"¿Qué es la teoría del bien común?
Es una economía que todo el mundo puede entender
porque está basada en los mismos valores que permiten florecer las
relaciones humanas, desde la honestidad hasta la cooperación, los
valores constitucionales, la dignidad, la solidaridad, la sostenibilidad
o la propia idea de la democracia.
La idea es recompensar a las
empresas que respeten y fomenten estos valores y los muestren en sus
balances del bien común frente a las empresas menos éticas. En
definitiva, se trata de crear una economía basada en valores éticos.
Usted habla de generosidad, solidaridad, honestidad, confianza, etcétera, ¿pero cómo se puede cuantificar eso?
Es más difícil ir a la Luna que medir el incremento
del bien común. En la economía actual confundimos el fin con el medio.
Todas las Constituciones de los países democráticos
dicen que el dinero debería ser el medio para el buen funcionamiento de la economía y no su fin; el fin debe ser el bien común.
dicen que el dinero debería ser el medio para el buen funcionamiento de la economía y no su fin; el fin debe ser el bien común.
Y nuestra
propuesta es medir el alcance de ese fin: cuando medimos el éxito de la
economía, de una empresa, de una inversión, tenemos que medir el alcance
del fin y no la disposición de los medios.
Por eso proponemos el
producto del bien común en lugar del flujo monetario y un balance del
bien común en vez de o al lado del balance financiero. Podemos medir en
qué grado se cumplen estos criterios y otorgar puntos dentro de ese
balance. Las empresas que más puntos tengan, más ventajas tendrán y
serán más publicitadas, tendrán mejores condiciones de crédito, más
contratos públicos o pagarán menos impuestos.
Pero en su teoría el dinero seguiría siendo dinero, ¿no?
El dinero tendría el mismo papel que le confieren
ahora las instituciones. Ya he dicho que el dinero es el medio, no el
fin. Eso implica convertir el dinero en un bien público y que, por lo
tanto, impongamos condiciones y límites.
Por ejemplo, limitación de la
desigualdad; por ejemplo, los bancos y las Bolsas tienen que estar
dirigidos al bien común; por ejemplo, los créditos pueden concederse
exclusivamente a inversiones reales y si no dañan al medio ambiente, las
relaciones sociales o a la democracia.
Su modelo supone no sólo un cambio radical de las reglas que rigen el capitalismo, sino también de la propia concepción de la democracia. ¿Cómo es ese cambio de modelo? ¿Cree que el capitalismo es incompatible con la democracia?
Estamos viendo todos que el capitalismo está
socavando y hasta devorando a la democracia. Muchos politólogos están de
acuerdo en señalar que democracia hoy en día es sinónimo de oligarquía y
plutocracia.
Los Parlamentos y Gobiernos no sirven al pueblo en muchas
cuestiones fundamentales: crean bancos demasiado grandes, permiten una
desigualdad ilimitada y la libre circulación de capitales en paraísos
fiscales. El pueblo soberano nunca permitiría esto, por eso nuestra
propuesta de una democracia soberana, una democracia real en la que
fuera el pueblo, la ciudadanía, la que realmente marcara las pautas y
los Parlamentos obedecieran.
Por eso la economía del bien común quiere
superar claramente el capitalismo, que definimos, según ya dice la
palabra, como el incremento del capital como el supremo objetivo de la
actividad económica. Hasta el propio Aristóteles consideraba antinatural
esto.
¿Esa democracia soberana sería tipo 15-M, más directa, o incluso asamblearia?
No necesariamente. Nuestro objetivo a largo plazo es
conseguir una democracia soberana, más profunda, en la que los
representantes del pueblo se convirtieran realmente en los servidores
del pueblo. Pero ese objetivo no es incompatible con que cooperemos con
Parlamentos y Gobiernos existentes; de hecho, ya hay algún Parlamento
regional en Europa que ha adoptado leyes que dan prioridad a empresas
éticas.
En España hay varios municipios del bien común, y hasta en el
Parlamento Europeo tenemos dos invitaciones para darnos a conocer. Estoy
seguro que dentro del modelo democrático actual aún podemos colaborar
con las instituciones.
¿Se podrían haber evitado la crisis y la austeridad con su teoría del bien común?
