"MUEREN prematuramente madre, mujer e hijo de amigos muy queridos. La
muerte prematura, pleonasmo, deja una grave obligación a los que quedan.
Me la explicaba un mediodía melancólico Josep Maria Castellet, el
editor. "Todos mis amigos se han muerto. Fui el último que los conocí
bien y tengo el deber de que sigan viviendo.
La responsabilidad me
atenaza". Años después leí este emocionante fragmento del científico
Douglas R. Hofstadter, con el que que acabaría despidiendo, y
prometiéndole, a mi madre:
"Cuando alguien muere deja una corona
brillante detrás, un resplandor en las almas de quienes estaban cerca.
Inevitablemente, conforme pasa el tiempo, ese resplandor se va apagando,
y por fin se extingue, pero el proceso dura muchos años.
Sólo cuando
también desaparecen los de alrededor y todos los rescoldos se enfrían,
regresan de verdad el polvo al polvo y las cenizas a las cenizas".
Puede que todo se enfríe. Pero ese momento queda lejos de la vida de
un hombre vivo. De ahí que durante mucho tiempo el polvo siga teniendo
sentido. Todos llevamos un insondable arsenal genético que da cuenta del
largo camino que ha hecho la vida biológica.
La gran diferencia entre
el hombre y el resto de los animales es que puede transmitir a sus
descendientes no solo el color de los ojos sino también la razón de mil
lágrimas vertidas. (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 18/03/2015)
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