"Hay
algo en el fútbol que rebasa a los otros deportes, para elevarlo a la
categoría de pasión de las masas. Está relacionado con la comunidad, con
el juego colectivo, con la necesidad de pertenencia, identidad e
integración.
Pero expresa también, como escribía Ignacio Ramonet hace
unos años, el drama de los perdedores, porque en el fútbol siempre habrá
más perdedores que ganadores, a lo cual podríamos agregar que siempre, y
por muy campeón que sea un equipo, estará la oportunidad de la derrota.
El fútbol tiene que ver con la vida misma.
Por eso es el deporte de los pobres, identificados
con su equipo como si fuera su propio destino. Amar al equipo es, decía
Ramonet, aceptar la derrota y el pesar. ¡Qué partido no es sufrimiento! Y
es precisamente esta pena, bastante más frecuente que la alegría, la
que concita la unidad.
Somos leales pese a toda la adversidad,
permanecemos juntos, nunca estaremos solos. Así lo dice el himno del
Liverpool FC, club proletario británico: “You will never walk alone”
(Nunca caminarás solo).
Es éste el aspecto del fútbol que ha atraído a los políticos, que lo
aman y también le temen. Porque los hinchas dan su vida por su equipo,
que trasciende y se funde de una manera compleja con la identidad
nacional. Levantar la bandera chilena o de cualquier país en el estadio
es una representación patriótica que expresa en esos momentos no solo
sentimientos de profundo nacionalismo, sino aún más: es también un
ritual guerrerista, expresado como rostros pintados, que lleva a
enfrentamientos y sacrificios.
El estadio, y también las calles después
de un partido, se convierten en un espacio para las más extremas
representaciones nacionalistas. Un acto litúrgico como pocos en la
sociedad moderna.
Es por ello que este deporte, pero especialmente lo que rodea al
deporte, hipnotiza a los políticos y atrae a publicistas, inversionistas
y especuladores. El fútbol hoy es sin duda un combustible de alto
octanaje calentado por los gobiernos y los grandes capitales. Mueve
miles de millones y ha sido intervenido por democracias o terribles
dictaduras, como el mundial en Argentina, en 1978. (...)" (Paul Walder, Punto Final, en Jaque al neoliberalismo, 18/06/2014)
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