20/3/15

“El rechazo de las fallas y de la cultura popular fue un error grave de la izquierda”

"(...) -¿Hermanarían estos elementos satíricos a las fallas con otras fiestas, también populares y apegadas a la calle, como los carnavales?

Las fallas, genealógicamente hablando, son una fiesta carnavalesca. Tienen todos los elementos del carnaval, que desaparecerá en Valencia durante el franquismo (antes convivía con las fallas). 

Las fallas y los carnavales utilizan la sátira, los rituales para criticar a los poderosos; también en las fallas hay una serie de festejos que utilizan los disfraces, como la “cavalcada del ninot”). Precisamente los elementos más satíricos y singulares de las fallas proceden de su raíz carnavalesca.

-¿Qué problema tiene (y tradicionalmente ha tenido) la izquierda valenciana con las fallas? ¿Cuándo dejaron de ser las fallas unas fiestas progresistas y no “civilizadas”?

En la II República las fallas y los artistas falleros eran progresistas. Incluso cuando se produce el golpe de estado y estalla el proceso revolucionario en 1936, las fallas -artistas y comisiones- se ponen al servicio de la República y la revolución. Después, el franquismo hizo una purga brutal, lo que ayuda a explicar muchas cosas. En el censo de 1943 sólo quedaban el 10% de los falleros que había apuntados a los comisiones en el censo de 1936-37. 

El 90% restante desapareció, fue represaliado, se exilió o no les dejaron apuntarse en una comisión. Además, en los inicios de la “Batalla de València” (batalla por la apropiación de los símbolos que tiene lugar a partir de 1977, entre fuerzas conservadoras que provienen del franquismo y organizaciones progresistas.

 Nota del entrevistador), la izquierda -sobre todo la nacionalista y “fusteriana”- hace la lectura siguiente: como las fallas están absolutamente ocupadas y pervertidas por el franquismo y el post-franquismo, no tiene sentido introducirse en ellas. 

Es una batalla perdida, se piensa. Se hace una crítica demoledora de las fallas, sin entender que dentro de este mundo había numerosos focos de resistencia. La gente de izquierdas (o incluso con una orientación nacionalista) que se encontraban dentro de este mundo se sintió desamparada. Después, con el “bunker” conservador ya instalado, resultó imposible influir.

-¿Pecó la izquierda de plantear una crítica excesivamente “intelectualista” a las fallas y otros elementos de la cultura popular? ¿Qué influencia tuvo en ello Joan Fuster, intelectual valenciano que en los años 60 defendió la unidad de la lengua y recuperó la idea de Països Catalans? (La efigie de Fuster fue quemada en la “cavalcada del ninot” de 1963, un año después de que publicara “El País Valenciano”) ¿O el rechazo de estas fiestas fue más bien cosa de sus seguidores?

En este punto se da una paradoja. Sí, porque en el ensayo “Combustible per a falles” (1967) y otros artículos, Fuster se mostraba crítico con aspectos de la fiesta, pero la “salvaba”. Señalaba que la fiesta podía recuperarse por otras vías y rellenarse con otros contenidos. Las fallas, las fiestas de la “Mare de Déu”, los festejos en honor de sant Vicent Ferrer, el fútbol…

 Hay toda una cultura popular que no necesariamente ha de ser reaccionaria. De hecho, la cultura popular es muy compleja y se presenta revestida de muchos matices. Lo que ocurre es que se hace un “paquete” con todas las manifestaciones citadas, y se le denomina “cultura basura” o “anti-cultura”, además infectada por el virus del franquismo. Fue un error bastante grave. La izquierda fusteriana no era mayoritaria electoralmente ni en términos numéricos, pero sí era importante su influencia intelectual.

-Las “Intifalles” convocan diariamente protestas durante la “mascletà” bajo el balcón del ayuntamiento de Valencia, con motivos como la dimisión de la alcaldesa, el rechazo de la corrupción, la defensa del territorio frente al fracking, por el derecho a la vivienda, contra el racismo y el fascismo… Hace más de una década que se organizan las “Falles populars i Combatives” en Ciutat Vella, a las que se suman otras también populares y autogestionadas en Benimaclet y el Cabanyal. ¿Se está recuperando el tiempo perdido?

