"En 2001, después de 10 años de arduo trabajo, apareció el libro de John Mearsheimer La tragedia de las grandes potencias -es
bueno señalarlo- antes de los atentados del 11S. Se trataba de un
trabajo singular escrito por un especialista en relaciones
internacionales en el momento triunfal de eso que se llamó la
globalización.
Es interesante recordar que, en ese momento, la
globalización, su novedad radical, era ensalzada una y otra vez por la
academia y por los grandes medios de comunicación; su carácter
irreversible e irresistible se subrayaba continuamente. Se trataba de un
mundo nuevo y distinto donde emergía una “hiperpotencia” (EEUU) que
organizaba unas relaciones internacionales bajo su hegemonía absoluta.
Lo específico del libro de Mearsheimer es que fue concebido como una
reivindicación del realismo estructural, precisamente en contra de esas
“novedades” que la globalización llevaba aparejada. Lo del 11S era
importante citarlo porque para nuestro autor era algo transitorio y
coyuntural y, en muchos sentidos, ensoñaciones después de la victoria
sobre el “Imperio del mal”.
El mundo
que intentaba explicarnos Mearsheimer era muy diferente a lo que
comúnmente se pensaba y se decía en esa época. Grandes potencias que
luchan por y para el poder; una triunfante que aprovecha la ventaja
obtenida para debilitar, aislar y fragmentar a la antigua URSS; otra
emergente (China) que estaba obligada a desafiar el orden existente y
cuestionar la hegemonía de la hiperpotencia. En medio, un rígido control
de la Administración norteamericana de las organizaciones
internacionales en torno a una ideología (el neoliberalismo), un
proyecto político (la globalización) y un instrumento decisivo (la
financiarización).
El 11S clarificó mucho el panorama y puso fin a lo
que algunos llamamos “la utopía del 89”; es decir, el reinado de la paz
universal, la tendencia al gobierno mundial y el predominio irrestricto
de los derechos humanos; la cooperación sustituiría al conflicto, los
dividendos de la paz harían posible el fin de la carrera armamentista y
la dedicación de esos recursos para resolver los grandes problemas
globales. De imperialismo poco quedaba, sustituido por un imperio de
indefinidas e indefinibles relaciones de poder, que esperaba el asalto
furioso de la multitud. Literatura, mala literatura.
Mearsheimer
ayudó mucho (Peter Gowan lo entendió críticamente desde el principio) y
la vida le fue rápidamente dando la razón: guerras, conflictos armados
permanentes e intervenciones norteamericanas directas en Yugoslavia,
Irak, Afganistán… A esto se le llamó el final de la “globalización
feliz”. La crisis de 2008-2009 evidenció hasta qué punto la
globalización implicaba recurrentes y cada vez más fuertes crisis
financieras.
El capitalismo había ganado, había desmontado todos los
mecanismos políticos y sociales que lo controlaban y ya no tenía más
enemigo que a sí mismo. Nunca fue capaz de crear otros instrumentos de
regulación y hoy estamos a la espera de una nueva crisis sin que seamos
capaces de saber sus dimensiones y sus costes económicos-sociales.
La
globalización se terminó; no será de un día para otro, será un proceso
anudado siempre a las relaciones de poder existentes. La reciente
conferencia sobre seguridad de Munich da muchas pistas sobre la realidad
de un mundo que cambia aceleradamente. La sensación general era de
pesimismo y de falta de perspectivas claras.
El tema central, un mundo
que se estaba haciendo menos occidental, una Alemania petrificada, cada
vez más marcada por sus demonios internos y sin saber situarse en los
nuevos desafíos; apareció hasta la nostalgia del viejo orden en el que
EEUU hacía de policía universal y privilegiaba sus relaciones
euro-atlánticas. Macrón mostraba su impaciencia y se proponía (después
del Brexit) como el impulsor de una Unión Europea como sujeto global,
con autonomía estratégica y con vocación de ser parte imprescindible de
este nuevo orden multipolar en construcción.
EEUU a lo suyo, que es bien
simple y que lo repite una y otra vez sin disimulo: este país vive un
desafío existencial para sus intereses estratégicos que se llama China.
La Administración norteamericana no consentirá la consolidación de una
potencia hegemónica en el hemisferio oriental. Se opondrá con todas sus
fuerzas y llegará hasta el final. La destacada dirigente demócrata
Pelossi, vino a defender prácticamente lo mismo y nos advirtió, como
Pompeo, del peligro para nuestras libertades y para las relaciones
atlánticas, de admitir a Huawei.
No es casualidad que el 5G sea un
elemento central en el conflicto estratégico político-militar. Es una
señal más de una guerra económica, cultural, tecnológica y por el
control de los canales básicos de la información.
