"¿Cómo es Bután? Difícil respuesta. (...)
La mayoría de la población de Bután, y el territorio por el que están autorizados a moverse los visitantes, es más parecido a las tierras medias de Suiza.
Valles verdes y fértiles encajados entre montañas de no más de 4.000
metros de altura tapizadas por densos bosques de coníferas.
Y todo
punteado por casitas y granjas diseminadas por doquier, todas con la
estructura típica de la casa butanesa de muros de adobe y carpintería de
madera ricamente pintada (está prohibido construir de otra manera). (...)
¿Dónde radica entonces la magia de este pequeño y misterioso país?
En su gente. Y en el experimento social que aquí se desarrolla. Bután
es también la Suiza del Himalaya en cuestiones sociales y de
organización del Estado. Cuando llegas aquí procedente del tremendo caos
de Nepal -como es mi caso- o desde el caos del Tibet o desde el caos
aún más terrorífico de la India, Bután se asemeja a un oasis de paz,
armonía y serenidad.
La esencia de un país budista llevado a sus últimas consecuencias.
En eso se manifiesta su belleza. Y esa es la razón de que ya me haya
enamorado de este singular reino, pese a los poco días que llevo
viajando por él.
Por eso y porque en Bután no importa el índice de riqueza. Lo que cotiza es el índice de Felicidad Nacional Bruta.
El concepto fue acuñado por el cuarto rey de la dinastía actual, Jigme Senge Wangchuk,
en la década de los 70. Fue él, artífice del Bután moderno que hoy
conocemos, quien proclamó que en un país como el suyo, aislado entre
montañas, cerrado a los extranjeros hasta 1974, profundamente agrícola y
rural, el concepto de PIB (producto interior bruto) occidental no tenía
sentido.
Que él y su gobierno lucharían por incrementar la felicidad de
sus súbditos por lo que decretaba instaurado el índice de Felicidad Nacional Bruta.
En contra de lo que muchos creen -y otros muchos han escrito
erróneamente-, no se trata de ningún índice oficial ni un patrón
mensurable ni va más allá de un concepto. No es el índice de bienestar
que publica anualmente la OCDE.
Es una forma de buen gobierno que tiene su máxima expresión en la Comisión de la Felicidad Nacional Bruta,
un organismo del gobierno butanés que vela porque todas las leyes,
acciones e inversiones de la administración pública estén encaminadas a
aumentar la felicidad de los súbditos. ¡Casi nada!
¿Cómo se materializa este concepto? De una manera tan sencilla como poco común en el resto del mundo: gobernando pensando en los ciudadanos.
Los butaneses tienen gratis el agua, la electricidad, la educación, la
sanidad… cuentan con buenas carreteras, puentes, presas y diques,
instituciones que funcionan, una democracia estable…
¡Hasta las semillas
que plantan los agricultores (el 90% de la población vive de la
agricultura y la ganadería) las proporciona gratuitamente el gobierno,
que se encarga de mejorarlas cada año para aumentar la producción
nacional!.
¿Es eso la felicidad? No lo sé, pero se le debe parecer bastante.
Quizá para un europeo la idea de un estado que devuelve tus impuestos
en forma de servicios gratuitos (educación, sanidad, infraestructuras)
no sea tan raro. Pero hay que poner a Bután en su contexto geopolítico: dentro del área geográfica en la que se sitúa el país, todos esos avances sociales son sencillamente ciencia ficción. (...)
¿Son los butaneses realmente felices? A todo el que le
he preguntado me responde que sí, extrañado por la obviedad de la
pregunta. Pero sería muy atrevido por mi parte afirmarlo tajantemente
con los pocos días que llevo aquí. No he penetrado lo suficiente en la
sociedad butanesa como para saberlo.
Aparentemente sí lo son. Y cuando
conduces por sus carreteras (manejan pausados y sin estrés), cuando
caminas por la noche por la capital, Timphu, con total sensación de
seguridad, cuando hablas con ellos, cuando entras a un monasterio y te
ofrecen agua bendita… estás casi convencido de que sí.
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