16/7/13

Quizás todo habría ido mejor si en vez de deslumbrarnos por nuestro milagro hubiéramos seguido llamando “endeudamiento” a “apalancamiento”, e “intermediarios avispados” a los traders de élite

"Cabe plantear si una indagación sobre quiénes son y qué hacen los mercados ayudaría a entender la verdad de nuestra situación. De entrada, convendría aclarar que en el territorio de ese abstracto plural anónimo de “los mercados” no se encuentran, en realidad, más de unas 15 grandes instituciones financieras globales; las forman, básicamente, dos clases de profesionales: traders de élite y altos ejecutivos. 

Los primeros suelen ser hombres en torno a la treintena, que desarrollan complicados modelos estadísticos a la vez que mueven productos financieros entre sus clientes; tipos largos de adrenalina que enfocan su inteligencia obsesivamente a hacer dinero moviendo dinero, en forma de apuestas y coberturas sobre el precio futuro de acciones y bonos.

Los segundos, los ejecutivos globales, son intermediarios de lujo entre grandes receptores de deuda (empresas, bancos comerciales, Gobiernos…) y ahorradores (fondos soberanos, de pensiones, de riesgo…): directivos de bagaje jurídico y financiero que pasan 200 días al año en un avión y que cultivan una combinación muy persuasiva de lucidez, dominancia, astucia con los datos y humor corrosivo.

 El negocio de la banca de inversión consiste, en esencia, en dedicar a miles de profesionales bien relacionados e intelectualmente dotados a acumular, procesar y explotar sin descanso información sobre cómo se está moviendo el dinero en el mundo.

Una razón particular del inquietante poder presente de los bancos de inversión ha sido que desde mediados de los noventa ha habido mucho más dinero que mover en el mundo. Una analogía sería la siguiente: para que se incorpore un nuevo gran jugador al tablero del comercio mundial, “la banca” debe prestarle dinero con que jugar; así, desde los bancos centrales occidentales, a través de bajos intereses, empezó a circular dinero hacia Asia con el que incorporar a la economía mundial su ingente mano de obra, que requería complementarse con máquinas, diseños y mercadotecnia occidentales.

 Al cabo de unos años, sin embargo, el nuevo jugador se reveló demasiado ahorrativo, y empezó a acumular una enorme cantidad de efectivo, que mantenía como préstamo a disposición de otros jugadores gastosos.

 Con el tiempo, la creciente producción mundial llegó a consumir tantos materiales y combustibles que se dispararon los precios de los recursos naturales, y otros jugadores, los dueños de esos recursos, se encontraron de golpe con divisa occidental a espuertas para participar en el juego, un exceso de riqueza sobrevenida que sus economías atrasadas no podían absorber y que siguieron aportando como financiación barata adicional.

 A mover esos dineros de aquí para allá se dedica, pues, un gran banco de inversión, taumaturgo planetario que elige por qué sectores y países apostar al alza o a la baja. El poder que da a sus ejecutivos la información de años y años en la arena global es incomparable. 

Su influencia en la política es directa: la agenda del secretario del Tesoro de EE UU muestra que es con ellos con quienes más tiempo despacha; Angela Merkel gustaba de mantener largas conversaciones con el anterior presidente de Goldman Sachs, al que telefoneó inmediatamente después de su primera reunión con George Bush.  (...)

Fueron esos bancos de inversión con sus dos almas los que inventaron multitud de productos financieros con los que mover los capitales sin fronteras: los bancos europeos pudieron invertir en fondos hipotecarios subprime de bancos de EE UU sin que un supervisor bancario europeo se lo prohibiera por excesivo riesgo, gracias a que una aseguradora de EE UU les vendía un seguro contra impago de esas hipotecas (con las consecuencias históricas conocidas… Casi todos rescatados).

 Disponer de influencia al máximo nivel y, simultáneamente, tomar posiciones de compra y venta sobre valores futuros es ensayar a diario la alquimia que convierte la información en oro: por ejemplo, los traders pueden apostar a que el bono de un país, considerado estable, tendrá que pagar mucho más por sus intereses un año después, y, transcurrido ese tiempo, orquestar un masivo bombardeo de informaciones negativas sobre las finanzas de ese país, momento en el que, ya con los inversores en pánico, ganarán su apuesta de subida del riesgo país.  (...)

¿Qué aprenderemos los españoles de esto? A estas alturas, antes que más culpables en los que desahogar más rabia, necesitamos sobre todo encontrar palabras y tomar decisiones para ser más sociedad, más democracia, más Europa. Quizás todo habría ido mejor si en vez de deslumbrarnos por nuestro milagro hubiéramos seguido llamando “endeudamiento” a “apalancamiento”, “intermediarios avispados” a los traders de élite y “comisionistas de operaciones” a los banqueros de inversión.

 Cuando la lección esencial es que todos somos más vulnerables y menos dueños de un futuro imperfecto, podríamos simplemente discutir mejor sobre qué hace que una sociedad sea una sociedad y una vida merezca la pena ser vivida, hasta dar con las ideas que necesitamos hallar o recuperar. Seguro que todavía nos quedan muchas palabras que encontrar en las lenguas de España."           ( , El País, 13 JUN 2013  )

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