La llamada
revolución en los asuntos militares (RMA) está cobrando un impulso
sustancial cambiando las formas y contenidos de los conflictos bélicos,
situando en su centro la disputa tecnológica entre las grandes
potencias. Los complejos militares-industriales existentes saben desde
hace mucho tiempo que la división entre tecnología militar y civil no
tiene sentido alguno.
El ciberespacio se convierte en una nueva
dimensión del conflicto; la robotización y la inteligencia artificial
están jugando un papel cada vez más importante en los nuevos artefactos
bélicos. Las palabras clave son aceleración, competencia estratégica y
guerra asimétrica. Algo está quedando claro: las grandes corporaciones
tienen patria y la sirven cada vez que ésta las requieren. Como siempre,
Snowden mediante.
La correlación de fuerzas manda siempre y en
las relaciones internacionales, más. Lo que se está produciendo ante
nuestros ojos es una transición, especialmente dura, de un mundo
unipolar a otro multipolar, es decir, una redistribución sustancial y
radical del poder.
La historia económica nos habla de que ya hubo el
intento de una globalización en el pasado (1870-1914). Sabemos cómo
terminó. Hoy estamos ante el fracaso de la segunda globalización. Sus
rasgos básico son:
1) La inestabilidad económica permanente. El
capitalismo financiarizado tiende a producir crisis periódicas, refuerza
enormemente la desigualdad y fractura social, económica y
territorialmente a nuestras sociedades.
2) La tendencia es hacia la
construcción de dos bloques económicos y político militares en torno a
China y a EEUU; estos bloques son extremadamente heterogéneos y
conflictuales.
3) La UE, en tanto que tal, sigue siendo subalterna a los
intereses geoestratégicos norteamericanos, carece de un proyecto común y
vive una crisis existencial.
4) El dato más relevante es que el centro
de gravedad tiende hacia Oriente y se pone en cuestión, después de 500
años la hegemonía geocultural de Occidente.
5) Los problemas globales,
destacadamente la crisis ecológico-social, se siguen agravando.
Crisis
económica, conflicto geopolítico y recursos están estrechamente unidos.
El poder, sus relaciones y efectos no pueden ser eludidos y, mucho
menos, cuando los recursos naturales y humanos se convierten hoy en un
problema estratégico fundamental de los Estados. Solía decir Proudhon
que quien habla de humanidad, engaña; al menos, confunde y tiende a la
nada. Lo que existen son Estados jerárquicamente enlazados y en lucha
permanente por el poder. Es una vieja cantinela que nos repiten cada
día: los Estados son antiguallas que nada pueden ante los desafíos y las
bifurcaciones de un mundo globalizado; es decir, como los problemas van
más allá de los Estados, hay que disolverlos y apostar por un gobierno
mundial y por el globalismo jurídico.
Y eso ¿cómo se hace? y ¿quién lo
hace? ¿Las grandes potencias? ¿Una sola potencia? Eludir el problema de
las profundas asimetrías de poder en las relaciones internacionales, de
eso que históricamente se ha llamado imperialismo, es equivocarse y, lo
que es peor, hacer lo contrario a lo que las poblaciones deberían hacer.
Los Estados nación siguen siendo el lugar del conflicto social y de la
redistribución, de las libertades públicas y del autogobierno; el lugar
de los derechos sociales y de la regulación del mercado. Frente a ellos y
contra ellos lo único que habrá es lo que ha habido siempre,
imperialismo y dominación de las grandes potencias sobre las mayorías
sociales y las clases trabajadoras.
Las rebeliones contra las
consecuencias y costes sociales, ambientales y culturales de la
globalización capitalista crecen en todas partes. En diversos lugares su
forma política están siendo los llamados populismos de derechas.
Parecería que las poblaciones tienen que elegir entre unas derechas que
lo son y unas izquierdas que no lo son. Es el otro lado de la
contradicción: vivimos una crisis, digámoslo así, civilizatoria, sin
sujeto ni alternativa. En medio, reformar lo poco reformable que admite
el sistema.
La pregunta sigue siendo pertinente, la globalización
se termina, ¿qué hacemos cuando el vilipendiado Estado nación retorna?,
¿Cuándo las poblaciones quieren un Estado más fuerte que les proteja,
que les dé seguridad y garantice el futuro? ¿Cuándo la demanda de
identidad y de seguridad cultural se generaliza? ¿Cuándo se impugna una
democracia sin poder ni cualidad? ¿Cuándo el futuro se convierte en un
problema político?" (Manolo Monereo, Cuarto Poder, 26/02/20)
No hay comentarios:
Publicar un comentario