"Vivimos en un mundo en el que las cuentas parecen más importantes que
los cuentos y, sin embargo, aún perduran los relatos a la luz del fuego.
Existe, por ejemplo, cierta narrativa –académica, pero también
militante– que sitúa en torno a la década de 1970 –año arriba, año
abajo– el surgimiento de un orden nuevo, la cristalización de un
escenario político y económico hasta entonces desconocido, la emergencia
de nuevos sujetos y reglas de juego.
El tránsito del fordismo
al postfordismo formaría parte de este relato sobre el surgimiento de un
mundo nuevo. La cuestión es si nos sirve para algo este cuento.
El denominado “método fordista” de producción continuó y profundizó
los principios de la “Administración Científica del Trabajo”
propuestos previamente por F. W. Taylor:
lucha contra la holgazanería y los tiempos muertos en el proceso de
trabajo; división y fragmentación de los procesos productivos en
tareas sencillas; diferenciación de las funciones de concepción (saber)
y de ejecución (hacer) dentro de la empresa; intercambiabilidad de la
fuerza de trabajo; establecimiento por parte de la dirección de las
empresas –a través de las “oficinas de métodos” y de la aplicación de
“métodos científicos”– de procedimientos de trabajo simplificados, así
como de los tiempos medios requeridos para la realización de cada tarea
encomendada, etc.
A partir de estos principios tayloristas, Ford incorporaría una serie
de innovaciones organizativas que incrementarían la capacidad
productiva y “revolucionarían” la organización del trabajo de la
industria norteamericana de comienzos del siglo XX.
La más famosa fue la
cadena de montaje, es decir, la secuenciación de las
distintas fases del proceso de trabajo y su interconexión por medio de
una cinta transportadora que no sólo permitía luchar contra la
“holgazanería” de los trabajadores (el ritmo de trabajo quedaba ahora
sujeto al movimiento de las máquinas), sino también contra la pérdida de
tiempo de los materiales al desplazarse (los componentes del proceso de
trabajo quedaban ahora sincronizados).
La cadena de montaje, durante décadas símbolo del capitalismo
industrial triunfante, no fue la única novedad destacada: la producción
en masa de productos estandarizados y la política de (relativos) altos
salarios y de créditos para los empleados (aspectos ambos fundamentales
para el surgimiento de una “sociedad de consumo” en Estados Unidos en
1920-1930), constituyeron otros aspectos reseñables del fordismo que
obligan a pensar las relaciones de explotación y dominación en el
capitalismo más allá del miserabilismo, la pauperización generalizada de
las poblaciones o la extensión de la precariedad en el empleo.
La significación del taylorismo-fordismo radica en que fueron capaces
de aprovechar –y, al mismo tiempo, reforzar– algunas de las
posibilidades abiertas por la expansión del capitalismo moderno como,
por ejemplo, la incorporación al mundo industrial (y al trabajo
asalariado) de millones de personas procedentes de sociedades
tradicionales gracias a la simplificación y estandarización de los
procesos de trabajo (una fuerza de trabajo más intercambiable y menos
costosa).
O, también, la transformación de los productores en
consumidores de los bienes que producen (una sociedad de consumo de
masas construida, principalmente, sobre las rentas del trabajo). O, por
ejemplo, la mejora de la productividad a través de la innovación
tecnológica y la progresiva mecanización y automatización de los
procesos productivos (con la sustitución progresiva de trabajo humano
por máquinas).
Sin duda, la organización de las empresas y de los procesos
productivos contemporáneos ha cambiado mucho con respecto a la primera
mitad del siglo XX.
Sin embargo, superada la euforia inicial, conforme
se van asentando los estudios sobre las “nuevas formas de organización
del trabajo” –consideradas a menudo “postfordistas”: toyotismo, producción ligera, especialización flexible…– vamos comprobando que, más allá de algunas diferencias obvias, la
inmensa mayoría de los principios fundamentales del taylorismo-fordismo
(racionalización y estandarización de los procesos productivos,
distinción entre saber y hacer, lucha sistemática contra los tiempos
muertos, intercambiabilidad de la fuerza de trabajo, etc.) no sólo no
han desaparecido, sino que se han reforzado, quizá porque engarzan con interrogantes fundamentales para el capitalismo.
No estamos diciendo con ello que todo siga igual. No estamos negando
la reestructuración del capitalismo o la desestructuración (¿derrota?)
del movimiento obrero industrial. Lo que estamos señalando (y
cuestionando) es, precisamente, que el cambio y la transformación del
capitalismo pueda medirse y solventarse en torno a una discusión acerca
de los cambios en la organización de los procesos de trabajo, un debate
en torno a si fordismo o postfordismo." (Diagonal, 18/01/2014)
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