29/4/13

El fatalismo político

"Pues bien, en el contexto social y relacionado con la percepción o la ausencia de control, se encuentra el "fatalismo", que fue un término inicialmente acuñado por Martín Baró (1987), para hacer referencia al tipo de relación que se establece entre las personas y un entorno que perciben como incontrolable. 

En cierto sentido, este concepto de fatalismo entronca con el concepto de indefensión aprendida (IA), anteriormente descrito.

No obstante, según el propio Martín Baró, la indefensión que se experimenta a nivel social no constituye solamente una consecuencia tanto de discursos o prácticas de socialización que fomentan la inacción política sino que, más bien, tanto la indefensión como el fatalismo subsecuente a la misma, serían el resultado de una experiencia reiterada de fracaso en los esfuerzos dirigidos a controlar el entorno.

Según De la Corte, Blanco y Sabucedo, en sus trabajos en el área de la Psicología Política, el fatalismo sería, por tanto, una actitud que tendría un enorme poder a la hora de favorecer la desmovilización política y, por tanto, para el mantenimiento de la situación actual o statu quo.

Así, los factores claves que definen el fatalismo, según ellos, serían: en primer lugar, el conformismo y la sumisión; en segundo lugar, una tendencia a no realizar esfuerzos y a mostrarse pasivo y, en tercer lugar, una excesiva focalización en el presente a la que denominan presentismo. 

Este último implicaría, además, una falta de memoria del pasado y una ausencia de planificación del futuro. El fatalismo sería además, una actitud que vendría acompañada de una sensación de que todo va a seguir igual.

Por este motivo, una vez constatado el fatalismo en un sector de la población más o menos amplio, la labor de los movimientos sociales y, por ende, de los partidos políticos, mediante sus propuestas y conductas, sería la de romper el círculo vicioso que refuerza estas creencias en los individuos. Tarea, por otro lado, difícil ya que la corrupción férreamente instalada en los dos principales partidos de nuestra arena política, dificultan el cambio de las actitudes fatalistas.

Es decir, deberían fomentar aquello que Paulo Freire llamaba "concientización" --la toma de conciencia personal en su dimensión social y política-- y que Martín Baró llamó más tarde "empoderamiento", el cual consistía en devolver a los ciudadanos la creencia de que sus acciones podrían modificar la realidad social.

 Un ejemplo práctico sería adoptar iniciativas concretas para devolver la voz a la ciudadanía, a través de procesos consultivos más democráticos (referéndum).   (...)

A lo largo del tiempo la indefensión aprendida se ha denominado de distintas maneras: desesperanza, indefensión e incluso pereza aprendida, arrojando esta última una sombra de culpa sobre la víctima. Hoy el término indefensión está en boca de todo el mundo relacionado con las consecuencias más duras de la crisis económica: desempleo, desahucios y pobreza. 

También con los efectos de las políticas adoptadas por los gobiernos para hacer frente a la crisis caracterizados por sucesivos recortes de sueldo, de prestaciones y de derechos que recaen sobre los ciudadanos que nada han tenido que ver con sus causas, y que no entienden lo que ocurre. Recortes que, al parecer, no podremos evitar por mucho que hagamos huelgas o nos manifestemos. 

Y además, se ha comenzado a castigar a muchos de los que protestan mediante detenciones poco justificadas y prisiones preventivas de dudosa compatibilidad con derechos humanos fundamentales.  (...)

Podemos inferir que, mediante el poder actual de los medios de propaganda, es factible inducir este estado depresivo en buena parte de la población, para mantenerla en la pasividad.

La indefensión aprendida se puede observar en numerosos ambientes y sociedades represivas, con poblaciones sumamente empobrecidas en contraste con el derroche y despilfarro económico ejercido por su clase dirigente. El poder lo viene haciendo históricamente de muy diversas formas, haciéndonos creer que somos los únicos culpables de nuestros males; por ejemplo en España hoy en día resulta un ejemplo familiar es el famoso mensaje "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", (cuando la realidad era que las posibilidades, para los de abajo, más bien eran inferiores a los estándares de una vida digna) y en Argentina en tiempos pasados el mensaje "Todos somos culpables".

 No debemos caer en la trampa de pensar que “la culpa de esta crisis la tenemos nosotros”. Autores como Vicenç Navarro han señalado que ha sido precisamente la falta de recursos entre las clases populares la que ha sido causante del endeudamiento, y no al revés.

Cómo diría Susan George “España se ha convertido en una "una rata de laboratorio”. La cuestión es ¿cuánto tiempo toleraremos el castigo y la culpa sin rebelarnos? Como hemos expuesto, un elemento fundamental en el fenómeno de la indefensión aprendida es la culpa y, por tanto, el miedo. (...)

El ser humano tiene una incuestionable necesidad de justificar sus acciones, esto hace que ante los demás (y ante nosotros mismos) necesitemos sentir que somos coherentes, que guardamos equilibrio entre lo que pensamos, decimos y hacemos. 

Cuando ello no ocurre hay una tendencia o predisposición interna a disminuir la tensión, aunque sea mínima, que estas incoherencias nos puedan generar para no sentir dicha incomodidad.

Este mecanismo viene descrito en la teoría de la Disonancia Cognitiva. Dicha teoría considera además que existen pensamientos, creencias, ideas, cogniciones consonantes (es decir, coherentes o consecuentes entre sí). El ejemplo más recurrido es el del tabaco --“sé que fumar es perjudicial y no fumo”-- y cogniciones disonantes --"sé que fumar es perjudicial y sin embargo fumo"--.

Nos centramos en la disonancia o tensión generada por las situaciones de incongruencia entre actitudes y conductas, es decir, pensamos una cosa y hacemos otra.

Para reducir la disonancia entre cogniciones podemos utilizar varias opciones:
1. Cambiar uno de los dos elementos disonantes: o la actitud (“fumar no es tan malo”) o la conducta (no fumar).
2. Agregar una cognición para justificar o racionalizar la incongruencia entre las dos cogniciones. Ej. “hay fumadores que son longevos”.

Trasladando y ejemplificando dicha teoría a la práctica insertada en el contexto sociopolítico actual en España:

Primero la actitud, luego la conducta y, nuevamente, la actitud: confío en que el PP “salvará” España, creará empleo, etc. (actitud); por lo que voto al PP (conducta), con el tiempo constato el desastre de su política (disonancia) y resuelvo la tensión que me produce en una nueva actitud: "todos son iguales".

Lo expuesto explica por qué todos tendemos a justificar las conductas por una disposición o tendencia a resolver las incongruencias propias. La idea del cambio nos provoca tal incomodidad que cualquier orden existente nos hace sentir más seguros.

 El sesgo de justificación del sistema es investigado desde la psicología social, que nos deja algunos detalles reveladores acerca de la lentitud del cambio, del porqué parecen perpetuarse los problemas socio-políticos de nuestros tiempos. Según esta perspectiva, en ciertas condiciones sociales, nos resistimos al cambio social y justificamos y protegemos el sistema social existente. 

Así nos encontramos con las frases tan recurridas: todos son iguales y por tanto mi conducta no fue errónea), o no estoy de acuerdo con lo que está pasando, pero no queda más remedio (disminuye mi sensación de incomodidad porque hay causas externas que yo no puedo controlar)."       (Diagonal Global, 22/04/2013)

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