Lo que ha existido siempre en las fallas es, a pesar de la represión y la instrumentalización política, una especie de río subterráneo que intentaba conectar con esa fuente primigenia de fiesta; que por ejemplo en el franquismo representó la revista “Pensat i Fet” y también algunas resistencias dentro de las comisiones falleras. Ése río subterráneo siempre ha existido. 

En el comienzo del siglo XXI aparece una nueva generación, a lo mejor no tan influida por clichés como las generaciones anteriores. Es la gente que con “normalidad” y sin complejos empieza a reivindicar el espíritu de las fallas populares. En 2003 aparecen las “Falles Populars i Combatives”, y en 2012 la “Intifalla”. Esto, desde “fuera” de las fallas oficiales.

 Desde dentro, hemos visto comisiones falleras y sobre todo gente joven que apuesta por líneas innovadoras y experimentales en los monumentos, incluso contactando con arquitectos, diseñadores o grafiteros externos a las fallas; es gente que también promueve iniciativas solidarias, dignifica el teatro fallero o recupera el valenciano correcto, a través de “llibrets” de falla muy bien hechos, de gran capacidad crítica y literaria. Aunque es cierto que todas estas expresiones no son mayoritarias. Las fallas continúan gobernadas por la “caspa”.  (...)

-Has escrito que las fallas se configuran como “un campo de luchas sociales y culturales”. ¿Plantean las fiestas falleras problemas universales, que trasciendan el ámbito estrictamente valenciano?

Algunos pensamos que la mejor publicidad que se puede hacer de la fiesta no es una campaña publicitaria, turística o institucional, sino reivindicar las fallas como género artístico universal. El grafiti, por ejemplo, nace en un contexto muy local: los barrios deprimidos de Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos. 

Pero luego se universaliza, y hoy a los artistas del grafiti los encontramos por todo el mundo. Las fallas incluyen los suficientes elementos universalizables, porque contienen una amalgama de escultura, pintura, literatura… Es un arte popular, pero “total”, que permite que con independencia de que lo hagan o no falleros, en fallas o fuera de ellas, cualquier artista del mundo pueda expresarse, artísticamente, utilizando la falla como género. (...)

 -Por otro lado, ¿pueden asociarse las fallas actuales a determinados rasgos identitarios de la sociedad valenciana? ¿Han configurado las fallas un imaginario colectivo basado en una determinada ideología? Recientemente el Gobierno Valenciano ha anunciado una Ley de Señas de Identidad, en la que se hacen guiños al “secesionismo” lingüístico y en el anuncio de la norma se apeló a políticos como González Lizondo (dirigente fallecido de la formación derechista Unión Valenciana).

Desde que aparecen, y sobre todo desde que la fiesta crece (mediados-finales del siglo XIX), las fallas expresan lo que el sociólogo Antonio Ariño llama un valencianismo “emotivo o temperamental”. Manifiestan una parte de la identidad valenciana (al menos de la ciudad de Valencia), pero este valencianismo “temperamental” es una expresión en principio pre-política y abierta a cualquier instrumentalización. 

Por tanto, queda disponible para que cualquier ideología pueda dotarlo de contenido. Los partidarios de Ernesto Laclau dirían que es un “significado vacío”, que puede llenarse después de significantes en función del proyecto político. Históricamente, el intento de domesticar las fallas lo han llevado a cabo la burguesía, el franquismo y después el “blaverismo”. Esas tres fuerzas tomaron un significante vacío (el valencianismo “emotivo”) y lo condujeron al terreno más conservador.

-¿Qué rol desempeña una institución tan relevante como la Junta Central Fallera?


Es una institución creada por el franquismo para controlar políticamente la fiesta de las fallas. Además, es una de las pocas instituciones franquistas que hoy están en pie. En la transición no se abolió ni se transformó realmente. Es más, la Junta Central Fallera acaba de conmemorar orgullosamente el 75 aniversario sin ningún cuestionamiento de lo que fue, ni de lo que hoy representa. 

Al contrario, ha habido una celebración de la continuidad. Los más críticos hablamos de los “75 años de paz”. El problema es que, institucionalmente, en las fallas no ha habido transición. El presidente de la Junta Central Fallera es el concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Valencia, que también elige a los vicepresidentes. A todas las personas que están por debajo los eligen los falleros por mecanismos democráticos.

