"A la hora de abordar la evaluación del bienestar humano es
importante establecer una nítida distinción entre sus dos posibles
dimensiones: la objetiva y la subjetiva. Mientras la primera de ellas se
centra fundamentalmente en los aspectos materiales, la segunda captura
la evaluación que los individuos tienen sobre sus propias circunstancias
(es decir, lo que piensan y sienten).
La mayor parte de las
mediciones de progreso germinadas durante las últimas décadas han
ignorado de forma tradicional el aspecto subjetivo del bienestar humano,
centrándose de forma casi exclusiva en su dimensión objetiva (y más
concretamente en su dimensión económica y material).
Los dos casos más
conocidos en este sentido son el PIB per cápita (que reduce la
concepción de progreso y bienestar de una nación a su nivel medio de
ingresos) y, más recientemente, el Índice de Desarrollo Humano (IDH),
que trata de evaluar el “ desarrollo humano ” de los países por medio de
tres componentes: la salud (medida a través de la esperanza de vida al
nacer), la educación (medida mediante los años de escolarización para
personas adultas mayores de 25 años y los años de escolarización
previstos para niños y niñas en edad escolar) y –de nuevo– el desarrollo
económico, medido a través del ingreso nacional bruto per cápita.
Existen numerosos ejemplos de indicadores que han tratado de ir más
allá del IDH en su propósito de evaluar el ambiguo concepto del
bienestar humano, incorporando para ello en su estructura novedosos
aspectos de lo que –según los diversos autores– debería contemplarse
dentro de la noción de calidad de vida humana (aspectos como el tiempo
de ocio, la seguridad, la equidad, el desempleo o la degradación
ambiental).
Aun así, lo cierto es que todas estas iniciativas no han
logrado hasta ahora construir una sólida base para la medición del
bienestar humano que sea unánimemente aceptada por la comunidad
científica y la sociedad en general.
Por ello, a la hora de evaluar el
bienestar humano, numerosos autores han comenzado a defender la
necesidad de incorporar una visión subjetiva del mismo capaz de
complementar los indicadores objetivos que hasta ahora han sido
dominantes.(...)
Veenhoven, en los trabajos anteriormente citados, llegó a la
conclusión de que el 77% de la felicidad humana viene explicada por seis
cualidades societales: la prosperidad material; la seguridad; la
libertad; la igualdad; la hermandad y la justicia.
Las políticas
dominantes, sin embargo, se han centrado hasta la fecha y de forma
mayoritaria en tan sólo una de estas seis cualidades: “la prosperidad
material”; un aspecto que, como bien es sabido, no es el más importante
de todos para alcanzar una vida buena.
Las cualidades que según
Veenhoven son más importantes y que deberían centrar los esfuerzos de
todas aquellas políticas encaminadas a construir bienestar humano son la
libertad y la justicia , que explican por sí solas la mayoría de las
mejoras que en esta materia pueden lograrse.
En este sentido,
los gobiernos de varios países han comenzado a incorporar en sus agendas
políticas iniciativas encaminadas a explorar estrategias alternativas o
complementarias al PIB para tratar de medir el bienestar humano y el
progreso social de sus naciones (7).
No obstante, aspirar a resumir algo
tan complejo y multidimensional como el bienestar humano en un solo
indicador numérico tal vez sea una misión imposible, a la par de
absurda. Establecer umbrales de satisfacción en lugar de tratar de
ceñirse a un determinado valor numérico, así como no limitarse a
utilizar un solo indicador sintético – por muy polifacético que este sea
– sino utilizar un conjunto de ellos (combinando los cuantitativos y
los cualitativos así como los objetivos y los subjetivos) podría aportar
flexibilidad a la hora de afrontar esta ardua e importante tarea que
supone evaluar el bienestar humano.
Tan sencillo como preguntar
Bajo la tácita suposición de
que no hay forma fiable de valorar el bienestar subjetivo de las
personas, los círculos políticos han antepuesto de forma tradicional las
medidas objetivas del bienestar humano a las medidas subjetivas. Sin
embargo , la larga carrera de los indicadores objetivos de bienestar no
parece haber logrado asentar unas bases definitivas en cuanto a su
medición.
Así lo refleja el creciente interés académico por el estudio
del bienestar humano subjetivo; un interés que ha experimentado en los
últimos años un auge sin precedentes protagonizado por los notables
trabajos que han venido apareciendo sobre la satisfacción subjetiva con
la vida .
Según el sociólogo Ruut Veenhoven la satisfacción
subjetiva con la vida es el grado en que una persona percibe que se
cumplen sus aspiracione s, comparando cognitivamente la vida que uno
tiene con la que, según él, debería tener.
El imaginario humano de
felicidad , bienestar o vida buena es algo que –en mayor o menor medida–
tenemos en la mente, y que, por consiguiente, puede ser medido haciendo
preguntas. Evaluar de esta forma la felicidad de las personas es, más
que menos, un modo de aproximarse subjetivamente al bienestar humano.
Una dificultad que suele argumentarse en torno a la aproximación
subjetiva del bienestar humano se encuentra en el posible inconveniente
que ésta conlleva de ser perturbada por las experiencias vividas más
recientemente. Sin embargo, las pruebas empíricas de numerosos trabajos
demuestran lo contrario (3).
Al ser la satisfacción subjetiva con la vid
a (según la definición de Veenhoven) el “grado con que una persona
juzga favorablemente la calidad global de su propia vida como un todo”
(es decir, lo que a uno le gusta la vida que uno lleva) resulta lógico
pensar que dicha valoración no varíe demasiado con el tiempo; si bien es
cierto que normalmente esta valoración global depende del flujo
continuo de satisfacciones instantáneas. (...)" (Mateo Aguado, Rebelión, 02/07/2013)
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