Yo creo que sí. Tendríamos abundancia y no
tendríamos que recortar por el colapso del sistema financiero. El pueblo
soberano diseñaría la economía de otra forma. Vemos con demasiada
frecuencia casos de empresas exitosas pero que al mismo tiempo dañan a
la sociedad: recortan miles de empleos, no pagan impuestos, destrozan el
medio ambiente o socavan la democracia.
Pero son exitosas porque
solamente miramos los indicadores financieros. Esto en la economía del
bien común sería imposible porque los primeros indicadores de éxito
serán los éticos: en qué contribuye la empresa a la democracia, a las
relaciones sociales, al medio ambiente y a la dignidad del ser humano.
Esto se mide y se contabiliza, y según el resultado se recompensa. Las
empresas menos éticas no tendrían posibilidad de seguir existiendo: o se
transforman en una empresa ética y contribuyen a la resolución de las
crisis, o bien tendrán que salir del mercado.
Sin embargo, la debilidad de los Estados frente a los mercados financieros es una realidad que no podemos ignorar. ¿Cómo hacemos para hacerles frente?
Muchas encuestas y estudios señalan que entre un 70%
y un 90% de la población desea una alternativa al actual modelo
económico. Desean menos desigualdad y más justicia social.
Si ya hay una
mayoría que desea eso, tenemos que hacer reformas y profundizar en la
democracia y convertirla en una democracia soberana. Como este es un
proyecto bastante ambicioso, es recomendable empezar con pequeños pasos.
Ahí radica la mayor fuerza del movimiento ciudadano, empresarial y
democrático que conforma la economía del bien común.
En el mundo son ya
2.000 empresas las que apoyan el movimiento; 250 empresas que han hecho
el balance del bien común voluntariamente; cada vez hay más municipios
que se convierten en municipios del bien común, incluso ya tenemos una
primera región; y cada vez más universidades empiezan a enseñar otra
cosa, a investigar y a difundir nuestras ideas. Es un proceso largo pero
nuestro objetivo es trabajar por concretar en leyes y en una
Constitución realmente democrática lo que ya apoya una amplia mayoría.
¿Cómo sería el día a día de una persona en una economía del bien común? ¿Qué ventajas tendríamos como ciudadanos?
Lo primero es que habrá trabajo para todos, porque
no trabajaríamos 40 horas. Se repartiría el trabajo. A medio-largo plazo
tendríamos semanas de 20 horas. También habría un año sabático cada
diez de trabajo. Cosas así.
Eso incrementaría la calidad de vida porque
tendríamos más tiempo para las relaciones sociales, el trueque, para
estrechar lazos con nuestros vecinos y amigos; tendríamos más tiempo
para hacer bien el trabajo, para pasarlo con la familia o cuidar mejor
de los ancianos, por ejemplo. Segundo si fuéramos más respetuosos con el
medio ambiente, si consumiéramos un poco menos, podríamos gozar de
cosas que ahora no son posibles.
Un ejemplo muy sencillo: el otro día me
bañé en el río Tormes, en salamanca, y lo hice con cierto gozo, pero
ese gozo hubiera sido mucho mayor si el río hubiera estado un poco más
limpio. Estas experiencias tan nimias son capaces de hacernos felices:
basta un poco más de tiempo para nosotros, un medio ambiente un poco más
limpio y relaciones sociales refortalecidas para tener una vida mucho
mejor.
Eso es una cuestión de educación, básicamente
Por supuesto. Proponemos enseñar y potenciar desde
la escuela cosas como las emociones, la comunicación, los valores, el
conocimiento y sensibilización del cuerpo, la democracia, aprender a
tomar decisiones políticas de forma empática y eficiente, conocer la
Naturaleza y aprender una artesanía. Esos contenidos son más importantes
que cualquier otra asignatura impartida en la escuela.
¿Cómo explica que España sea uno de los países donde más aceptación tienen sus ideas?
Sí, España es, junto a Austria, Alemania y el norte
de Italia, uno de los países donde más nos siguen. Es un movimiento muy
joven, no hace ni cinco años que arrancamos pero ya hemos hecho cosas
importantes.
La aceptación en España se explica por tres razones:
primero por la crisis; segundo, por los antecedentes históricos: la
economía social y solidaria tiene más arraigo en España que en otros
países porque los lazos sociales son aquí más estrechos que en los
países nórdicos; y tercero, yo estudié filología hispánica, viví en
Madrid y me encanta este país. Por eso acepto más invitaciones para
venir aquí (risas)." (Entrevista a Christian Felber, Público, en Attac Madrid, 07/10/2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario