"(...) Los grandes cambios operados en la identidad de clase media –que desde
la autopercepción es casi toda la sociedad, mal que le pese a la
izquierda, y más aún a la activista–, tienen mucho más que ver con lo
discursivo y son fundamentalmente dos: su relación con el futuro y su
relación con la norma. (...)
La idea de progreso se convirtió en el núcleo de un estrato social,
formado por personas de diferentes niveles económicos, pero que
confiaban en que el futuro de sus hijos sería mejor que el suyo, que las
sociedades de los años venideros tendrían mejores condiciones de vida y
que sus posibilidades individuales aumentarían en todos los sentidos.
Ésa es la visión que ahora queda rota, y que configura una capa media
peculiar, porque al descenso de los recursos disponibles se suma la
certeza de que vienen tiempos peores. La clase media comienza a
percibirse sin demasiadas opciones, descree en las promesas de mejora, y
suele volverse hacia lo tangible.
En segundo lugar, y precisamente a consecuencia del pacto tácito que la
hizo nacer, la clase media –y gran parte de esa clase obrera devenida
media por mentalidad– se caracterizaba por creer en el sistema. No se
trataba sólo de que confiase en la política, un terreno de frecuentes
acercamientos y alejamientos, sino de que se percibía como integrante de
una sociedad que básicamente funcionaba.
Creía en el derecho y no en la
violencia, confiaba en los expertos –desde los especialistas en
medicina hasta los economistas–, en la eficacia de los instrumento de
control del poder, desde el periodismo hasta los tribunales, y entendía
que los conflictos debían tener una solución dialogada. Eso configuró
una clase habitualmente pasiva en la acción y activa en las
reivindicaciones, una mentalidad que aún perdura.
Gran parte de la
actividad política y social de los últimos años ha consistido, también
en el activismo, en visibilizar lo que ocurre y no en tejer instrumentos
para ponerles solución: manifestaciones, escraches, denuncias en las
redes sociales o en los periódicos nacen de esa creencia en que la
visibilidad era lo primero que, por ejemplo, ha perjudicado las luchas
en el terreno sindical o en el del consumo.
Pero esa confianza
en que los mecanismos institucionales podrían ayudarnos a resolver
nuestros problemas cada vez se pone más en duda, y las clases medias
miran con enorme recelo todo aquello que antes les daba seguridad. Acudir a las instituciones no suele ser solución de nada, y eso les hace sentirse mucho más impotentes que nunca.
Estos dos elementos, la falta de futuro y la impotencia, son los que están construyendo la identidad de la clase media hoy, configurando
un núcleo que acoge direcciones políticas y sociales muy diversas.
Esa
sensación de descontento y de pérdida vital puede llevar al deseo de
transformar las instituciones, pero también a temer vehementemente los
cambios; implica un mayor deseo de estabilidad y continuidad, que ha
sido canalizado hacia nuevas y viejas derechas, pero también ha
impulsado a partidos políticos de izquierda que prometen medidas que
transformen el deterioro en progreso. (...)" (ESTEBAN HERNÁNDEZ, es autor del libro ‘El fin de la clase media’ (Clave Intelectual), Diagonal, 22/03/15)
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