"(...) Lo cierto es que se está trabajando en la lucha contra la pobreza
en los lugares donde esta es más extrema. Están los programas de
Desarrollo, la labor de las ONG, los planes del Banco Mundial y el FMI,
las aportaciones filantrópicas… Pero usted dice: no, así no se arregla
este problema.
Sin duda, todos
esos esfuerzos ayudan, ¿pero en serio cree que porque Bill Gates o
Warren Buffet hagan grandes donaciones se erradicará la pobreza? Estoy
seguro de que les mueven buenas intenciones, pero creer que solo con
filantropía se puede modificar el orden mundial y hacer justicia me
parece ingenuo.
Si hay quien duerme mejor pensando esto, me alegro por
él, pero es una actitud infantil. De hecho, critico más la reacción de
la gente que lo que hacen Gates y Buffet.
¿Somos autocomplacientes cuando confiamos en esos programas de ayuda?
Las
sociedades se mantienen unidas a través de mitos, y el optimismo es un
mito de nuestro tiempo. La gente piensa que es una obligación moral ser
optimista. El propio presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim,
dice que cuando trabajas con los pobres estás obligado a ser optimista.
Permítanme que discrepe.
Se afirma que la tasa de pobreza ha bajado en
África del 58% al 48% en la primera década del milenio. A la gente le
gusta escuchar esto. Lo que ya no le hace tanta gracia oír es que debido
al aumento de población en ese continente, en 2010 había 37 millones
más de africanos pobres que en 1999. A lo mejor las mentiras útiles son
mejores para la justicia, pero yo prefiero la verdad, aunque moleste.
¿Cuál debería ser la estrategia en la lucha contra el hambre?
La
filantropía y el mundo de los negocios no pueden capitanear esa
batalla. Debería estar en mano de los estados, porque debajo de esas
situaciones de pobreza extrema se esconden la desigualdad y la falta de
democracia y libertad.
Estas son cuestiones políticas. Por eso digo que a
la pobreza se la vence con medidas políticas, no con filantropía. El
problema es que en esta era del capitalismo postmoderno en la que
vivimos, se ha impuesto la idea de que la política ya no hace falta, que
lo único que queda es administrar la abundancia.
¿A qué responde ese dogma?
A que ahora mismo no existe un modelo alternativo al capitalismo capaz de tener éxito. Admitámoslo: la contrarrevolución de Reagan y Thatcher
ganó la batalla y hoy vivimos en ese modelo. Algún día el capitalismo
caerá, porque ninguna victoria es permanente, pero yo no veo en el
horizonte ningún movimiento capaz de cambiar esta situación. Hasta los
partidos de izquierdas aplican la misma política.
Mire el caso de
Grecia: Syriza sigue cumpliendo las órdenes de la Troika igual que sus
antecesores. ¿Acaso cree que si Podemos forma Gobierno con el PSOE en
España las cosas serán diferentes? Quizá sí en las políticas locales,
pero en lo verdaderamente importante, todo seguirá igual.
¿Y los movimientos antiglobalización?
Tienen
buenas ideas, pero es un proyecto a muy largo plazo. Mientras tanto,
¿qué hacemos con los problemas urgentes de la gente, qué hacemos con los
pobres, con la desigualdad? Sólo se me ocurre una vía: hacer que los
estados sean más fuertes. Es nuestra última herramienta. Prefiero que el
mundo lo gobiernen los estados a que lo hagan las corporaciones.
¿Qué se podría hacer para que las cosas cambiaran?
En
este momento, la única perspectiva de mejora que veo se concentra en
las comunidades pequeñas, a nivel regional o urbano. El cambio debe
venir desde abajo, desde las ciudades. Tengo más fe en algunos alcaldes
que en los primeros ministros. En España han aparecido últimamente
alcaldes y alcaldesas que están haciendo las cosas de manera diferente.
Esa nueva forma de gestionar los asuntos a nivel local es esperanzadora. (...)
¿Por qué es tan pesimista?
Porque
la vida es trágica, abra los ojos, mire a su alrededor. La vida privada
de la gente está llena de desgracias. Algún día moriremos, y también lo
hará la gente que queremos. Si eso es así, ¿por qué creemos que la vida
pública tiene que estar libre de conflictos y penas? Me sorprende que
la gente se sienta decepcionada tan a menudo. No sé qué les habían
prometido." (Entrevista a David Rieff, analista político estadounidense, hijo de Susan Sontag, que publica 'El oprobio del hambre', El Periódico, 14/02/16)
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