"Hace ahora justamente 70 años un economista polaco muy importante,
Michal Kalecki, publicó un artículo (Aspectos políticos del pleno
empleo) que me parece que tiene una gran actualidad en nuestro tiempo y
particularmente en un primero de mayo como este.
Kalecki partía de reconocer cuando lo escribía que una mayoría
considerable de los economistas opinaba que, aun en un sistema
capitalista, el pleno empleo puede alcanzarse mediante un programa de
gastos del gobierno, siempre que haya un plan suficiente para emplear
toda la fuerza de trabajo existente y siempre que puedan obtenerse
dotaciones adecuadas de las materias primas extranjeras necesarias a
cambio de exportaciones.
Se aceptaba, decía el economista polaco, que si el gobierno realiza
inversión pública (por ejemplo, si construye escuelas, hospitales y
carreteras) o subsidia el consumo masivo y si además este gasto se
financia con préstamos y no con impuestos, la demanda efectiva de bienes
y servicios puede aumentarse hasta un punto en que se logre el pleno
empleo.
A la objeción (que todavía se sigue planteando) de que eso podría
crear inflación, Kalecki respondía con total seguridad: la demanda
efectiva creada por el gobierno actúa como cualquier otro aumento de la
demanda, por tanto, si hay oferta abundante de mano de obra, planta y
materias primas, el aumento de la demanda se satisface con otro de la
producción.
Lo que significa que si la intervención gubernamental trata
de lograr el pleno empleo pero no llega a aumentar la demanda efectiva
más allá del nivel del pleno empleo, no hay por qué temer a la
inflación.
A continuación, Kalecki señalaba que, a pesar de que esa tesis estaba
bastante clara, tenía oponentes, entre los cuales mencionaba a
“expertos económicos estrechamente conectados con la banca y la
industria”, lo que le llevaba a pensar que, a pesar de que los
argumentos utilizados son económicos, “hay un fondo político en la
oposición a la doctrina del pleno empleo”.
Así, recordaba en el artículo que “las grandes empresas se opusieron
sistemáticamente en la gran depresión de los años treinta a los
experimentos tendentes a aumentar el empleo mediante el gasto
gubernamental en todos los países, a excepción de la Alemania Nazi”.
Igual que lo que ocurre en estos momentos en Europa.
Kalecki se preguntaba, tal y como deberíamos hacer ahora, por qué
había esa oposición a las políticas que podían aumentar el empleo, sobre
todo, teniendo en cuenta que “el aumento del producto y el empleo no
beneficia sólo a los trabajadores, sino también a los empresarios,
porque sus ganancias aumentan”.
Si los empresarios, decía Kalecki, suspiran por las ganancias que
lleva consigo el auge, ”¿por qué no aceptan gustosos el auge
“artificial” que el gobierno puede ofrecerles?”. O, como diríamos ahora:
¿por qué defienden las empresas políticas de austeridad que recortan el
empleo y sus beneficios, puesto que con ellas venden menos?
Kalecki dio tres posibles respuestas a esa pregunta capital.
La primera tiene que ver con el hecho de que en un sistema de no
intervención del gobierno el nivel del empleo depende de la confianza de
los capitalistas: si ésta se deteriora, cae la inversión privada, lo
que se traduce en una baja de la producción y el empleo.
Por tanto,
decía Kalecki, sin intervención, los capitalistas disponen de un
poderoso control indirecto sobre la política gubernamental: como todo lo
que pueda incomodarles y deteriorar “su” confianza debe evitarse para
que no se provoquen crisis, resulta que los gobiernos deben someterse
constantemente a sus preferencias y dictados.
Sin embargo, dice Kalecki, “en cuanto el gobierno aprenda el truco de
aumentar el empleo mediante sus propias compras, este poderoso
instrumento de control perderá su eficacia”.
Concluye el economista polaco con una idea que es perfectamente
aplicable a lo que viene sucediendo en la actualidad: quienes defienden
los intereses de las empresas y se oponen a la intervención
gubernamental deberán considerar como “peligrosos” los déficit
presupuestarios, pues estos son su instrumento principal para llevarla a
cabo.
La función social de la doctrina de las “finanzas saneadas” (de
la estabilidad presupuestaria o de la austeridad, diríamos ahora) no es
otra, decía, que hacer que la confianza empresarial prevalezca como
determinante del nivel del empleo y de la bonanza económica.
Una segunda resistencia de los capitalistas a la política
gubernamental que crea empleo proviene de que, cuando se lleva a cabo,
se sienten doblemente amenazados. Si se articula invirtiendo en
productos que podría producir la empresa privada creerán que el gobierno
actúa como un competidor indeseable que le roba negocio y beneficios, y
se opondrán a ella. Y si la intervención se realiza subsidiando compras
se producirá una paradoja.
En principio les vendría muy bien a los
capitalistas, porque así venderían lo que de otra forma se quedaría sin
vender. Pero se negarán a ello porque con dichos subsidios, dice
Kalecki, se pone en cuestión algo de la mayor importancia: “los
principios fundamentales de la ética capitalista requieren la máxima del
ganarás el pan con el sudor de tu frente, es decir, siempre que tengas
medios privados”.
Pero no paran aquí las cosas. Incluso si los capitalistas superasen
estas dos reacciones adversas, se enfrentarán a la política que puede
conseguir el pleno empleo por otra razón fundamental.
Si el pleno empleo se alcanza, dice de nuevo Kalecki, el paro dejaría
de ser un medio de disciplinar a los trabajadores y de limitar su
capacidad reivindicativa: “La posición social del jefe se minaría y la
seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora
aumentaría. Las huelgas por aumentos de salarios y mejores condiciones
de trabajo crearían tensión política”.
A partir de ahí el economista polaco desarrolla una idea fundamental,
y que me parece que tiene una vigencia plena en nuestros días: “Es
cierto -escribía- que las ganancias serían mayores bajo un régimen de
pleno empleo (…).
Pero los dirigentes empresariales aprecian más la
“disciplina en las fábricas” y la “estabilidad política” que los
beneficios. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero
es poco conveniente desde su punto de vista y que el desempleo forma
parte integral del sistema capitalista normal“.
Tras una serie de reflexiones sobre los efectos cíclicos de estas
reacciones ante la política de creación de empleo Kalecki plantea otro
asunto fundamental y que también me parece de actualidad hoy día: una de
las funciones importantes del fascismo, tipificado por el sistema nazi,
fue la eliminación de las objeciones capitalistas al pleno empleo,
porque en esos regímenes totalitarios la maquinaria estatal se encuentra
“bajo el control directo de una combinación de las grandes empresas y
los arribistas fascistas”.
Entonces, la objeción al gasto gubernamental
en inversión pública o en consumo se supera concentrando el gasto
gubernamental en armamentos y la “disciplina en las fábricas” y la
“estabilidad política” bajo el pleno empleo se mantienen por el “nuevo
orden” que va desde la supresión de los sindicatos hasta el campo de
concentración.
Por eso, aunque Kalecki creía que es “sumamente improbable” que el
capitalismo se ajuste al pleno empleo como norma, me parece que de su
análisis se puede concluir que la lucha por el empleo pleno es
fundamental, porque solo con él se podrán empoderar lo suficiente los
trabajadores y trabajadoras y también porque es, al mismo tiempo, “una
forma de prevención del retorno del fascismo”, en palabras del
economista polaco." (Juan Torres López, , 01 de mayo de 2013, Publicado en Público.es el 1 de mayo de 2013)
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