Conferencia sobre la eugenesia celebrada en Kansas en 1925. / Age Photostock
"El lío va a ser cuando lo descubra Donald Trump.
El año próximo, mientras las internas norteamericanas derramen su luz
sobre Occidente, se cumplirán cien años de un libro que influyó como
pocos en la vida de ese país –y que tantos, después, quisieron olvidar.
Su autor, Madison Grant, había nacido en 1865 en Nueva York, en una
de esas familias que se decían patricias porque habían desembarcado en
el siglo XVII, cuando había que ser muy pobre para migrar a ese islote
salvaje.
Grant se educó en Yale y Columbia, se recibió de abogado, no
ejerció porque no necesitaba y se dedicó, sobre todo, a la caza mayor.
De ahí su interés por las ciencias naturales, que pronto se le volvió
monomanía. En 1916, ya cincuentón, publicó su ópera magna: se llamaba The Passing of the Great Race –La Caída de la Gran Raza– y fue un éxito.
La Gran Raza era, por supuesto, la blanca, y el libro se
dolía por su supuesta decadencia. Para explicarla empezaba por una
clasificación donde dividía a los “caucasoides” –muy superiores a los
“negroides” y “mongoloides”– en tres clases.
Los “nórdicos” eran los
mejores, después venían los “alpinos” y, al final, lacra viciosa
perezosa y boba, los “mediterráneos”: griegos, italianos, españoles. De
donde su tesis central: la inmigración indiscriminada de esos inferiores
estaba destruyendo América; los brutos se reproducían tanto, con tal
carga genética, que arruinaban el nórdico pueblo americano.
Era una
vergüenza, decía Grant, que sus compatriotas “quisieran vivir unas pocas
generaciones de vida fácil y lujosa” importando esa mano de obra barata
que arrasaría su raza.
América se derrumbaba, pero Grant le ofrecía sus soluciones: para los
casos más extremos de la degradación proponía “un rígido sistema de
selección a través de la eliminación de los débiles o incapacitados –los
fracasados sociales– que en cien años nos permitirá deshacernos de los
indeseables que colman nuestras cárceles, hospitales y manicomios”. Ni
siquiera era necesario matarlos, decía: alcanzaba con esterilizarlos.
“Es una solución práctica, piadosa e inevitable que puede ser aplicada a
un círculo creciente de desechos sociales, empezando por el criminal,
el enfermo y el loco para extenderla gradualmente a los tipos que
podríamos llamar ya no defectuosos, sino débiles, y por fin a los tipos
raciales inútiles”.
La eugenesia era una corriente poderosa, y La Caída fue su
estandarte. Su prédica funcionó: pocos años después la Suprema Corte
americana declaró constitucional la esterilización de los “débiles
mentales”. En la década siguiente unas 60.000 mujeres fueron
esterilizadas.
Fue uno de los grandes éxitos de Grant y los suyos; el mayor llegó
cuando su insistencia consiguió acabar con la inmigración que había
conformado su país. La Inmigration Act promulgada en 1924 por
un Gobierno republicano estableció cuotas que limitaban al máximo la
llegada de italianos, polacos, chinos, japoneses, judíos varios y cerró
la primera gran ola migratoria americana.
La Caída de la Gran Raza se reimprime cada tanto, aunque sus editores no se atreven a poner en tapa la opinión de Adolf Hitler:
“Este libro es mi biblia”. Dichas así, a lo bestia, sus ideas pueden
sonar intolerables o ridículas. En su momento se consideraban
científicas y produjeron efectos importantes: su recuerdo sirve para
preguntarse qué ideas que tomamos en serio parecerán ridículas o
intolerables en unas pocas décadas.
Y, de todas formas, tras el mínimo
barniz de la corrección política, sus conceptos reaparecen en cada
patera mediterránea, en cada Trump gritando, en tantas charlas de café.
Madison Grant murió en 1937. Su libro se estudiaba, sus ideas
influían, sus discípulos medraban. Él, mientras tanto, obsesionado por
conservar, había dedicado sus últimas décadas al ecologismo, y descolló:
se le debe, dicen, la supervivencia del bisonte y otras grandes bestias
que el hombre amenazaba." (
Martín Caparrós
, El País, 22 SEP 2015)
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