-¿Han servido las fallas para garantizar 25 años de mayorías conservadoras en el consistorio valenciano?


Pienso que sí. Siempre se ha dicho que si algún partido o coalición de izquierdas quiere ganar o recuperar el Ayuntamiento de Valencia, tiene que apostar necesariamente por las fallas. De hecho, Unión Valenciana creció, entre otros factores, gracias a las fallas.

 El PP ha hecho una política paternalista y populista utilizando redes clientelares en las comisiones falleras, en las agrupaciones de comisiones, y utilizando las subvenciones como manera de callar bocas y tener contentos a quienes interesa. Es una estrategia deliberada, que teóricamente se sigue para mejorar la calidad de los monumentos, pero todos sabemos por qué se hace.

-¿Se utilizaron durante el franquismo parecidas estrategias de control?


El control del franquismo fue dictatorial, “manu militari”, jerárquico y de adhesión inquebrantable. Se utilizaban las fallas de manera absolutamente propagandística. En la democracia el PP no ha realizado este control por canales autoritarios, sino por vías indirectas como las subvenciones.

 Y también con un discurso populista, que viene a decir: “las fallas no se pueden atacar”. Pero siempre, insisto, con un sentido paternalista, populista y sólo en el sentido de las fallas que les interesa.

-¿Y durante la Transición? La hija de Adolfo Suárez fue elegida fallera mayor infantil en 1977…


Todo el “staff” post-franquista o que quería controlar la Transición utilizó muchos resortes, y evidentemente en Valencia uno de ellos fue las fallas. Pensemos que es el movimiento asociativo más potente de la ciudad. Actualmente hablamos de 100.000 personas directamente censadas.

 Si a ello le sumamos familiares o personas relacionadas por razones de amistad, la conclusión es que en una ciudad de 800.000 personas, el 30-40% tienen una relación directa con la fiesta. Cuando a veces la izquierda dice que en Valencia no hay sociedad civil, no es cierto. La sociedad civil más potente de la ciudad son las fallas, lo que ocurre es que la izquierda no se ha ocupado de entrar en ellas.

-“La Batalla de Valencia” y la función de las fiestas falleras como punta de lanza del movimiento “anticatalanista”…


Las fallas fueron un elemento vertebrador en ese “anticatalanismo”, muy visceral y agresivo. Muchos de los líderes destacados de ese “anticatalanismo” eran falleros. Empezando por González Lizondo, y siguiendo por el último alcalde franquista de la ciudad, Miguel Ramón Izquierdo, además de otros personajes. Procedían del franquismo y, por tanto, utilizaron esas fallas domesticadas, adoctrinadas y encuadradas por la disciplina franquista, para cortocircuitar el proceso de de recuperación democrática y autonomista.  (...)

-Por último, ¿constituyen los “casales” y las comisiones un potente tejido, articulado, de lo que podríamos denominar “sociedad civil”? Si es así, ¿existen ejemplos similares?

Cuando la globalización neoliberal que estamos sufriendo crea ciudades y entornos urbanos cada vez más fríos y despersonalizados, las fallas mantienen el calor de la relación cara a cara con el vecino, la implantación y el arraigo en el barrio; eso es difícil de encontrar hoy en el mundo occidental y, por tanto, es algo que se debe proteger y reivindicar. 

A pesar del avance de la desigualdad, la crisis y el fracaso de los “grandes eventos”, el censo fallero es hoy igual de potente. La gente no se da de baja (sólo se han dado de baja 2.000 personas desde el comienzo de la crisis).

Las fallas son un refugio cultural (donde mucha gente puede dar salida a su creatividad), de calor humano, son pequeñas entidades que funcionan democráticamente y están comprometidas con la cultura local. Encontramos ejemplos similares en las cofradías de semana santa en Andalucía, las “Hogueras” de Alicante o los carnavales en la calle. 

Son, además, un valor muy importante en sociedades que tienden al individualismo. Incluso para la integración de las personas inmigrantes. En la época de las grandes migraciones internas (años 60-70), de Castilla-La Mancha, Aragón y Andalucía, las fallas constituyeron un elemento de integración en la sociedad valenciana. Ahora pasa lo mismo con otros colectivos extranjeros."           (Entrevista al sociólogo Gil-Manuel Hernández , Enric Llopis , Rebelión,  16/03/2015)

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