"Pues bien, en el contexto social y relacionado con la percepción o la
ausencia de control, se encuentra el "fatalismo", que fue un término
inicialmente acuñado por Martín Baró (1987), para hacer referencia al
tipo de relación que se establece entre las personas y un entorno que
perciben como incontrolable.
En cierto sentido, este concepto de
fatalismo entronca con el concepto de indefensión aprendida (IA),
anteriormente descrito.
No obstante, según el propio Martín Baró, la indefensión que se
experimenta a nivel social no constituye solamente una consecuencia
tanto de discursos o prácticas de socialización que fomentan la inacción
política sino que, más bien, tanto la indefensión como el fatalismo
subsecuente a la misma, serían el resultado de una experiencia reiterada de fracaso en los esfuerzos dirigidos a controlar el entorno.
Según De la Corte, Blanco y Sabucedo, en sus trabajos en el área de
la Psicología Política, el fatalismo sería, por tanto, una actitud que
tendría un enorme poder a la hora de favorecer la desmovilización
política y, por tanto, para el mantenimiento de la situación actual o statu quo.
Así, los factores claves que definen el fatalismo, según ellos,
serían: en primer lugar, el conformismo y la sumisión; en segundo lugar,
una tendencia a no realizar esfuerzos y a mostrarse pasivo y, en tercer lugar, una excesiva focalización en el presente a la que denominan presentismo.
Este último implicaría, además, una falta de memoria del pasado y una
ausencia de planificación del futuro. El fatalismo sería además, una
actitud que vendría acompañada de una sensación de que todo va a seguir
igual.
Por este motivo, una vez constatado el fatalismo en un sector de la
población más o menos amplio, la labor de los movimientos sociales y,
por ende, de los partidos políticos, mediante sus propuestas y
conductas, sería la de romper el círculo vicioso que refuerza estas
creencias en los individuos. Tarea, por otro lado, difícil ya que la
corrupción férreamente instalada en los dos principales partidos de
nuestra arena política, dificultan el cambio de las actitudes
fatalistas.
Es decir, deberían fomentar aquello que Paulo Freire llamaba
"concientización" --la toma de conciencia personal en su dimensión
social y política-- y que Martín Baró llamó más tarde "empoderamiento",
el cual consistía en devolver a los ciudadanos la creencia de que sus
acciones podrían modificar la realidad social.
Un ejemplo práctico sería
adoptar iniciativas concretas para devolver la voz a la ciudadanía, a
través de procesos consultivos más democráticos (referéndum). (...)
A lo largo del tiempo la indefensión aprendida se ha denominado de
distintas maneras: desesperanza, indefensión e incluso pereza aprendida,
arrojando esta última una sombra de culpa sobre la víctima. Hoy el
término indefensión está en boca de todo el mundo relacionado con las
consecuencias más duras de la crisis económica: desempleo, desahucios y
pobreza.
También con los efectos de las políticas adoptadas por los
gobiernos para hacer frente a la crisis caracterizados por sucesivos
recortes de sueldo, de prestaciones y de derechos que recaen sobre los
ciudadanos que nada han tenido que ver con sus causas, y que no
entienden lo que ocurre. Recortes que, al parecer, no podremos evitar
por mucho que hagamos huelgas o nos manifestemos.
Y además, se ha
comenzado a castigar a muchos de los que protestan mediante detenciones
poco justificadas y prisiones preventivas de dudosa compatibilidad con
derechos humanos fundamentales. (...)
Podemos inferir que, mediante el poder actual de los medios de
propaganda, es factible inducir este estado depresivo en buena parte de
la población, para mantenerla en la pasividad.
La indefensión aprendida se puede observar en numerosos ambientes y
sociedades represivas, con poblaciones sumamente empobrecidas en
contraste con el derroche y despilfarro económico ejercido por su clase
dirigente. El poder lo viene haciendo históricamente de muy diversas
formas, haciéndonos creer que somos los únicos culpables de nuestros
males; por ejemplo en España hoy en día resulta un ejemplo familiar es
el famoso mensaje "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades",
(cuando la realidad era que las posibilidades, para los de abajo, más
bien eran inferiores a los estándares de una vida digna) y en Argentina
en tiempos pasados el mensaje "Todos somos culpables".
No debemos caer
en la trampa de pensar que “la culpa de esta crisis la tenemos
nosotros”. Autores como Vicenç Navarro han señalado que ha sido
precisamente la falta de recursos entre las clases populares la que ha
sido causante del endeudamiento, y no al revés.
Cómo diría Susan George “España se ha convertido en una "una
rata de laboratorio”. La cuestión es ¿cuánto tiempo toleraremos el
castigo y la culpa sin rebelarnos? Como hemos expuesto, un elemento fundamental en el fenómeno de la indefensión aprendida es la culpa y, por tanto, el miedo. (...)
El ser humano tiene una incuestionable necesidad de justificar sus
acciones, esto hace que ante los demás (y ante nosotros mismos)
necesitemos sentir que somos coherentes, que guardamos equilibrio entre
lo que pensamos, decimos y hacemos.
Cuando ello no ocurre hay una
tendencia o predisposición interna a disminuir la tensión, aunque sea
mínima, que estas incoherencias nos puedan generar para no sentir dicha
incomodidad.
Este mecanismo viene descrito en la teoría de la Disonancia
Cognitiva. Dicha teoría considera además que existen pensamientos,
creencias, ideas, cogniciones consonantes (es decir, coherentes o
consecuentes entre sí). El ejemplo más recurrido es el del tabaco --“sé
que fumar es perjudicial y no fumo”-- y cogniciones disonantes --"sé que
fumar es perjudicial y sin embargo fumo"--.
Nos centramos en la disonancia o tensión generada por las situaciones
de incongruencia entre actitudes y conductas, es decir, pensamos una
cosa y hacemos otra.
Para reducir la disonancia entre cogniciones podemos utilizar varias opciones:
1. Cambiar uno de los dos elementos disonantes: o la actitud (“fumar no es tan malo”) o la conducta (no fumar).
2. Agregar una cognición para justificar o racionalizar la incongruencia entre las dos cogniciones. Ej. “hay fumadores que son longevos”.
2. Agregar una cognición para justificar o racionalizar la incongruencia entre las dos cogniciones. Ej. “hay fumadores que son longevos”.
Trasladando y ejemplificando dicha teoría a la práctica insertada en el contexto sociopolítico actual en España:
Primero la actitud, luego la conducta y, nuevamente, la actitud:
confío en que el PP “salvará” España, creará empleo, etc. (actitud); por
lo que voto al PP (conducta), con el tiempo constato el desastre de su
política (disonancia) y resuelvo la tensión que me produce en una nueva
actitud: "todos son iguales".
Lo expuesto explica por qué todos tendemos a justificar las conductas
por una disposición o tendencia a resolver las incongruencias propias.
La idea del cambio nos provoca tal incomodidad que cualquier orden
existente nos hace sentir más seguros.
El sesgo de justificación del
sistema es investigado desde la psicología social, que nos deja algunos
detalles reveladores acerca de la lentitud del cambio, del porqué
parecen perpetuarse los problemas socio-políticos de nuestros tiempos.
Según esta perspectiva, en ciertas condiciones sociales, nos resistimos
al cambio social y justificamos y protegemos el sistema social
existente.
Así nos encontramos con las frases tan recurridas: todos son
iguales y por tanto mi conducta no fue errónea), o no estoy de acuerdo
con lo que está pasando, pero no queda más remedio (disminuye mi
sensación de incomodidad porque hay causas externas que yo no puedo
controlar)." (Diagonal Global, 22/04/2013)
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