Kerry Kawakami y un equipo de las universidades norteamericanas de York, Yale y British Columbia presentan hoy los resultados en la revista Science. El experimento consiste en preguntar a un grupo de personas (por ejemplo, blancos) cómo se sentirían si presenciaran tal o cual situación racista.
Y después someter a otro grupo distinto de blancos a esas mismas situaciones racistas en la vida real (una simulación con actores). El resultado se deriva de comparar lo que la media de la gente dice con lo que la media de la gente hace ante la misma situación. Los científicos dan este rodeo estadístico para evitar que los mismos sujetos que responden la pregunta tengan después que reaccionar ante la misma situación, un experimento que no diría nada útil.
Por ejemplo, los investigadores preguntan a un grupo de blancos (no-negros de varias etnias, en realidad) qué sentirían si otro blanco les dice "mira que es torpe ese puto negro". La mayoría (83%) asegura que se sentiría molesto y que eludiría la compañía del racista. Pero cuando otro grupo de blancos presencia la escena realmente, el 63% elige al racista como compañero para un trabajo.
Los psicólogos descartan que se trate de un caso masivo de cinismo. La mayor parte de los voluntarios muestra signos convincentes de haber asimilado realmente el resultado de décadas de educación, campañas cívicas y convivencia en las ciudades norteamericanas. Los autores creen que las opiniones antirracistas que manifestaron en las pruebas eran sinceras.
La interpretación de Eliot Smith, de la Universidad de Indiana, y Diane M. Mackie, de la de California en Santa Barbara, se basa en las identidades múltiples. Todos oscilamos entre varias identidades posibles, y son las emociones, no la razón, las que delatan la identidad que predomina en cada situación. Por ejemplo, si una mujer se siente feliz por el ascenso de una competidora en la empresa, es que su identidad de "mujer" domina sobre la de "individuo". De manera que, aunque piensen racionalmente lo contrario, los blancos tienden a adoptar emocionalmente la identidad de "blancos" ante una situación racista.
"El resultado no me sorprende", dice el presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, Alberto Fernández de Liria. "Hay una distinción muy bien establecida entre el racismo como doctrina, al estilo del propugnado por Hitler, por ejemplo, y el racismo instintivo o visceral, más similar a una fobia. La diferencia entre los dos experimentos se debe a que, en las distancias cortas, son las emociones las que dominan".
"El racismo ha sido adaptativo en el pasado de la especie", prosigue el psiquiatra. "Por inaceptable que resulte en nuestro mundo, debemos entender que la aversión al extraño está enraizada en nuestra fisiología, tanto como la fobia a las serpientes, casi universal en la especie. Pero eso no quiere decir que la tendencia no sea reeducable. Sabemos que lo es, aunque con esfuerzo, y también conocemos la importancia de que los niños crezcan juntos".
"El resultado no es sorprendente", coincide su colega Pau Pérez, especializado en la cuestión. "La falta de reacción ante la situación racista de la vida real tiene explicaciones muy simples. La principal es que las reacciones emocionales primarias, las inmediatas, sólo se disparan al percibir una amenaza, y en este experimento no la hay". Pérez también subraya la inutilidad de ignorar el componente biológico del racismo.
"La respuesta defensiva a lo distinto es un mecanismo etológico fundamental [un comportamiento regulado por la evolución]. Si los experimentadores esperaban que la educación y la cultura hubieran suprimido esa respuesta fisiológica, realmente estaban pidiendo demasiado. Pero la educación puede canalizar estas tendencias. Y más importantes aún son las experiencias comunes, que los niños compartan las aulas". (El País, 09/01/2009)
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