10/6/22

Las armas, el sentido común y la sumisión voluntaria... En comparación con otras 22 naciones ricas, Estados Unidos acumula el 82% de muertes por armas de fuego, el 90% de todas las mujeres asesinadas, el 91% de los niños menores de 14 años, y el 92% de jóvenes de entre 15 y 24 años, asesinados con armas de fuego... tres millones de niños estadounidenses son testigos de la violencia con armas de fuego cada año... as muertes por armas de fuego son mucho más frecuentes en jóvenes, varones, afroamericanos y entre las clases sociales más pobres... Para “crear el deseo de tener un arma”, las industrias contrataron a especialistas en relaciones públicas que inventaron múltiples historias de un salvaje oeste, con vaqueros, sheriffs, pioneros y personas proscritas

 "El uso de las armas mata y deja secuelas indelebles que duran horas, meses o incluso décadas. Cada año se fabrican en el mundo ocho millones de armas pequeñas y 15.000 millones de cartuchos de munición. Cada día mueren 700 personas (más de 2,5 millones en una década) a causa de armas como pistolas, escopetas, fusiles de asalto o ametralladoras. Al menos dos millones de personas sufren heridas por armas de fuego y millones de personas sufren los efectos psicológicos de la violencia con armas de fuego con profundas secuelas físicas y psicológicas de larga duración1. Un ejemplo de ello son los miles de infantes2 que, involuntariamente, se hallan en medio de conflictos armados y que se ven obligados a ejercer la violencia contra los demás y contra sí mismos. Jean tenía seis años cuando fue secuestrado en una zona rural por un grupo rebelde en el Congo. Le llevaron a una especie de campamento, le dieron un Kaláshnikov y le comunicaron las normas: quien intente huir, morirá; quien no mate, morirá; cualquier mínima infracción será castigada con una brutal paliza.

“Me enseñaron a disparar, a cargar el arma... Durante dos días me torturaron a menudo... O matabas o te mataban. Vi morir a muchos niños y sabía que yo podía morir en cualquier momento. Un día, volviendo al campamento vi a un soldado, tuve miedo y antes de que me viera, disparé. Me convertí en un asesino con seis años. Luego maté a muchos más, pero no sé a cuántos”3

La matanza de al menos 19 infantes y dos maestras el pasado 24 de mayo en el colegio Robb Elementary School (Uvalde, Texas) por parte de un joven de 18 años armado con una pistola, un rifle semiautomático y cargadores de alta capacidad, ha vuelto a plantear, una vez más, el debate sobre el control de las armas en Estados Unidos4. A veces las cifras lo cuentan casi todo. En Estados Unidos hay alrededor de 400 millones de armas de fuego civiles, 1,2 armas de fuego por habitante, casi la mitad del total mundial5. Cada año se producen más de 45.000 muertes por arma de fuego (unas 124 muertes diarias), entre los suicidios y las muertes por homicidio que están experimentando un fuerte aumento6. Tres de cada cinco adultos estadounidenses ha experimentado directamente, o de alguien que tienen cercano, la violencia con armas de fuego a lo largo de su vida. Aproximadamente tres millones de niños estadounidenses son testigos de la violencia con armas de fuego cada año7. Se trata de muertes desiguales que van en aumento. Las mujeres tienen 21 veces más probabilidades de ser asesinadas por armas de fuego que las mujeres de otros países ricos, y las muertes por armas de fuego son mucho más frecuentes en jóvenes, varones, afroamericanos y entre las clases sociales más pobres.

En comparación con otras 22 naciones ricas, en Estados Unidos la tasa de homicidios por armas de fuego es 25 veces mayor, la tasa de suicidios ocho veces mayor, y la tasa de muertes no intencionales –también por armas de fuego– es más de seis veces mayor. Aunque solo tiene la mitad de población que el resto de esos países sumados, Estados Unidos acumula el 82% de muertes por armas de fuego, el 90% de todas las mujeres asesinadas, el 91% de los niños menores de 14 años, y el 92% de jóvenes de entre 15 y 24 años, asesinados con armas de fuego8

Los estadounidenses están más armados que los ciudadanos de cualquier otra nación. Cuatro de cada diez adultos dice vivir en un hogar donde hay un arma, y tres de cada diez admite tener una. Y la situación va a peor. Tan sólo en el periodo desde inicios de 2019 a abril de 2021, 7,5 millones de adultos estadounidenses, adquirieron por vez primera un arma, aumentando aún más el riesgo de muerte de niños y adolescentes (casi el 10% de todas las muertes por homicidio, suicidio y accidentes que sucedieron en 2020)9. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos no es solo el qué, el dónde, el quién y el cómo sino también el por qué.

