto, la empresa que tenga una gestión participativa
en las decisiones, que reduzca la huella ecológica o que iguale los
salarios de hombres y mujeres, por poner algunos ejemplos puntuables de
las células de este cuadrante, tendrá una mayor puntuación. Es decir,
estará más cerca de alcanzar el éxito en su meta: el bien común.
Y aquí es donde toma protagonismo la persona que decide la
supervivencia de cualquier empresa: el consumidor. Cada producto tendrá
un color en su código de barras según su puntuación en el Balance del
Bien Común -rojo (0-200 puntos), naranja (200-400), amarillo (400-600),
verde claro (600-800) o verde oscuro (800-1000)- para que el cliente
pueda decidir gracias a la transparencia (una aplicación de móvil
permitirá que cada cual compruebe los datos que más le interesan) de una
información que Felber califica de “holística”, ya que “no solo es un
sello de comercio justo, o ecológico, o social; sino una visión global
de la responsabilidad –cuyos parámetros son hoy día una propuesta de la
EBC sujeta a modificaciones- de una empresa”.
La entrada en escena de la política es, llegados a este momento, la
clave. Como sabemos, los productos poco éticos (fabricados con mano de
obra infantil o arrasando el ecosistema, por ejemplo) son más baratos
que los de comercio justo, gracias a que el marco legal favorece estas
prácticas. Felber plantea desarrollar legislativamente los principios
constitucionales y, así, las empresas, según se aproximen al objetivo
del bien común, obtendrían una reducción en los impuestos y tasas
aduaneras, créditos a interés reducido (Felber está fundando en Austria
el primero de una serie de bancos del bien común que sigan las líneas
comerciales de la banca en sus albores), la prioridad en la contratación
pública y la cooperación con la investigación universitaria.
Por su
parte, las empresas que no se adecúen a la justicia social, verán
aumentados sus gravámenes y no se podrán beneficiar de esta legislación,
con lo que sus productos dejarán de ser más baratos que los de las
empresas que opten por la EBC. Teniendo un precio similar, se presupone
que la ciudadanía desechará los productos irresponsables, viéndose
obligadas todas las marcas a buscar el nuevo éxito empresarial. O a
desaparecer.
“La EBC sigue siendo una economía de mercado, basada en empresas
privadas, en dinero, en oferta y demanda –subrayó Felber en una conferencia en Alcoy-.
Por tanto todas las empresas seguirán haciendo sus balances
financieros, pero basados en una producción real, y no en un capital que
se multiplica por sí solo, como ocurre con la economía financiera
globalizada anónima”.
Así, estos balances ya no serían un fin, sino un
medio, por lo que propone, insistiendo una vez más en que estas medidas
“deberán ser aprobadas en referéndums democráticos”, prohibir cuatro
usos de los excedentes monetarios en esta economía “postcapitalista”:
las inversiones financieras especulativas, el absorber hostilmente otras
empresas, la distribución a personas que no trabajen en esas empresas y
las donaciones a partidos políticos, para evitar que el poder económico
y el poder político converjan.
Manteniendo el aroma quincemayista que impregna sus propuestas,
Felber aboga por establecer el “consenso sistémico” (un método que logra
concretar qué propuesta ofrece menor resistencia por parte de la
población, y que suele ser un punto intermedio entre los extremos) para
preguntar a la ciudadanía, entre otras decisiones, si debería haber un
límite legal entre el salario mínimo de un país y el sueldo máximo que
se pueda cobrar.
En la actualidad, en Austria el beneficio personal
máximo multiplica por 800 el salario mínimo, en Alemania por 5.000 y en
el sector financiero estadounidense por 360.000. “Nada en exceso”,
advertían ya los antiguos filósofos griegos.
Anteriormente se analizó la primera de las dos coordenadas (sustituir
el afán de lucro por la contribución al bien común) que la EBC propone
para un nuevo marco legal. Abordando la segunda de ellas (el reemplazo
de la competencia por la cooperación), Felber reflexiona:
“Competir
viene de las raíces latinas com (juntos) y petere (buscar), por lo que
su significado original, buscar juntos, estaría más cercano a lo que hoy
llamamos cooperar”. Y añade: “Se dice que competir nos motiva, pero la
cooperación nos motiva, además, emocionalmente. Con la fuerza
incomparable que ello tiene”.
Se pregunta también cuál es el factor de
motivación más fuerte en el cóctel contemporáneo de la competencia. “El
miedo”, resuelve; y verbaliza sus síntomas: estrés, presión, mobbing… La
EBC propone liberar a las empresas de la “coerción” del crecimiento
infinito, con el objetivo de que las empresas alcancen su tamaño óptimo
y, después, puedan ayudar a otras empresas, fomentando la cooperación y
la solidaridad.
“Si las reglas del juego de la economía son las mismas
que los valores de la vida privada, habrá más personas con ganas de
crear empresas”, asegura Felber.
“No es una idea, sino un proyecto social”, una pata más de la mesa
sobre la que escribir el futuro, que se sustenta junto con otros
elementos (I+D+i científico y sanitario, educación universal en todos
los niveles, partidos políticos verdaderamente representativos…).
En los
siempre complicados primeros dos años de vida, 935 empresas de más de
una docena de países se han sumado al proyecto, la matriz del Bien Común
sigue implementándose, y se han creado “campos de energía” (grupos
regionales de la EBC que hacen pedagogía entre los actores económicos de
sus zonas).
La idea de Felber y su equipo es
empezar de abajo a arriba, con asambleas locales a las que todas las
personas, empresas e instituciones públicas están invitadas. Buscan
madurar el proyecto en asambleas democráticas comunales y, entonces,
pasar a un proceso puramente democrático a través de una Asamblea
Económica abierta cuyas decisiones, en un mundo digital con infinidad de
posibilidades, se voten en referéndum, para que la legislación
económica al fin conecte con los valores constitucionales.
¿Se
comprometerá alguna formación política de los países de la UE a pedir el
voto en las próximas elecciones para legislar en favor de la EBC?
Felber se muestra optimista de cara al futuro: “Hoy es impensable.
Mañana será lógico”, ya que históricamente “la autoridad natural vence, a
largo plazo, a la autoridad violenta”. (Attac Madrid, 10/03/2013)
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