"Cambiar el mundo no es locura ni utopía, sino justicia, le dice un Don
Quijote a un Sancho Panza pintados sobre la pared del patio de un
colegio. Enfrente, un profesor intenta controlar la clase. Más allá, una
profesora insiste en razonar con un par de alumnos que se han peleado y
se han encarado con otra profesora.
Al otro lado, un padre pide
insistentemente hablar con la directora. “Maestro, yo no voy a estudiar
porque los gitanos no estudian”, argumenta una niña de 4º. “Maestra, mi
madre ha empezado a trabajar limpiando casas y mi padre ha dejado de
robar”, sostiene un niño de 5º. Es un día cualquiera en el colegio
Nuestra Señora de la Paz, el primer centro construido, hace 50 años, en el Polígono Sur, el barrio al que Sevilla sigue dando la espalda.
Aquí el debate no son los deberes, ni la Lomce o si la religión debe
estar dentro o fuera de las aulas. Aquí el debate, además de todo eso y
antes de todo eso, es si los menores acuden a clase, si llegan aseados,
si han desayunado esa mañana.
“50 años trabajando por las personas y la
educación”, reza una pancarta a la entrada del centro, cuya labor acaba
de ser reconocida por el Ayuntamiento de Sevilla con una de las medallas de la ciudad.
“Por ese orden, primero las personas y luego la educación”, insiste el
jefe de estudios, Rafael Maqueda.
“Aunque tampoco podemos perder de
vista la parte curricular, porque si no se llega a unos mínimos estamos
excluyendo a esos niños del sistema”, explica la directora, Concha
Delgado, mientras entra y sale constantemente para resolver problemas.
Son unos 180 alumnos y 20 profesores.
“Le estoy diciendo que este año van siete alumnos del barrio a la
selectividad”, le informa el jefe de estudios. “Los conflictos no se
pueden prever. De repente, estalla una situación. Y cuando un día te
dicen que la niña en la que tienes puesta toda la esperanza para que
acabe sus estudios está embarazada, ese día no me preguntes…“,
suspira la directora.
“Nosotros aspiramos a lo mejor para nuestros
niños y creemos en ellos para cambiar las cosas, tenemos esperanza y
somos unos privilegiados por poder trabajar con ellos”, afirma
orgulloso el jefe de estudios. Él y sus cuatro hermanas estudiaron en
ese mismo centro, procedentes de Carmona, en los años sesenta. Todos son
universitarios.
“Mi padre ha sido conductor de Tussam [los autobuses
urbanos] hasta que se jubiló. Mi madre, ama de casa”, recuerda Rafael,
que lleva 44 de sus 48 años en aquella zona.
Según relata, la droga ha ido minando poco a poco un barrio de 145
hectáreas con más de 50.000 habitantes donde hasta hacía poco
no entraban los autobuses, ni los taxis, ni el correo, ni el camión de
la basura.
“Vivo aquí y trabajo aquí porque creo que el barrio se puede
transformar; creo en ello, si dejara de creer sería un problema”,
afirma. Su padre es ahora voluntario en el colegio y lleva el huerto:
hay tomates, pimientos, habas…
“El otro día cogimos las aceitunas del
olivo y las aliñamos. Aquí es fundamental enseñarles a sumar, por
supuesto, pero tenemos que fomentar principalmente la buena convivencia“,
sostiene. En unos días, irán de excursión en tres autocares a la playa
de Matalascañas, en Huelva.
“Ya le hemos dicho a la madre que su hijo no
irá”, avisa la directora a una maestra sobre uno de los niños
castigados. “Es que tú no sabes lo que ese niño ha vivido en su casa el
día anterior”, detalla de vuelta en la entrevista. Un día es un tiro, otro día una redada…
En las paredes hay colgados cuadros de Lorca, Velázquez, Machado,
Juan Ramón Jiménez y Miguel Hernández. “El curso anterior trabajamos a
Murillo y este a Cervantes, pero el próximo curso vamos a dedicar una
unidad didáctica entera al barrio, porque es la única manera de
cambiarlo. Lo que ven ahí lo trasladan a la escuela”, repite Rafael. A
su clase, sólo una chica ha llevado esa mañana lápiz.
En este contexto, el método de enseñanza tradicional no sirve. “Hemos empezado a soñar,
a soñar con el centro que queremos, los profesores, los alumnos y los
padres”, afirma el jefe de estudios sobre el modelo denominado comunidad
de aprendizaje, que acaban de iniciar. El objetivo es construir el
futuro de esos niños con la participación de todos.
“Necesitamos a las
familias. En este modelo, el aprendizaje es entre iguales, nadie es más
que nadie; la directora no es más que un padre o una madre. Y el maestro
no es más que un alumno. Todos somos iguales y todos tenemos que
aportar”, describe. Sí, los gitanos sí estudian, confirmaron varios
jóvenes universitarios a los que llamaron desde el colegio para que
contaran su experiencia." (La Marea, 12/06/16
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