Para la mayoría de los mass media, la causa principal de las masacres que tienen lugar en Estados Unidos se debe a la cultura de las armas existente en el país. Son muchos quienes piensan y dicen frases del tipo “los estadounidenses aman las armas, siempre las han amado, se sienten orgullosos de poseerlas”. Las armas serían parte de su identidad. Se trataría de un vínculo cultural forjado durante la Revolución Americana, concretado en la Segunda Enmienda de la Constitución, y ratificado en 2008 por la Corte Suprema al señalar que cada individuo tiene el derecho a portar armas10. Ese es el saber convencional que, una y otra vez, resuena con emoción en la mente y las palabras de buena parte de la población. Sin embargo, a lo largo de la historia, ¿quien diseñó, inventó, patentó, produjo, publicitó, comercializó y distribuyó armas? ¿Qué papel jugaron los medios de información y los actos propagandísticos de empresas o lobbies tan poderosos como la National Rifle Association (NRA)?

Charlton Heston encabezó durante años la defensa de la libre posesión y uso de armas de fuego como presidente de la NRA11. En su discurso de 2000, el famoso actor12 señaló: “Cuando unas manos ordinarias pueden poseer un instrumento tan extraordinario, eso simboliza la medida plena de la dignidad y la libertad humanas” para, finalmente, alzando con sus manos en alto un viejo Winchester de 1866, gritar: “From my cold, dead hands”. Solo muerto me lo quitarán, vino a decir13.

Dos décadas más tarde, apenas tres días después de los asesinatos de la escuela de Uvalde, Donald Trump señaló también ante la NRA la urgente necesidad de militarizar cada escuela con policías o agentes de seguridad armados, convirtiendo cada lugar en un centro de alta seguridad: con una sola entrada, vallas de seguridad, detectores de metales y nuevas tecnologías para revisar, escanear, examinar y aprobar a quienes entran en ella14. Para él, cada persona es responsable de sus acciones, por lo que el único culpable de la masacre fue un individuo violento y trastornado. Trump defendió la imperiosa necesidad de poseer armas afirmando:

“No hay señal que invite más a un asesino de masas que una señal que diga ‘zona libre de armas’. Es el lugar más peligroso. Como dice el viejo refrán, la única forma de detener a un hombre malo con una pistola, es un hombre bueno con una pistola. La existencia del mal en nuestro mundo no es una razón para desarmar a los ciudadanos respetuosos de la ley que saben cómo usar sus armas y proteger a muchas personas, la existencia del mal es una de las mejores razones para armar a los ciudadanos respetuosos de la ley”.

¿A qué se debe esa excepcional relación histórica entre las armas y la población de EE.UU.? ¿Por qué la existencia de una relación tan íntima, que personajes como Heston o Trump han defendido hasta límites grotescos? Pero, un momento, ¿es eso verdad?, ¿cómo y cuándo se creó esa “innata” identidad cultural? ¿Cuál es la cadena de causalidad existente entre la línea de montaje de una fábrica de armas hasta la bala que se incrusta en los pulmones de una víctima? Contrariamente a una visión ampliamente extendida, el sentido común de las armas en Estados Unidos fue un proceso histórico –ha señalado el historiador John Blum– mercantilista y “amoral”, que siguió las prácticas comunes de la economía industrial capitalista de los siglos XIX y XX15.

En el siglo XIX no había cultura de las armas. En aquel entonces, Estados Unidos era un país de agricultores donde las pistolas se usaban como una herramienta más, pero no eran algo omnipresente. Fue la belicosidad europea y la ambición imperial de diversos regímenes y gobiernos quienes proporcionaron mercados para fabricar masivamente armas. Tras la Guerra de Secesión, entre 1861 y 1865, grandes fabricantes de armas como Winchester y Remington, viendo peligrar su negocio, pusieron en marcha una fuerte ofensiva publicitaria para crear un mercado nacional de armas. Las razones esgrimidas para tener armas y milicias fueron el temor a la amenaza británica, facilitar la expansión de las colonias en territorio indio, protegerse de las rebeliones de esclavos y defender la libertad ante la tiranía del gobierno. El negocio de las armas prosperó por la ambición de unos capitalistas de las armas con grandes intereses comerciales y no a causa de un excepcionalismo mítico. Tras los anuncios creados por la compañía Winchester, poseer un arma se convirtió en un objeto de deseo con un profundo vínculo psicológico y un elevado valor emocional para mucha gente. Como señaló el sociólogo y economista estadounidense Thorstein Veblen, se trataba de fabricar deseos16. ¿Cómo se hizo? ¿Cómo se generó ese particular sentido común? 

Para “crear el deseo de tener un arma”, las industrias contrataron a especialistas en relaciones públicas que inventaron múltiples historias de un salvaje oeste, con vaqueros, sheriffs, pioneros y personas proscritas. El proceso se inició con un relato en 1867 de Wild Bill Hickok en Harper’s, y siguió con decenas de novelas y leyendas en las que, para protegerse y ser un “hombre de verdad”, había que poseer un sofisticado rifle Winchester. Más tarde, esa historia sería recreada por las empresas tabacaleras para promocionar al “hombre Marlboro”, así como también con la difusión de innumerables películas. Después de la Primera Guerra Mundial, la Winchester Repeating Arms Company (WRAC) impulsó sus ventas mediante un ambicioso plan de marketing nacional con el objetivo de alcanzar a 3,4 millones de niños de entre 10 y 16 años.  (...)

Un último instrumento fundamental de dominación, el más decisivo, es el proceso de internalización mental de sumisión y subordinación de los grupos sociales oprimidos, es decir, la forma en que éstos consienten y aceptan ser sometidos. En el albor de la modernidad a mediados del siglo XVI, Étienne de La Boétie analizó este fenómeno en un breve texto donde se asombraba de la “servidumbre voluntaria” con que los seres humanos rinden obediencia a los tiranos28. Decía el prematuramente fallecido joven filósofo francés:

“Quisiera tan solo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga, que no tiene más poder para causar perjuicios que el que se quiera soportar y que no podría hacer daño alguno de no ser que se prefiera sufrir a contradecirlo. Es realmente sorprendente –y, sin embargo, tan corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos– ver cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y son juzgados, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque se vean obligados por una fuerza mayor, sino, por el contrario porque están fascinados y, por decirlo así, embrujados por el nombre de uno al que no deberían ni temer (puesto que está solo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje). ¡Grande es no obstante, la debilidad de los hombres!”29

La servidumbre moderna es una esclavitud voluntaria que, como si fuera una segunda naturaleza humana, genera obediencia y sumisión, hace que la población consienta y acepte el trabajo, el consumo de mercancías o el ocio. Así expresaba esa alienación el escritor británico Aldous Huxley en una de sus clásicas novelas: 

“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.”30

Es mucha la gente que no tiene conciencia –o no la quiere tener– de cuál es su situación, debido a la existencia de múltiples formas de mistificación que anestesian, o bien ocultan, la cárcel mental en que viven. Basta con ver esa muchedumbre hipnótica, cotidianamente apantallada. Obedecen sin saber muy bien por qué, pero saben que cuando desobedecen surge la desorientación y el temor, cuando no el pánico. Tienen miedo y han sido mentalmente colonizados para elegir ser siervos y no desobedecer. Como todos los seres oprimidos a lo largo de la historia, los “esclavos” modernos necesitan de una mística para anestesiar su sufrimiento. La educación y el lenguaje son medios clave para dominar, generar individuos pasivos, e impedir que se perciba la condición servil de la vida. Como hemos visto, las palabras se presentan como algo evidente, cuando en realidad su naturalización es un medio crucial que “distorsiona” la realidad y genera formas de ver el mundo que impiden emanciparnos. (...)

La disponibilidad de armas es una epidemia mortal, una crisis de derechos humanos y un inmenso genocidio. Entre 1968 y 2011 se produjeron en Estados Unidos 1,4 millones de muertes relacionadas con armas de fuego (incluidos suicidios, homicidios y accidentes) en comparación con 1,2 millones de muertes de estadounidenses en todas las guerras. Hace una década, un comentarista político como Mark Shields lo explicaba de este modo:

Desde que Robert Kennedy murió en el Hotel Ambassador el 4 de junio de 1968, durante 43 años han muerto más estadounidenses por disparos dentro del país, que en todas las guerras (en que EE.UU. ha intervenido), desde la Revolución hasta la Guerra Civil, la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial”.32

La matanza que generan las armas y las causas profundas que las producen son un espejo del genocidio y ecocidio globales al que nos confronta la pavorosa crisis ecosocial que vivimos. (...)"           (Joan Benach   , CTXT, 7/06/2022)

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